NO LO OLVIDEMOS

Por Alex J. Pollock

Ley y Libertad
6 de setiembre del 2019


El anterior secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Henry Paulson, el anterior presidente del Banco de Reserva Federal de Nueva York y anterior secretario del Tesoro, Timothy Geithner y el presidente previo de la Reserva Federal, Ben Bernanke.

Fannie Mae y Freddie Mc, tambaleantes en aquel entonces bajo el peso de enormes pérdidas de malos préstamos, fueron puestos el 6 de setiembre del 2008 bajo la curatela del gobierno ̶ hoy hace once años. En una ocasión considerados como financieramente dorados y políticamente invulnerables, fueron los ejes del gigantesco mercado financiero de la vivienda en los Estados Unidos. Pero, en el 2008, en vez de inspirar el temor y la admiración a los que estaban previamente acostumbrados, fueron humillados. “Oh, ¡qué caída fue esa, mis compatriotas! Ese fue un momento esencial en la intensificación de la crisis financiera del 2007-2009. Naturalmente, Fannie y Freddie fueron rescatadas por el ministerio de Hacienda de los Estados Unidos. A todos los acreedores se les pagó cada centavo a tiempo, aunque los accionistas comunes, desde el máximo al mínimo, perdieron un 99%.

En el aniversario de la llegada a la curatela de Fannie y Freddie, tomamos en consideración a Firefighting, la memoria instructiva y, a menudo, muy personal de la crisis y los propios papeles que en ella tuvieron los tres principales actores gubernamentales -Hank Paulson, en ese aquel secretario del Tesoro; Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal y Tim Geithner, presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York (y luego sucesor de Paulson como secretario del Tesoro).

Parafraseando las primeras líneas de la famosa Historia de Herodoto de la antigua Grecia, en que se usan los primeros nombres, así lo hacen en el libro. “Estas son las memorias de Hank y Ben de Washington y de Tim de Nueva York, que ellos publican con la esperanza de preservar del decaimiento a a memoria de lo que ellos han hecho, e impedir que las grandes y maravillosas acciones del Tesoro y de la Reserva Federal pierdan su debida fama de gloria; y, además, para que quede en el registro cuáles fueron las bases de sus acciones.” Esta memoria es capaz de leerse útilmente por generaciones futuras, si es que son lo suficientemente inteligentes como para estudiar la historia financiera.

La dimensión personal de esta descripción nos impresiona con la inevitable incertidumbre y la niebla que obscurece el entendimiento, para no mencionar las emociones y luego la exhaustación, que rodean a aquellos que deben actuar en una crisis. Al luchar por poner al día sus expectativas y tomar decisiones adecuadas para el colapso amenazante, a pesar de sus esfuerzos, continúan surgiendo desastres sorpresivos.

Tal como los autores reflexionan: “Ninguno de nosotros alguna vez estuvo seguro acerca de qué funcionaría, qué sería contraproducente o cuánto estrés sería capaz manejar el sistema.” Así, “Tuvimos que sentir nuestro rumbo en medio de la niebla, algunas veces cambiando nuestras tácticas, algunas veces variando nuestras mentes, con enorme incertidumbre.”

En parte, la incertidumbre generalizada refleja el hecho de que las crisis “son productos de las emociones y percepciones humanas, así como de los inevitables lapsos de los reguladores y formuladores de políticas humanos.” Y “los reguladores y los formuladores de políticas no son inmunes a esas manías. Los seres humanos son inherentemente susceptibles a la exuberancia irracional, tanto como a temores irracionales.” Este no es un pensamiento original, para quedar claros, pero ciertamente es uno exacto.

En una crisis, todos nos vemos enfrentados ante “la infinita extensibilidad y la colapsabilidad total del crédito.” Esta maravillosa frase es de Charles Kindleberger, en su clásico Manias, Panics, and Crashes [Manías, Pánicos y Cracs]. Pero, ¿cómo pueden saber aquellos que están en posiciones de responsabilidad cuando la colapsabilidad va a recaer sobre nosotros? Puede no ser fácil saberlo por adelantado.

“En la primera fase de cualquier crisis, quienes hacen políticas deben calibrar qué tan poderosamente responder a una situación que ellos no entienden en su totalidad,” dice el libro. Esto parece ser correcto, pero, muy delicadamente aseverado. Unas palabras más honestas habrían dicho “tienen que adivinar cómo responder a situaciones que ellos no entienden.” Mientras que adivinan, enfrentan este problema: “Los gobiernos que rutinariamente acuden al rescate ante la primera señal de un problema pueden crear… una especulación imprudente… Pero, infra reaccionar puede ser aún más costoso y más dañino que sobre reaccionar.” ¿Cuál debería ser? “Desafortunadamente, las crisis no se anuncian a sí mismas ya sea como fuegos de arbustos idiosincráticos… o como pesadillas sistémicas.” Así que, como describe el libro, “Quienes toman las políticas tienen que averiguarlo conforme suceden.”

Cuando se esforzaron por hacerlo, “Los tres de nosotros trabajamos juntos como un equipo durante la crisis, hablando entre sí todos los días, usualmente múltiples veces.” Y también conversando con muchos ejecutivos de las finanzas: “Algunas veces sólo necesitamos escuchar qué tanto temor hay en sus voces. Algunas veces, ellos profesaron confianza, algunas veces rogaban por asistencia. A menudo no sabían mucho acerca de los riesgos futuros. Teníamos que discriminar en medio de toda la confusión y el interés propio.” En general, “Quienes hacen las políticas no pueden confiar en todo lo que escuchan de participantes en los mercados.” Por supuesto.

De hecho, ¿en la palabra de quién se puede confiar? A los funcionarios del gobierno les preocupa decir la verdad acerca de sus temores pues puede desatar el mismo pánico que están tratando de evitar. “Cuando se pone serio, usted tiene que mentir,” dijo Jean-Claude Juncker acerca de este aspecto de la crisis en Europa. “El simple acto de defender públicamente [el] TARP (rescate financiero) implica algún riesgo,” escriben los autores. “Una retórica excesivamente alarmista podría terminar exacerbando el pánico.” No hay forma de escapar de este dilema.

He aquí la confesión de los autores: “Incluso en los meses inmediatamente previos, no previmos como se desenvolvería el escenario” ̶ o como se “desenredaría” sería mejor término. Eso no fue por ausencia de esfuerzo. “Todos nosotros antes de la crisis establecimos nuevos comités de riesgos y fuerzas de tareas dentro de nuestras instituciones, para tratar de enfocar la atención en amenazas sistémicas… pidiendo una administración de riesgos más robusta y humildad ante riesgos imprevistos.” Pero, “ninguno de nosotros reconoció cómo iba a caerse en una espiral fuera de control. Con toda nuestra experiencia en crisis, fallamos en anticipar la peor crisis de nuestras vidas.”

Esta experiencia conduce a los autores a una conclusión razonable: esa carencia de previsión es posible que se repita en el futuro. “Para nosotros,” musitan, “la crisis todavía parece que fue ayer,” pero, “los mercados tienen memorias cortas y, como lo ha demostrado la historia, largos períodos de confianza y estabilidad pueden” -yo diría que casi ciertamente lo hacen- “producir un exceso de confianza e inestabilidad.” Así que, “permanecemos preocupados ante el próximo incendio.” Esto es perfectamente sensato, aunque cansa el uso excesivo en el libro de la metáfora del “incendio.”

La previsión fallida y las crisis y pánicos financieros futuros son posibles o probables. Con esa expectativa y con sus experiencias abrasadoras, los autores creen que es esencial mantener los poderes de las autoridades y los rescates del gobierno. Esto incluye la habilidad de invertir en capital accionario del sistema financiero cuando de otra forma iría a la quiebra y deploran que la Ley Dodd-Frank haya recortado esos poderes.

Para corregir esto, “Washington necesita reunir el coraje para reponer el arsenal de emergencia con las herramientas que le ayudaron a terminar con la crisis del 2008 ̶ la autoridad para que los administradores de la crisis inyecten capital en los bancos, compren sus activos y, en especial, garanticen sus pasivos.” Hoy esto difícilmente sería popular con cualquier partido político, pues podría parecer que están favoreciendo salvar a grandes bancos. Aumentaría el riesgo moral, pero, también, reflejaría la realidad de que los funcionarios gubernamentales intervendrán en las crisis financieras futuras, tal como lo hicieron en las pasadas. “La mezcla actual de restricciones al arsenal de políticas de emergencia es peligrosa para los Estados Unidos,” concluyen los practicantes más prominentes de las acciones financieras de emergencia de nuestra época. Así terminan ellos su libro con su contribución al debate perpetuo de estar preparados para la intervención gubernamental versus crear el riesgo moral.

Mientras tanto, ellos han relatado una historia que, en el espíritu de Herodoto, merece su debido mérito de recordación.

Alex J. Pollock es compañero sénior distinguido del R Street Institute en Washington, D.C. y es autor de Finance and Philosophy: Why We Are Always Surprised (tal como lo fueron los señores Paulson, Bernanke y Geithner).