Segunda parte de tres acerca del rol que el economista desempeña en una sociedad libre y un excelente llamado a evitar ser el diseñador de las acciones que libremente toman los individuos al actuar. Para que, en especial el amigo economista, se sienta y lo lea con calma.

EL PAPEL DEL ECONOMISTA EN UNA SOCIEDAD LIBRE: DE FRIEDMAN A COASE

Por Peter J. Boettke
Library of Economics and Liberty

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5 de agosto del 2019


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, con letra subrayada, si es de su interés puede verlo en https://www.econlib.org/library/Colu...stsroleII.html

La Economía en manos de sus maestros es una crítica experta de la regla por experiencia. E incluso entre sus maestros, hay muchas visiones diferentes acerca del papel de la Economía.
̶ Pete Boettke

En mi artículo anterior (previous article), exploré el compromiso intelectual con la controversia de parte de los grandes pensadores de la economía, desde Ludwig von Mises a Frank Knight. En esta pieza, exploro las contribuciones de varios laureados con el Nobel en economía, enfocándose en sus exposiciones al recibir el premio, en relación con el tema del rol del economista en una sociedad libre.

FRIEDMAN Y STIGLER

En 1946, dos promisorios jóvenes economistas, Milton Friedman y George Stigler, publicaron un panfleto, “Roofs or Ceilings,” para la Fundación para la Educación Económica, en donde examinan críticamente la política de vivienda. Ellos concluyeron su ensayo con lo siguiente:

“Una nota final para el lector ̶ desearíamos enfatizar tan fuertemente como podamos, que nuestros objetivos son los mismos que los suyos: la distribución más justa posible de la oferta existente de vivienda y la más pronta reanudación de nuevas construcciones. El aumento en los alquileres que siguen a una remoción del control de los alquileres, no es una virtud en sí. No tenemos deseos de pagar alquileres más elevados, ni ver a otros obligados a pagarlos o ver a arrendadores obtener ganancias inesperadas. Aun así, urgimos que se remuevan los topes a los alquileres, pues, desde nuestro punto de vista, cualquier otra solución al problema de la vivienda involucra males aún peores.”

Al enmarcar su análisis de esta forma, Friedman y Stigler estaban siguiendo el mismo enfoque que Mises había planteado. [1] Trate como dados a los fines y analice críticamente la efectividad de los medios elegidos para lograr esos fines. Pero, la reacción al ensayo de Friedman y Stigler lo dijo todo. Intelectuales de la izquierda o bien lo ignoraron o lo rechazaron, y los intelectuales de la derecha lo condenaron por otorgar mucha autoridad moral a los valores igualitarios. Ambas reacciones ilustraron la situación difícil para los economistas, como lo discutió Frank Knight en su discurso ante la Asociación d Economistas Estadounidenses ̶ ¿por qué el disparate, en vez del sentido, es tan atractivo para los intelectuales en asuntos de política pública? Esto es especialmente dañino cuando, como señaló Mises en La Acción Humana (Human Action), “la historia económica constituye, sin embargo, un rico muestrario de actuaciones políticas que fracasaron en sus pretensiones, precisamente por haber despreciado las leyes de la economía.” En otras palabras, lo que está en juego es mucho y, en el caso de la política de vivienda que estaba siendo discutida por Friedman y Stigler, las consecuencias son graves y relativamente visibles.

Las reacciones a este episodio en las carreras de los dos académicos son instructivas. Friedman dedicaría más de sus esfuerzos para involucrar al público, convirtiéndose en uno de los principales intelectuales públicos del siglo XX, así como una superestrella en el mundo de la elite de economistas científicos. Stigler -estudiante de Knight- interpretaría diferente la lección y buscaría seguir las escrituras científicas que se deducen de la crítica de la economía como no científica. Pero, él nunca fue el intelectual público en que se convirtió Milton Friedman. Como escribe en una carta a Friedman en diciembre de 1948, “si a un científico puro -uno que sólo creé en las cosas demostradas- se le pregunta su opinión acerca de política, debe declinar responder ̶ y escuchar a sus intelectuales inferiores dar consejo sobre política. Por tanto, el papel del científico puro es terriblemente doloroso de asumir en Economía.” Esto se convierte en la máxima de Stigler; o bien los economistas pueden convertirse en predicadores o ellos llegan a ser economistas, y él creé que ellos tendrán una tarea casi imposible de ser ambas cosas. Así, la elección correcta por tomar es clara para el académico y científico. El economista como científico debe permanecer en silencio, aun cuando se estén vendiendo absurdos.

Stigler puede haber llevado esta posición un poco lejos y, al así hacerlo, perdió el propio análisis de medios y fines que es el activo de los economistas como críticos sociales. Insistiendo en que uno puede productivamente inferir intenciones con los resultados, cambia la posición del analista cuando la ley de consecuencias no previstas es desechada, y es negada la ineficiencia en la elección de medios con respecto a los fines. Se postula que, lo que sea, debe ser eficiente, pues si no lo es, entonces, las cosas ya serían diferentes. Así que esto significa que discutir acerca de elecciones de política, es discutir acerca de valores, aún cuando pretendamos que no sea así. Y, al hacerlo, eso significa que estamos predicando, no analizando.

Entonces, ¿cuál ha de ser preferido -un diálogo entre predicadores o una discusión profunda entre estudiosos de la civilización, acerca de los principios liberales de justicia y de la buena sociedad? Para regresar a Knight, la agenda intelectual en la segunda mitad del siglo XX puede resumirse como el esfuerzo de elaborar un nuevo liberalismo para la era de postguerra. Con la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, la civilización acaba de ver su inminente desaparición en el período 1930-1950, y tres cosas parecían ser necesarias para dar aire a un liberalismo nuevo y renovado, que valiera su nombre. Primero, era vital cultivar una apreciación por los principios económicos y la operación de la economía de libre mercado, así como sus limitaciones, como guías para el entendimiento. La forma económica de pensar tenía que ser practicada y enseñada efectivamente y eso empieza con enseñar la teoría de precios y en exponer las falacias populares. Segundo, un pueblo democrático necesitaba llegar a reconocer no sólo los beneficios, sino también las limitaciones, de las soluciones políticas para los problemas sociales. La inteligencia en la acción democrática puede resultar tan sólo por medio de un diálogo abierto y crítico -la democracia es esencialmente gobierno por medio de la discusión- y, así, el potencial del discurso fraudulento y las ventas políticas debe reconocerse como una amenaza para la sociedad libre y la aceptación de la naturaleza exploratoria de toda acción social. Lo que Knight, y más tarde James Buchanan, enfatizarían como el “absoluto relativamente absoluto” es componente esencial de cualquier discurso acerca de libertad y reforma dentro de una sociedad democrática. La búsqueda de la verdad en la ciencia es fundamental para la aventura, pero, la afirmación de alegatos de verdad en política son el camino hacia la tiranía, y constantemente debe resguardarse en su contra. Finalmente, según Knight, una sociedad libre requiere de individuos libres y responsables dispuestos a sobrellevar la carga de vivir y pensar, así que un liberalismo renovado debe acompañarse por una concepción independiente de la ética de la libertad. El acertijo de Knight era, como lo puso él, que no estaba claro que nuestra naturaleza humana fuera lo suficientemente adaptable y resistente para estar a la altura del desafío que demanda la liberación de la opresión de la regla autoritaria.

BUCHANAN Y COASE

Ese es un gran desafío. Pero, es un desafío que fue recogido por otros de esta misma tradición, como Buchanan y Ronald Coase, y eso les apartó de otros que prosiguieron la política pública de manera más directa. Ni Buchanan ni Coase buscaron diseñar el ambiente de políticas para promover políticas amistosas hacia el mercado. Ellos eran economistas de mercado pues, como Buchanan lo establecería famosamente en su ensayo “¿What Should Economists Do?,” [2] ellos estudiaban los mercados. Nada más ni nada menos. El proyecto Coase-Buchanan era uno que estudiaba las relaciones de intercambio y las instituciones dentro de las que ese intercambio tenía su lugar.

Buchanan, empezando en 1949, representó una desviación radical del consenso que emergía en el análisis económico del sector público. Aun cuando su análisis se afilaría durante las décadas siguientes, todos los elementos básicos de su último enfoque son ya evidentes en aquel ensayo temprano acerca de “The Pure Theory of Government Expenditure.” En particular, aquí Buchanan ya está trabajando en su crítica del “fisco,” que es un mítico planificador gubernamental unificado que escoge el nivel óptimo de imposición y gasto para reflejar las preferencias conocidas del orden político democrático y es guiado por la experiencia de los economistas. Simplemente, no hay una función estable de bienestar social que un planificador puede maximizar ̶ no existe un procedimiento para agregar la preferencia, no hay un planificador omnisapiente y benevolente y no hay teleología de la economía como un todo. El economista, llegaría enfatizar Buchanan, no tiene una posición privilegiada en el discurso político en una sociedad democrática.

La moderna economía del bienestar, insistió Buchanan, refleja una mentalidad elitista, de diseño, utilitaria, que debe rechazarse si es que vamos a lograr progresar en el área de la economía política. Evolucionó como lo hizo usando el supuesto de la omnisapiencia, como una resolución para las preguntas difíciles en economía política, pero eso “parece ser totalmente inaceptable.” El ejercicio de la economía neoclásica del bienestar social puede aseverar que brinda el fundamento para la buena sociedad, pero lo puede hacer sólo si se introducen diversos supuestos que conducen a que un modelo de teorización normativa sea un análisis positivo. Con las herramientas de la economía del bienestar moderna en su sitio, se supone que el economista observador supuestamente está empoderado para identificar aquellas posiciones que amplían el bienestar, independientemente del comportamiento individual de los agentes dentro del modelo, porque el planificador social benevolente y omnisapiente puede perfectamente predecir lo que de hecho los individuos escogerían, si fueran encarados con las circunstancias postuladas. En este ejercicio, la optimalidad y la eficiencia son definidas dentro de los confines de este ejercicio específico de modelado.

En vez de aceptar la presunción de omnisapiencia, Buchanan buscó sustituirla por la presunción de ignorancia. La idea de una presunción de eficiencia hace algo del trabajo de Buchanan en esta tarea de desafío de la sabiduría convencional. El economista que utiliza la noción de presunción de eficiencia retiene varias características del análisis de Pareto. El economista que observa formula juicios acerca de la “eficiencia” e intenta trasladar las preferencias individuales a acuerdos sociales alternativos. Esos deben entenderse como afirmaciones provisionales, no como precisas. Y, ellas se ofrecen tan sólo como hipótesis a ser analizadas en la arena de la acción colectiva, y no como elecciones definitivas de políticas. El economista no puede recomendar la política A por encima de la política B per se, debido a que sin recurso a una función de bienestar social objetiva y sin los supuestos que la acompañan de omnisapiencia y benevolencia, no hay base científica para tal juicio. Todas las discusiones acerca de políticas necesariamente nos mueven desde el reino de lo positivo a aquel de lo normativo, y sólo nos autoengañamos cuando no reconocemos esto explícitamente en nuestro trabajo en el área de la economía del bienestar. “Pero,” insiste Buchanan, “existe un papel positivo para el economista en la formación de política. Su tarea es aquella de diagnosticar situaciones sociales y presentar un conjunto de cambios posibles a los individuos que escogen.” Continúa Buchanan, “Él no recomienda la política A por encima de la B. Él presenta la política A como una hipótesis sujeta a ser evaluada. La hipótesis es que la política A probará, en efecto, que es Pareto óptima. La prueba conceptual es el consenso entre los miembros del grupo que escoge, no en mejoras objetivas en algún agregado social medible.”

A partir de esta perspectiva de Buchanan, al diseñar esa “evaluación” surgen dos puntos por enfatizar. Primero, que el cambio propuesto debe ir acompañado por un verdadero esquema de compensación. Segundo, que los cambios propuestos deben restringirse a cambios en las reglas estructurales bajo las que los individuos escogen e interactúan entre sí. La compensación es vital para este ejercicio, pues siempre habrá intereses creados en favor del statu quo y, como resultado, habrá un razonamiento motivado en el proceso de toma de decisiones colectivo. Buchanan no le atribuye ningún peso normativo al statu quo, como lo veremos; es simplemente el estado de inicio a partir del que debe empezar cualquier discusión acerca del cambio. Para asegurar la inteligencia en la acción democrática, el discurso entre partes razonables debe transformar al razonamiento motivado en indiferencia y, así, permitir que se construya el discurso meramente racional relacionado con el consenso. El trabajo del economista político, en criterio de Buchanan, “se completa cuando él ha mostrado a las partes involucradas que existen ganancias mutuas ‘con el intercambio.’ Él no tiene funciones en cuanto a sugerir términos específicos de los contratos dentro del propio rango de negociación.”

Ronald Coase también desafió la sabiduría convencional de la economía del bienestar, tal como se formuló en el siglo XX. Como él asevera en un ensayo “Saving Economics from the Economists” [Salvando a la Economía de los Economistas], [3]

“Crecientemente el gobierno se ve como la solución final a problemas económicos complejos, desde la innovación hasta el empleo. Así, la Economía se convierte en un instrumento conveniente, que el estado usa para administrar a la economía, en vez de ser una herramienta que el público dirige hacia la ilustración de cómo opera la economía… difícilmente está a la altura.”

El enfoque propio de Coase acerca del papel de los economistas en sociedad, deviene de su interpretación de la teoría de política económica de los economistas clásicos británicos. Él se encuentra en esa tradición de la Escuela de Economía de Londres de Edwin Cannan y Lionel Robbins, la cual es decididamente diferente del enfoque de Cambridge, ya sea de Alfred Marshall y Arthur Cecil Pigou, o de John Maynard Keynes, y de la moderna economía del bienestar. En su artículo en la revista American Economic Review, sobre “The Economics of Broadcasting and Government Policy,” Coase aseveró que:

“Yo enfatizaría que la creencia en la mano invisible no implica que el gobierno no tiene un papel que jugar en el sistema económico. Al contrario. Si, por lo general, es cierto que los hombres, en busca de su interés propio, actúan de manera que es beneficiosa para la sociedad, ello es, para citar a Edwin Canaan, ‘porque las instituciones humanas son arregladas de forma que obligan a que el interés propio funcione en direcciones en que será beneficioso.’ Nuestra tarea como economistas es ayudar a desarrollar y mejorar esas instituciones.”

Esto es equivalente al pensamiento de Buchanan acerca de la importancia de las reglas estructurales del juego o, como eventualmente lo veremos, al buen jardinero de Friedrich Hayek’s, cultivando un jardín vibrante, en vez de un ingeniero orquestando un milagro económico.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[1] Ver “The Role of the Economist in a Free Society: Mises to Knight.” 1 de julio del 2019.
[2] Por favor, también vea “What Should Economists Do? An Appreciation.” 4 de marzo del 2019.
[3] Ronald Coase. “Saving Economics from the Economists,” Harvard Business Review. Diciembre del 2012.

Este artículo es adaptado de una conferencia que dio el autor en la reunión regional de la Sociedad Mont Pelerin, en Dallas, Texas, entre el 17 y el 19 de mayo del 2019.

Peter J. Boettke es profesor de la Universidad de Economía & Filosofía de la Universidad George Mason, en Fairfax, Virginia, 22030.