LA VIDA ANTES DEL IMPUESTO AL INGRESO

Por Martin Litwak

Fundación para la Educación Económica
Viernes 5 de julio del 2019


¿Qué enseñanzas podemos aprender de la experiencia británica y estadounidense con el impuesto al ingreso?

Si alguien del siglo XVII resucitara, él o ella se sorprenderían, más que todo, por los medios de transporte y las herramientas de comunicación que usamos en la actualidad.

Probablemente, las cosas más familiares serían los hospitales y las escuelas.

Personalmente, pienso que hay algo que todavía sorprendería mucho más a una persona de esa época: el hecho de que los Gobiernos le quitan obligatoriamente a las personas las ganancias obtenidas.

De hecho, en contra de lo que mucha gente piensa, el impuesto a la renta es una “invención” reciente, creada -en la mayoría de los casos- como un impuesto de emergencia para lidiar con gastos extraordinarios, que luego sobrevivieron como una manera de financiar los déficits fiscales crecientes de los Gobiernos, crecientemente mal administrados, corruptos y endeudados.

Analizaremos dos ejemplos significativos.

EL REINO UNIDO

Después de siglos imponiendo impuestos específicos, excéntricos (por ejemplo, el impuesto a las chimeneas, el impuesto a las ventanas, el impuesto a la malta, entre otros), el Impuesto al Ingreso fue introducido primeramente por William Pitt en el Reino Unido (United Kingdom) en 1798 y empezó a ser cobrado en 1799. El objetivo no era financiar los gastos propios del Estado, sino las Guerras Napoleónicas.

En esa época, ningún otro país tenía un impuesto a las ganancias producidas por sus ciudadanos. Por ejemplo, los Estados Unidos (United States) sólo empezaría a cobrarlo, intermitentemente, 60 años más tarde y, definitivamente, en 1913.

El máximo no imponible en el Reino Unido a fines de los 1700, sería equivalente a £6.000, y la tasa máxima era de diez por ciento. Sólo el ingreso local era susceptible a impuestos, lo cual era muy lógico.

En ese tiempo, el impuesto a la malta cubría, aproximadamente, el diez por ciento del presupuesto del Gobierno.

Esta primera versión del Impuesto al Ingreso rigió sólo por tres años, pues fue anulado (lógicamente) al firmarse el Tratado de Paz de Amiens.

Henry Addington, quien siguió a Pitt en 1801 y que había eliminado el impuesto cuando se formó la paz con Francia, lo reestableció en 1803, cuando aparecieron nuevas dificultades en ese país. Se mantuvo en vigencia hasta la Batalla de Waterloo. Cuando de nuevo el impuesto fue anulado, todo documento que se refería a él fue quemado, debido al sentimiento de vergüenza asociado con haber establecido y cobrado este impuesto.

Entre 1817 y 1842, no hubo Impuesto al Ingreso en el Reino Unido o en país alguno.

Aunque él criticó al impuesto durante la campaña de 1841, el Primer Ministro Robert Peel lo reestableció en 1841, no para financiar una guerra, sino para cubrir el déficit del Gobierno.

Esta vez, el máximo no gravable fue de más del doble del previo y la tasa fue de alrededor del tres por ciento.

La Primera Guerra Mundial fue la excusa perfecta para aumentar las tasas, Así que, fueron aumentadas a un 17.5 por ciento en 1915, a 25 por ciento en 1916 y a 30 por ciento en 1918.

Para tener una idea del contexto, en esa época el único otro país con un impuesto al ingreso fueron los Estados Unidos, el cual, como se indicó arriba, fue establecido en 1913, con una tasa del 1 por ciento para los ingresos superiores a $20.000.

El sistema fue modernizado con el paso de los años, pero la tendencia creciente no fue disminuida, llegando a un notorio récord de 99.25 por ciento (sí, eso es correcto) durante la Segunda Guerra Mundial.

En contra de lo que uno podría creer, en las siguientes dos décadas hubo una ligera reducción, pero el impuesto permaneció por encima del 95 por ciento.

Durante las décadas de 1970 y 1980, hubo reducciones adicionales, pero no muy significativas.

Fue sólo a partir de la elección de Margaret Thatcher y al crecimiento y sofisticación aumentado de las jurisdicciones extraterritoriales cuando las tasas empezaron a declinar sustancialmente.

En 1988, por ejemplo, después de tres reducciones consecutivas, la tasa básica fue de 25 por ciento.

En la actualidad, esa tasa (la tasa básica) es todavía menor: 20 por ciento y la tasa máxima es de 40 por ciento.

Echémosle una mirada a lo que sucedió al otro lado del Océano Atlántico.

LOS ESTADOS UNIDOS

Aunque los Estados Unidos se independizaron del Reino Unido en 1776, después de un conflicto que precisamente surgió por un asunto de impuestos, no fue sino hasta 1861 cuando el país instauró su primer impuesto al ingreso. Y, tal como el Reino Unido, eso no se hizo para financiar los gastos ordinarios del Estado, sino la Guerra Civil.

En otras palabras, durante un siglo y 15 períodos presidenciales, el Estado estaba financiado sin necesidad de quitarles a los contribuyentes una parte de su ingreso. Todavía más, cuando finalmente se impuso, esos fondos no fueron usado para financiar los gastos originales, sino una guerra civil.

E incluso en una situación de emergencia (1862), la tasa estuvo entre un tres por ciento y un cinco por ciento, dependiendo del nivel de ingreso. Es decir, había sólo dos tramos fiscales, tal como hoy es el caso, por ejemplo, en Paraguay.

En 1872, el impuesto al ingreso fue anulado, básicamente debido a la presión de los contribuyentes, quienes lo consideraron una expropiación, al igual que la mayoría del Congreso.

En 1894, de nuevo se incorporó el impuesto al ingreso, pero, el año siguiente, cuando se decidió el caso 158 U.S. 601 (Pollock v. Farmers Loan & Trust Company), la Corte Suprema lo declaró inconstitucional. La fecha exacta del fallo fue el 20 de mayo de 1895, y el principal argumento puesto por la mayoría de los jueces era que el impuesto no era constitucional si no había una forma proporcional de distribuirlo entre los estaos que formaban la Unión, basado en un censo que se haría con ese fin. La decisión fue de cinco votos a favor y cuatro en contra.

En 1909, la creación de este impuesto se planteó de nuevo y en la elección presidencial de 1912, los tres principales candidatos -el presiente en ese momento, William H. Taft; el anterior presidente, Theodore Roosevelt y el candidato que eventualmente ganó, Woodrow Wilson- apoyaron la legalización del impuesto al ingreso.

LA ENMIENDA CONSTITUCIONAL NÚMERO 16

La Enmienda Constitucional número 16 se introdujo precisamente para lograr este objetivo. Paradójicamente, Wyoming -hoy uno de los estados en donde no residentes con frecuencia establecen sus consorcios en el exterior- fue el estado número 36 para aprobar la Enmienda, lo cual condujo al impuesto hoy vigente.

En particular, este Enmienda estableció que el Congreso tendrá el derecho de crear y recolectar impuestos sobre el ingreso, independientemente de la fuente de donde proceda, sin que lo distribuya entre los diferentes estados y sin necesidad de un censo.

Como se indicó antes, el tramo fiscal para la mayoría de la población era de una tasa del 1 por ciento.

Así que, ¿Cuándo fue que todo se complicó para los contribuyentes? Con el establecimiento de la Ley de Ingresos de 1918 (Primera Guerra Mundial), la cual elevó esa tasa a un 77 por ciento, una tasa que era el doble de aquella en el Reino Unido.

Lo siguiente puede observarse si se mira a la forma en que el sector público se ha financiado en los Estados Unidos:

  • Entre 1890 y 1920, todo el ingreso tributario provino del comercio internacional, en forma de aranceles de aduana.
  • Entre 1920 y 1940, la mayor parte del ingreso tributario provino del impuesto al ingreso de las empresas y de los aranceles a la importación; y
  • Entre 1940 y el año 2000, los aranceles de aduana tendieron a desaparecer y el impuesto al ingreso de las personas sobrepasó al impuesto al ingreso de las empresas.

PARAÍSOS TRIBUTARIOS, SELVA FISCAL

Como se señaló arriba, con el paso del tiempo, más y más países empezaron a adoptar este nuevo tipo de impuestos, en especial países con déficits crecientes.

Por ejemplo, Suiza lo impuso en 1840, Francia en 1872, España en 1900, Noruega en 1911, Russia en 1916, Canadá en 1918, Brasil en 1924 y Argentina en 1932.

Como resultado, los habitantes de esos países empezaron a buscar manera de evitar legalmente esos impuestos injustos, a menudo usando estructuras en jurisdicciones que continuaban considerando a esos impuestos como expropiatorios.

En ese contexto, los países que esperaban (y que esperan) cobrar ese impuesto (que no hace mucho tiempo ellos los habían considerado como no éticos) se volcaron contra el resto y les acusaron de constituir una “competencia fiscal injusta.”

En otras palabras, ellos cambiaron unilateralmente las reglas y luego atacaron a aquellos que simplemente mantuvieron el statu quo.

Posteriormente, se reunieron en pequeños carteles (por ejemplo, la OCDE, el G20 y otros) para brindar mayor legitimidad a aquellos alegatos. Es así como aparecieron las primeras “listas negras” de “paraísos tributarios,” y cómo se elevó la presión contra ellos.

Cuando se dieron cuenta de que esas organizaciones no estaban logrando sus objetivos, empezaron a usar otros argumentos, más aceptables por el público en general (lavado de dinero, financiamiento del terrorismo).

Las jurisdicciones extraterritoriales no fueron creadas para capturar las inversiones de los residentes fiscales de los otros países, sino que fue que esos otros países ahuyentaron a sus propios residentes fiscales, al crear impuestos (primero) sobre sus ingresos y (después) sobre sus activos, llevando la carga impositiva a límites insostenibles.

La realidad indica que el propio concepto de “paraíso tributario” fue creado por los países con impuestos elevados, los que no estaban en capacidad de competir, que trataron (injustamente) de lograr que los países más eficientes quedaran fuera de la competencia.

Como es lo usual, aquel que no quiere competir es el menos competitivo. Así que no es de extrañar.

LECCIONES APRENDIDAS

¿Qué lecciones podemos derivar de las experiencias británica y estadounidense?

Varias:

  • En primer lugar, existe la posibilidad de que los Estados se financien sin recibir fondos de los ingresos o de las entradas de sus habitantes (o al gravarlos).
  • En segundo lugar, hasta no hace mucho tiempo, todos los gobiernos estaban de acuerdo con que imponer impuestos sobre los ingresos o las entradas, era expropiatorio y, por tanto, sólo podía ser hecho en circunstancias extraordinarias. Imponer este tipo de gravamen era desaprobado y aquellos que fueron obligados a hacerlo, eran avergonzados.
  • Finalmente, si no fuera por la “selva fiscal” no habría “paraísos tributarios.” Si los países con elevados impuestos quisieran hacer “desvanecer” a los paraísos tributarios, deberían tratar de brindar la seguridad legal y reducir los impuestos, en vez de hacer cabildeo por medio de organizaciones multilaterales desacreditadas y decadentes, que es lo que ellos han venido haciendo durante décadas sin resultados.

Este artículo se reimprime con el permiso del Panam Post.

Martin Litwak es el fundador y gerente general de @UntitledLegal, una firma boutique de derecho, que se especializa en fondos de inversión y planificación de propiedad internacional, y la primera Oficina Legal Familiar en las Américas. Martin Litwak es autor del libro “How the wealthiest people protect their assets and why we should do the same” [Cómo protegen sus activos los más ricos: y por qué deberíamos imitarlos]