LOS DERECHOS DE PROPIEDAD SON LOS QUE SEPARAN A LOS HUMANOS DE LOS ANIMALES

Por Gary M. Galles

Fundación para la Educación Económica
Miércoles 16 de octubre del 2019


Como lo hizo ver Adam Smith, los perros no tienen derechos de propiedad, tal como los tienen los humanos.

Como alguien quien ha estudiado política pública durante décadas, con frecuencia me ha impactado cuán frecuentemente la gente está tan comprometida con su ismo o su “respuesta” favorita acerca de un asunto, que ignora poderosos análisis y evidencia contradictorios, que están a una distancia de sólo un par de pulsaciones de teclas enfrente suyo.

Un buen ejemplo de esta ignorancia voluntaria es la frecuencia con la que oponentes del capitalismo reiteran las ideas de perro-que-come-perro, de “supervivencia del más apto” y de la jungla, como descripciones al abrir su cornucopia de calumnias.

DERECHOS DE PROPIEDAD

La refutación de tales aseveraciones se encuentra disponible en el libro más famoso de la historia de la economía, Wealth of Nations (La Riqueza de las Naciones) de Adam Smith, que ha sido impreso desde el año en que los estadounidenses emitieron la Declaración de Independencia. Se encuentra en su libro 1, Capítulo 2, así que incluso invertir una muy pequeña cantidad de esfuerzo llevaría al lector hasta ahí. Aun más, una de las citas más famosas de la persona a quien muchos llaman “el padre de la economía” (“No es de la benevolencia del carnicero, del vinatero, del panadero, sino de sus miras hacia el interés propio de quien esperamos y debemos esperar nuestro alimento. No imploramos su humanidad, sino acudimos a su amor propio; nunca les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas”) se asienta como un anzuelo para la atención en el medio de la discusión.

El problema central surge de un riesgo que encara cualquier analogía o metáfora. Dos cosas diferentes son equiparadas, pero, cuando existen diferencias importantes en las circunstancias subyacentes, que conducen a diferencias sustanciales en el comportamiento y efectos predecibles, pueden ser mal utilizadas para conducir a la gente a concluir que son las mismas, en formas que, de hecho, son vastamente distintas. Tal es el caso cuando se describen las relaciones voluntarias del mercado como una jungla, en donde el perro-se-come-al perro.

Como lo hizo ver Adam Smith, los perros no tienen derechos de propiedad, tal como los tienen los humanos.

“Jamás se ha visto animal alguno que por su voz o por sus gestos quiera hacer entender a otro que esto es mío, esto es tuyo.”

Ellos no tienen “las facilidades de razonamiento y de habla” que les permitirían negociar y hacer contratos. Ellos no comercian entre sí.

“Nadie ha visto jamás a un perro realizar un intercambio honesto y deliberado… con otro perro.”

Y los perros, en consecuencia, no producen el uno para el otro, beneficiando a cada cual con base en sus talentos y especialización diferentes. “Ante la falta de capacidad o disposición para trocar e intercambiar,” ellos, “en absoluto contribuyen a aumentar la comodidad o conveniencia de las especies.” y, de tal manera, cada cual “no obtiene ventaja alguna de aquella diversidad de talentos con que la naturaleza ha dotado a sus congéneres.”

UNA EXPANSIÓN MASIVA DE LA PRODUCCIÓN

La ausencia de cualesquiera derechos en los animales, más allá de su propia habilidad para disuadir las invasiones por parte de otros, significa que ellos no tienen protecciones a los derechos de propiedad privada, que Herbert Spencer describió como “una insistencia en que los débiles serán protegidos contra los fuertes,” y que John Locke llamó la razón por la que “el hombre… está dispuesto a unirse en sociedad.” Ignorar por qué la gente se une en sociedad es una diferencia muy grande de ignorar, cuando se hace una equivalencia del capitalismo con la jungla.

La ausencia en los animales de comercio y producción para otros, crea un mundo de suma cero, en donde lo que uno gana, lo pierde el otro. Una competencia restringida a tales circunstancias puede, de hecho, ser una lucha brutal, de vida o muerte. Pero, esa no es la competencia de los mercados. Esa es la competencia de la guerra, en la que los gobiernos compiten para anular los derechos que otros gobiernos tratan de garantizar para sus ciudadanos contra la invasión.

No obstante, la gente que está protegida por derechos a la propiedad privada y el derecho derivado para contratar, está unida por los beneficios amplios y mutuos de la producción y el intercambio que cada uno de nosotros puede lograr con nuestras diferencias dramáticas en intereses y habilidades. En vez de un juego de suma cero, bajo el capitalismo, la competencia de mercado produce un increíble “juego” de suma positiva, en donde cada cual se beneficia al encontrar más y mejores formas de beneficiar a otros, lo que George Reisman describió exactamente como produciendo una situación en donde “la ganancia de un hombre es positivamente ganancia para los otros hombres.”

Y esto viene gracias a la habilidad de crear e intercambiar con otros, lo que hizo ver Smith es “común a todos los hombres, y no se encuentra en otras razas de animales,” razón por la que, para el hombre, “la mayor parte de sus deseos ocasionales son suplidos por… el acuerdo, por el trueque y por la adquisición,” lo cual, a su vez, “da lugar a la división del trabajo” y a la expansión masiva de producto, que hace posible las expansiones masivas de consumo.

LA COOPERACIÓN VOLUNTARIA

No tiene sentido describir la cooperación voluntaria, que debe respetar los derechos de los participantes, como creando una batalla desesperada por la supervivencia, en donde “todo se vale.” Tal comportamiento de “yo gano, usted pierde” se remonta a recursos dados, limitados, lo que no es la situación que la gente enfrenta bajo el capitalismo, que ha hecho más que cualquier otro “descubrimiento” social para remplazar tal comportamiento, con posibilidades de ganar-ganar. En palabras de Smith,

“Entre los hombres… los ingenios más diferentes son de uso mutuo… en donde cada individuo puede adquirir cualquier parte que necesite del producto del talento de otros hombres.”

Siempre y cuando se respeten la propiedad que la gente tiene de sí misma y de su producción, al descansar únicamente en acuerdos voluntarios, la producción y el intercambio es el proceso mediante el cual todos ganan. Y ese mundo de hombre-sirve-al-hombre está muy lejos de un mundo de perro-come-perro.

Gary M. Galles es profesor de economía en la Universidad Pepperdine. Sus libros recientes incluyen Faulty Premises, Faulty Policies (2014) y Apostle of Peace (2013). Es miembro de la facultad de la Fundación para la Educación Económica (FEE).