Pensar que puede convertirse en el primer ministro inglés: cada cosa que ve uno.

JEREMY CORBIN: UN IDEÓLOGO LÚGUBRE A PLENITUD

Por Theodore Dalrymple
Ley y Libertad
20 de marzo del 2019


Me sospecho que una tarde con la señora Merkel, la señora May o con el presidente Macron, sería tan entretenida como un trabajo del dentista sin anestesia; pero sería como una tarde con Oscar Wilde, en comparación con una tarde con Jeremy Corbyn, el líder de la Oposición en Gran Bretaña, quien es posiblemente, aunque no hay certeza, el próximo Primer Ministro del país.

En circunstancias normales, uno no soñaría con escribir una biografía de un humano tan lúgubre como Jeremy Corbyn; pero la corrección política ha eviscerado tanto el ejercicio del ingenio, que ser lúgubre no es un obstáculo para el avance político, e incluso puede ser una ventaja para lograrlo. Los deprimentes, ¡por Dios! están heredando la Tierra.

Tom Bower es un biógrafo de eminentes personas que están vivas, y sus libros tienden a enfatizar lo deshonroso ̶ de lo cual él usualmente encuentra más que suficiente para satisfacer el gusto de la mayoría de la gente por la lascivia. Sus libros no son bien escritos, pero se dejan leer; en ocasiones uno se disgusta con uno mismo porque los disfruta. Así que el último libro de Bower, Dangerous Hero: Corbyn’s Ruthless Plot for Power, es una especie de sorpresa.

Jeremy Corbyn no es un sujeto natural para Bower pues aquél, Corbyn, en forma alguna es extravagante e incluso ha logrado hacer que su vida privada, que ha estado lejos de ser sencilla, sea poco interesante. De hecho, Corbyn podría lograr que el asesinato sea aburrido; su voz es desafinada y su dicción pobre, no tiene elocuencia, se viste mal, no es ingenioso e incluso carece de sentido del humor, no puede pensar con su cabeza y, en general, tiene un carisma negativo. Sus principales activos son su buena apariencia, ser atractivo para las mujeres y tener una habilidad para conservar su temperamento, aunque con la edad se está haciendo algo más irritable.

Bower ha escrito un libro que, en alto grado, es un caso para la fiscalía. Si él ha descubierto que en Corbyn no hay mucha propensión al vicio, tal como se le entiende normalmente, tampoco ha descubierto alguna gran inclinación hacia la virtud, como normalmente es entendida; por ejemplo, bondad personal. Su preocupación por otros tiene un sabor fuerte, incluso escalofriantemente abstracto o ideológico; él es la Sra. Jellyby de nos jours [de nuestra época], pero con la dureza de granito del ideólogo, agregada a la despreocupación e incompetencia de la Sra. Jellyby [Nota del traductor: la Sra. Jellyby es un carácter satírico de la novela de Charles Dickens Casa Desolada; una filántropa profundamente interesada en promover una misión en África, a la vez que descuida a su propia familia; algo así como “oscuridad en la casa, candil en la calle.”]

La descripción propia que Corbyn hace de la disolución de su segundo matrimonio es prueba de ello. Según él, él y su esposa se pelearon y se separaron acerca de adónde enviarían a uno de sus hijos a estudiar. La Sra. Corbyn, hija de exiliados chilenos, quería enviarlo a una escuela excelente pero selectiva, que estaba algo alejada, mientras que el Sr. Corbyn, quien en principio se opone a la educación selectiva, quería enviarlo a la escuela más cercana, la que, resulta, tenía uno de los peores resultados académicos en el país. Como consecuencia, la Sra. Corbyn, con los tres hijos de ella, le dejaron, diciendo que la educación del hijo de ella era lo primordial.

Bower disputa esta descripción. Según él, lo que destrozó el matrimonio fue la actitud del Sr. Corbyn sin alegría hacia la vida, su abandono de la esposa en favor de reuniones políticas y su incompetencia financiera sin esperanza, como la Sra. Jellyby, lo que significó que ellos no pudieran vivir en una comodidad decente. Cualquiera que sea la verdad sobre el tema, el hecho significativo es que el Sr, Corbyn quería y todavía quiere que todo mundo crea que su matrimonio se disolvió por una disposición de sacrificar la educación y el futuro de su hijo en nombre de sus principios, a partir de la cual le exponía a la clara posibilidad de fracasar por el resto de su vida.

Por supuesto que es cierto que, si él hubiera estado de acuerdo con enviar a su hijo a una escuela selectiva, habría sido acusado de hipocresía; pero, con un poquito de flexibilidad mental, una cualidad de la cual él singularmente ha carecido toda su vida, él podría haber respondido a la acusación. Podría haber dicho, “favorezco la educación no selectiva, pero, en las circunstancias presentes, que son mi vocación cambiar, estoy lamentablemente obligado, en aras de mi hijo, a enviarlo a una escuela selectiva.” Pero, esta respuesta algo obvia estaba más allá de su rango de capacidades; para él, la bondad consiste tan sólo en adherirse rígidamente a algún principio abstracto o algo así, sin importar el costo impuesto a otros, incluso hasta incluir a su propio hijo. Esto es suficiente como para que nos provoque escalofríos.

Su probidad, crueldad o estupidez pueden apelar a los monomaníacos, pero presagia un terrible sufrimiento para millones, si es que alguna vez logra un poder real: dado que ni siquiera la evidencia empírica, ni ninguna cantidad de sufrimiento le persuadirían vez alguna de que una política se equivoca o es engañosa si es que van de acuerdo con su principio abstracto. Esto explica su lealtad continua a la memoria de Hugo Chávez y de su sucesor. Lo que en la práctica les sucede a los venezolanos no le interesa de forma alguna, al igual que cuando el destino de los hijos de la Sra. Jellyby no le interesó a ella. Para Corbyn, la pureza de sus ideales lo es todo y sus consecuencias no tienen consecuencia alguna.

Proveniente de un origen relativamente privilegiado, él formó sus opiniones muy temprano y nunca ha permitido que alguna experiencia personal o lectura histórica las afecte. En todo caso, según Bower, él del todo no lee: en este sentido, es una especie de Trump de la izquierda. Él ha permanecido siendo lo que era en una edad temprana, un estudiante radical de tercera clase de los años sesenta y setenta.

Su visión de la vida es estrecha, sin alegría y lúgubre. Es el tipo de hombre que mira la belleza y ve injusticia en ella. No tiene otros intereses excepto la política: no en el arte, la literatura, la música, el teatro, el cine ̶ ni siquiera en la comida o la bebida. De hecho, para él, la comida no es sino combustible: el combustible necesario para seguir adelante, al tiempo que, sin parar, asiste a reuniones de solidaridad con Cuba, Venezuela o Palestina. Él es uno de aquellos que piensan que, debido a que él es virtuoso, no habrá más queques ni cerveza.

Corbyn odia a su nación y nunca se le ha escuchado que pronuncie una palabra amable acerca de ella. Desprecia toda tradición que no haya emanado de la clase trabajadora, preferiblemente de sus días de miseria. Él quiere disolver las fuerzas armadas. Cree que el hombre nace rico pero que en todas partes es pobre, de forma que es la pobreza y no la riqueza la que requiere de una explicación mejor. Se le ha escuchado decir que es el asistencialismo el que hace próspero a un país, sin un reconocimiento concomitante de que la riqueza tiene que ser creada, y que quiere una inmigración ilimitada, con el derecho automático de los inmigrantes a tener una asistencia ilimitada, sin importar las cifras involucradas, debido a que, como él dice con sentimentalismo refrigerado, “las necesidades de las mujeres y de los niños vienen primero,” como si la vida no fuera nada más que un ejercicio prolongado de abandonar el barco; y, en segundo lugar, como un resarcimiento de los errores pasados del colonialismo.

Yo no pienso que haya duda alguna de que él es antisemita, aún cuando es lo suficientemente taimado como para no formular muchos señalamientos abierta o inequívocamente antisemitas. Es lo suficientemente astuto, aunque no inteligente y tiene cuidado en decir o hacer algo que sea imposible de interpretar de otra forma más que atribuible al antisemitismo. No obstante, acumulativamente la evidencia es fuerte, si bien no es que forensemente abrumadora: sus relaciones con los que niegan el Holocausto, su cariño por Hamas y Hezbollah, su membresía en una página privada antisemita de Facebook, su tolerancia hacia los insultos más groseros antisemitas lanzados a miembros judíos del partido laborista, su casi obsesión con el tema de Palestina, que va mucho más allá de su interés en algún asunto de política internacional, su fracaso en reconocer como antisemita un mural pintado en el Lado Este de Londres (un vecindario en donde más de un tercio de su población es musulmana), que bien podría haber surgido directamente de las páginas de Der Sturmer [Nota del traductor: tabloide antisemita y de ideología nazi que circuló en Alemania entre 1923 y 1945]; todo apunta en la misma dirección. El único grupo que él ha implicado que era extraño a Gran Bretaña, fue el de los “sionistas británicos,” al cual acusó de carecer del sentido inglés de la ironía, aunque probablemente ellos, como él lo puso, habrían vivido en el país durante todas sus vidas. Él nunca ha dicho que los musulmanes que pusieron una bomba en el Estadio de Manchester carecían de un sentido inglés de la ironía. Su propio sentido de la ironía no es muy marcado: él es tan entretenido como Walter Ulbricht [Nota del traductor: ex primer ministro de la Alemania comunista].

Hay dos buenas razones por las cuales él debería ser antisemita. La primera es electoral: hay diez veces más musulmanes en Gran Bretaña que judíos, y estos últimos son electoralmente importantes en una o dos circunscripciones electorales. En contraste, los musulmanes, quienes están altamente concentrados en ciertas áreas, son importantes en 30 circunscripciones, y sus votos fácilmente podrían hacer que varíe una elección. El antisemitismo cae bien entre ellos.

Más importante aún, el antisemitismo calza bien con la concepción del mundo de Corbyn. Él cree que la sociedad capitalista no es sólo imperfecta, que necesita ser reformada, sino que es tan injusta que necesita su abolición y reemplazo. Es un orden social injusto, en donde los privilegiados gobiernan injustamente y acumulan riqueza que correctamente les pertenece a otros. Ellos deben ser expropiados.

Ahora bien, la historia de los judíos en este país prueba que esta concepción de la sociedad británica (y de muchas otras sociedades) es pura basura. Requirió de una generación, de dos como máximo, para que los judíos salieran de la pobreza hacia la prosperidad ̶ incidentalmente, lo mismo es verdad de los sijs [Nota del traductor: grupo religioso de India]. Para Corbyn, esto no es prueba de la apertura de la sociedad británica, sino de una conspiración e influencia ilícita, pues, Welstanschauung [cosmovisión], sólo la conspiración puede explicar el éxito en una sociedad esencialmente injusta y cerrada. Es el tipo de mentalidad que toma en serio a Los Protocolos de los Sabios de Zion, si bien de forma menos virulenta y más sofisticada. Para él, las diferencias de resultados entre grupos, ya sean ventajosos o no, sólo pueden surgir de la injusticia, lo cual ha sido su deber desde la edad de 17 hasta hoy.

Surge la pregunta de por qué un hombre fundamentalmente tan sombrío ha llegado a ser tan popular. La principal razón es que promete seis cosas imposibles antes del desayuno, a gente que cree que ellos no tendrán que pagar por ellas, y esa gente siempre aparecerá, pues el descontento florece eternamente.

El retrato poco favorable de Corbyn por parte de Bower, de un Lenin sin inteligencia, no es referenciado, pero sí ha sido respaldado. Eso no significa que todo ello sea cierto, pero hay suficiente que es tanto cierto como condenatorio, que el Sr. Corbyn no querría que se ventilara en una corte. La biografía de un hombre que pasado la mayor parte de su vida en reuniones de solidaridad y en la intriga entre fracciones y distribuyendo panfletos, es algo desalentadora de leer. Pero, el Sr. Corbyn es un ejemplar fino de ese tipo peculiar moderno, del hombre que es malo, poco interesante e importante, para quien la carencia de escrúpulos es probidad. La emigración masiva, así como la inmigración, no están más lejos que del resultado de una elección.

Theodore Dalrymple es un médico de prisiones y psiquiatra retirado, editor colaborador del City Journal y Compañero Dietrich Weissman del Manhattan Institute.