Para que los camaradas no le lleguen con el cuento del Hombre Nuevo socialista.

EL SOCIALISMO DESTRUYE EL CARÁCTER HUMANO

Por Theodore Dalrymple

National Review Magazine
16 de mayo del 2019


Si lo mira de cerca, no es una utopía.

Los verdaderos socialistas no quieren un mundo mejor; quieren uno perfecto. Esa es la razón de por qué tan a menudo miran con desprecio e incluso con hostilidad a la mejora gradual y de por qué están dispuestos a sacrificar la felicidad de una generación presente por la bendición imaginada de una generación por venir en el futuro distante. Para adaptar muy ligeramente las palabras del tonto de Twelfth Night (Noche de Reyes o Lo que queráis) [Nota del traductor: La comedia de Shakespeare]: La alegría del presente no es nada de risas. Lo que vendrá téngalo por muy seguro. En el aplazamiento se encuentra la abundancia…

Si usted le dice a un socialista que miles de millones de personas han salido de la pobreza durante las últimas décadas, por medios que son todo lo opuesto de aquellos del socialismo, él inmediatamente le responderá que muchos millones no han sido sacados de la pobreza, como si nunca hubiera sucedido, o que alguna vez fuera posible, una época en que toda la gente se benefició igualmente de mejoras en las condiciones económicas, o como si la pobreza fuera el fenómeno que requiriera de una explicación, en vez de la riqueza. A menos que todo el mundo sea sacado de la pobreza, nadie debería serlo. Oscar Wilde, en “The Soul of Man under Socialism” (“El Alma del Hombre bajo el Socialismo”) (1891), escribió que “es inmoral usar la propiedad privada para aliviar los males horribles que resultan de la institución de la propiedad privada.” La única solución real al problema de la pobreza, según él, era la abolición de la propiedad en sí; y, hasta que fuera abolida, la persona que usaba su dinero de esa forma era el tipo de explotador peor y más peligroso, pues disfrazó el hecho de la explotación del explotado, haciendo soportable a la explotación.

De muchas formas el texto de Wilde es un locus classicus de cierto tipo de pensamiento que, si bien (o tal vez, más exactamente, debido a) es profundamente adolescente en su naturaleza, retiene su atractivo en un mundo que es perennemente insatisfactorio para sus habitantes, y no necesariamente para quienes entre ellos está peor. Wilde -un hombre muy listo, evidentemente- había observado que el carácter de los seres humanos no siempre era bueno, pero atribuía este desencanto a la influencia de la propiedad privada. Abola la propiedad privada y “tendremos un individualismo verdadero, bello y saludable. Nadie desperdiciará su vida en acumular cosas y los símbolos de cosas. Uno vivirá. Vivir es la cosa más excepcional del mundo. La mayoría de la gente existe, eso es todo.”

Esto es obviamente similar a la idea marxista de que el hombre se convierte verdaderamente en sí mismo, sólo después del establecimiento del comunismo. Qué era exactamente el hombre hasta ese entonces (que también significa qué es ahora, pues, al momento, el comunismo no ha sido instituido) no está muy claro, pero no es nada muy halagüeño para él; de hecho, implica un desprecio por la vasta masa humana del pasado, presente y casi que, con certeza, del futuro. Hablando por mi mismo, he vivido, o servido, entre los miserables de la tierra durante gran parte de mi carrera, pero nunca se me ha ocurrido, en algún momento, que ellos fueran menos que seres humanos plenos, igual de humanos e individuales que lo que yo mismo era.

Continúa Wilde:

“Será maravilloso ver la verdadera personalidad del hombre. Se desarrollará natural y simplemente, como crece una flor o un árbol. No estará en discordia. Nunca argumentará ni disputará. No tendrá que demostrar cosas. Lo sabrá todo, y, sin embargo, no se preocupará por el conocimiento. Tendrá sabiduría. Su valor no se medirá con cosas materiales. No tendrá nada. Y, sin embargo, tendrá todo y aunque se le saque, siempre le quedará, tan rico será.”

Me parece asombroso que cualquiera pueda creer tal estupidez, mucho menos de un hombre intelectualmente tan dotado como Wilde; pero, está lejos de ser difícil encontrar intelectuales que concurren, por ejemplo, Slavoj Zizek, el filósofo superestrella eslovaco, quien está seguro de atraer, adonde quiera que vaya, muchedumbres de jóvenes admiradores, a sus denuncias apasionadas del mundo tal como es. Parece que los soñadores utópicos son como los pobres, siempre los tenemos entre nosotros.

Habiendo denunciado los efectos de la propiedad privada sobre la personalidad humana, Wilde (lo tomo sólo como un ejemplo) procede -de hecho, como Marx y Engels antes que él- a imaginar los resultados maravillosos bajo que tendrá la abolición de la propiedad privada bajo el socialismo sobre las relaciones personales e íntimas:

“El Socialismo termina por completo con la vida familiar, por ejemplo. Con la abolición de la propiedad privada, el casamiento en su forma actual debe desaparecer. Esto forma parte del programa. El Individualismo acepta esto y lo ennoblece. Convierte la abolición de la restricción legal en una forma de libertad que ayudará al total desarrollo de la personalidad y convierte al amor entre el hombre y la mujer en algo más maravilloso, más hermoso y más ennoblecedor.”

De casualidad, he observado cercanamente este amor más maravilloso, más bello y más ennoblecedor de un hombre y una mujer de hecho bajo condiciones de socialismo, así como la abolición de las restricciones legales -es decir, de toda la estructura legal u obligación social en las relaciones familiares- con su presunto desarrollo pleno de la personalidad, y no fue tan adorable como Wilde (o, para el caso, Marx y Engels) lo imaginaron o representaron, para ponerlo suavemente. De hecho, fue espantoso, por las razones que ciertamente una persona moderadamente razonable mayor de 20 años de edad podría haber esperado y entendido. La ausencia de restricción ni siquiera condujo a la libertad, como lo señaló otro escritor anglo-irlandés, Edmund Burke, casi exactamente un siglo, antes de Wilde:

“Los hombres están calificados para la libertad civil en la proporción exacta a su disposición para colocar ataduras morales a sus propios apetitos; en proporción a cómo su deseo de justicia esté por sobre su voracidad; en proporción a cómo su propia firmeza y sobriedad de entendimiento estén por sobre su vanidad y presunción; en proporción a cómo estén más dispuestos a escuchar los consejos del sabio y el bueno, en vez de las lisonjas de los bribones. La sociedad no puede existir a menos que un poder de control sobre la voluntad y el apetito se coloque en alguna parte y, cuanto menos de él haya adentro, más tendrá que haber sin él. Está ordenado en la constitución eterna de las cosas que los hombres de mentes intemperantes no pueden ser libres. Sus pasiones forjan sus cadenas.”

Claramente, hay una posibilidad tanto de retroceso intelectual, así como de progreso. La gente que vivió el sueño de Wilde, a la que vi de cercanía como médico trabajando en una parte pobre de una ciudad británica, vivía bajo un régimen socialista tan completo, aunque menos autoritario, que aquel de la antigua Unión Soviética. Su vivienda, educación, cuido de la salud e ingreso se derivaba de la colectividad, no proveniente de algo que ellos hicieron por sí mismos. Vivían en la máxima seguridad -los servicios públicos para ellos siempre estarían allí- excepto, tal vez, cuando dejaban sus casas, en que podrían verse atacados por sus compañeros. Es cierto que ellos se adherían a cierta cantidad de propiedad privada, pero consistía principalmente de ropas, unos pocos artículos de línea banca, aparatos electrónicos para la distracción mental y algunos muebles baratos. Incluso Wilde con dificultades podría haber dado a entender que la gente no debería poseer sus ropas propias; y, de hecho, ella vivía en un ambiente que era notablemente igual. Su estándar de vida había sido exitosamente desasociado de cualquier esfuerzo que ellos podían hacer.

Sus relaciones sexuales precisamente carecían de la restricción legal que Wilde había concebido. En ese sentido, él fue un profeta; pero, desafortunadamente, el resto de su visión carecía de agudeza y verosimilitud. La gente, siendo privada de cualesquiera razones económicas o contractuales para el ejercicio de su autocontrol y creyendo que nunca estarían mejor o peor si se esforzaban por sí mismos (tal vez excepto por el crimen), las relaciones entre los sexos, en una época sujetas a las restricciones que Wilde quería tanto remover, de forma que la belleza plena de la personalidad humana pudiera emerger, se hizo inestable en la peor de las formas posibles. El padre no sabía que tenía que estar presente durante toda la niñez de su descendencia; se hizo muy frecuente que hubiera padrastros en serie. Los celos, el instigador más poderoso de la violencia entre hombre y mujer, aumentaron en grado asombroso. El hombre no era tanto un lobo sino un depredador sexual para el ser humano. La confianza desapareció y la violencia tomó su lugar. Se creo un ambiente social, en donde un ciclo de pobreza relativa (si no es que de pobreza absoluta), la que, en primer lugar, fue una supuesta justificación para el socialismo, ahora era una especie de profecía autocumplida. Si los socialistas amaban tanto a los pobres que querían preservarlos en su pobreza, difícilmente lo podrían haber hecho mejor.

El socialismo no es sólo, e incluso básicamente, una doctrina económica: Es una sublevación contra la naturaleza humana. Se rehúsa a creer que el hombre es una criatura caída y busca mejorarla haciéndola igual la una a la otra. No sorprende que el desarrollo del Hombre Nuevo fuera el fin último de las tiranías comunistas, siendo la antigua versión del hombre tan imperfecto e incluso despreciable. Pero, tales sueños vanos y censurables, pese a los resultados desastrosos cuando se tomaron seriamente por hombres despiadados en el poder, están lejos de ser algo extraño para las generaciones actuales de intelectuales. El hombre, sabiéndose imperfecto, continuará soñando, y creyendo, en esquemas no sólo de mejoría por aquí y por allá, sino de la perfección, de una vida tan perfectamente organizada que todo mundo sería feliz, bondadoso, decente y generoso, sin esfuerzo alguno. La ilusión brota eternamente, en especial entre intelectuales.

Este artículo aparece como “Preserved in Their Poverty” [“Preservados en su Pobreza”] en la edición impresa del National Review del 3 de junio del 2019.

Theodore Dalrymple es un médico retirado, y contribuye con editoriales en el City Journal y The New English Review. Su próximo libro False Positive: A Year of Error, Omission, and Political Correctness in the New England Journal of Medicine, será publicado en junio.