UNA CRISIS DE LEGITIMIDAD PARA HONG KONG ̶ Y CHINA

Por John O. McGinnis

Ley y Libertad
27 de junio del 2019


Hong Kong posee un gobierno ilegítimo y su ilegitimidad subraya el riesgo sustancial de que el propio gobierno de China pueda, igualmente, llegar a ser ilegítimo. Ilegitimidad, tal como aquí uso al término, no es un concepto normativo, sino positivo. Un gobierno llega a ser ilegítimo si suficientes de sus ciudadanos creen que sus instituciones son esencialmente poco fiables o injustas, que el gobierno no puede llevar a cabo acciones controversiales, a menos que sean impuestas a mano armada. Eso no es cierto de gobiernos legítimos, como aquel de los Estados Unidos. Ellos pueden mantener la aquiescencia de sus ciudadanos, aun cuando la gran mayoría esté en desacuerdo con una acción importante que el gobierno lleva a cabo.

LA CRISIS DE LEGITIMIDAD DE HONG KONG

La política china ha sido un gran factor en deslegitimizar al gobierno de Hong Kong. Ha frenado movimientos de reformas democráticas en la elección del principal ejecutivo de Hong Kong, ahora escogido por un pequeño grupo altamente influenciado por China, y, de su legislatura (“Legco”), ahora sólo parcialmente electa de manera directa. Ha presionado a Hong Kong para que despida a legisladores debidamente electos, los que aparentan oponerse a la soberanía de China. Ha secuestrado a ciudadanos de Hong Kong y los ha despachado al continente para su persecución o tortura, haciendo al gobierno de Hong Kong ya sea impotente o cómplice ante graves violaciones de la regla de la ley.

Estas acciones han ayudado a crear una crisis de legitimidad en Hong Kong. Como una moderna ciudad-estado capitalista, creada por el Reino Unido, la democracia y la regla de la ley han llegado a ser vistas como la fuente de legitimidad. La edad promedio de un ciudadano de Hong Kong es de 43 años. Durante toda su vida, ese ciudadano ha estado conectado con Occidente gracias a los mercados y los medios. Los jóvenes de Hong Kong, quienes han asumido la dirección de las recientes protestas, incluso están más conectados por medio de la Internet y de los medios sociales. Ellos no enfrentan al Gran Cortafuegos, que inhibe a la gente del continente para seguir los acontecimientos actuales o incluso conocer la espantosa historia del Partido Comunista de China (PCC).

Así que, difícilmente fue una sorpresa (aunque pareció serlo para Carrie Lam, la desventurada ejecutiva principal de Hong Kong), que ser parte de un tratado de extradición con China crearía un chispazo para la agitación. Hong Kong había heredado un poder judicial independiente del Reino Unido, que continuó vigente después de que se transfirió la soberanía. A pesar de lo anterior, el sistema legal de China está controlado por el Partido Comunista. Más de un millón de personas (o uno de cada siete habitantes de Hong Kong) se unió en una protesta masiva contra él. Cuando esas protestas no parecían lograr el éxito en que el proyecto de ley se retirara, los jóvenes rodearon el edificio del Legco e impidieron que la legislatura se reuniera.

Y, cuando un gobierno ilegítimo trata de llevar a cabo una acción controversial y falla, su poder se debilita más profundamente. La dinámica se está dando en Hong Kong. Si bien la Sra. Lam ha anunciado la suspensión de su proyecto de ley de extradición, demostraciones masivas, incluso mayores, demandaron que el proyecto de ley se retirara permanentemente de consideración, que ella diera excusas por las acciones de la policía durante la demostración previa, y que ella renunciara.

Las repercusiones de este fracaso se sentirán en Hong Kong por años venideros. Es posible que el gobierno se debilite aún más en el mediano y largo plazo, al perder su mayoría pro continental en la legislatura. Actualmente, el gobierno posee una escasa mayoría, que depende de un mayor apoyo de electores funcionales que son los más aislados de la voluntad popular, que el de aquellos electos por distritos. Estos últimos electorados consisten básicamente de gente que viene de profesiones seleccionadas, como abogados, contadores y diversas líneas del comercio, y de miembros de sindicatos laborales. Sin embargo, al convertirse esos electores en una proporción mayor, no se les puede considerar que votarían por partidos pro continentales. E incluso ahora, sospecho que muchos de tales legisladores eran reacios en impulsar en último caso del proyecto de ley de extradición, debido a que, de hacerlo así, les acarrearía severas repercusiones sociales entre sus asociados, amigos y familiares.

Estos desarrollos luego crearán problemas mayores para el continente. La restauración de la soberanía China sobre Hong Kong fue, en una ocasión, fuente de orgullo nacional y de legitimidad. Pero, ahora, su ejemplo puede llegar a ser un virus de democracia, literalmente a un corto viaje por metro de partes de la madre patria.

EL DILEMA DE LA LEGITIMIDAD DE CHINA

La amenaza es particularmente aguda debido a que la legitimidad del gobierno chino difícilmente está segura. El PCC tiene sólo un control muy tenue de legitimidad a la luz de lo forjado durante el último siglo ̶ un estado totalitario, una hambruna que liquidó a 20 millones de personas y una “revolución cultural” que mató a cientos de miles más, así como puso patas arriba a millones de vidas. La prensa de los Estados Unidos se enfoca en el legado de la Plaza de Tienanmén. Pero, las demostraciones contra la acción del gobierno chino en 1989 reflejan necesariamente el descontento contra el propio partido, debido a su historia de ultrajes, de los que Tienanmén es sólo una de las atrocidades de gran escala más recientes. (Otra es la creación de “campos de reducación” para los ciudadanos de origen Uighur, quienes han cometido el “crimen” de adherirse a su religión musulmana.)

Y, el Partido no puede excusarse por lo de Tienanmén, pues esa expresión de arrepentimiento obviamente plantearía el tema de por qué no debería dar excusas incluso por sus actos más destructivos. Y, una vez que asuma la responsabilidad de un mal extendido, ¿por qué alguien lo consideraría como gobernante legítimo de China?

China dio una respuesta tácita a este tema en la era de Deng Xiaoping y en años subsecuentes. En ese entonces el PCC estaba brindando un crecimiento económico tremendo, sacando a la gente de la pobreza extrema, aún si cometió tremendos errores en el pasado. El regalo implícito que el Partido ofreció era que, si el público olvidaba el pasado, proveería un presente decente y un futuro incluso más glorioso. Pero, esa ganga se ha deshilachado con el paso del tiempo. En primer lugar, las nuevas generaciones no familiarizadas con las privaciones del maoísmo dan por un hecho al crecimiento económico. En segundo lugar, los dueños de propiedad empezaron a preocuparse acerca de cómo protegerla contra decisiones arbitrarias. Tal preocupación impulsó el cambio en Occidente, cuando la clase media demandó más democracia y una mejor regla de la ley para protegerse a sí misma. Finalmente, entre más próspera sea China, más difícil es impedir que los ciudadanos chinos se conecten con el resto del mundo desarrollado, a través de viajes, educación y otros medios, en donde la democracia y la regla de la ley se consideran como los principios legitimadores básicos.

El surgimiento de Xi Jingpin tiene que verse en el contexto de la crisis potencial, siempre presente, de legitimidad. Su gobierno está tratando de revivir viejos eslóganes del comunismo a la par del sentimiento nacionalista, para que brinden una base de legitimidad más profunda que la oportunidad de la prosperidad. Aún más, el liderazgo de hombre fuerte de Xi, muy diferente al consenso político de las últimas tres décadas, crea el potencial para un culto a la personalidad, el cual, también, le puede ofrecer al régimen una forma de legitimidad. El poder centralizado impide el tipo de desacuerdos de facciones que hacen más difícil para el Partido mantener coherencia, en su mensaje propagandístico acerca de su legitimidad continuada.

Entendido de esta manera, el ascenso de Xi muestra la fragilidad del régimen comunista. Está arriesgando un poder más concentrado para preservar la legitimidad. Y, aun así, el poder concentrado es más posible que conduzca a errores del tipo que ha cometido en Hong Kong, y tales errores minan al sistema.

Por supuesto, China es todavía más peligrosa debido a que su legitimidad es frágil. A la luz de los errores y reveses, la agresión contra el enemigo es una forma de unir a una nación, al menos temporalmente. Esta es la razón de por qué acontecimientos en una ciudad en el curso de unas pocas semanas, es posible que tengan repercusiones globales en los años por venir.

John O. McGinnis es el profesor George C. Dix en Derecho Constitucional en la Universidad Northwestern. Su libro Accelerating Democracy fue publicado por Princeton University Press en el 2012. McGinnis es también coautor con Mike Rappaport de Originalism and the Good Constitution, publicado por Harvard University Press en el 2013. Es graduado de Harvard College, Balliol College, Oxford, y en la Escuela de Leyes de Harvard. Ha publicado en revistas importantes de derecho, incluyendo Harvard, Chicago, y Stanford Law Reviews y el Yale Law Journal, y en revistas de opinión, incluyendo National Affairs y National Review.