Comentario de la economista y matemática Elena Leontjeva al libro recientemente publicado de la profesora de historia de la Universidad Wesleyan, Victoria Smolkin, especialista en el comunismo, la Guerra Fría, el ateísmo y la religión en la URSS y en Rusia. El libro se titula A Sacred Space Is Never Empty: A History of Soviet Atheism y aún no se ha editado en español.

ICONOS EN LA ESQUINA DE LA CABAÑA: CREDO E INCREDULIDAD EN LA URSS

Por Elena Leontjeva

Ley y Libertad
1 de julio del 2019


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, con letra subrayada, si es de su interés puede verlo en https://www.lawliberty.org/book-revi...f-in-the-ussr/

Si los bolcheviques hubieran estado atentos al dicho popular ruso que dice “un espacio sagrado nunca queda vacío,” el gobierno que impusieron sobre el pueblo ruso habría evitado muchas desgracias. Ese bien conocido decir alude a los días muy anteriores a la Revolución de Octubre de 1917, cuando sitios de oración eran considerados santos y al hecho de que, si se destruía alguna iglesia antigua, en su lugar pronto se edificaría un nuevo templo. Victoria Smolkin, profundizando en la lectura directa de la máxima, no sólo la pone como título de su nuevo libro, sino en el centro de su narración. A lo largo de 250 páginas de lectura cautivadora, la profesora asociada de historia de la Universidad Wesleyan, hábilmente construye un estudio histórico del ateísmo bajo el gobierno soviético, demostrando la exactitud de la sabiduría popular ignorada displicentemente por los bolcheviques.

UNA CAMPAÑA PARA REEMPLAZAR LA RELIGIÓN CON EL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

Karl Marx prometió que “al crecer el socialismo, la religión desparecerá.” Vladimir Lenin juró que el comunismo borraría a la religión de la historia humana. Josef Stalin mató a mucha gente de trasfondo religioso bajo el credo, “No hay hombre, no hay problema.” (No obstante, Stalin no creía que, como tal, la religión podía ser eliminada). A Sacred Space Is Never Empty: A History of Soviet Atheism nos monta en un carrusel de puntos de vista y acciones de comunistas de alto rango en torno al reino de la religión, alegando que, si bien se ha escrito mucho acerca de los actos violentes en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas contra la iglesia, el clero y los creyentes religiosos comunes, se le ha prestado poca atención a la historia del ateísmo, como supuesto sustituto de la religión, en especial en el período post Stalin (1953-1991). Así, Smolkin se aventura a brindar una visión general de toda la historia del ateísmo soviético, con énfasis especial en aspectos escasamente conocidos de cómo fue diseñado y puesto en práctica, y cuáles fueron los resultados deseados y los no previstos.

El lector se familiarizará con todos los períodos del ateísmo soviético: el ateísmo militante de la era de Stalin, que terminó con la tregua forzada con la Iglesia en el marco de las dificultades de la Segunda Guerra Mundial (1943), seguido del ateísmo científico y las campañas antirreligiosas de Nikita Khrushchev. Convencido de que el cierre de la mitad de las iglesias y monasterios sólo aumentaba el número de ritos religiosos, eventualmente Khrushchev se volteó hacia el avance pacífico del punto de vista científico y la moral comunista. Al inicio de la era de Leonid Brezhnev como Secretario General del Comité Central del Partido Comunista, el énfasis se dirigió hacia la promoción de una versión socialista de la espiritualidad. Discusiones extensas acerca de los rituales y las costumbres populares endosaron un lanzamiento masivo de nuevos ritos y prácticas en toda la URSS, Las grandes ciudades vieron el surgimiento de los “Palacios del Matrimonio” y los “Palacios de la Felicidad.”

Exhibiendo los intentos no exitosos de reemplazar a la religión por el conocimiento científico, rituales, un código moral y una espiritualidad elevada, Smolkin invita al lector a entender que la religión no es sólo un ritual, una moral y una espiritualidad. Tampoco es una emoción, solidaridad o consuelo, buscado por el hombre que sufre. Entonces, ¿qué es, si su “lugar vacío” no pudo llenarse por el todopoderoso estado durante siete décadas de poder estatal ilimitado?

Ella cita una carta a las autoridades de un tal B. Roslavlev, un representante de la intelectualidad Cristiana, que en este sentido es sumamente esclarecedora, y conduce a consideraciones más profundas. Roslavlev aboga por los beneficios de la fe en la edificación del comunismo. Si el Logos, la indestructible palabra con significado, la gramática de la existencia, respalda a la religión, entonces, la proposición del intelectual se aclara: La religión puede devolver el orden perdido a las bases invisibles del Ser y de la vida social. Sin esos cimientos, todo se mueve hacia el colapso y la autodestrucción. Una revolución que rechaza al Logos está condenada a llevar ruina.

Gradualmente, A Sacred Space Is Never Empty muestra cómo los propios ateos llegaron a convencerse de la inefectividad de su propaganda. La atención varía de una cosmovisión puntos a emociones y espiritualidad. “Con nosotros, nadie derrama lágrimas,” exclama un propagandista. Los cambios de táctica del ateísmo implícitamente reconocen que la religión ahora descansa no sólo en las viejas bases, sino también en la desilusión masiva de la gente con la idea comunista.

LA GENTE QUERÍA MÁS RELIGIÓN, Y MÁS OBJETOS MATERIALES, QUE LO QUE PREDIJERON LOS COMISARIOS

Leemos en el libro acerca de debates entre ateos con respecto a sus objetivos. ¿Están ellos apuntando al estudio teórico de la religión o, más bien, por la conversión de los rusos a una visión materialista científica? Los ateos se interesan más y más en estudiar la religión, a la vez que rechazan el ateísmo militante. Un ateo destacado, en una carta dirigida al Comité Central, advierte acerca de las consecuencias peligrosas del ateísmo militante y pide cooperar con los creyentes para reunir a la sociedad. Otro paladín del ateísmo admite que hay un interés creciente en la religión, pero dice que las creencias de los rusos han llegado a deformarse y diluirse. Su colega declara que la religión se ha convertido en la principal herramienta de “la guerra global de ideas.” Manifiesta inquietudes acerca de que la indiferencia ideológica y el consumismo prevalecen entre los jóvenes de la Unión Soviética. Si las primeras generaciones soviéticas estaban dispuestas a sobreponerse a las dificultades y sacrificar todo, entonces, la generación de la postguerra se caracterizaba por el vacío espiritual y una afición por las cosas materiales.

El conformismo, que penetra en la totalidad de la realidad socialista, igualmente golpeó al lado religioso de la vida. Más y más rusos no creían profundamente, pero, aun así, practicaban los rituales. Los estudios citados por la autora rinden un perfil del creyente soviético “típico”: iconos en la esquina de la cabaña, pero, la vida bajo los iconos puede contradecir la fe. El bautismo, la boda, usar una cruz, pero, al mismo tiempo, menospreciando las capas más profundas de la religiosidad. Uno puede notar que, en esos escenarios, el creyente es algo de una caricatura.

Es cierto que Smolkin no brinda retratos de la “sal sobre la tierra” -de aquellos que acarreaban y preservaban el amor, la esperanza y la fe cristianas- tal vez porque esa gente no era tomada en consideración. Los santos mártires y los verdaderos discípulos de la Cristiandad, gente que derramó sangre por la fe durante tiempos de guerra y persecución, no aparecen en los reportes de los ateos y, así, no aparecen en las páginas de este libro. El ateísmo no le da valor al hecho de que la Cristiandad descansa sobre la sangre de los mártires. No habla de aquellos que predicaron en los gulags, ni tampoco menciona aquellos ancianos espirituales, alrededor de quienes muchos creyentes fueron alimentados e incontables conversiones tuvieron lugar en la era soviética. Como regla, el libro no toma en serio a aquellas mujeres aparentemente invisibles quienes vivieron el amor y humildad cristiana y quienes, como los portadores de mirra, mantuvieron la fe viva en tiempos oscuros.

En lo referente a la conquista del cosmos, el libro describe con maestría las emociones de la gente. El vuelo del hombre hacia el espacio exterior se supuso que traería el inicio de una conversión masiva a la cosmovisión científica. Un editorial en una revista atea lanzada en 1959, Science and Religion, proclamó: ¡No hay un Dios allí afuera, los cielos están vacíos! “El hombre hizo que la naturaleza se sometiera a su voluntad,” y “se convirtió en un gigante, victorioso sobre los elementos, guiando las leyes de la naturaleza y de la sociedad.” Una anciana, convertida al ateísmo, escribió a Izvestia, diciendo; “Él mismo, [el hombre] habita los cielos, y no hay nadie en los cielos más poderoso que él.”

Parecía como si estuvieran contados los días de la fe religiosa tradicional. En todas las ciudades grandes, se construyeron planetarios como nuevos templos de la ciencia. Se dieron discursos acerca de la estructura del ser sin Dios. No obstante, el autor nos hace reír cuando escribe que, al terminar la conferencia, los miembros de la audiencia les dijeron a los organizadores de las conferencias que, “a ellos les gustó como el Dios glorioso construyó el universo.”

No es algo inesperado que los comunistas aspiraran a destruir la religión, pues ella desafía la misma esencia del credo comunista, al revelar que el hombre no es omnipotente y que hay leyes universales en las que él debe creer. Los comunistas, como mini-Luciferes, uno tras otro, desafiaron no sólo a la religión y a los clérigos, sino al propio orden del Ser. Ellos prometieron edificar un “Cielo en la Tierra” ̶ con su propia capacidad y mente, pero se quedaron cortos. Fracaso tras fracaso en tal sentido puede ser visto como reflejo de otras catástrofes de la construcción comunista. Al terminar del proyecto, nadie cree en él; muchos están profundamente heridos y privados del sentido de la vida. Algunos están buscando un fundamento espiritual, otros son “salvados” por el conformismo.

Aunque el libro está dedicado al ateísmo como un producto del comunismo, puede lanzar luz sobre el escenario inverso: esto es, cómo el ateísmo puede alterar la sociedad, cómo puede inducir al consumismo, al paternalismo, al estado de bienestar material y espiritual; y cómo puede, deliberadamente o no, conducir a aventuras comunistas, ya sea del duro o del suave.

En una nota más ligera, el libro podría leerse como una colección divertida de hechos coloridos y ocurrencias extraordinarias. Los lectores encontrarán al milagrosamente petrificado “Zoya de pie,” [Nota del traductor: Zoya fue una heroína de la Unión Soviética y su nombre se le dio a un cinturón de asteroides descubierto por una astrónoma rusa], “contadores” de mujeres; una fábrica clandestina de talismanes; notas de oraciones que quedaron en la antigua capilla de la Bendita Xenia, la que fuera convertida en un taller; y, finalmente, un entendimiento de por qué, en la década de los años sesenta, Giovanni Boccaccio, Voltaire y Anatole France, fueron impresos en enormes cantidades ̶ a pesar de la escasez prevaleciente de papel.

LA CAÍDA DEL COMUNISMO

Qué tan súbitamente terminó el gobierno de los ateos, impactando incluso al líder de los comunistas. Smolkin aclara que la recuperación religiosa no fue un componente deliberado de la perestroika de Mikhail Gorbachev. Ella describe el próximo milenio del bautismo de Rusia, el cual cayó en junio de 1988, y que coincidió con la crisis de la perestroika y el glasnost y las protestas de los líderes de línea dura que eran afectados, como aquella expresada en una nota famosa que la química e incondicional del comunismo, Nina Andreyeva, escribió en Pravda (fue conocido como “El Manifiesto de las Fuerzas Anti-Perestroika”). El Secretario General Gorbachev corrió hacia los brazos de la Iglesia para convertir al milenio del bautizo en una celebración nacional.

La historia de una fe duradera y férrea puede incitar el pensamiento de científicos sociales, como una adición a la lista de elementos indestructibles de una sociedad libre, como lo son la propiedad privada, la responsabilidad personal, el dinero, el intercambio, la familia ̶ todos los cuales fueron blancos comunistas a ser demolidos. No sorprende que, una vez que los obstáculos se removieron, la gente se volteó hacia la religión con un nuevo fervor. Como lo expone Smolkin; “La religión regresó a la vida pública ‘no por la puerta del servicio, sino por la puerta del frente.’”

Una vez que se recuperó, la “vacía” vida religiosa está fuertemente poblada y difícilmente podría evitar la exaltación y el exceso. Después de años de represión, podía ser ávidamente llenada con patriotismo y, de hecho, con estatismo, si bien no del tipo recetado por Marx y Lenin. No obstante, la fe invisible, que sobrevivió la época del ateísmo, permanece sólida.

La autora cierra con una brillante anécdota alegórica acerca de la Catedral de Cristo el Salvador. Esa catedral demolida en el centro de Moscú tenía que dar campo al Palacios de los Soviéticos, símbolo de la victoria comunista, pero, escribe Smolkin, el hecho de que “el palacio nunca se materializó” simplemente “subrayaba el espacio vacío que había quedado atrás. Que el espacio continuara vacío por décadas, solo para ser ocupado por una piscina de natación -un espacio de ocio moderno, pero difícilmente un monumento a la utopía prometida por la revolución- habla de la lucha del ateísmo soviético por llenar con su propio significado el espacio vacío que había creado.”

Elena Leontjeva, quien posee título en economía y matemáticas de la Universidad de Vilnius, es presidenta de la junta directiva del Instituto de Libre Mercado de Lituania. Más recientemente dirigió una investigación multidisciplinaria acerca del fenómeno de la escasez y la carencia (scarcity and lack), y ha producido un documental sobre este tema, titulado Sed Sublime (Sublime Thirst).