Únicamente diré que les invito a leerlo, pues podrían aprender mucho acerca de la palabra neoliberalismo

NEOLIBERALISMO: HACIENDO UN DEMONIO A PARTIR DE UNA PALABRA DE MODA

Por Max Borders

Fundación para la Educación Económica
Viernes 26 de junio del 2015


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, con letra subrayada, si es de su interés puede verlo en https://fee.org/articles/neoliberali...of-a-buzzword/

La revista Salon entrevista a Wendy Brown de Berkeley acerca de la economía mixta.

Después de que Salon.com dejó de ser interesante, necesitaron una manera de aumentar el comercio. Después de todo, la competencia por la atención visual es dura. En este despiadado mundo de atraer la vista, usted tiene que encontrar formas ingeniosas para lograr nuevos lectores.

Una forma de atraer clientela es picando a personas que están en desacuerdo con usted. Y por picar, doy a entender convertirlas en una Muñeca de Vudú.

Esta variación de golpear a un Hombre de Paja [Nota del traductor: falacia por la que se caracterizan argumentos o posición del oponente, mediante una alteración del significado de sus palabras, para poder atacarlo o ridiculizarlo]. Esto es, si usted pica a algún grupo, ellos lo sentirán. Luego, ¡ellos se darán la vuelta y expresarán su furor compartiendo las cosas suyas! Helo aquí: El oro de Internet al instante.

Al hacer Muñecas de Vudú, usted no siempre necesita tener que escoger una persona específica. Usted puede ir hacia una visión del mundo. Por supuesto, la revista Salon le ha puesto mucha presión al libertarismo. Pero, ahora ellos van por un demonio más grande, debido a que la idea es pintar, con el mismo cepillo para embadurnar, a tanta gente como sea posible.

¿Qué mejor lugar que la academia para ir por una etiqueta grande y avasalladora?

He aquí a la profesora de ciencias políticas de la Universidad de California en Berkeley, hablando acerca de “neoliberalismo” en una entrevista en la revista Salon.

“Y, ¿cómo define usted al neoliberalismo? Para mi no es inusual tener experiencia con gente que yo consideraría como neoliberales, que me dicen que el término es un sinsentido.

Pienso que la mayoría de los lectores de Salon sabrían que neoliberalismo es ese librecambismo radical que nos aparece en las décadas de los setentas y ochentas, con la revolución de Reagan-Thatcher, convirtiéndose en el marcador real de ese vuelco en el mundo euroatlántico. Significa el desmantelamiento de la industria propiedad del estado y la desregulación del capital, en especial del capital financiero; la eliminación de servicios públicos y de la idea de bienes públicos; y la sumisión más básica de todo a los mercados y mercados no regulados.

Así que la libre empresa es su toque de trompeta y, aún cuando requiere de mucha intervención y apoyo estatal, la idea que le acompaña es usualmente la intervención mínima en los mercados. Aún si los estados son necesarios para impulsar o apoyar o, algunas veces, rescatar mercados, aquellos no deberían meterse en medio de ellos y redistribuir [la riqueza]. Todo esto es cierto. Ciertamente es parte de lo que es el neoliberalismo.”

Muy bien, veamos si podemos descifrar esta fraseología mágica.

Empiece con la preocupación de la profesora Brown, de que las personas han criticado al término neoliberal como un sinsentido. Esa doctrina, dice Brown, “requiere de mucha intervención y apoyo estatal, la idea que le acompaña es usualmente la intervención mínima en los mercados.”

¿De veras? Si el neoliberalismo no es exactamente libertarismo o anarco-capitalismo -pues ciertamente estas doctrinas no incluyen o requieren de la intervención estatal y apoyo a los mercados- podríamos, entonces, decir que ella está hablando acerca de amiguismo o clientelismo. Y, en verdad, si alguien fuera a construir una doctrina en torno al amiguismo, eso no sería un sinsentido.

Resulta que tal doctrina existe. Pero, no es el neoliberalismo: es el corporativismo ̶ y esa es una ideología progresista.

De acuerdo con el premio Nobel Edmund S. Phelps, citado en la revista Freeman:

“El estado administrador ha asumido la responsabilidad de encargarse de todo, desde los ingresos de la clase media a la rentabilidad de las grandes empresas hasta el avance industrial. Este sistema… es… un orden económico que va hasta Bismarck a fines del siglo diecinueve y a Mussolini en el siglo veinte: el corporativismo.”

Dice Phelps,

“De diversas maneras, el corporativismo corta el dinamismo que permite a la gente involucrarse en el trabajo, tener un crecimiento económico más rápido y que haya mayores oportunidades e inclusividad. Mantiene a las empresas letárgicas, despilfarradoras, improductivas y bien conectadas, a expensas de los recién llegados y personas de afuera, y favorece objetivos declarados, como industrialización, desarrollo económico y grandeza nacional, por encima de la libertad económica y la responsabilidad de los individuos.

Hoy en día, aerolíneas, manufactureros de vehículos, empresas agrícolas, medios de comunicación, bancos de inversión, fondos de cobertura de riesgos en inversión, y mucho más, en algún momento han sido considerados demasiado importantes como para, por sí solos, poder capear el libre mercado, recibiendo una mano de ayuda del gobierno, en nombre del ‘bien común.’”

Pero, ¿de dónde viene esta idea? En contra de lo que afirma Brown, no es de los “librecambistas.” Dice el economista Thayer Watkins:

“En la segunda mitad del siglo XIX, las personas de la clase trabajadora en Europa estaban empezando a mostrar interés en las ideas del socialismo y del sindicalismo. Algunos miembros de la intelectualidad, particularmente de la intelectualidad católica, decidieron formular una alternativa al socialismo, que enfatizaría la justicia social sin la solución radical de la abolición de la propiedad privada.

El resultado fue llamado Corporativismo. El nombre no tenía nada que ver con la noción de una corporación de negocios, excepto que ambas palabras se derivan de la palabra latina para cuerpo, corpus.”
Siendo justo, Brown puede protestar, afirmando que ella subsidiaría, transformaría en carteles y administraría a las industrias adecuadas o correctas, tal como las finanzas. Al menos, ella lamenta la liberalización de esas industrias, citando a la señora Thatcher como ejemplo de los excesos neoliberales, a pesar de la miseria en que se había convertido a Gran Bretaña bajo gobiernos previos.

Así que, ¿cuáles industrias dejaría ella que sean privadas y cuáles “requieren de mucha intervención estatal”? Y, ¿qué tipo de magia hace que tal esquema sea inmune a la búsqueda de rentas y a la captura regulatoria?

Parece que el apoyo estatal a las empresas se originó entre ciertos promotores menos comunistas de la justicia social. Pero, con seguridad, esto no es algo que los progresistas más moderados tenían en mente.

Después de todo, dice Brown, “Aún más, si aquellos de nosotros que nos oponemos al neoliberalismo lo malinterpretamos como simplemente otra palabra para capitalismo, hace que el trabajo de luchar contra aquel sea más difícil. Después de todo, Franklin Delano Roosevelt era un capitalista. Pero, un neoliberal, muy ciertamente él no lo era.”

El filósofo libertario Jason Brennan dice que es hora de señalar y decir nombres. En una polémica inusual llamada “Querida Izquierda: El Corporativismo es una Falta Suya” (Dear Left: Corporatism is Your Fault), él escribe,

“Los Estados Unidos están sufriendo de un corporativismo rampante y desaforado, y del capitalismo de los amigotes. Somos crecientemente una plutocracia, en donde el gobierno sirve a los intereses de las élites financieras y de los gerentes de empresas, a expensas de todos los demás.

Ustedes saben de esto y se quejan fuertemente de ello. Pero, el problema es una falta suya. Ustedes ocasionaron este estado de cosas. Párenlo.

Pero, la izquierda moderada no quiso al socialismo radical. Tan sólo querían agencias regulatorias que reinaran en los excesos del mercado. Ellos querían que el gobierno subsidiara o fuera dueño de áreas que ellos consideraban eran bienes públicos, como el cuidado de la salud, transporte, educación y el medio ambiente. No obstante, tener buenas intenciones no es suficiente, escribe Brennan.

Les dijimos a ustedes que eso iba a pasar, pero no escucharon. Ustedes se quejan, correctamente, de que las agencias regulatorias son controladas por las mismas empresas que se supone deberían restringir. Bueno, sí, les dijimos que eso sucedería. Cuando ustedes crean poder -y su gente ama crear poder- los inescrupulosos buscan capturar ese poder para el beneficio personal de ellos. Una y otra vez, ellos tienen éxito. Les dijimos que eso sucedería, y les dimos una descripción exacta de cómo se daría.

Ustedes se quejan, tal vez con razón, de que las empresas son simplemente demasiado grandes. Bueno, sí, nosotros les dijimos que eso sucedería. Cuando ustedes crean leyes tributarias complicadas, regímenes regulatorios complicados y reglas complicadas para poder trabajar, esas regulaciones naturalmente se acomodan para empresas más y más grandes. Les dijimos que eso sucedería. Por supuesto, esas corporaciones crecientemente grandes luego capturan esas leyes, códigos y regulaciones, para poner en desventaja a sus competidores y explotarnos al resto de nosotros. Les dijimos que eso pasaría.”

Probablemente Brennan estaba un poco molesto cuando escribió eso, pero fue justo. Desde hace ya buen rato, personas como Wendy Brown han estado tratando de adornar al corporativismo en las túnicas de quienes están a favor de los mercados libres y de la liberalización. Y ellos generalmente se la pasan pontificando desde la academia, en vez de hacerlo desde los burdeles de la calle K en Washington D.C., o desde el ministerio de Planificación y Finanzas de Venezuela.

Nadie que se llame a sí misma profesora de ciencias políticas debería haber logrado sus títulos sin haber leído acerca de la teoría de la elección pública (public choice theory). No, es la hora de admitir que todos los intentos de coser viejos restos de socialismo a los mercados, de una u otra forma crearán efectos perversos y la corrupción.

Tal vez la profesora Brown se sienta bien con la “corporeización” de algunas industrias, a la vez que deja a otras en manos privadas, a la Franklin Delano Roosevelt. Lo de ella parece ser un intento de sintetizar el corazón de Marx con la voluntad del pueblo. Dice ella:

“Demos kratia –“gobierno del pueblo- es realmente el término que, sin importar qué tan diferentemente se ha interpretado en diferentes variaciones de democracia y en siglos diferentes, es uno que, en algún nivel, debemos apreciar. Demos es importante pues es el cuerpo, es el pueblo, que imaginamos está en control de las condiciones básicas y las leyes que gobiernan nuestras vidas.”

Ah, sí, “el cuerpo,” el corpus. ¿No hemos escuchado eso anteriormente? Se supone que debemos apreciar la democracia debido a que, bueno, es tan estadounidense como el pastel de manzana. Cualquier reflexión adicional requeriría admitir que el “demos” está en desacuerdo acerca de cosas. Y esa es una pendiente resbaladiza para el individualismo y reconocer la necesidad de la tolerancia y de la autonomía personal. Este es el hecho del pluralismo, que incluso el filósofo estatista John Rawls empieza con él.

Siempre que escuche la palabra neoliberalismo, tenga cuidado. Podría ser un embutido sin sentido, pero siempre tan estrujador como la boligoma [Nota del traductor: Silly putty en inglés: juguete basado en polímeros de silicón que tiene ciertas propiedades inusuales]. Es una etiqueta destinada a demonizar a todos aquellos que nunca lo apoyarían ̶ una palabra que ha de ser acompañada con una cara de desprecio. Es un medio de definirse uno mismo contra algo -preferiblemente un Hombre de Paja suave y agradable- en vez de dedicarse a la difícil tarea de salir ideológicamente y defender sus ideas.

Cuando usted se da cuenta de que aceptar grados de intervención estatal es un problema de grado y no de tipo, se hace claro que los Wendy Browns no tienen adónde acudir sino a conceptos nebulosos como “demos.” Esto se debe a que no hay una tercera alternativa mágica entre corporativismo y comunismo, sino sólo a sombras de coerción estatal, justificados por una débil fachada mayoritaria. La elección entre industrias nacionalizadas o regulados es binaria, así que, en realidad, el conjunto de elección ideológica es sólo entre comunismo y corporativismo. Pero, el comunismo estropeó las cosas. El corporativismo estropea las cosas. Todas las variaciones estropean las cosas, porque cada permutación involucra poder y empresas formando alianzas non sanctas.

Personas como Wendy Brown y su entrevistador de la revista Salon, Elias Isquith, no son tontos. Y, como la mayoría de la gente, tienen buenas intenciones. Están comprometidos con una teoría particular de ángeles. Demos, ese becerro de oro, es la vieja noción cansada de que, si sólo pudiéramos borrar las peculiaridades, la individualidad y los deseos de 300 millones de personas en un solo contribuyente y enviarlo al lugar de votación, lo que vendrá del otro lado en Washington, D.C.- es una especie de salvación secular. Pero, este tipo de pensamiento descansa en la hipostatización [Nota del traductor: La hipostatización se presenta cuando un concepto abstracto se trata como si fuera una cosa concreta], esa falacia eterna de ambigüedad que seduce a la gente a caer en el colectivismo.

Tenemos que mirarlos directamente a los ojos y decirles: “Ustedes ocasionaron este estado de cosas. Párenlo.”

Max Borders es el autor de The Social Singularity. También es el fundado y director ejecutivo de Social Evolution ̶ una organización sin fines de lucro dedicada a liberar a la humanidad por medio de la innovación. Max es también cofundador de la actividad Voice & Exit y previo editor de la Fundación para la Educación Económica (FEE). Max es un futurista, un teórico, un autor que ha publicado y un empresario.