Un artículo para pensar, particularmente entre liberales.

UNA LIBERTAD COMPASIVA

Por Brent Orrell

Ley y Libertad
24 de julio del 2019


NOTA 1 DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, con letra subrayada, si es de su interés puede verlo en https://www.lawliberty.org/2019/07/2...ts-adam-smith/

NOTA 2 DEL TRADUCTOR: La palabra “symphatetic” en inglés tiene varias traducciones, Una es simpatía, que en Smith se interpretaría como que una persona es capaz de ponerse en el lugar de otro, aun cuando esto no le beneficia. Otra es compasión o lástima, que Smith señala en esa obra como una “emoción que experimentamos ante la miseria ajena, ya sea cuando la vemos o cuando se nos obliga a imaginarla de modo particularmente vívido.” Me inclinaré traducir aquí a “sympathetic” por la palabra compasión.

NOTA 3 DEL TRADUCTOR: La palabra liberal en los Estados Unidos, de donde es el autor, se usa para denominar a estatistas, término que usaré. Más compleja es la palabra conservador, que, si bien a veces se refiere a liberal clásico, a veces se trata de un defensor del estado de cosas. Mantendré el término conservador.

A principios de los años 2000, fui nombrado para que dirigiera el Center for Faith-Based and Community Initiatives (FBCI) en la administración de George W. Bush, del ministerio de Trabajo de los Estados Unidos. El FBCI tenía como objetivo ser la iniciativa emblemática de la política doméstica de esa administración, con el fin de nivelar la cancha en las áreas legal, regulatoria, administrativa y de financiamiento, entre el gobierno establecido y las agencias de servicios humanos sin fines de lucro y las “pequeñas secciones” de entidades sin fines de lucro, basadas en la comunidad y en pequeños vecindarios, incluyendo organizaciones afiliadas a religiones. La incorporación de grupos basados en la fe requirió una reformulación de los programas federales, que habían llegado a ser inhóspitos hacia grupos orientados por la fe.

Desde el principio, el equipo que trabajaba en la iniciativa en diversas agencias federales estaba preocupado por la oposición ideológica proveniente del servicio civil de carrera. Con el paso del tiempo, se hizo evidente que la oposición al proyecto provenía no de miembros de la burocracia permanente, los que, en muchos casos, estaban notablemente dispuestos a cooperar, sino de las filas de otros que habían sido nombramientos políticos.

Algunos de los así nombrados eran conservadores populistas opuestos a un gobierno grande, quienes se burlaban del “bienestar en esmoquin.” Los nombrados más explícitamente libertarios objetaban que la iniciativa era otro esfuerzo inútil de redistribución. En un caso extraordinario, un abogado que trabajaba propiamente sobre la iniciativa, intentó disuadirme de mi trabajo, dándome una copia de la novela juvenil distópica The Giver [El Dador]. El mensaje implícito parecía ser que el verdadero trabajo de la iniciativa estaba en asegurar el libre ejercicio de la religión, en vez de ayudar directamente al pobre, que era necesario para evitar la homogeneización social. Ocasionalmente, me encontré a mí mismo pensando (y algunas veces diciéndolo en voz alta,) “Los estatistas son nuestros oponentes; los libertarios son el enemigo.”

¿Injusto? Tal vez. El libertarismo, bien entendido, tiene más que recursos históricos y filosóficos adecuados para articular tanto una preocupación por los pobres, como una política adecuada contra la pobreza. Me conformo con el hecho de que muchos libertarios parecen estar relativamente desinformados acerca de las posibilidades plenas de su propia filosofía.

El año pasado me convencí de que un entendimiento más amplio y robusto del proyecto liberal clásico incorporado en la totalidad del trabajo de Adam Smith -The Theory of Moral Sentiments y The Wealth of Nations (La Teoría de los Sentimientos Morales y La Riqueza de las Naciones)- puede contener las semillas, si no es que a la paz, de tal vez un acercamiento o, al menos, de una apreciación mutua mayor. La visión de Smith, de la centralidad de la persona humana y de cómo los seres humanos se desarrollan, es el punto de inicio hacia la convergencia de ese conservadurismo-libertario. Este nuevo entendimiento sería reforzado por el concepto de “compasión” de Smith, como fuente tanto de la mutualidad e interdependencia atesorada por los conservadores como de las propiedades de un “orden emergente” tan valorado por los libertarios.

COMPASIÓN Y POBREZA

Hay tres pasajes claves en los Sentimientos Morales en que Smith despliega la motivación y el mecanismo primordial por el que los humanos se adaptan a la vida social, incluyendo la participación en los mercados. Pienso que muchos se verían sorprendidos porque los Sentimientos Morales, que es fundamento de todo el pensamiento de Smith, empieza con un llamado hacia el altruismo humano:

“Por más egoísta quiera suponerse al hombre, evidentemente hay algunos elementos de su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros, de tal modo, que la felicidad de éstos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, a no ser el placer de presenciarla.”

Pese a Ayn Rand, el pensador que fundó al liberalismo clásico y los mercados libres no sólo no rechazó el sentimiento hacia los demás y la preocupación por otros, sino que él creía que ello era inevitable, construido dentro de nuestra propia naturaleza, y necesario para nuestro propio bienestar.

Smith continúa describiendo lo que hoy la neurociencia entiende que es la función de “espejo” de las neuronas, que son los medios por los que los seres humanos establecen y desarrollan relaciones estables con otros y logran un balance psicoemocional al interior de ellos.

“De ser posible que un hombre viviese en algún lugar solitario hasta llegar a la edad viril, sin que tuviese comunicación alguna con otros hombres, tan imposible le sería pensar en su propia índole, en la propiedad o el demérito de sus sentimientos y de su conducta, en la belleza o deformidad de su propia mente como en la belleza o deformidad de su propio rostro. Todos estos son objetos que no puede fácilmente ver, que naturalmente no mira, y respecto de los que carece de espejo que sirva para presentárselos a su vista. Incorporadlo a la sociedad, e inmediatamente estará provisto del espejo del que antes carecía. Es colocado frente al juicio y comportamiento de aquellos con quienes vive -que siempre registran cuando comparten o reprueban sus sentimientos-, es ahí donde por primera vez verá la conveniencia o inconveniencia de sus propias pasiones, la belleza o deformidad de su propia mente Para un hombre que desde su nacimiento fuese extraño a la sociedad, los objetos de sus pasiones, los cuerpos externos que le agradasen o molestasen ocuparían el total de su atención. Las pasiones mismas, los deseos y las aversiones, los goces y los pesares que tales objetos excitase cuan cuando fueron, de todas las cosas, lo más inmediatamente presente para él, difícilmente serían objeto de sus reflexiones, El pensar en ellos nunca podrían interesarle lo bastante como para ocupar atenta consideración. La consideración de su alegría no podría excitar internamente una nueva alegría, ni la de su aflicción una nueva aflicción, aun cuando la consideración de las causas de esas pasiones puede muy a menudo excitar ambas. Incorporadlo a la sociedad, y todas sus pasiones se convertirán inmediatamente en causas de nuevas pasiones. Advertirá que los hombres aprueban algunas y repugnan otras. En un caso se sentirá exaltado, deprimido en el otro; sus deseos y aversiones, sus alegrías y pesares, con frecuencia se convertirán en causa de nuevos deseos y nuevas aversiones, nuevas alegrías y nuevos pesares, y por ello, ahora le interesarán profundamente y con frecuencia ocuparán su más atenta consideración.”

En el pasaje final, Smith describe lo que sucede cuando esta acción de espejo forma el carácter humano y las condiciones de su natural sociabilidad.

“El hombre naturalmente desea, no solo ser amado, sino ser encantador; o ser aquello que es el objeto natural y propio del amor. Naturalmente teme, no solo a ser odiado, sino a odiar; o ser aquello que es el objeto natural y propio del odio. Él desea, no solo alabanzas, sino alabanza; o ser esa cosa que, aunque no debe ser alabada por nadie, es, sin embargo, el objeto natural y apropiado de la alabanza. Teme, no solo la culpa, sino también la censura; o para ser aquello que, sin embargo, nadie debe culpar, es, sin embargo, el objeto natural y propio de la culpa.”

Smith luego desarrolla su concepto del “espectador imparcial” o del “hombre dentro del pecho” quien está, en todo momento, juzgando nuestras respuestas psicológicas y emocionales a nuestros sentimientos. Nuestro deseo tanto de ser amado por otros como de ser visto como encantador, regula nuestros deseos, relaciones y acciones. En otras palabras, la compasión y el espectador imparcial son el corazón que late del orden que emerge. Por medio de la compasión y los juicios del espectador imparcial, los seres humanos son guiados a través de sus vidas sociales, incluyendo su participación en los intercambios del mercado, lo que articula en su Riqueza de las Naciones. Se deduce, entonces, que las condiciones que alteran el mecanismo de la compasión y el espectador imparcial -traumas en edad temprana, estructuras familiares que se desmoronan y un desarrollo socio-emocional inadecuado- se pueden entender como los factores claves que conducen a colapsos en el desarrollo personal y de la comunidad.

UNAS POCAS CALIFICACIONES

La aseveración de Smith, de que sería imposible que una criatura humana creciera completamente aislada de compañeros humanos, es tanto verdadera como, en formas importantes, incompleta. En primer lugar, todo humano entra en el mundo en la condición que Smith describe como imposible: como una pizarra socialmente en blanco o, tal vez, como lo dijo en una ocasión Tom Wolfe, un negativo fotográfico que requiere de un revelado. Los niños deben incorporarse en la sociedad humana por medio de un proceso intensivo de “servicio y devolución,” que toma años, por el cual abandonan gradualmente su estado natural en favor de participar en la comunidad humana. Como afirma Smith, los medios para lograr esta membresía son los placeres y dolores de la compasión humana.

Pero, ¿qué sucede cuando se rompe el proceso del espejo social? El área de la epigenética -el estudio de los cambios en los organismos ocasionados por la modificación de la expresión genética, en vez la alteración del código genético en sí- nos está mostrando que un espejo social malo puede activar partes del código genético, que resulta en comportamientos personales y sociales negativos y en resultados mentales y físicos pobres (negative personal and social behaviors and poor mental and physical outcomes). Visto así, en la realidad, la naturaleza humana y la ruptura de un espejo compasivo, se combinan para formar el principio que subyace que es causa de pobreza multigeneracional, arraigada en el marco de la abundancia material de Occidente. Si este fenómeno es la verdadera fuente de la adicción, ruptura familiar y fracaso educativo, ¿que deberían hacer los formuladores de políticas?

LA TAREA CONSERVADORA: ES AGENCIA, NO AGENCIAS

Los conservadores tienen mucho que aprender de las ideas Smithianas acerca de la agencia personal y el desarrollo humano, que ayudarían a evitar la extralimitación de mucho del aparato contemporáneo antipobreza y reenfocarlo en los impulsos antropológicos incorporados en los procesos antropológicos consagrados en el intercambio compasivo y el espectador imparcial.

Necesita reconocerse que el pensamiento del Nuevo Trato y de la Gran Sociedad están plenamente integrados en el enfoque antipobreza de los Estados Unidos. Según Robert Caro, cuando Lyndon B. Johnson lanzó la Gran Sociedad, él les dijo a sus asesores, “Nada de subsidios.” Para evitar cargos de asistencialismo, deberían evitarse las transferencias en efectivo. En vez de ello, el programa se enfocaría en rehacer la vida interna de los individuos; los dólares de los impuestos federales se canalizarían por medio programas públicos y privados, que edificarían el capital humano de forma de que, quienes están en desventaja y aquellos que habían sido víctimas de racismo, podrían prepararse para participar en la corriente principal de la sociedad y la economía de los Estados Unidos. En su discurso de junio de 1965 en la Universidad Howard, Johnson planteó las bases teóricas de su intervención.

“Pero, la libertad no es suficiente. Usted no enjuaga las cicatrices de siglos diciendo: Ahora usted es libre de ir adónde usted quiera, y hacer lo que usted desea, y de escoger los lideres que a usted le satisfacen. Usted no toma a una persona quien, por años, ha estado totalmente lastrada por cadenas y le libera, llevándola al punto de salida de una carrera y luego le dice; ‘usted es libre de competir con todos los demás,’ y creer aún que usted ha sido totalmente justo.

Así, no es suficiente simplemente abrir las puertas de la oportunidad. Todo lo que nuestros ciudadanos deben tener es la habilidad para caminar a través de esas puertas.”

Los derechos civiles y los derechos al voto no fueron suficientes para sobreponerse a los legados de la esclavitud, de Jim Crow [Nota del traductor: leyes estatales y locales establecidas entre 1876 y 1965, que, por el mandato legal de “separados pero iguales,” propugnaban la segregación racial], y de pobreza crónica; se requería de una acción expansiva, organizada y dirigida federalmente, para construir la capacidad social y las habilidades necesarias para tener acceso a las nuevas oportunidad que se les presentaban. Este espíritu continúa hoy animando a la mayoría de los programas federales antipobreza, tanto en administraciones demócratas como republicanas, que pueden ser descritos como “una total reconstrucción moral.” Otra palabra para eso es “paternalismo.”

Desde la perspectiva Smithiana, estos intentos de una reconstrucción moral dirigida por el gobierno, son disparates. Smith sabía, sin el beneficio de imágenes cerebrales, que seres humanos social y emocionalmente capaces se construyen de abajo hacia arriba (es decir, desde el nivel del individuo, la familia y la comunidad) y de adentro hacia afuera (esto es, formando a las pasiones humanas en el toma y daca de la simpatía mutua). En la parla psicológica moderna, hablaríamos acerca de ese proceso en términos de apego, crianza y evitación de “experiencias adversas en la infancia,” que atenúan el desarrollo de la capacidad emocional-social. Una política Smithiana antipobreza se inclinaría a favor de apoyar la socialización o, al menos, no intervenir en ella indebidamente. Esta actitud tendería a moderar el optimismo excesivo acerca de la reconstrucción moral y a que se mire hacia formas de fortalecer las instituciones locales (por ejemplo, la familia y la sociedad civil) que son las más competentes para esta tarea vital. [1]

EL OJO SMITHIANO PARA LA PERSONA LIBERTARIA: ABRIENDO ESPACIO A LA COMPASIÓN

Si bien hay académicos de altos vuelos estudiando los Sentimientos Morales, cada vez es más rara la mención popular. No queda claro si es que el trabajo ha sido olvidado o si es considerado embarazoso entre quienes huyen del término “moral,” prefiriendo, en vez de ello, enfocarse en los escritos “puramente” económicos de su héroe.

Lo primero sería una pérdida recuperable, pero, lo último sería verdaderamente una lástima. No hay dos Adam Smiths -uno un conservador social retrógrado y el otro un paladín de la libertad y de los mercados libres- sino un solo hombre pensando en dos esferas entrelazadas. Ya sea que esté hablando acerca del individuo, la comunidad o la economía, Smith realmente está hablando de una cosa: de la naturaleza social de los seres humanos. Esta sociabilidad se expresa continuamente desde relaciones íntimas y amistades hasta la tendencia humana a “trocar, permutar e intercambiar,” que es el principal impulsor de la especialización y de estándares de vida crecientes. La función de la compasión/el espectador imparcial que él describe en los Sentimientos Morales, es, en menor grado, la “mano invisible” de la Riqueza de las Naciones. El orden emerge tanto dentro de las unidades de la sociedad -matrimonio, familia, comunidad- como lo hace en el mercado. Siempre que ocurre, este orden merece respeto, deferencia y apoyo, debido a que, cuando se altera, ya sea por accidente o por diseño, el aislamiento y la desesperanza tienden a afluir.

El efecto práctico de hablar y actuar como si los Sentimientos Morales nunca fue escrito, tiene dos serios inconvenientes. Primero, priva a los libertarios del acceso a una rica tradición de pensamiento acerca del desarrollo humano y la sociología, que los abre para la acusación que no tienen corazón. Además, cualquiera sea su orientación intelectual, muchos libertarios simplemente no piensan mucho acerca de los fundamentos morales de los mercados. Dado que Smith pasó la mayor parte de su vida adulta escribiendo y reescribiendo los Sentimientos Morales, y dado que sus ideas y conceptos animan la Riqueza de las Naciones, este parece ser un fracaso intelectual bastante significativo. Una mayor reflexión pública de libertarios acerca del “gran sociólogo” Adam Smith y la incorporación de los Sentimientos Morales en los marcos libertarios de formulación de políticas, puede reafirmar al movimiento como un modelo tanto ético como económico.

No obstante, el daño más amplio y más importante causado por la vía de este silencio, es cómo despoja a la política pública de ideas claves acerca de las razones para limitar y condicionar las intervenciones gubernamentales, en todos los niveles de la sociedad y de la economía. En Estados Unidos, programas como la Seguridad Social, el Cuidado Médico, la Ayuda Médica y los beneficios en efectivo para la nutrición, combinados con el crecimiento económico, han reducido la “pobreza en el consumo” (la privación en las condiciones materiales vividas en realidad) desde un 30 por ciento en 1964 a un 3 por ciento hoy en día. Pero, la pobreza no material -nacimientos fuera de matrimonio, divorcio, fracaso educativo, adicción y crimen y encarcelamiento, los que residen más cerca del corazón del proceso de compasión de Smith- ha persistido y crecido. Ideas de los Sentimientos Morales pueden ayudarnos a entender el fracaso del modelo de la Gran Sociedad en las intervenciones individuales y a nivel de la comunidad, como una expresión del “problema del conocimiento” que plaga a la planificación central en lo económico: estos programas son inefectivos pues carecen del entendimiento detallado de las circunstancias locales y de las preferencias individuales requeridas cuando el juicio de los burócratas sustituye a los juicios y la motivación de los individuos.

LLEGA LA HORA DE LA VERDAD CON EL “PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO”

Hace unos años, le pregunté a un amigo, quien había pasado una carrera supervisando y revisando evaluaciones de las intervenciones de servicios sociales, a qué había sumado todo eso. La respuesta fue breve y desagradable, “Nada funciona.” Si bien puede haber programas y prácticas que parecen funcionar para algunas poblaciones, el peso abrumador de la evidencia disponible es que las intervenciones dirigidas a rehacer comportamientos, tienen poca o ninguna evidencia de efectividad. Aún más, no es extraño que, en estudios de ensayos controlados aleatorios, grupos de control (aquellos seleccionados para no recibir la intervención que está siendo probada) resulten bien y ocasionalmente mejor que individuos que reciben el tratamiento. Un investigador trabajando en programas de justiciar criminal, expresó una profunda preocupación acerca del fenómeno de que “nada funciona”: en prueba tras prueba en que se valoraban diversos enfoques de reinserción coordinada e intensiva, hacer nada parecía ser tan efectivo como los programas. Un efecto similar se notó en una reciente evaluación de diferentes enfoques de ayuda a familias sin hogar: los subsidios directos para vivienda se desempeñaron mejor que subsidios intensivos que se combinaban con servicios envueltos a su alrededor. Si aplicamos a la política social los estándares que usa la Administración de Alimentos y Drogas para aprobar nuevos medicamentos o procedimientos, muchos programas podrían etiquetarse como elíxires de curandería o del todo que se les niegue la licencia.

Un practicante de mucho tiempo en servicios sociales y políticamente progresista, Mauricio Miller, ha aceptado el desafío. En su libro The Alternative: Most of What You Think You Know About Poverty is Wrong, Miller afirma que la clave para mejorar la condición del pobre radica en estimular la autoayuda y el desarrollo propio. La Family Independence Initiative (FII) de Miller tiene una regla no negociable para su equipo: nada de ayuda. El papel del equipo del FII es monitorear los esfuerzos de las familias participantes cuando buscan la autosuficiencia por medio del inicio de un negocio, compra de casa o inversión en educación, y facilitar que se compartan los éxitos entre familias y comunidades participantes. Luego, el equipo estimula la inversión externa en aquellas familias que demuestren tener iniciativa.

El libro de Miller se basa en una teoría de la “desviación positiva,” en la que individuos, familias y comunidades exitosas brindan la inspiración y los modelos prácticos a otros que están buscando mejorar lo suyo. Sin ser la intención, su enfoque es Smithiano en su esencia: edifiquen individuos y familias, vecindarios y comunidades desde abajo hacia arriba, desde lo interno hacia lo externo, reviviendo modelos positivos de sociabilidad humana y descansando en la ayuda propia y la mutualidad, con dosis de capital de inversionistas providenciales, para expandir y acelerar el progreso. Este es un modelo que debería ser atractivo para el espectro conservador y brindar un punto de convergencia hacia la reforma social, que empezaría a movernos más allá del paternalismo de la Gran Sociedad.

UN CAMINO COMPASIVO HACIA ADELANTE

Para estar totalmente claros, no estoy ofreciendo un consejo de desánimo o sugiriendo una renovación total del sistema de bienestar social de la nación, basado en la idea de Smith. El “problema del conocimiento” es espada de doble filo. En sistemas complejos, no podemos estar seguros de los resultados de cualquier cambio propuesto. También creo que programas diseñados y puestos en práctica localmente, cercanos a las poblaciones que ellos sirven, puede lograr una diferencia significativa. Mi síntesis propuesta de conservadurismo-libertarismo simultáneamente tomaría en serio las consecuencias intermedias de pobreza de una formación social alterada y estimule la humildad acerca de lo que puede y debería hacerse para tratar de enfrentarla. Un primer paso para operativizar este entendimiento requeriría que todas las intervenciones de política social se examinen a través de los lentes del proceso de compasión y del espectador imparcial. Segundo, tal análisis se usaría para diseñar intervenciones antipobreza que apalanquen la agencia y responsabilidad personal, como elemento clave del programa. Finalmente, esos enfoques alternativos deberían evaluarse rigorosamente a la par de los programas existentes. Yo también estaría dispuesto a obligarme por los resultados de evaluaciones rigurosas de programas de modelos diferentes. ¿Lo estaría usted?

[1] Por supuesto, hay muchos ejemplos -como niños en peligro- en que la intervención directa del estado es obligatoria. No obstante, no debería serlo por defecto, incluso entre individuos pobres y en riesgo y debería ser calibrada a la par de líneas de “adiestramiento” (esto es, involucrándose en una llamada y respuesta compasiva y suscitando la función del espectador imparcial.)

Brent Orrell es compañero residente del American Enterprise Institute.