Palabras y consejos llenos de sabiduría.

LA ENVIDIA ES LA RAÍZ DE MUCHOS MALES MODERNOS

Por Lawrence W. Reed

Fundación para la Educación Económica
Sábado 21 de setiembre del 2019


A pesar de ser universalmente condenada, la envidia es ampliamente practicada.

No gustarle una persona debido al color de su piel, es racismo. Burlarse de alguien debido a su preferencia por el mismo sexo, es sexismo. Desaprobar gente por ser de orígenes extranjeros, es xenofobia. Tales manifestaciones de fanatismo, para una persona de paz, tolerancia y lógica, son vergonzosas e indefensibles.

¿Por qué?

El color, el sexo, la orientación sexual y el origen nacional no tienen nada que ver con el contenido del carácter de uno. Esa es una razón.
Otra es que los humanos no son una masa amorfa; cada individuo es un individuo único. Si uno va a ser juzgado, debería serlo por sus elecciones y comportamiento ̶ esto es, por sus propios pecados y virtudes y no por los pecados y virtudes de otros que simplemente comparten alguna similitud con aquel.

Una tercera razón es que apuntar con el dedo quita el enfoque hacia una mejora propia. Buscar chivos expiatorios no es el camino hacia el éxito, ya sea para personas o naciones. Eso es lo que los perdedores hacen.

UN CHIVO EXPIATORIO POLÍTICAMENTE ACEPTABLE

Pero, suponga que usted desprecia y busca penalizar una clase entera de personas por ser ellos ricos o exitosos. ¿Es eso fanatismo o es la base de una campaña política? Tristemente, es ambas cosas. Frecuentemente.

En segundo lugar, después de Trump – un individuo concreto cuyos pecados y virtudes podemos identificar ampliamente y hacerlo responsable de eso- el saco de boxeo número uno durante la campaña política es “el rico.” Son monótonamente demonizados por candidatos que compiten por su voto y afecto y que dependen de su ignorancia y miopía.

Expresar desagrado hacia “los pobres” como un grupo de ingresos, sería tanto impopular como estúpido. Todos sabemos que dentro de los pobres existen ambos, gente buena y mala. Algunos son pobres sin tener la culpa y poseen una naturaleza personal fuerte. Otros son pobres debido a malas elecciones y un mal comportamiento enraizado en un carácter pésimo. Con seguridad queremos determinar la diferencia y, de acuerdo con ello, basar nuestros juicios y reacciones.

Escuchen con cuidado los “debates” presidenciales y verán fácilmente una perspectiva diferente en relación con los ricos. El fanatismo acerca de los ingresos está en pleno y orgulloso despliegue. Los candidatos no definen precisamente “al rico,” pero, esperan que usted piense que no forma parte de ellos. Se supone que usted es la víctima de los ricos, de forma que el político puede ser su salvador. El demagogo no le dice que él quiere tamizar al rico bueno del rico malo y tratarlos en función de ello. Él quiere perseguir a todos tan sólo por su riqueza.

Usted puede ser rico porque se robó algo o usó sus conexiones políticas para obtener favores especiales, o podría ser rico como la mayoría de los ricos; esto es, porque creó y edificó algo; porque trabajó duro, por mucho tiempo y con inteligencia, por lo que usted hoy tiene; porque agregó un valor enorme para la sociedad; porque invirtió recursos inteligentemente; o porque en muchas ocasiones tan sólo entretuvo a 50.000 felices clientes dispuestos a pagar por conciertos. No importa cuál de ellos sea.

Cuando el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, declara con fuego en sus ojos que les “cobrará un infierno de impuestos a los ricos,” él quiere decir a todos ellos. Sus competidores, así como grandes grupos en sus audiencias, vitorean debido a la satisfacción perversa que derivan de sólo pensar acerca del castigo. Sugerir que “cobrar un infierno de impuestos” a cualquiera puede ser contraproducente para la filantropía, la creación de empleo o el crecimiento económico y rápidamente usted será el zorro hediondo en la fiesta del jardín, pues es el castigo lo que importa, no sus resultados.

LA ENVIDIA ES LA RAÍZ

Bienvenido a la fea palabra envidia, definida por el filósofo Immanuel Kant como

“… una propensión a ver el bienestar de otros con malestar, aún cuando ello no limita al nuestro. [Es] una reticencia a ver nuestro propio bienestar opacado por el de otro, debido a que la norma que usamos para ver qué tan pudientes somos, no es el valor intrínseco de nuestro propio bienestar, sino como se compara con aquel de otros. [Se] dirige, al menos en términos de los deseos de uno, a destruir la buena fortuna de otros.”

La envidia es casi tan vieja como el mundo en sí. Fue el motivo de Caín para matar a Abel. El profesor Paul Fairfield de la Universidad Queen’s en Ontario, lo describe (describes) como una animosidad “que lo devora desde su interior hacia afuera y que se esconde a sí misma detrás de una moralidad dudosa.” Viene de diversos tonos.

Por ejemplo, la versión menos dañina es cuando usted cuenta las bendiciones del otro tipo en vez de las propias, pero trata de lograrlas para sí pacíficamente ̶ mediante el intercambio o imitando las decisiones del exitoso. Un tipo más malicioso asume esta forma: Usted desprecia a alguien por quien es o por lo que tiene y logra un deleite personal al penalizarlo, con la esperanza de que usted se beneficiará de una u otra forma. Tal vez usted obtenga algo de sus cosas u obtenga poder al difamarlo.

El peor tipo de envidia se muestra cuando usted toma acciones para asegurarse que nadie jamás pueda poseer lo que la persona exitosa tiene, porque usted cree que la igualdad en la miseria es más virtuosa que la desigualdad, punto.

Tal vez el mejor libro del siglo XX acerca del tema fue Envy: A Theory of Social Behavior [La Envidia. Una teoría de la sociedad], del sociólogo austro-alemán Helmuth Schoeck, que apareció (appeared) a fines de los años sesenta. Schoeck notó que “atribuir ‘motivos humanitarios’ cuando el motivo es la envidia y su supuesto apaciguamiento, es un instrumento retórico favorito de los políticos.”

Es una táctica que los políticos han estado usando por años ̶ profundamente evidenciada al menos tan atrás como en las décadas finales y tristes de la vieja República Romana. No conozco momento alguno en la historia, en que el estímulo o práctica de una envidia extendida produjo otra cosa distinta a un mal resultado.

Con buenas razones, es contada como uno de los siete pecados capitales. No construye nada, excepto un poder estatal concentrado; destruye todo, desde el objeto de la envidia (por ejemplo, los ricos), hasta las mismas almas de los propios envidiosos.

LA ENVIDIA ES CARCOMA DE LOS HUESOS

Usted no tiene por qué creerme en esto. Hace varios miles de años, el décimo de los Diez Mandamientos nos advirtió acerca del pariente cercano de la envidia, “la codicia.” Muchos pasajes bíblicos, tanto del Viejo como del Nuevo Testamento, nos advierten contra ella, incluyendo los Proverbios 14:30 (Proverbs 14:30) (“El corazón apacible es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos”) y el Eclesiastés (Ecclesiastes) 30: 24 (“La envidia y la ira acortan la vida”).

Lo que sigue a continuación es una muestra representativa de sabiduría histórica acerca del tema, desde aquel entonces a través de los siglos.

El filósofo presocrático griego Demócrito observó que una sociedad libre y pacífica buscaría activamente desalentar la envidia.

“Las leyes no impedirían que cada hombre viviera de acuerdo con su inclinación, a menos que los individuos se hicieran daño entre sí; pues la envidia crea el inicio del conflicto.”

Séneca, el Joven, era un prominente pensador estoico romano y estadista del siglo I después de Cristo. Él se daba plena cuenta de que la envidia jugaba un papel clave en la desaparición de la República en el siglo previo:

“Es práctica de la multitud ladrarles a los hombres eminentes, tal como los perrillos lo hacen con los extraños.”

La envidia genera una lucha interna en tres etapas, según Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII. En la primera etapa, la persona envidiosa pretende difamar la reputación del otro; en la segunda etapa, la persona envidiosa recibe, ya sea “alegría ante la mala fortuna del otro” (si la difamación es exitosa) o “tristeza ante la prosperidad del otro” (si fracasa); la etapa final ve a la envidia convertirse en odio, pues “la aflicción provoca odio.”

Dante Alighieri, el poeta italiano y autor de La Divina Comedia, vislumbró a la envidia como “un deseo de privar a otros hombres de lo que es de ellos.” En su Purgatorio, el envidioso es castigado haciendo que sus ojos sean cosidos con una cuerda para cerrarlos “pues ellos obtuvieron un placer pecador al ver a otros siendo destruidos.”

Leonardo da Vinci el Hombre del Renacimiento por excelencia, escribió:

“La envidia causa heridas con acusaciones falsas, esto es, con infamia, una cosa que asusta a la virtud.”

En el siglo XVII, el ensayista inglés, Francis Bacon, condenó la envidia como una actitud enervante que conduce directamente a acciones deplorables:

“Un hombre que no es virtuoso en sí mismo, siempre envidia la virtud en otros. Dado que las mentes de los hombres o bien se alimentan de su propio bien o de la maldad sobre otros; y quien quisiera la primera, hará presa de la otra y quien está tan desesperanzado, en lograr la virtud del otro, buscará emparejarse, deprimiendo la fortuna de otro.”

Cien años después, el teólogo inglés Robert South hizo eco de Bacon.

“Acerca de la codicia, en verdad decimos que aparece tanto en el Alfa como en el Omega del alfabeto del demonio, y que es el primer vicio que se mueve para corromper la naturaleza, y que es el último en morir.”

Por la misma época, el famoso escritor de teatro Joseph Addison hizo la observación de que la gente envidiosa es usualmente gente infeliz.

“La condición del hombre envidioso es la más miserable empáticamente; no sólo es incapaz de alegrarse con el mérito o el éxito del otro, sino que vive en un mundo en donde toda la humanidad está en un complot contra [él].”

Cuando el francés Alexis de Tocqueville viajó por los Estados Unidos a principios de la década de 1830, halló que una de las fortalezas del país era que estaba enfocado en edificar cosas y personas en vez de derribarlas. Proféticamente, él predijo que, si la envidia se enraizaba, el resultado sería suicida.

“Tengo un amor apasionado por la libertad, la ley y el respeto por los derechos. La libertad es mi mayor pasión. Pero, a menudo uno encuentra en el corazón humano un gusto depravado por la igualdad, lo cual impulsa a que el débil lleve al fuerte hacia abajo a su nivel, y reduce a los hombres a preferir la igualdad bajo la servidumbre que la desigualdad en libertad.

La igualdad es un lema basado en la envidia. Significa en el corazón de todo republicano: ‘Nadie va a ocupar un sitio superior al mío.’”
Theodore Roosevelt se consideró a sí mismo como un “progresista” de su época (fines del siglo XIX y principios del XX), pero entendió lo que la mayoría de los “progresistas” de hoy no entienden: esto es, que la envidia es la raíz de mucha maldad.

“Probablemente el daño más grande causado por una riqueza amplia es el daño que nosotros, los de medios moderados, nos hacemos a nosotros mismos, al dejar que los vicios y el odio entren profundamente dentro de nuestras propias naturalezas.”

La filósofa y novelista Ayn Rand fue una atea declarada quien nunca afirmaría que la envidia es mala porque Dios así lo dice. Pero, ella ciertamente consideró a la envida como mala y destructiva. Ella lo igualó con “odio hacia lo bueno,” por lo que dio a entender “odio hacia una persona por tener un valor o virtud que uno considera como deseable.”

“Si un niño quiere obtener buenas calificaciones en la escuela, pero no puede, o no quiere alcanzarlas y comienza a odiar a los niños que sí las alcanzan, ese es el odio del bien. Si un hombre se refiere a la inteligencia como un valor, pero está preocupado por dudas sobre sí mismo y comienza a odiar a los hombres que sabe que son inteligentes, ese es el odio del bien.”

Robert Barron es obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Los Ángeles y fundador de la popular organización ministerial católica Word on Fire. Desde su punto de vista:

“La envidia es un pecado mortal. Se refiere a la tristeza ante la vista de los bienes del otro y al deseo inmoderado de adquirirlos para uno, incluso injustamente. Cuando desea un daño grave a su vecino es un pecado mortal: San Agustín lo vio incluso como un ‘pecado diabólico.’ [En palabras de San Agustín], ‘De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría ocasionada por el infortunio de un vecino y el disgusto por su prosperidad.”

SACANDO DE RAÍZ A LA ENVIDIA

Sería fácil suplirle al lector mil citas más acerca del tema de la envidia. La cosa difícil es encontrar alguien que la defienda. La ironía es esta:
A pesar de ser universalmente condenada, la envidia es ampliamente practicada. Ayn Rand bautizó a nuestros tiempos como una “Edad de la Envidia.”

Busque en su consciencia. Si usted encuentra a la envidia dentro de ella, elimínela antes que lleve a cabo su horrendo trabajo.

Lawrence W. Reed es presidente emérito y compañero senior Familia Humphreys de la Fundación para la Educación Económica y Embajador Ron Manners de la Libertad Global de la Fundación para la Educación Económica. También es el autor de los libros Real Heroes: Incredible True Stories of Courage, Character, and Conviction y Excuse Me, Professor: Challenging the Myths of Progressivism. Follow on Twitter and Like on Facebook.