Piénselo bien, para que después enemigos del sistema de mercado no nos vengan con cuentos.

LA DESIGUALDAD HA CRECIDO A PARTIR DE 1989, PERO EL BACHE EN EL ESTILO DE VIDA SE HA ENCOGIDO

Por John Tamny

Fundación para la Educación Económica
Viernes 21 de junio del 2019


Las supercomputadoras que llevamos en nuestros bolsillos nos han conectado con la abundancia del mundo.

En 1989, el entonces prominente fabricante de computadoras Tandy lanzó la Tandy 5000. Aunque el más pobre entre los pobres de la actualidad altivamente despreciaría hoy a la 5000, en aquella época ese “¡computador más poderoso de todos los tiempos!” era algo caro. Piense en unos $8.499 (ratón y monitor no incluido). Actualmente uno puede comprar un novedoso computador Hewlett-Packard en la tienda Best Buy por $200 (no se necesita monitor y el ratón está incluido), es exponencialmente es más poderoso que la 5000, sin mencionar a computadores que responden muchísimo mejor, por no mucho más dinero, en la Tienda de Apple o en Dell.com.

ESTÁNDARES DE VIDA CRECIENTES GRACIAS AL CAPITALISMO

El “¡computador más poderoso de todos los tiempos!” de casi $9.000 me vino a la mente mientras leía al escritor de New York Magazine, Eric Levitz, en su último “indiscutible enjuiciamiento al capitalismo.” Lo que tiene alterado Levitz es que el uno por ciento más rico aumentó su riqueza al tono de $21 millones de millones desde 1989. Decir que Levitz carece de matización o que no se emociona al analizar las cifras, trae un sentido nuevo para la palabra malentendido.

Lo simple plenamente confunde a Levitz. Sabemos eso porque simple explica una creciente riqueza del “uno por ciento”: gracias a los avances tecnológicos incubados por esos del uno por ciento del pasado y del presente, los sorprendentemente talentosos pueden satisfacer las necesidades de más y más personas en todo el mundo. Tan encogido por la tecnología está el mundo, en sentido figurado, que es como si Jeff Bezos viviera a la par de todos nosotros, en cuanto a su habilidad para servirnos.

Después de todo, como se lo aclararía a una persona ligeramente sensible con sólo echar una ojeada a la lista de ricos desde 1989, el “uno por ciento” al final de la penúltima década del siglo XX, en muy pocos casos recuerda al uno por ciento de hoy. En cuanto a riqueza, la foto del equipo está cambiando constantemente, cuando los innovadores del presente reemplazan a los de ayer. La verdad recién expuesta explica por qué, lo que le ocasiona una ansiedad ultra sensible a Levitz es, de hecho, signo de un progreso inmenso. Menos mal que el “uno por ciento” ha visto su riqueza aumentar en $21 millones de millones. Es una señal lógica de estándares de vida crecientes para todo mundo, no una pobreza en aumento, como irrisoriamente concluye Levitz.

Para que los lectores entiendan por qué ellos, de nuevo, solo necesitan considerar al “¡computador más poderoso de todos los tiempos!,” aparecido el año que Levitz cita como el que inició el “indiscutible enjuiciamiento al capitalismo.” En aquel entonces los computadores no eran muy amistosos, o usables o, incluso, accesibles. Pocos los tenían. Eran demasiado caros. ¿Se acuerda alguien de los “cafés internets” a inicios del 2000, en que alquilábamos la internet y tiempo en la computadora? Actualmente, los computadores Apple son vistos por muchos como los computadores del momento de un nivel de precio lujoso; sin embargo, pueden ser fácilmente conseguidos por no mucho más de $1.000.

LA RÁPIDA INNOVACIÓN EN TECNOLOGÍA

Qué afortunados somos que el desaparecido Steve Jobs reviviera a Apple y que Michael Dell produjera masivamente excelentes computadoras, que son más baratas incluso que aquellas hechas por Apple en su epónima compañía de computadoras. En defensa de los $8.499 de la Tandy 5000, parecía barata comparada con las computadoras centrales 360 de IBM de los años sesenta y que les devolvió a los compradores más de $1 millón.

Considerando algo tan básico como una llamada telefónica, llamar por un teléfono fijo allá por el año 1989 era sumamente costoso, asumiendo que el receptor de la llamada no estaba cerca. En 1989, una llamada de Dallas a Fort Worth era cara, de Nueva York a Los Ángeles, muy cara, y de Nueva York a Londres casi impensable, a menos que usted fuera rico. La “llamada a larga distancia” es una descripción de algo que ya no es un factor, pero no era así no hace mucho tiempo, cuando las caras “llamadas a larga distancia” (sssshhhh) se hacían desde una oficina… Lo crucial aquí es que esas llamadas se hacían desde un teléfono fijo simplemente porque en 1989 los teléfonos móviles eran tan escasos, que, con sólo al verlos, generalmente hacía que la gente se detuviera y se quedara mirando embobada.

En 1989, los teléfonos móviles eran los aparatos sumamente extraños de productores de cine en Beverly Hills y de especialistas en compras apalancadas de Nueva York (los “fondos de cobertura de inversión” todavía no eran la cosa que llegaron a ser), y aquello era así porque su costo podía medirse en los miles, a pesar de lo caros que era usarlos (¿se acuerdan de los cargos por itinerancia?), de cuán pobre era la recepción y de qué corta era la vida de la batería. Hoy en día un teléfono móvil da lugar a un nuevo sentido a la palabra común.

Lo cual da lugar a una historia propia. Acerca de ella, el tecnólogo Bret Swanson fue la fuente de la anécdota de Tandy con el cual se inició esta pieza. A Swanson le gusta comparar los precios de la tecnología a través del tiempo y algo de su trabajo más interesante ha surgido a la luz con su crecimiento. Imagínese que aquellos teléfonos móviles del tamaño de un ladrillo fines de la década de 1980 eran sólo eso: teléfonos. Los iPhones en la actualidad son supercomputadoras que calzan en nuestros bolsillos.

Ahora no sólo podemos hacer llamadas con ellos que cuestan casi nada, que no sólo nos pueden llevar a dónde sea en el mundo, sin tener que incómodamente detenernos para llegar a un teléfono público en busca de direcciones (esa era la norma en 1989, y todavía era la norma en más de unos pocos en el 2009), sino que, también, nos puede permitir llamar gratuitamente a todo el mundo mediante Facetime. De nuevo, aunque una llamada sencilla de Dallas a Fort Worth solía ser muy costosa, actualmente podemos llamar a nuestros amados desde cualquier lugar del mundo, a la vez que los vemos, y no hay un cobro por hacer eso.

EL BACHE DE LA RIQUEZA Y EL BACHE EN EL NIVEL DE VIDA

Regresemos a Swanson, según sus cálculos, la tecnología que permite que estos teléfonos inteligentes sean super extraordinarios, les habría devuelto en poco tiempo a los consumidores muchos, pero mucho, millones, asumiendo que existiera. Hoy, los iPhones se venden al menudeo entre $500 y $1000, pero pueden obtenerse por mucho menos, si se asume que el comprador contrata con un proveer de red inalámbrica.

Por supuesto que las supercomputadoras que llevamos en nuestros bolsillos y que son omnipresentes donde quiera que haya gente (rica y pobre) en los Estados Unidos (y aparentemente en cualquier lado), nos han conectado con la abundancia del mundo. Aunque en 1989 un interés en un libro específico, restaurante, ruta aérea o artículo de ropa potencialmente habría requerido cantidades interminables de investigación, llamadas costosas, espera interminable del envío y, con frecuencia, mucha manejada en una investigación a menudo infructuosa, en la actualidad podemos usar esos computadores hechos para nosotros por multimillonarios, sólo para pedir desde todo el mundo, libros, información de restaurantes, tiquetes de avión y cualquier cosa que nos interese.

¿Y qué con los viajes? Oh, sí, de eso también ya se han encargado. En 1989, todavía la gente estaba familiarizada con despachadores de taxis, que aparentemente nos recordaban a Danny DeVito (más famoso en aquel entonces por la serie de televisión Taxi ̶ échele una ojeada), tanto por su voz como por su rudeza. Ahora, sólo marcamos con el dedo un ícono de una app en esos confiables computadores que están en nuestros bolsillos, para que se aparezca un chofer quien conoce nuestro nombre, nuestra ruta y cuyo empleo actual depende de que nosotros quedemos ampliamente satisfechos.

Es muy fácil seguir y seguir, pero tengo la esperanza de que el excesivamente incómodo Eric Levitz y todos aquellos que piensan como lo hace él, vuelvan a pensar acerca de su malestar con que la riqueza del “uno por ciento” haya crecido en $21 millones de millones. Deberían lamentarse de que no fueron $42 millones de millones o $100 millones de millones. De hecho, imagínese cuán mucho más fácil habría sido la vida tanto para ambos, pobres y ricos. La riqueza es creada, no repartida. Steve Jobs no le ocasionó un daño a Levitz, ni tampoco a usted, el lector. Él sólo creó.

En oposición a que la desigualdad creciente está dañando a los pobres, como lo presume cándidamente Levitz, es, de hecho, el mayor enemigo que la pobreza jamás haya conocido. El bache en la riqueza, que ha llevado a Levitz hacia la posición fetal, es sólo un signo feliz de que se está encogiendo el bache entre los niveles de vida de ricos y pobres. Levitz puede tranquilizarse. Los ricos se han enriquecido gracias a un mundo que, figuradamente, se encoge diariamente, en que los supertalentosos pueden cambiar crecientemente al mundo con sus descubrimientos tecnológicos. Su vida sería interminablemente frustrante sin los superricos, y también lo serían todas nuestras vidas.

Este artículo se reimprime con el permiso de Real Clear Markets.

John Tamny es director del Center for Economic Freedom en FreedomWorks, es un asesor sénior de Toreador Research & Trading, y editor de RealClearMarkets.