Básico, al igual que uno similar de Barry Brownstein, cuya traducción publique aquí hace un par de semanas, para entender parte de lo que está detrás de esta serie que tantos estamos viendo, y de la que podemos derivar lecciones para entender mucho de nuestra realidad política actual.

JUEGO DE TRONOS MUESTRA LOS PROBLEMAS DE LA CENTRALIZACIÓN DEL PODER

Por Daniel Buck

Fundación para la Educación Económica
Sábado 4 de mayo del 2019


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, con letra subrayada, si es de su interés puede verlo en https://fee.org/articles/game-of-thr...ralized-power/

La serie de televisión funciona casi como si fuera un experimento mental, de lo que sucede cuando seres humanos imperfectos luchan por el control en un vacío de poder y que subsecuentemente logran su objetivo.

Recientemente, Barry Brownstein escribió una pieza (piece) acerca de cómo Juego de Tronos actúa como si fuera un anuncio en favor del capitalismo. Él propuso que el show es representativo de una Europa feudal: pobre y económicamente estancada. Si no hubiera sido por la Ilustración y el nacimiento de la libre empresa, el mundo de Occidente habría permanecido así. Continuando sobre ese tema, hay otro argumento en favor del capitalismo dentro de ese espectáculo, referido directamente al surgimiento en popularidad en Occidente de teorías de la centralización del gobierno.

La serie de televisión funciona casi como si fuera un experimento mental, de lo que sucede cuando seres humanos imperfectos luchan por el control en un vacío de poder y que subsecuentemente logran su objetivo. En Juego de Tronos, no vemos a ningún individuo que sea el adecuado para el Trono de Hierro, asiento del poder absoluto, tal como, en el mundo real, ningún individuo o comité encaja para regir un gobierno centralizado. La asunción al trono de cada uno de los caracteres expone un problema político exclusivo del poder centralizado, uno que tanto el populismo como el socialismo fracasan en resolver.

EL PROBLEMA DE LA MALDAD

Escoja a cualquier carácter de la serie y es evidente el problema con su gobierno. Empecemos con los ejemplos obvios.

El adolescente Jeffrey Baratheon, quien por un tiempo se sentó en el trono, era un sádico: le ordenó a su guardia contarle la lengua a un hombre por cantar una canción de humor acerca de la familia real. Su madre, Cersei Lannister, quien asumió el trono después de la muerte de sus hijos, no es mejor, poniendo explosivos que mataran a sus rivales, junto con cientos de otras personas. Ella le ordena a su hermano, con quien tiene una relación incestuosa, que lance a un jovencito desde una ventana hasta casi matarlo. El príncipe Viserys, la muerte de cuyo padre debido a un regicidio dejó el vacío de poder, desenfunda su arrogancia en su alegato por el trono al decirle a su hermana que él permitiría a todo un ejército abusar de ella si eso era necesario para asumir su herencia debida.

Estos son tres de los caracteres más crueles y malvados de la serie, pero no son caracterizaciones hiperbólicas de los tiranos. A través de la historia, se han llevado a cabo genocidios (genocides), asesinatos (assassinated) a rivales, torturas (tortured) a disidentes, provocado hambrunas (famines) y censurado (censored) a los medios.

Las teorías acerca de la naturaleza corruptora del poder son incontables, pero básico en cada una de ellas es que los humanos son imperfectos. Cuando son puestos en posición de autoridad, cualquier hombre o mujer está sujeto a las mismas inclinaciones egoístas y al temor de perder sus privilegios, que nos guían a todos nosotros. Esas fallas conducen a que la persona promedio tome acciones dudosas en sus carreras, pero, cuando el poder se centraliza, se multiplica la habilidad del tirano para hacer daño a otros. En resumen, los humanos son imperfectos y, como lo mostrarán ejemplos a continuación, incluso hasta los más virtuosos sucumbirán a su naturaleza.

JON SNOW Y EL PROBLEMA DE LA REPRESENTACIÓN

En la serie el protagonista central y el mejor candidato para gobernar es el Rey del Norte. Sin saberlo, Jon Snow tiene el derecho legítimo al trono y actúa como el héroe de fantasía prototípico ̶ noble, un hábil luchador y un líder natural. En nuestra analogía, nos recuerda a un político ideal. Lucha por las necesidades de su pueblo y, si confiamos en sus palabras, rehúye los prospectos de un gobierno suyo, haciéndolo sólo por necesidad.

En su provincia, él es un buen señor, capaz de satisfacer la mayoría de las demandas. El castillo es pequeño, su gente está dispersa y una amenaza inminente a su territorio, hace que su enfoque sea el obvio. No obstante, si gobernara desde el Trono de Hierro, surgirían los conflictos de interés y, a pesar de su honor, Jon no podría satisfacerlos a todos ellos.

Aún como señor, sus intereses personales entrarían en conflicto. Durante una batalla para conservar tierras robadas, su oponente Ramsey Bolton crea un escenario para poner en Jon en contra de su familia y de su país. Jon debe escoger entre la muerte de su hermano o una batalla con una buena estrategia. Engatusado para tomar una decisión apurada, él ataca y, si no fuera por un deus ex machina [Nota del traductor: por un acontecimiento inesperado se resuelve un problema considerado sin solución], en forma de una caballería inesperada, habría perdido la batalla.

Volviendo al mundo real, en Camino de Servidumbre, Friedrich Hayek escribe que, en cualquier sistema centralizado, “los puntos de vista de alguien tendrán que decidir qué intereses de quién son los más importantes.” En un pequeño estado, cuya cultura y opiniones son consistentes en toda la nación, como en el territorio de Jon, los intereses en conflicto son pocos.

A pesar de lo anterior, en la parte más elevada del gobierno federal, es imposible satisfacer una demanda sin atropellar a otra: las necesidades de las empresas versus las preocupaciones medioambientales, el balance entre las preferencias educativas de un grupo cultural con las de otro; la asignación de fondos a condiciones preexistentes o a experiencias traumáticas. Todas son oposiciones que ningún gobierno podría administrar. Así, tal como Jon escogió a su familia sobre su pueblo, los políticos en un sistema centralizado deben privilegiar un grupo o necesidad por sobre otro.

DAENERYS Y EL PROBLEMA DE LA AUTORIDAD

Si Jon es un político ideal, Daenerys Targaryen es una luchadora por la libertad. Sus objetivos son nobles, buscando liberar a la tierra de la esclavitud. A diferencia de Jon Snow, ella rechaza las decisiones apuradas, rara vez, si es que alguna, actúa sin consultar a sus asesores. A pesar de ello, sin importar qué tan noble es su uso de fuerza para destruir la esclavitud, su inclinación autoritaria es clara.

Varias veces a lo largo de la serie, ella descansa en su pequeña cría de dragones y un ejército creciente, para matar a esclavizadores poderosos o a aquellos que se rehúsan a doblar su rodilla.

En Julio César de Shakespeare, mientras que delibera en su decisión de asesinar al gobernante, Bruto pondera si “[César] fuera coronado / cómo eso podría cambiar su naturaleza.” A Bruto le preocupan las acciones de César una vez que se le haya dado el poder: el desprecio que puede desarrollar de la gente común, el riesgo de guerra con su pueblo usado como baratija reemplazable, o los impuestos que podría imponer para incrementar su poder aún más.

Para Dany, el asunto es qué sucede cuanto la esclavitud es abolida y ella, al igual que Jon Snow, es encarada con desafíos éticamente ambiguos. Una y otra vez, en nombre de la libertad, ella ha quemado vivos a individuos, dirigido a su ejército a la masacre y que conquiste tierras. No obstante, al enfrentar el asunto comparativamente inconsecuente de Jon Snow hincándose ante un trono, ella le recuerda los dragones que están afuera. En una ocasión luchó por los derechos individuales; en el salón del trono, encarada con desafíos más complejos, lucha por conservar su propio poder.

El asunto para el mundo real es qué pasa cuando el poder centralizado encara asuntos de estado menos importantes: temas de seguros, educación o incluso para quién hornear un queque. Así, moverse de un problema de representación a uno de fuerza, una vez tomada la decisión en relación con los intereses de quienes son los más importantes, el recurso final de la autoridad es la fuerza.

EDDARD STARK

Incluso Ned Stark, cuya única falta aparente es su compromiso con el honor, sería incapaz de gobernar. Tal vez tendría éxito en un estado pequeño, como un rey simbólico resignado a ser árbitro sobre la justicia y la guerra; sin embargo, si Stark hubiera intentado administrar la economía de los Siete Reinos, se habría encontrado metido en una camisa de once varas.

Friedrich Hayek trató el problema ocasionado por la complejidad en todo su cuerpo de trabajo. En su ensayo, “El Uso del Conocimiento en Sociedad,” [Nota del traductor: en realidad, la cita es del libro de Hayek, Los Fundamentos de la Libertad], él escribe:

“Puesto que cada individuo conoce tan poco y, en particular, dado que rara vez sabemos quién de nosotros conoce lo mejor, confiamos en los esfuerzos independientes y competitivos de muchos para hacer frente a las necesidades que nos salen al paso.”

Un único individuo o incluso un único cuerpo gobernante es incapaz de poseer el conocimiento requerido para gobernar toda una civilización. No existe un sistema de seguros que pueda satisfacer las necesidades médicas verdaderas de un pueblo. No existe un único currículo de un colegio que inspire e instruya adecuadamente a todos los estudiantes en una nación diversa. No hay sistemas regulatorios que, aplicados en todo un país, proteja de la manera más eficiente al consumidor, a la vez que conserva la libertad de la industria para innovar y producir.

LA SOLUCIÓN

Entonces, hay tres problemas. A la luz de intereses en conflicto, un gobierno centralizado debe favorecer a uno sobre otro. Una vez que la decisión se toma, la fuerza se convierte en la herramienta para lograr el objetivo. Incluso en este escenario no ideal, cualquier gobierno centralizado sería incapaz de tomar perfectamente cada decisión y actuar en torno a cada necesidad que se le presenta. A estos tres problemas, un sistema capitalista brinda respuestas.

En respuesta a este problema del conocimiento, Hayek da la respuesta en Camino de Servidumbre, cuando escribe que “los esfuerzos espontáneos y no controlados de los individuos [son] capaces de producir un orden complejo de actividades económicas.” Con la toma de decisiones extendida a cada vendedor y comprador individual, el pueblo puede colectivamente tomar toda decisión necesaria para lograr los objetivos ideales.

En lo referente al uso de la fuerza, a diferencia de Daenerys, cuando el poder está diseminado entre innumerables productores y vendedores, la sociedad empieza a dirigir sus propios objetivos; los individuos pueden votar son sus dineros si mantiene una industria o si la cierra, haciendo que las industrias respondan ante los consumidores.

Los intereses en conflicto de Jon Snow nunca pueden ser satisfechos en un estado centralizado. No obstante, cuando pequeños cuerpos gubernamentales mantienen el poder, un sistema federal puede satisfacer fielmente demandas locales culturalmente consistentes.

Finalmente, el capitalismo no niega el problema de la maldad, pero, al diseminar la autoridad y el poder, brinda suficientes frenos contra él.
Hay cuatro problemas que cada uno de esos caracteres posee: el problema de la maldad, un problema con los intereses en conflicto, un problema de la fuerza y un problema del conocimiento. El populismo y el socialismo no están en capacidad de enfrentar a los cuatro. Un sistema capitalista de un gobierno pequeño sí puede.

Daniel Buck es un educador en una escuela urbana en Wisconsin, con una maestría en Programas de Estudios e Instrucción de la Universidad de Wisconsin-Madison y es editor en el sitio de la red Lone Conservative.