NUESTRO ZOMBI ESTATAL

Por Jorge Corrales Quesada


De acuerdo con la Real Academia Española un zombi es “una persona que se supone muerta y reavivada por arte de brujería con el fin de dominar su voluntad.” Francamente pensé inicialmente que nosotros, en nuestro medio, habíamos descubierto -a lo que sé- el primer zombi no humano, sino institucional. Un ente del estado que todos hemos visto o creído como muerto, pero que, por algún arte hechicero, seguía viva. Hasta aquí el CNP me calzaba como el alfa de los zombis institucionales domésticos, más allá de esos “seres humanos” cansinos de las películas de miedo. Esto porque el ente no hacía nada desde hace mucho tiempo, no tenía utilidad alguna para su existencia, simplemente estaba allí, exánime, pero caminaba entre brumas presupuestarias y por toda la magia que los políticos podían insumirle.

Eso sí, aparecía de pronto en escena, como si estuviera vivo: se levantaba de su tumba en la memoria, para hacer algo que sorprendiera a esos humanos llamados contribuyentes, que son quienes, sin saberlo, pagaban para que emergiera desde el más allá. Algunos lo veían desplazarse, como sin rumbo, pero abriéndose paso entre despojos y hedores, como era el ambiente en que proliferaba, en el que parecía vivir. Y claro, ello no lo hacía sin asustar a esas terrestres víctimas inesperadas del resucitado, quienes, al ver al comensal viviendo de sus recursos, quedaban paralizadas por la vida infundida y ordenada por la taumaturgia de los dioses olímpicos del gobierno.

Para que el zombi siguiera con vida, tenía que seguir siendo alimentado, como Cronos devorando a sus hijos, ante lo cual los brujos dieron la orden con su varita mágica, que algunas otras dependencias del estado deberían comprar los alimentos que necesitaran a la institución zombi, aunque fueran más caros, no los entregaran a tiempo o de menor calidad que los que otros arrogantes competidores humanos se atrevían a ofrecerles. La orden era clara: tenían que seguir dándole ambrosía al zombi, para que pueda seguir con vida, como aquellos antiguos dioses griegos. No importaba si los suministros eran para alimentar a niños en hospitales o centros de nutrición infantil o en presiones o a policías en sus delegaciones. Lo importante era generar alimento para el zombi, aunque terminara siendo un simple intermediario de aquellos humanos que osaban a producir más barato en los campos. Claro, todo envuelto de justicia social, pues ese es el ethos del dueño del zombi: favorecer a los pequeños y medianos humanos que les suplían los bienes que terminaban siendo alimento para el zombi (aunque, en la realidad, esa “justicia” no solo era porosa, sino, también, por lo general, pura habladuría ante los oídos de los contribuyentes).

Lamentable, el zombi era insaciable: en el lenguaje contable, gastaba mucho, pero mucho, más que lo que le entraba. No era suficiente con la obligación de alimentarlo, pues, en su proceso de vivir a medias, gastaba más energía que la que obtenía y las pérdidas afloraron cada vez mayores.

Se ha sugerido que se venda algo de lo material que el zombi posee (alguna tumba o alguna lápida, me imagino) para poder darle más tiempo de vida al zombi, pues está dando síntomas de la fragilidad de los mortales vivientes, a pesar de su existencia milagrosa -y porque algún devorador está presto a adquirir el cenotafio, pues sirve para su monopolio. Pero, eso tan sólo atrasaría el regreso definitivo del zombi a su sepulcro eterno.

Tal vez algún ser humano tenga piedad y le dé el merecido descanso al muerto en vida, para que así sólo siga viviendo en la memoria de esos humanos “despiadados” que no quieren seguir alimentando (eso sí, con sus impuestos) al frágil zombi. Estoy seguro de que, de hacerlo, dichos humanos sentirían alivio en su consciencia y bolsillo, pues tienen un mejor uso que hacer con ambos.

Esto a propósito del artículo de La Nación del 28 de setiembre, titulado “Pérdidas del CNP reviven debate sobre su futuro.”

Publicado en mis sitios de Facebook, Jorge Corrales Quesada y Jcorralesq Libertad, el 13 de octubre del 2019.