Al leer este comentario de un hecho histórico y observar como China reúne un amplio ejército en la provincia de Shenzhen, al otro lado de Hong Kong, avisando la posible represión de los millones de manifestantes en Hong Kong, ante lo que consideran son violaciones del tratado de “Un País, dos Sistemas,” por el que en 1997 el Reino Unido en 1967cedió su gobierno de Hong Kong a China, a cambio de que esta mantuviera por 50 años al sistema actual de Hong Kong, en lo que se llamó una “Región Autónoma Especial,” antes de pasar a plenitud a China, me pongo a pensar si, acuerdos como esos, no son más que un cuento chino, en donde la todopoderosa China continental iba gradualmente a apropiarse de Hong Kong, sin esperar tanto tiempo.

UN LATIGAZO: LOS COMUNISTAS DE TODO EL MUNDO CORRIERON PARA AJUSTARSE AL PACTO

Por Harvey Klehr
Ley y Libertad
7 de agosto del 2019

La fotografía correspondiente se encuentra en https://www.lawliberty.org/liberty-f...t-to-the-pact/


Nota acerca de la fotografía: Vyacheslav Molotov (primer plano), firmando el pacto de no agresión con el ministro de Relaciones Exteriores de Adolph Hitler, Joachim von Ribbentrop, el cual aparece atrás charlando con Josef Stalin. (alamy.com)

En respuesta al artículo: 80th Anniversary of a Poisonous Partnership: Hitler and Stalin

El interesante ensayo de Peter Kenez en Liberty Forum acerca de los motivos, errores de cálculo y maniobras de la Unión Soviética, Alemania Nazi, Gran Bretaña y Francia, que condujeron al Pacto Nazi-Soviético, se enfoca en los líderes y los tomadores de decisiones de los países. El pacto trastocó la diplomacia europea y condujo directamente a la conflagración más sangrienta y destructora de la historia mundial. Al destacar las acciones de gobiernos y sus representantes autorizados que tuvieron que ver con el pacto de agosto de 1939, Kenez menciona brevemente que “el movimiento comunista internacional se convirtió en agente de propaganda Nazi.” Esa observación merece un mayor pensamiento, pues, en el momento, tuvo consecuencias.

A la Internacional Comunista, o Comintern, que tenía sus cuarteles en Moscú, pero era supuestamente un cuerpo independiente, se le encargó la tarea de coordinar el movimiento comunista global. Desde 1936 había estado ordenando a sus miembros alrededor del mundo que se acercaran a grupos no comunistas, socialistas y fuerzas democráticas y que construyeran “frentes populares” para contrarrestar la amenaza fascista. Tales alianzas tuvieron un valor más allá del simbólico.

Antes de esa época, no existían tales alianzas. En efecto, el ascenso al poder de Adolf Hitler en 1932 había sido inconmensurablemente ayudado por el rápido apoyo de los comunistas alemanes hacia la táctica del Comintern de “clase contra clase,” lo que demandaba que no hubiera cooperación con otras fuerzas antinazis. Los comunistas alemanes descuidadamente insistieron en que el triunfo de Hitler sería fugaz ̶ resumido en su eslogan optimista, Nach Hitler, kommen wir (“Después de Hitler, nosotros”). Para 1936, era evidente la insensatez de esa política, haciendo que la Unión Soviética la abandonara y buscara alianzas para detener a Hitler.

En la segunda mitad de la década de los años treinta, el Partido Comunista Alemán había cesado de operar dentro del país, sus líderes o fueron asesinados o estaban en campos de concentración, sus miembros restantes desmoralizados y en la clandestinidad. Y los partidos comunistas de Inglaterra, Francia y España hicieron del antifascismo la pieza central de sus propaganda y activismo. Bajo la dirección del Comintern, los luchadores (la mayoría, pero no todos comunistas) de todo el mundo habían llegado a España, como parte de las Brigadas Internacionales, para confrontar al general Francisco Franco y sus aliados fascistas, Alemania e Italia, en un inútil esfuerzo final por apoyar al gobierno leal en Madrid. Miles de soldados comunistas habían muerto. El Partido Comunista de los Estados Unidos, aunque menos significativo que sus contrapartes de Europa, estableció un punto de apoyo en el Partido Demócrata y le dio un respaldo ferviente al Nuevo Trato de Franklin Roosevelt.

QUEDARON AL MARGEN

El comité ejecutivo del Comintern, formado por un puñado de rusos y diversos líderes exiliados de partidos que lo constituyeron, era el que nominalmente tomaba las decisiones de la organización; pero, en la práctica, seguía los dictados de Josef Stalin. Por tanto, el Pacto Nazi-Soviético creó un dilema inmediato para el Comintern y su líder, el comunista búlgaro Georgi Dimitrov. La correspondencia codificada del comité ejecutivo con los partidos comunistas nacionales (unos 764 archivos de esta correspondencia, que cubre de 1933 a 1943), que estuvo disponible después del colapso de la Unión Soviética [1], ilustra el dilema con todo dramatismo.

Lo que puede inferirse de esos intercambios es el desprecio de Stalin por el Comintern; aunque basado en Moscú, se le mantuvo totalmente al margen. Es claro que la organización no tenía ni idea de lo que ese pacto significaba o que proponía la división de Polonia o el final de la idea de los frentes populares y la seguridad colectiva. El 22 de agosto -el mismo día en que periódicos de Moscú reportaron la llegada del ministro de relaciones exteriores de Alemania para firmar el acuerdo- el Comintern estaba asegurando a los partidos en el exterior que las negociaciones eran un esfuerzo para obligar a Gran Bretaña y Francia a llegar a un acuerdo con la URSS, y urgió la continuación, incluso con mayor energía, de la lucha contra el fascismo alemán.

El 27 de agosto, el liderazgo del Comintern le pidió consejo a Stalin, acerca de qué deberían hacer los comunistas franceses: ¿Deberían continuar oponiéndose a la agresión alemana? Stalin no respondió de inmediato. El 5 de setiembre, el jefe del Comintern, Dimitrov, empezó a trabajar en un borrador de resolución en el cual, mientras se oponía a la nueva “guerra imperialista,” advertía que el mayor peligro seguía siendo el militarismo alemán y apoyaba la liberación nacional y la derrota del fascismo. Pero, Dimitrov estaba preocupado porque, con el estallido de la guerra, tal vez se requería de algo nuevo. En particular, quería el consejo del Camarada Stalin.

Él se reunió con el líder soviético el 9 de setiembre y aprendió que la guerra era entre dos grupos de países capitalistas y que, de tal forma, “estaría bien si de parte de Alemania se sacudía la posición de los países capitalistas más ricos (particularmente Inglaterra).” [2] El Frente Popular estaba terminado y los partidos comunistas deberían seguir oponiéndose a sus propios gobiernos. La única referencia que Stalin le hizo al fascismo vino en forma de una denuncia de la Polonia fascista. Nada se dijo acerca de la necesidad de luchar contra Alemania; los comunistas deberían dirigir su fuego contra los estados democráticos de Occidente.

Dimitrov rápidamente destiló esas sugerencias en un nuevo documento del Comintern, diseminado a todos los partidos que lo constituían, explicando que ya no más había una diferencia entre los países fascistas y democráticos. Se les ordenó a los buenos comunistas oponerse a cualquiera que se interpusiera en el camino de Hitler.

Con la segunda visita de Ribbentrop a Moscú a finales de setiembre y con la firma de un Tratado de Amistad Alemana-Soviética, el Comintern enfatizó que el adversario primario eran aquellos países que estaban en guerra contra Alemania y aquellos socialistas y socialdemócratas que luchaban contra el fascismo. Alemania había sellado un pacto con la URSS, mientras que la “reaccionaria” Inglaterra, al mando de un vasto imperio colonial, era el “bastión del capitalismo.” Así, los partidos comunistas de Inglaterra y Francia se les ordenó exigir la derrota de sus países ̶ en otras palabras, oficialmente se les ordenó abrazar la traición.

El líder del Partido Comunista Británico, Harry Pollitt, quien al principio se había opuesto a esta nueva línea de Partido, fue rápidamente degradado. Maurice Thorez, el líder del Partido Comunista de Francia, desertó del ejército y huyó hacia la Unión Soviética.

“DESORIENTADOS” POR LA POSICIÓN DE RUSIA

En Checoslovaquia, que en ese momento estaba siendo ocupada y desmembrada por Alemania, el Comintern denunció, no al Tercer Reich, sino a los gobiernos británicos, franceses y checo en el exilio, a la vez que nada se mencionaba del fascismo, incluso cuando el Partido Comunista Checo reportó que muchos trabajadores estaban “desorientados” por la posición de la Unión Soviética. La respuesta del Comintern fue urgir la necesidad de solidaridad con la clase trabajadora alemana, evitar el “chauvinismo anti alemán” y rehusar participar en cualquier protesta que pudiera ser montada contra la ocupación alemana.

En la neutral Bulgaria, el Comintern persistentemente criticó al Partido Comunista por subestimar los peligros del imperialismo británico y sobreestimar la amenaza alemana. El propio Stalin explicó que la URSS no objetaba que Bulgaria se uniera al Pacto Tripartito, en alianza con Italia, Alemania y el Japón imperial; si lo hacía y también concluía un pacto de asistencia mutua con la URSS, “en ese acontecimiento, nosotros también nos uniríamos a ese Pacto.” [3] En la primavera de 1941, Bulgaria había permitido que las tropas de Alemania atravesaran el país en ruta a atacar a Yugoeslavia y Grecia.

Pero, nada destacó la perversidad de la política del Comintern como el consejo que le dio al acosado Partido Comunista Alemán. Casi totalmente destruido y, principalmente, sobreviviendo en el exilio, fue instruido por el comité ejecutivo del Comintern que emitiera una declaración pidiendo una alianza del nacionalsocialismo, la socialdemocracia, los católicos y los trabajadores comunistas, en la lucha contra el imperialismo y la guerra. La culpa por la guerra fue ubicada en los poderes occidentales. Mientras que algunos funcionarios del Comintern sugirieron prudentemente que el mensaje, después de haber sido enviado a los partidos alemán, checo y austriaco, no se publicara o circulara ampliamente, su importancia era clara: La Unión Soviética y los partidos comunistas apoyaban a Alemania en este conflicto iniciado por Gran Bretaña y Francia.

Los comunistas alemanes fueron instruidos a trabajar con los Nazis en Alemania, para oponerse a los “planes rapaces” del imperialismo occidental y traidores a la patria de Alemania, para mantener y fortalecer la amistad entre la Unión Soviética y Alemania. Cuando un manifiesto conjunto de los Partidos Comunistas de Gran Bretaña, Francia y Alemania incluyó una frase que urgía a que la clase trabajadora alemana luchara contra Hitler “usando todos los medios posibles,” rápidamente el liderazgo del Comintern lo repudió.

Ni siquiera la invasión alemana en la primavera de 1940 a Dinamarca, Noruega, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo, disuadió al Comintern de continuar castigando como agresores a Gran Bretaña y Francia. Después de que el primer ministro Molotov le deseo a Alemania “una victoria total en sus actividades defensivas” contra esos cinco países neutrales, el comité ejecutivo del Comintern instruyó a los comunistas daneses que se preparan para la actividad subterránea, pero que evitaran provocar a las tropas de ocupación alemanas o cooperar con aquellos que se resistían a la ocupación. Este consejo contradictorio condujo a absurdos como que los comunistas belgas y franceses negociaran con los nazis para publicar sus periódicos ̶ un paso demasiado aventurado para el Comintern, que incoherentemente condenó esas negociaciones por ser equivalentes a solidarizarse con los ocupantes.

A pesar de lo anterior, los alemanes entendieron muy bien cómo adaptarse al terreno. Un reporte de la Gestapo de junio de 1949, hizo ver, aprobatoriamente, cómo el gobierno soviético estaba favorablemente dispuesto hacia el Tercer Reich y que había endosado sus invasiones a los estados escandinavos y a Bélgica y los Países Bajos “como necesarios y apropiados.” El reporte continuó señalando que el Comintern había evitado ataques abiertos contra Alemania, y que los partidos y las publicaciones de aliados con el Comintern no estaban impulsando a los comunistas a luchar contra el nacionalsocialismo o denunciar al fascismo.

REORIENTACIÓN SÚBITA

No fue sino hasta la primavera de 1941 cuando el Comintern empezó a alterar su posición, agregando críticas veladas a la política Nazi en sus mensajes a los partidos europeos y apoyando la resistencia yugoeslava y griega a la invasión alemana en abril de 1941. Sin embargo, continuó tratando a la guerra como imperialista y declarando su apoyo al Pacto Nazi-Soviético.

Stalin, a pesar de advertencias de numerosas fuentes, de que Hitler estaba planeando un ataque masivo a la Unión Soviética, fue tomado totalmente por sorpresa el 22 de junio de 1941, cuando empezó la Operación Barbarossa, con más de tres millones de tropas del Eje (alemanas y también algunas italianas, rumanas, finlandesas y eslovacas) causando destrozos a través de las fronteras soviéticas. Después de denunciar la guerra imperialista y vilificar a las democracias guiadas por Gran Bretaña, la URSS cambió inmediatamente de mensaje, proclamando que la lucha contra la Alemania Nazi era una guerra patriota contra la agresión fascista, que había esclavizado a millones. El comité ejecutivo del Comintern, siguiendo órdenes de Stalin, instruyó a los partidos comunistas que guardaran toda expresión acerca del socialismo y la revolución proletaria. Cuando un grupo de miembros de partidos comunistas repetía los viejos lemas acerca de la lucha internacional de clases, fueron severamente advertidos de que tales herejías eran una forma de ayuda a Hitler, porque eso asustaba a las fuerzas conservadoras en las democracias.

Las naciones despliegan ejércitos para luchar contra enemigos en combate. Y la Segunda Guerra Mundial se decidió, en última instancia, en el campo de batalla, en donde millones de soldados mataron a sus enemigos y usaron aviones y bombas para destruir la infraestructura y la moral de sus enemigos. Los partidos comunistas a través de Europa, sacudidos por sus titiriteros en Moscú, jugaron un rol mucho menos relevante, pero no uno insignificante. Mantuvieron las lealtades de muchos civiles y, en algunos países, controlaron grandes porciones del movimiento sindical. Jugaron un papel desproporcionadamente grande entre intelectuales y la elite cultural.

Si bien algunos comunistas europeos y estadounidenses quedaron desilusionados con el pacto y se fueron del Partido en el otoño de 1939, la mayoría continuó mirando hacia la Unión Soviética para que la guiaran políticamente. Su rechazo de brindar su lealtad plena a sus propias naciones, que luchaban contra la agresión fascista, puede no haber inclinado la balanza entre 1939 y 1941 hacia una victoria alemana, pero hizo que la resistencia contra el fascismo fuera más difícil. Los estadunidenses veteranos de la Brigada Abraham Lincoln, que pelearon en España, solían alabarse de haber sido “antifascistas prematuros.” Ellos, y sus compañeros comunistas, podrían ser llamados, con mayor exactitud, pro fascistas prematuros.

[1] El material se encuentra en la Descripción 184, número de expediente 495 de los archivos del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista [Comintern], Archivo del Estado Ruso de Historia Social y Política (RGASPI). Los cables citados en este comentario se discuten con mayor amplitud en Fridrikh I, Firsov, Harvey Klehr y John Earl Haynes, Secret Cables of the Comintern, 1933-1943 (Yale University Press, 2014).

[2] Georgi Dimitrov, The Diary of Georgi Dimitrov, 1933-1949, introducido y editado por Ivo Banac, la parte en alemán traducida por Jane T. Hedges, la en ruso por Timothy D. Sergay, la en búlgaro por Irina Faion (Yale University Press, 2012), p.p. 115-116.

[3] The Diary of Georgi Dimitrov, p.p. 136-137.

Harvey Klehr es el profesor Andrew W. Mellon de Política e Historia, emérito, de la Universidad Emory. Él ha escrito muchos libros acerca del espionaje en los Estados Unidos y la historia del Partido Comunista de los Estados Unidos, entre ellos, Venona: Decoding Soviet Espionage in America (1999) y Spies: The Rise of the KGB in America (2009), en ambos, como coautor con John Earl Haynes.