DESCUBIERTAS LAS RAÍCES DE LA ACTUAL CLEPTOCRACIA RUSA

Por Juliana Geran Pilon

Law and Liberty
23 de octubre del 2019


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, con letras subrayadas, si es de su interés puede verlo en https://www.lawliberty.org/2019/10/2...oots-uncovered

Vladimir Bukovsky ya había hecho historia en 1978, cuando su autobiografía To Build a Castle, reveló como la tortura psiquiátrica era usada rutinariamente contra disidentes como él, en el equivalente soviético de Hades. Bukovsky lo ha hecho de nuevo con una exposé llamada Judgment in Moscow, que consiste de material proveniente de archivos altamente secretos, que el astuto anterior disidente fue capaz de obtener durante los días caóticos de principio de los noventas, cuando la URSS se estaba desintegrando.

Cuando se publicó en francés y en ruso en Europa, el libro fue casi un éxito de ventas instantáneo. El tesoro oculto que Bukovsky descubrió incluía conversaciones entre el líder soviético Alexei Kosygin y su gabinete sobre la invasión de Afganistán en 1979, los Olímpicos de Moscú de 1980 y el apoyo del Kremlin a terroristas del Medio Oriente, así como el sabotaje de Mikhail Gorbachev a la Comunidad Europea y el seudo liberalismo de la “perestroika” de Gorbachev.

En 1992, usando una computadora portátil con un detector manual (milagro de la tecnología japonesa), Bukovsky contrabandeó subrepticiamente miles de páginas, antes de ser descubierto por las autoridades y denegado el acceso adicional. Pero, para ese entonces, ya tenía lo suficiente para un tomo monumental que cambiaría como visualizamos tanto la historia como el presente.

Las probabilidades son que usted no lo haya leído. La razón es simple: Ha tomado casi un cuarto de siglo para que aparezca en inglés. Reforzando implícitamente el subtítulo del libro, “Soviet Crimes and Western Complicity,” Random House decidió echar para atrás, cuando Bukovsky se rehusó a reescribir “el libro entero desde el punto de vista de un liberal izquierdista.” Más importante, se le pidió omitir toda mención de empresas de medios de comunicación (notablemente la ABC, la BBC y muchas otras, incluyendo la empresa del director de cine Francis Ford Coppola) que participaron de acuerdos on Moscú para publicar artículos “bajo el control editorial directo de los soviets.”

No importa que todo -incluyendo todos los acuerdos y todos los datos de los archivos- fuera escrupulosamente documentado. En cuestión estaba toda la narrativa de la Guerra Fría. El editor sénior de Random House alegó que “también sorprendería a los lectores estadounidenses saber que fundaciones ‘liberales’ [en el sentido en que se usa el término liberal en Estados Unidos, de izquierdista o intervencionista o estatista] como la Ford, los Rockefeller, etcétera, les dieron “miles de millones” al movimiento pacifista. Ello simplemente no es cierto e induciría a los estadounidenses a desconfiar de su argumentación en general.”

Lamentablemente, todo es demasiado cierto. Todavía más, la transcripción demuestra que el “movimiento pacifista” estaba en la base de una propaganda sofisticada y de largo alcance, diseñada para debilitar las defensas de Occidente. Y, si bien algunos de los participantes occidentales eran simplemente ingenuos, algunos sabían exactamente quién y por qué pagaban por eso. Hoy, al menos, gracias a un grupo de voluntarios que trabajaron intensamente por varias semanas, y a una pequeña editorial de California (Ninth of November Press) dispuesta a sacudirse del sistema de los medios, ahora Judgment in Moscow es accesible a los lectores de habla inglesa, en la elegante traducción de Alyona Kojevnikov. Será mucho más difícil de ignorarla.

LA TUBERÍA REVOLUCIONARIA

No debería sorprendernos que Gorbachev, el último líder de la URSS, estimuló a sus camaradas miembros del Partido Comunista y a los oficiales de la KGB para que establecieran actividades conjuntas con negocios de Occidente. “Empezando con lavar fondos del partido y transferir recursos al alcance de sus manos (oro, petróleo, metales raros),” escribe Bukovsky, “estas estructuras malévolas, mafiosas, crecieron como un cáncer, absorbiendo toda la empresa ‘privada’ de los países de la antigua URSS.” Desde ese entonces, el cáncer sólo se ha expandido.

Bukovsky también descubrió un gran “archivo especial” que contenía peticiones formuladas por diversos Partidos Comunistas (notoriamente aquellos de Argentina, El Salvador, Uruguay y Cuba) pidiendo inteligencia soviética, contrainteligencia y entrenamiento militar, junto con armas y otra asistencia. Por ejemplo, un memorándum de respuesta al Partido Comunista de El Salvador, fechado 23 de julio de 1980, agradecía que el ministro de Aviación Civil de la URSS arreglara el envío de entre 60 y 80 toneladas de armas de fuego y municiones de manufactura occidental, desde Hanoi a la Habana, “para ser trasladado a nuestros amigos salvadoreños por vía de los camaradas cubanos.”
Todos los gastos serían cargados “al presupuesto estatal como ayuda gratuita.”

Similarmente, la asistencia para los palestinos terroristas, “acerca de lo que hubo [y todavía hay] negativas vehementes de alguna conexión con el liderazgo soviético y sus apologistas occidentales,” encuentra apoyo en tales documentos, como este memorándum del jefe de la KGB al secretario general Leonid Brezhnev: “ De acuerdo con la decisión del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, del 14 de mayo de 1975, el Comité para la Seguridad del Estado le entregó al agente de inteligencia de confianza, W. Haddad, cabeza de la sección de operaciones externas del Frente Popular para la Liberación de Palestina, un contingente de armas y municiones producidas en el exterior.”
Concluye que “W. Haddad es el único extranjero que sabe que las armas fueron suministradas por nosotros.” Ahora, todos lo sabemos.

LOS FACILITADORES DIPLOMÁTICOS Y ACADÉMICOS DE LA URSS

Bukovsky confiesa que nunca esperó ver algunos documentos, en especial aquellos relacionados con el financiamiento y trabajo subsecuente de la prestigiosa Comisión Independiente sobre Asuntos de Desarmamiento y Seguridad, conocida como la Comisión Palme. Esta comisión, formada en 1982 como un esfuerzo Este-Oeste para examinar asuntos de seguridad internacional, incluía a miembros del Este, del Oeste y del Tercer Mundo. Entre sus delegados occidentales estaban prominentes figuras políticas como Cyrus Vance, anterior secretario de Estado de los Estados Unidos, el previo secretario británico del Exterior, David Owen, y Egon Bahr, anterior asistente clave del canciller de Alemania Occidental, Willy Brandt.

Que eso sirvió como instrumento soviético de propaganda, era manifiesto. Lo que comprobó ser extremamente impactante fue que Vance, Owen y Bahr tenían conocimiento pleno de que la mayoría de las recomendaciones de la comisión “reflej[aban], directa o indirectamente, la posición soviética sobre asuntos claves de desarme y seguridad,” como lo reportó a sus jefes en el Kremlin, el delegado soviético Georgy Arbatov. Como resultado, aquellos “trataron de impedir palabras que serían una repetición exacta de la terminología soviética, y explicaron en conversaciones privadas que tenían que cuidarse de acusaciones de que estaban siguiendo las ‘políticas de Moscú.’”

Comenta Bukovsky: “Con Dios como mi testigo, aunque pueda parecer ‘paranoico,’ nunca habría esperado tal cinismo, en especial del Dr. David Owen.”

Un catálogo de crímenes, conspiración y subversión encubiertos por hipócritas egoístas, el libro tenía esta pregunta en su corazón: “¿son aplicables a esta gente conceptos tales como el bien y el mal, las mentiras y la verdad?” Confiesa Bukovsky: “Yo no lo sé. Tenga en mente que en la neolengua comunista, tales palabras, como muchas otras familiares a nuestros oídos, tenían un sentido completamente diferente.
Las mismas ideas de ‘realidad’ y ‘certeza’ significaban algo totalmente distinto en un contexto ideológico.” Lo que en cierto día se hizo o no “era sabido sólo en la cúspide del poder piramidal… Y si la ideología no podía gobernar por medio de la ley, entonces, se hace por encima de la ley, gobernando desde sus espaldas, como si así lo fuera.”

El secretismo no era, como si así lo fuera, secreto alguno; aun así, pocos tuvieron el coraje de denunciar la miserable desnudez del emperador soviético.

Si su mismo pueblo no fue engañado por la propaganda y la información distorsionada, lo mismo no puede decirse de periodistas y otros miembros de la élite occidental. Algunos no estaban dispuestos a arriesgarse a sacudir su propia creencia en la superioridad del socialismo. Por ejemplo, en vez de castigar a Gorbachov por tratar de encubrir el desastre nuclear de Chernobyl y, por tanto, de poner en riesgo la salud de millones, los simpatizantes de Occidente escogieron salir creyendo sólo que las plantas nucleares son peligrosas y que deberían ser objeto de oposición.

Para acceder a la audiencia más amplia posible con su versión de lo que sucedió en Chernobyl, el Comité Central aceleró una enorme máquina de desinformación por medio del Departamento Internacional de la KGB, la entidad que es el blanco principal de la película Juicio en Moscú [Nota del traductor: en el texto original dice “Juicio em Nuremberg, pero obviamente ese es otro capítulo histórico].

Conocida como “medidas activas,” la dezinformatsia descansa en un sistema completo de “agentes de influencia.” Distinto de los operativos abiertos de la KGB, estos agentes actuaban bajo diversas motivaciones: “Algunos diseminaban desinformación soviética por motivos puramente ideológicos, algunos para repagar una vieja deuda con esa autoridad o porque esperaban un favor o servicio recíproco, mientras que otros simplemente no sabían lo que hacían.” Entre ellos, había soviétólogos de universidades de Occidente, quienes dependían del régimen para obtener permiso de viajar a la URSS, sobre los cuales descansaban sus credenciales profesionales. A la inversa, los ciudadanos soviéticos no podían viajar al exterior sin la aprobación de la KGB, la que, naturalmente, esperaba algo en recompensa.

GORBACHEV DEFENDIÓ LA INTEGRACIÓN EUROPEA

Pero, ¿y qué con la tan publicitada liberalización de los años ochenta? Una farsa. “Fuera de toda duda, el glasnost y la perestroika fueron una invención diabólica,” declara Bukovsky. ¿Era Gorbachev un gran “liberal”? No, según las minutas de la reunión del Politburó del 11 de marzo de 1985, que muestran que él fue el funcionario gubernamental más cauteloso presente. Aún más, su victoria en una “lucha por la sucesión [como secretario general] no es sino uno de muchos mitos consumidos por los medios occidentales sin pensarlo dos veces.” De hecho, Gorbachov fue electo unánimemente como secretario general.

Posteriormente, la astuta decisión de “perdonar” a algunos disidentes, que hizo mucho para ganarse elogios de occidentales ingenuos, había sido condicionada a que cambiaran su tono ̶ como muchos lo hicieron. Entre tanto, un seminario internacional acerca de derechos humanos, que iba a ser organizado por el Club de Prensa Glasnost (la oposición verdadera), fue prohibido por Alexander Yakovlev, miembro del Politburó y padre del glasnost. El régimen de Gorbachev usó “la misma KGB, las mismas ‘medidas,’ el mismo abuso del poder,” si bien vestidos con piel de ovejas. Bukovsky tuvo que admitir que “ni siquiera Margaret Thatcher o Ronald Reagan vieron esto.”

Finalmente, en el último capítulo, surge evidencia que sugiere que la Cortina de Hierro no cayó enteramente por casualidad. Minutas de una reunión del 6 de julio de 1989, entre el primer ministro francés Francois Mitterrand y Gorbachov, indican que los dos hombres se acababan de poner de acuerdo sólo en una posible convergencia europea, aunque esperaban que tomaría, al menos, otra década. La idea no fue permitir la “libertad” sino simularla y controlarla.

“La caída del Muro de Berlín y la siguiente reunificación de Alemania, no cayeron como una sorpresa en Moscú,” escribe Bukovsky, “y no anunció una catástrofe para sus ‘amigos’ en la República Democrática Alemana [Alemania del Este]. Inmediatamente después de que [el dictador de Alemania Oriental Erich] Honecker fuera depuesto, su sucesor Egon Krenz [supervisor previo de la Stasi (policía secreta de Alemania del Este) para la KGB de Alemania Oriental) se apuró a ir a Moscú para reportar los detalles de la exitosa conspiración a Gorbachev (1 de noviembre de 1989).” A lo cual Gorbachev respondió, lamentándose: “Yo tuve relaciones razonablemente buenas con E. Honecker, pero parece que él se ha enceguecido. Si tan sólo él hubiera aceptado los cambios políticos necesarios a su propia iniciativa de hace 2 o 3 años, ahora todo habría sido diferente.”

TRANSFORMÁNDOSE EN UN ESTADO FEUDAL POSTCOMUNISTA

Tal vez no totalmente diferente. Ciertamente, nadie niega que la historia tomó un rumbo muy distinto de aquel. Y esas discusiones de alto nivel hoy resuenan: los planes y la estrategia, las alianzas, tanto existentes como las planeadas. (“Tenemos más contactos activos con círculos sociales en Estados Unidos que en Europa;” necesitamos crear “un reagrupamiento de fuerzas científicas. Las fuerzas están allí, sólo necesitan ser reagrupadas.”) Cierto, el plan de supervivencia de Gorbachov salió mal, más tarde o más temprano, pues en 1991, el propio Moscú había sucumbido, y Gorbachev perdió el poder, pues, “privado de un eje, el país simplemente se desintegró en partes separadas, controladas por mafias partidarias” que tenían el dominio regional. La URSS se había transformado en un estado feudal postcomunista, en el tanto en que “la ‘nueva’ elite política que había flotado hacia la superficie, resultó ser la vieja nomenklatura que había tenido tiempo para adaptarse a las nuevas condiciones.” Los oligarcas de hoy habían sido sazonados en el caldero pútrido de otrora.

Haciéndose eco de Juicio en Nuremberg, Juicio en Moscú (con la notable diferencia de que nada en él es ficticio) implícitamente se convierte en su inverso irónico. Que un juicio de los tiranos marxistas-leninistas en forma comparable con sus contrapartidas nazis, nunca haya tenido lugar, no era sólo un gesto magnánimo por Occidente para desaprovechar regodearse con su presunta victoria. Más bien, reflejó, y refleja, las formas en que Occidente, después de todo, puede no haber ganado, no más que como lo hizo el pueblo ruso.

Si se hubiera presentado un juicio cuando cayó la Cortina de Hierro, los defendidos habrían tenido que incluir, no sólo a la junta criminal en el Kremlin, sino a sus coconspiradores, conscientes e inconscientemente, quienes flirtearon con el socialismo y la mentira en un mundo decrecientemente “libre.”

Pero, al menos, ahora ya tenemos la evidencia ̶ y en idioma inglés.

Juliana Geran Pilon es compañera sénior del Instituto Alexander Hamilton para el Estudio de la Civilización Occidental. Es autora de varios libros, incluyendo The Art of Peace: Engaging a Complex World (2016), y su último, The Utopian Conceit and the War on Freedom, fue publicado en setiembre del 2019.