EL MITO DE QUE LA GENTE TRABAJA MÁS DURO BAJO EL CAPITALISMO

Por Barry Brownstein
Fundación para la Educación Económica
Sábado 19 de octubre del 2019


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, con letras en rojo, si es de su interés puede verlo en https://fee.org/articles/the-myth-th...er-capitalism/

El capitalismo ha sido la gran maquinaria de una prosperidad no imaginada y de mejoras jamás soñadas en las condiciones de los trabajadores.

En un pasado no muy lejano, la gente no trabajó duramente, pero no por las razones que piensan los desconocedores de la historia o los socialistas. No eran campesinos felices que laboraban pocas horas en los campos y que pasaban ociosamente el resto del día. Estaban hambrientos y no tenían energía para un trabajo duro. Lejos de ser una vida idílica, ver a los niños de uno sufrir de desnutrición y ser demasiado débiles para ayudar, ha de haber sido una experiencia infernal.

LA TRAMPA NUTRICIONAL

En su libro The Great Escape [El Gran Escape. Salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad], el premio Nobel en economía, Angus Deaton, explica la “trampa nutricional” que en una ocasión experimentó la población británica:

“La población británica en los siglos XVIII y principios del XIX consumía muchas menos calorías que las que necesitaban para el crecimiento de los niños hasta su potencial pleno y para que los adultos mantuvieran el funcionamiento saludable de sus cuerpos y para hacer el trabajo manual productivo y remunerado. La gente era sumamente delgada y de muy baja estatura, tal vez tan baja como lo habría sido en cualquier momento previo (o subsecuente).”

Deaton explica cómo la carencia de nutrición afectaba al cuerpo. Los trabajadores de siglos atrás no eran fornidos; un cuerpo disminuido era tal vez la mejor esperanza de sobrevivir:

“A través de la historia, la gente se adaptó a una carencia de calorías no creciendo tanto como para ser muy grandes o muy altos. No sólo el encogimiento es consecuencia de no tener la comida suficiente, especialmente en la infancia, sino que cuerpos más pequeños requerían de menos calorías para una subsistencia básica, y ello hacía posible trabajar con menos comida de la que necesitaría una persona más grande. En el siglo XVIII, un trabajador de seis pies de altura [aproximadamente 1.82 metros] y que pesara 200 libras, habría sobrevivido tanto como un hombre en la luna sin traje espacial; en promedio, simplemente no había suficiente alimento para mantener una población con las dimensiones físicas de las actuales.”

El inglés promedio del siglo XVIII obtenía menos calorías (got fewer calories) que el individuo promedio que hoy vive en África Sub-Sahariana. Dado que no podían comer, estos pobres ingleses trabajaban poco. Escribe Deaton:

“Los trabajadores pequeños del siglo XVIII efectivamente estaban encerrados en una trampa nutricional; ellos no podían ganar mucho pues físicamente eran muy débiles, y no podía comer pues, sin trabajo, no tenían suficiente dinero para comprar comida.”

Johan Norberg, en su libro Progress [Progreso: 10 razones para mirar al futuro con optimismo] reporta los hallazgos de la investigación del historiador económico y premio Nobel, Robert Fogel:

“Hace doscientos años, alrededor de un veinte por ciento de los habitantes de Inglaterra y Francia del todo no podía trabajar. Como máximo, tenían suficiente energía para unas pocas horas de lento caminar diario, lo que condenaba a la mayoría de ellos a una vida de pedigüeños.”
Y, luego, todo empezó a cambiar. Lo explica Deaton:

“Al darse la revolución agrícola, la trampa empezó a resquebrajarse. Los ingresos per cápita empezaron a crecer y, tal vez por primera vez en la historia, había una posibilidad de mejorar constantemente la nutrición. Una mejor nutrición le permitió a la gente a hacerse más alta y más fuerte, lo que amplió aún más la productividad, estableciendo una sinergia positiva entre mejoras en los ingresos y mejoras en la salud, alimentándose el uno del otro.”

IGNORANCIA DE LA HISTORIA

A finales de mi carrera de enseñanza, los estudiantes de pregrado desconocedores de historia se estaban haciendo inquietantemente frecuentes. Ellos no conocían de la pobreza (poverty) infernal que la vasta mayoría de la humanidad había sufrido durante milenios. No creían que el pasado habría podido ser tan brutal como lo describió Matt Ridley en su libro The Rational Optimist (El Optimista Racional). Aun peor, expuestos a la evidencia dura, algunos estudiantes se rehúsan a cuestionar sus posiciones.

Explica Camille Paglia (Camille Paglia explains) que, debido a que “Todo es tan fácil ahora, (los estudiantes de pregrado) sienten que esa es la forma en que la vida ha sido siempre.” Continúa Paglia, “Debido a que nunca han estado expuestos a la historia, no tienen ni idea de que estos logros recientes han surgido de un sistema económico muy específico.”

El capitalismo, continúa ella, ha “producido esta cornucopia alrededor nuestro. Pero, los jóvenes parecen creer en lograr que el gobierno maneje todo.”

Hay individuos, ignorantes de economía e historia, quienes creen que la abundancia de hoy siempre ha sido así. Es entendible por qué ellos pueden estar enamorados de su candidato democrático socialista favorito. Creyendo que ellos lograrán conservar su cornucopia, sueñan con obtener todavía más, cuando el gobierno socialista les pase la riqueza incautada. Tal vez, asimismo, sueñan con un mundo, prometido por los socialistas, en donde trabajarán menos.

¿DEBERÍA EL GOBIERNO REDUCIR LAS HORAS QUE TRABAJAMOS?

La revista socialista democrática Jacobin firma que trabajamos demasiadas horas y culpa al capitalismo por este “problema”. Se preguntan (They wonder), “¿cómo deberíamos organizarnos de forma diferente si estuviéramos libres de las demandas del capitalismo?” Escribiendo en Jacobin, Matt Bruening pide reducciones obligadas (calls for forced reductions) a las horas que trabajan los estadounidenses:

“Existe un buen caso a favor de redistribuir el trabajo en Estados Unidos un poco más ampliamente. La mejor manera de hacerlo sería disminuyendo la cantidad de horas que hoy la gente dedica a trabajar, otorgando más días feriados, vacaciones, ausencias pagadas, y ausencias por enfermedad pagadas y, luego, aumentando la habilidad de otros para trabajar, ofreciendo cuido social de los niños, los mayores y los discapacitados, y poniendo en práctica políticas activas en los mercados laborales.”

Ann Jones, escribiendo en la revista Salon, alega que “el capitalismo estadounidense nos ha fallado,” en parte porque estamos “sobrecargados.” Jones fue corresponsal en Afganistán. Al regresar a Estados Unidos, se imaginó ver similitudes entre Afganistán y los Estados Unidos: “En gran parte, me sentí poniendo un pie de regreso en ese otro mundo violento, mundo empobrecido, en donde la ansiedad es elevada y la gente es pendenciera.”

Jones anhela lo que ve como la utopía escandinava, en donde ellos trabajan “en producir cosas para que todo mundo las use ̶ no para que unos pocos tengan ganancias.” Lo que Jones se rehúsa a aceptar es que los escandinavos dicen (Scandinavians say) que la suya es una economía capitalista.

EL CAPITALISMO HA HECHO UN BUEN TRABAJO

Al contrario de la mitología, los trabajos fabriles del siglo XIX eran grandes empleos; los trabajos de hoy son incluso mejores. Escribiendo en la revista Reason (Writing in Reason), Arthur M. Diamond Jr. comparte el testimonio de una niña de ocho años de edad en Inglaterra, quien trabajó 14 horas diarias en una granja: “Para mí, fue como el cielo cuando fui llevada al poblado de Leeds y puesta a trabajar en una fábrica de algodón.”

También, el movimiento desde una granja hacia una vida mejor en la fábrica fue cierto en los Estados Unidos. En mi ensayo para la Fundación para la Educación Económica, “Stephen Hawking's Final Warning: Why His Worries Were Unwarranted,” (lo traduje y lo publiqué en Facebook como “La advertencia final de Stephen Hawking-por qué sus temores eran injustificados” conté la historia de Lucy Larcom, una poetisa estadounidense del siglo XIX, quien, a la edad de once, por necesidad económica trabajó en las empresas textiles de Lowell, Massachusetts:

“En su libro A New England Girlhood (A New England Girlhood), ella escribe acerca de su experiencia en la fábrica. No era sólo la empleada de la fábrica textil que soñaba algo más que con el trabajo en la fábrica. Allí encontró a otros poetas, cantantes y escritores quienes, como ella, estaban con hambre de educarse y ansiosamente acudió a las conferencias del Liceo de la época…

Ella no podía haberse imaginado a los Estados Unidos de hoy –un estándar de vida con menos trabajadores en fábricas de textiles y con más gente siguiendo sus sueños. Aun así, ella se daba cuenta plena de que su mundo ya estaba cambiando. ‘Cosas que parecían milagrosas’ para sus padres, eran cosas comunes para ella.

‘Nuestra actitud –la actitud de la época,’ escribió Larcom, ‘era aquella de niños subiendo las tapias del jardín de la casa, para mirar una función que se aproximaba y suponer qué espectáculo más extraordinario podría venir luego.’

‘Todo era esperanza,’ agregó Larcom, ‘Los cambios se venían. Las cosas iban a suceder, nadie podía averiguar qué.’”

Si usted cree que tal testimonio es simplemente anecdótico, Diamond relata que

“Charles Dickens, famoso por defender a los pobres en sus exitosamente vendidas novelas de mediados de 1800, alabó las condiciones laborales limpias y confortables de antiguas trabajadoras de granjas en una fábrica de textiles de Boston.”

El trabajo en las granjas era más exhaustivo y más peligroso. Aquellos, como Lucy Larcom, tomaron la oportunidad de una vida mejor.
Diamond hace la observación de que el capitalismo empresarial “tiene una larga historia de crear empleos nuevos y mejores y también, de empujar a viejos empleos hacia la desafiante y significativa cúspide la jerarquía de necesidades [de Maslow].” Diamond brinda un ejemplo excelente del siglo XIX:

“Un ejemplo temprano específico de dinamismo innovador que mejora los empleos, se dio cuando el querosén reemplazó al aceite de ballena en la iluminación de alta calidad. Recolectar el aceite de esperma requería de días raspando dicha esperma de la cavidad craneal del cuerpo en descomposición de una enorme ballena. El trabajo en los campos petroleros estaba lejos de ser perfecto, pero, era mucho mejor que trabajar en las cavidades craneales en descomposición.”

Similarmente, construir y reparar refrigeradores es un trabajo mejor y más pagado que el trabajo peligroso de recoger hielo (dangerous work of harvesting ice) bajo temperaturas brutales.

Si el progreso continúa, aquellos que vivan en el futuro, usando la métrica de nuestra época, podrán escribir acerca de las condiciones laborales y las horas de trabajo “deplorables” de hoy. El capitalismo ha sido la gran maquinaria de una prosperidad no imaginada y de mejoras jamás soñadas en las condiciones de los trabajadores.

Barry Brownstein es profesor emérito de economía y liderazgo en la Universidad de Baltimore. Es autor de The Inner-Work of Leadership [The Inner-Work of Leadership]. Para recibir los ensayos de Barry, suscríbase en Mindset Shifts.