Es algo extenso, pero su lectura vale mucho la pena. Tómese su tiempo para asimilar la historia del fracaso del socialismo en tres naciones, Israel, India y el Reino Unido.

TRES NACIONES QUE INTENTARON EL SOCIALISMO Y QUE LO RECHAZARON

Por Lee Edwards

National Review
14 de octubre del 2019


Israel, India y el Reino Unido, cada uno de ellos, se liberó del estancamiento económico cambiando hacia políticas de libre mercado.

A los socialistas les encanta decir que el socialismo nunca ha fracasado porque nunca ha sido intentado. Pero, en verdad, el socialismo ha fallado en todos los países en que ha sido probado, desde la Unión Soviética, empezando hace un siglo, hasta tres países modernos que lo intentaron, pero, en última instancia, rechazaron al socialismo ̶ Israel, India y el Reino Unido.

Si bien había importantes diferencias entre el gobierno totalitario de los soviets y las políticas democráticas de Israel, India y el Reino Unido, todos estos tres últimos países se adhirieron a principios socialistas, nacionalizando las principales industrias y ubicando en manos del gobierno la toma de decisiones económicas.

El fracaso soviético ha sido bien documentado por los historiadores. En 1985, el secretario general Mikhail Gorbachev asumió el mando de un imperio quebrado en desintegración. Después de 70 años de marxismo, las granjas soviéticas no pudieron alimentar al pueblo, las fábricas fallaron en cumplir sus cuotas, la gente hacía filas por cuadras en Moscú y otras ciudades para comprar pan y otros artículos de primera necesidad y una guerra en Afganistán se prolongó sin un final, a la vez que se observaban las bolsas para cadáveres de jóvenes soldados soviéticos.

Las economías de las naciones comunistas detrás de la Cortina de Hierro estaban similarmente debilitadas, pues en alto grado funcionaban como colonias de la Unión Soviética. Sin incentivos para competir o modernizarse, el sector industrial de la Europa Oriental y Central se convirtió en un monumento a la ineficiencia y al desperdicio burocrático, en un “museo de la temprana era industrial.” Como en ese momento lo apuntó el New York Times, Singapur, una ciudad-estado de Asia de sólo 2 millones de personas, exportó más maquinaria hacia Occidente en 1987, que toda la Europa Oriental.

Y, con todo y eso, el socialismo todavía seducía a importante intelectuales y políticos de Occidente. Ellos no podían resistir el canto de sirena, de un mundo sin conflicto pues era un mundo sin propiedad privada. Estaban convencidos de que una burocracia podía tomar decisiones más informadas acerca del bienestar de las personas, que como podía hacerlo la gente como tal. Creían, junto con John Maynard Keynes, que “el estado es sabio y el mercado es estúpido.”

Israel, India y el Reino Unido, todos, adoptaron al socialismo como modelo económico posterior a, la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, el preámbulo de la constitución de India empieza con “Nosotros, el Pueblo de la India, habiendo resuelto solemnemente constituir a India en una República Democrática Secular Socialista Soberana…” Los colonos originales de Israel eran judíos de Europa del Este de la Izquierda, quienes buscaron y construyeron una sociedad socialista. Tan pronto como se silenciaron los cañones de la Segunda Guerra Mundial, el Partido Laborista de Gran Bretaña nacionalizó a toda industria importante y accedió a todas las demandas socialistas de los sindicatos.

Al principio, el socialismo parecía funcionar en países vastamente diferentes. Durante las dos primeras décadas de su existencia, Israel creció a una tasa anual de más del 10 por ciento, conduciendo a muchos a decir que Israel era un “milagro económico.” La tasa promedio de crecimiento del PIB de India, desde su fundación en 1947 hasta los años setentas, fue de un 3.5 por ciento, ubicando a India entre las naciones en desarrollo más prósperas. El crecimiento del PIB de Gran Bretaña promedió un 3 por ciento entre 1950 y 1965, junto con un crecimiento real de los salarios de un 40 por ciento, haciendo que Gran Bretaña fuera uno de los países más afluentes del mundo.

Pero, los planificadores del gobierno no fueron capaces de mantener el ritmo con una población creciente y la competencia del extranjero. Después de décadas de un crecimiento económico en declive y de un desempleo siempre creciente, todos los tres países abandonaron al socialismo y se voltearon hacia el capitalismo y el mercado libre. La prosperidad resultante en Israel, India y el Reino Unido, vindicó a los proponentes del libre mercado, quienes habían predicho que el socialismo fracasaría inevitablemente en suplir los bienes. Como lo hizo ver la primera ministra británica Margaret Thatcher, “el problema con el socialismo es que, con el tiempo, se acaba el dinero de las otras personas.”

ISRAEL

Israel es único, la única nación en donde el socialismo tuvo éxito ̶ por un tiempo. Los colonos originales, según el profesor israelita, Avi Kay, “buscaron crear una economía en donde las fuerzas del mercado fueran controladas para beneficio de toda la sociedad.” Guiados por un deseo de dejar atrás su historia como víctima de la penuria y el prejuicio, ellos buscaron una sociedad socialista orientada por los trabajadores. La población homogénea al inicio, de menos de 1 millón, diseñó planes centralizados para convertir al desierto en pastizales verdes y construir compañías eficientemente manejadas por el estado.

La mayoría de los primeros colones, señaló el académico de la American Enterprise Institute, Joseph Light, trabajaba ya fuera en granjas colectivas, llamadas kibbutzim, o en empleos garantizados por el estado. Los kibbutzim era pequeñas comunidades agrícolas, en donde la gente realizaba tareas a cambio de comida y dinero para vivir y pagar sus cuentas. No había propiedad privada, la gente comía en común y los niños de menos de 18 años de edad vivían juntos y no con sus padres. Cualquier dinero que se ganara afuera se entregaba al kibbutz.

Un jugador clave en la socialización de Israel fue la Histadrut, la Federación General de Trabajadores, suscritos al dogma socialista de que el capital explota al trabajo y que la única forma de impedir tal “robo” era dándole al estado el control de los medios de producción. Al proceder a sindicalizar a casi todos los trabajadores, la Histadrut obtuvo el control de casi todos los sectores económicos y sociales, incluyendo los kibbuttzim, la vivienda, el transporte, los bancos, el bienestar social, el cuido de la salud y la educación. El instrumento político de la federación fue el partido Laborista, que gobernó efectivamente a Israel desde la fundación de Israel en 1948 hasta 1973 y en la Guerra de Yom Kippur. En los primeros años, pocos preguntaron si se debería imponer algunos límites al papel del gobierno.

El desempeño económico parecía confirmar la aseveración de Keynes. El PIB real creció entre 1955 y 1975 en un asombroso 12.6 por ciento, colocando a Israel entre las economías que más rápidamente crecían en el mundo, con uno de los diferenciales en el ingreso más pequeños. No obstante, ese rápido crecimiento estaba acompañado por niveles crecientes de consumo privado con el paso del tiempo, aumentando la desigualdad en el ingreso. Había una demanda creciente de reforma económica, para liberar a la economía de la toma de decisiones centralizada en el gobierno. En 1961, quienes apoyaban la liberalización económica formaron el partido Liberal ̶ el primer movimiento político comprometido con una economía de mercado.

El “milagro económico” israelita se evaporó en 1965, cuando el país sufrió su primera recesión económica importante. El crecimiento económico se frenó y el desempleo se elevó tres veces entre 1965 hasta 1967. Antes que el gobierno pudiera intentar la acción correctiva, estalló la Guerra de los Seis Días, alterando el mapa económico y político de Israel. Paradójicamente, la guerra trajo una prosperidad a Israel que duró poco, debido a un gasto militar que aumentó y a un ingreso de trabajadores provenientes de nuevos territorios. Pero, el crecimiento económico dirigido por el gobierno estuvo acompañado de una acelerada inflación, que llegó a una tasa anual del 17 por ciento entre 1971 y 1973.

Por primera vez, hubo un debate público entre quienes apoyaban la economía de libre empresa y los que apoyaban los acuerdo socialistas tradicionales. Abriendo el camino hacia el libre mercado, estaba el futuro ganador del premio Nobel, Milton Friedman, quien urgió a quienes formulaban la política económica israelita, que “dejaran libre a su pueblo” y que liberalizaran la economía. La guerra de 1973 y su impacto económico reforzaron los sentimientos de muchos israelitas de que el modelo del partido Laborista no podía manejar los crecientes desafíos económicos del país. Las elecciones de 1977 le dieron la victoria del partido Likud, con su filosofía firmemente pro mercado libre.

Debido a que las raíces del socialismo en Israel eran tan profundas, la reforma verdadera procedía lentamente. A Friedman se le pidió que formulara un plan que moviera a Israel desde el socialismo hacia una economía de libre mercado. Sus principales reformas incluían menos programas gubernamentales; menos intervención gubernamental en las políticas fiscales, comercial y laboral; recortes en el impuesto al ingreso y la privatización. Se dio un gran debate entre funcionarios gubernamentales que buscaban la reforma y los intereses especiales que preferían el statu quo.

Entre tanto, el gobierno se mantuvo pidiendo prestado y gastando e impulsando la inflación, la que promedió un 77 por ciento entre 1978 y 1979 y llegó a un pico de 450 por ciento en 1984-1985. La porción del gobierno en la economía creció hasta en un 76 por ciento, mientras que los déficits fiscales y la deuda del país se disparó. El gobierno imprimió dinero por medio de préstamos del Banco de Israel, que contribuyó a la inflación al producir dinero.

Finalmente, en enero de 1983 estalló la burbuja y miles de ciudadanos y empresas privadas, así como empresas manejadas por el estado, enfrentaron la quiebra. Israel estuvo a punto del colapso. En ese momento crítico, un comprensivo presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, y su secretario de Estado, George Schulz, acudieron al rescate. Ellos les ofrecieron una donación de $1.5 miles de millones si el gobierno de Israel estaba de acuerdo con abandonar su libro de reglas socialistas y que adoptara alguna forma del capitalismo al estilo estadounidense, usando profesionales entrenados en los Estados Unidos.

La Histadrut se opuso fuertemente, no estando dispuesta a ceder su poder de décadas y a conceder que el socialismo era el responsable de los problemas económicos de Israel. Sin embargo, la gente ya había tenido lo suficiente con una inflación galopante y un crecimiento inexistente y rechazó la política de resistencia de la Histadrut. Aun así, el gobierno dudó, poco dispuesto a perder su capital político en una reforma económica. Un exasperado secretario Schulz le informó a Israel que, si no empezaba a liberar la economía, los Estados Unidos congelaría “todas las transferencias monetarias” al país. La amenaza funcionó. Oficialmente, el gobierno israelita adoptó la mayoría de las “recomendaciones” de libre mercado.

El impacto de un cambio básico en la política económica israelita fue inmediato y generalizado. En un año, la inflación se redujo de un 450 por ciento a sólo un 20 por ciento, un déficit del presupuesto desde un 15 por ciento del PIB se encogió hasta cero, el imperio económico y de negocios de la Histadrut desapareció junto con su dominio político y la economía israelita fue abierta a las importaciones. De particular importancia fue la revolución de Israel hacia la alta tecnología, la que condujo a un incremento del 600 por ciento en la inversión en Israel, transformando al país en un jugador principal en el mundo de la alta tecnología.

Hubo efectos colaterales inquietantes, como baches sociales, pobreza e inquietudes acerca de justicia social, pero la retórica y la ideología socialista, según Glenn Frankel, corresponsal en Israel del Washington Post, “han sido permanentemente retiradas.” El partido socialista Laborista endosó la privatización y la desinversión de muchas compañías de propiedad pública, que habían sido corrompidas por la práctica de contratar más trabajadores de los necesarios para hacer una tarea, por reglas laborales rígidas, contabilidades falsas, favoritismos y administradores incompetentes.

Después de una modesta expansión en la década de los noventas, el crecimiento económico de Israel ocupó las partes más altas de las listas del mundo en desarrollo durante la década del 2000, impulsado por una inflación baja y una reducción en el tamaño del gobierno. El desempleo era todavía demasiado alto y los impuestos absorbían un 40 por ciento del PIB, mucho de ello causado por la necesidad de tener un ejército grande. Sin embargo, los partidos políticos estuvieron de acuerdo en que no habría un retorno hacia las políticas económicas de los primeros años ̶ el debate es acerca de la tasa de una reforma de mercado más profunda. “El experimento más exitoso en socialismo del mundo,” escribió Light, “parece que resueltamente ha abrazado al capitalismo.”

INDIA

La aceptación del socialismo en India ya era fuerte mucho antes de la independencia, estimulada por el amplio resentimiento contra el colonialismo británico y la clase principesca dueña de la tierra (los zamindares) y por los esfuerzos del partido Comunista de India, establecido en 1921. Jawaharlal Nehru adoptó el socialismo como la ideología gobernante, al convertirse en primer primer ministro de India después de la independencia en 1947.

Por casi 30 años, el gobierno indio se adhirió a una línea socialista, restringiendo las importaciones, prohibiendo la inversión extranjera directa, protegiendo a las pequeñas empresas de la competencia de empresas grandes y manteniendo los controles de precios sobre una amplia variedad de industrias, que incluían al acero, cemento, fertilizantes petróleo y productos farmacéuticos. Cualquier productor que se excediera de su capacidad permitida, enfrentaba una posible prisión.

Como lo escribió el economista indio, Swaminathan S. Anklesaria Aiyar, “India era, tal vez, el único país en el mundo en donde mejorar la productividad… era un crimen.” Era una aplicación estricta del principio socialista, de que no se puede confiar en que el mercado produzca resultados económicos o sociales buenos. La desigualdad económica estaba regulada mediante impuestos ̶ la tasa máxima del impuesto al ingreso personal llegó a un asfixiante 97.75 por ciento.

Alrededor de 14 bancos comerciales se nacionalizaron en 1969; otros seis bancos los tomó el gobierno en 1980. Guiados por el principio de “autoabastecimiento,” casi todo lo que se podía producir domésticamente no podía ser importado, independientemente de su costo. Era el “cenit” del socialismo indio, que, aun así, falló en satisfacer las necesidades básicas de una población siempre creciente. En 1977 y 1978, más de la mitad de la población de India estaba viviendo por debajo de la línea de pobreza.

Al mismo tiempo, anota el economista indio-estadounidense, Arvind Panagariya, una serie de impactos externos sacudió al país, incluyendo una guerra con Paquistán en 1965, que vino luego de una guerra con China en 1962; otra guerra con Paquistán en 1971; sequías consecutivas en 1971-1972 y 1972-1973, y la crisis del precio del petróleo de octubre de 1973, que contribuyeron a un deterioro del 40 por ciento en el comercio internacional de India.

El desempeño económico entre 1965 y 1981 fue peor que aquel de cualquier otro momento del período post independencia. Como en Israel, la reforma económica se convirtió en un imperativo. La primera ministra Indira Ghandi había llevada su agenda de política tan a la izquierda como le fue posible. En 1980, el partido del Congreso ganó una mayoría de dos tercios en el Parlamento y Ghandi adoptó, por fin, un curso más pragmático, no ideológico. Pero, como con todo en India, la reforma económica procedió lentamente.

La marcha atrás, por partes, del socialismo que había empezado en 1975, continuó con una declaración de política industrial que permitía las empresas expandieran su capacidad, estimulando la inversión en una amplia gama de industrias e introduciendo la participación del sector privado en las telecomunicaciones. Una liberalización más profunda recibió un impulso fuerte bajo Rajiv Ghandi, quien reemplazó a su madre en 1984, después de su asesinato. Como resultado, el crecimiento del PIB alcanzó un estimulante 5.5 por ciento.

Bajo Rajiv Ghandi, la economía continuó triunfando sobre la ideología, quien estaba libre del bagaje socialista seguido por una generación previa. Su sucesor, P.V. Narasimha Rao, les puso fin a los permisos, excepto en sectores seleccionados y abrió las puertas para una inversión extranjera más amplia. El ministro de Finanzas, Manmohan Singh, redujo las tarifas desde un astronómico 355 por ciento a un 65 por ciento. Según Arvind Panagariya, “el gobierno había introducido suficientes medidas liberalizadoras para poner a la economía en el rumbo de mantener aproximadamente un 6 por ciento de crecimiento, en un base de largo plazo.” En efecto, el crecimiento del PIB de India alcanzó un máximo superior al 9 por ciento en el lapso 2005-2008, seguido de una caída a poco menos del 7 por ciento en el período 2017-2018.

Un desarrollo importante de las reformas económicas fue la notable expansión de la clase media de India. La revista The Economist estima que hay 78 millones de indios en la categoría de los grupos medios y altos de la clase media. Al incluir la clase media más baja, los economistas Krishnan y Hatekar calculan que la nueva clase media de India creció de 304.2 millones en el 2004-2005, a un asombroso 606.3 millones en el 2011-2012, casi la mitad de toda la población de India. El ingreso diario de las tres clases medias es, la media inferior, $2-$4; la media media, $4-$6 y la media superior, $6-$10.

Si bien esto es extremamente bajo comparado con los estándares de los Estados Unidos, un dólar ayuda mucho en India, en donde el ingreso anual per cápita es de $6.500, aproximadamente. Si tan sólo la mitad de la clase media inferior hace la transición hacia la clase media superior o a la del ingreso medio, eso significaría una clase media india de alrededor de 350 millones ̶ punto intermedio entre las estimaciones de The Economist y las de Krishnan y Hatekar. Una clase media tan enorme confirma la valoración de la Heritage Foundation, en su Índice de Libertad Económica, cual es que India se está haciendo una “economía de mercado abierto.”

En el 2017, India sobrepasó a Alemania al convertirse en el fabricante más grande del mercado de automóviles del mundo, y se espera que desplace a Japón en el 2020. Ese mismo año, India sobrepasó a los Estados Unidos en cuanto a ventas de teléfonos inteligentes, al convertirse en el segundo mercado más grande del mundo. Usualmente descrita como una nación agrícola, hoy India está urbanizada en un 31 por ciento. Con un PIB anual de $8.7 millones de millones, India califica como quinto en el mundo, detrás de Estados Unidos, China, Japón y Gran Bretaña. Nunca antes en la historia documentada, ha indicado el economista indio Gurcharan Das, tanta gente se ha elevado tan rápidamente.

Todo esto ha sido logrado porque los líderes políticos de India buscaron y adoptaron un mejor sistema económico -la libre empresa- después de aproximadamente cuatro décadas de un progreso irregular y una prosperidad desigual bajo el socialismo.

GRAN BRETAÑA

Ampliamente descrito como “el enfermo de Europa” después de tres décadas de socialismo, el Reino Unido tuvo una revolución económica en los años setentas y ochentas, debido a una persona notable ̶ la primera ministra Margaret Thatcher. Algunos escépticos dudaron que ella pudiera lograrlo ̶ en ese entonces el Reino Unido no era más que una sombra de lo que una vez fue un próspero mercado libre.

El gobierno era dueño de las empresas manufactureras más grandes, en industrias como el automóvil y el acero. Las tasas más elevadas de impuestos al individuo eran de un 83 por ciento del “ingreso ganado” y de un 98 por ciento sobre el ingreso proveniente del capital. Gran parte de las viviendas era propiedad del estado. Durante décadas, el Reino Unido había crecido más lentamente que las economías del continente. Gran Bretaña ya no era más “grandiosa” y parecía destinada al basurero económico.

El mayor obstáculo para la reforma económica eran los poderosos sindicatos, a los que desde 1913 se les había permitido gastar los fondos sindicales en objetivos políticos, tales como controlar al partido Laborista. Los sindicatos inhibían la productividad y desalentaban la inversión. Entre 1950 y 1975, los registros de inversión y productividad del Reino Unido eran los peores de cualquier otro país industrial importante. Las demandas sindicales elevaron el tamaño del sector público y los gastos del gobierno a un 59 por ciento del PIB. Las demandas de salarios y beneficios por parte del sindicalismo organizado, condujeron a paros continuos que paralizaban el transporte y la producción.

En 1978, el primer ministro laborista, James Callaghan, decidió que, en vez de realizar elecciones, él sería “un soldado” en la primavera siguiente. Fue un error fatal. Su gobierno enfrentó al legendario “invierno del descontento” en los primeros meses de 1979. Los trabajadores del sector público se fueron a la huelga durante semanas. Montañas de basura no recolectada se apilaron en las ciudades. Los muertos no fueron enterrados y las ratas corrieron por las calles.

La recién electa primera ministra conservadora, Margaret Thatcher, la primera mujer del Reino Unido que llegó a ser primera ministra, se enfrentó a lo que ella consideraba era su principal oponente ̶ los sindicatos. Se prohibieron los piquetes móviles, las tropas terrestres del conflicto industrial, que viajarían para apoyar la huelga en otro lugar, y ya no pudieron más bloquear las fábricas o los puertos. La votación para ir a huelga se hizo obligatoria. La obligación de todos los empleados de ser miembros de un sindicato para obtener un empleo, fue ilegalizada. La membresía sindical se cayó de un pico de 12 millones a fines de los años setenta, a la mitad de eso para fines de los ochentas.

“Es ahora o nunca para [nuestras] políticas económicas,” declaró Thatcher, “mantengámonos firmes.” La tasa máxima del impuesto sobre el ingreso personal se redujo a la mitad, a un 45 por ciento, y se abolieron los controles cambiarios.

La privatización fue una reforma básica para Thatcher. No sólo era esencial para mejorar la economía, sino que “era uno de los medios centrales para revertir los efectos corrosivos y corruptores del socialismo,” escribió ella en sus memorias. Por medio de la privatización, que conduce a la propiedad más extendida de miembros del público, “el poder del estado es reducido y el poder de la gente ampliado.” La privatización “está en el centro de cualquier programa que reclame espacio para la libertad.” Ella era tan buena como lo era su palabra, al vender propiedades del gobierno, como aerolíneas, aeropuertos, servicios públicos y empresas telefónicas, de acero y petroleras.

En la década de 1980, la economía británica creció más rápido que cualquier otra economía europea, excepto España. La inversión de las empresas en el Reino Unido creció con mucha mayor rapidez que cualquier otro país, excepto Japón. La productividad creció con mayor velocidad que en cualquier otra economía industrial. Unos 3.3 millones de nuevos empleos se crearon entre marzo de 1983 y marzo de 1990. La inflación cayó de un máximo del 27 por ciento en 1975 a un 2.5 por ciento en 1986. Entre 1981 y 1989, bajo un gobierno conservador, el crecimiento del PIB real promedió un 3.2 por ciento.

Al momento en que Thatcher dejó el gobierno, el sector de la industria propiedad del estado se había ido reducido en un 60 por ciento. Como lo narra en sus memorias, cerca de uno de cada cuatro británicos poseía acciones en el mercado. Más de 600.000 empleos habían pasado del sector público al sector privado. El Reino Unido había “establecido una tendencia mundial en privatización, en países tan diferentes como Checoeslovaquia y Nueva Zelandia.” Alejándose definitivamente de la administración keynesiana, el, en una ocasión enfermo de Europa, ahora florecía con una salud económica robusta. Ningún gobierno británico posterior, laborista o conservador, ha tratado de renacionalizar lo que Margaret Thatcher desnacionalizó.

CHINA

Entonces, ¿cómo explicar el impresionante éxito económico de la cuarta mayor economía, China, con un crecimiento anual del PIB de entre 8 y 10 por ciento desde los años ochentas a la actualidad? Entre 1949 y 1976, bajo Mao Zedong, China era un caso perdido, debido a la mala administración personal de Mao sobre la economía. En su persecución ávida de un socialismo al estilo soviético, Mao creó el Gran Salto hacia Adelante entre 1958 y 1960, que resultó en las muertes de, al menos, 30 millones y, tal vez, tantos como 50 millones de chinos, y creó la Revolución Cultural de 1966-1976, en la que murieron entre 3 y 5 millones de chinos adicionales. Mao dejó una China atrasada y profundamente dividida.

El sucesor de Mao, Deng Xiaoping, le dio vuelta a China en una dirección distinta, buscando crear una economía mixta en donde el capitalismo y el socialismo pudieran coexistir con el monitoreo y el ajuste constante de la mezcla apropiada, por parte del Partido Comunista. Durante las últimas cuatro décadas, China ha sido la maravilla económica del mundo por las siguientes razones:

Empezó su ascenso casi desde una base de cero, debido a la terquedad ideológica de Mao. Por décadas, se ha involucrado en el robo calculado de propiedad intelectual, especialmente de Estados Unidos. Ha tomado ventaja plena del globalismo y de su membresía en la Organización Mundial del Comercio, a la vez que ha ignorado las reglas establecidas contra esas prácticas, como el robo de propiedad intelectual. Ha utilizado los aranceles y otras medidas proteccionistas para obtener ventajas comerciales ante Estados Unidos y otros competidores.

Creó una clase media de unos 300 millones de personas, quienes disfrutan de una vida decente y, al mismo tiempo, constituyen un mercado doméstico considerable de bienes y servicios. Continúa usando trabajos forzados de los laogai, para que elaboren productos baratos para los consumidores, que se venden en Walmart y otras tiendas de Occidente. Permite que exista un gran mercado negro, pues miembros del Partido se benefician con las ventas.

Admite que inversionistas extranjeros compren capital de empresas chinas, pero el gobierno -esto es, el Partido Comunista- siempre retiene un interés mayoritario. Opera un total de 150.000 empresas propiedad del estado, que garantizan empleos para decenas de millones de chinos. Depende de la energía y experiencia de la gente más empresarial de todo el mundo, segunda después de los estadounidenses.

En resumen, la República Popular China fue un fracaso económico durante sus primeras tres décadas bajo Mao y el socialismo soviético. Empezó su surgimiento hasta llegar a convertirse en la segunda economía más grande del mundo, al abandonar al socialismo a fines de los setentas e iniciar su experimento con el capitalismo con características chinas, el cual, hasta el momento, ha sido exitoso.

Hay señales claras de que tal éxito ya no es más algo automático. China está experimentando una economía que crece más lentamente, es gobernada por un Partido Comunista dictatorial, pero dividido, aferrado al poder, enfrenta amplias demandas públicas para que garantice derechos humanos fundamentales y sufre de un medioambiente seriamente degradado. La historia sugiere que estos pueden ser resueltos mejor por un gobierno democrático regido por el pueblo, no por un estado autoritario de un partido único, que acude a la violencia en caso de una crisis, como lo hizo Beijing en la Plaza Tiananmen y está haciéndolo en Hong Kong.

CONCLUSIÓN

Tal como lo hemos visto en nuestro examen de Israel, India y el Reino Unido, el sistema económico que mejor funciona para el mayor número no es el socialismo, con sus controles centralizados, sus promesas utópicas y con el DDOG (dinero de otra gente), sino con el sistema de libre mercado, con su énfasis en la competencia y la empresariedad. Todos esos tres países intentaron el socialismo durante décadas y, finalmente, todos los tres lo rechazaron por la razón más sencilla ̶ no funciona.

El socialismo es culpable de una arrogancia fatal: Cree que su sistema puede llevar a cabo mejores decisiones para las personas, que lo que ellas pueden hacer por sí mismas. Es el producto resultante de un profeta del siglo XIX, cuyas profecías (como la desaparición inevitable de la clase media) han demostrado estar equivocadas, una y otra vez.

De acuerdo con el Banco Mundial, más de mil millones de personas se han sacado a sí mismas de la pobreza en los últimos 25 años, “uno de los logros humanos más grandes de nuestro tiempo.” De esos mil millones, aproximadamente 731 millones son chinos y 168 millones de India. El principal impulsor de esta salida de la pobreza es la globalización del sistema de comercio mundial. China debe la mayor parte de su éxito a la libertad económica ofrecida por Estados Unidos y el resto del mundo. La última edición del Índice de Libertad Económica de la Heritage Foundation, confirma la tendencia global hacia la libertad económica: Las economías calificadas como “libres” o “principalmente libres” disfrutan de ingresos cinco veces más altos que los ingresos de las “economías reprimidas,” como Corea del Norte, Venezuela y Cuba.

El milagro socialista de Israel terminó siendo un espejismo, la India descartó la ideología socialista y escogió un camino más orientado hacia el mercado, y el Reino Unido dio un ejemplo para el resto del mundo, con su énfasis en la privatización y la desregulación. Ya sea que estemos hablando acerca de las acciones de una nación agrícola de 1.3 miles de millones o del país que desencadenó la revolución industrial o de una pequeña nación del Oriente Medio, poblada por una de la gente más inteligente del mundo, el capitalismo todo el tiempo queda por encima del socialismo.

Lee Edwards es Compañero Distinguido del Pensamiento Conservador en el Centro de Principios y Políticas B. Kenneth Simon de la Heritage Foundation. Es autor de William F. Buckley Jr.: The Maker of a Movement, entre muchos otros libros acerca del movimiento conservador.