Un análisis y una explicación de por qué los se ha llamado socialismo, ha fracasado en todas las instancias en que se ha intentado y que, ante ello, ha movido a algunos a decir que, eso que ha fracasado, no era el verdadero socialismo. Sigan soñando con una en el futuro perfecto…

“ESE NO ERA EL VERDADERO SOCIALISMO”: UNA MEJOR FORMA DE RESPONDER AL ALEGATO

Por Hugo Newman
Fundación para la Educación Económica
Sábado 26 de enero del 2019


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, con letra subrayada, si es de su interés puede verlo enhttps://fee.org/articles/that-wasnt-real-socialism-a-better-way-to-respond-to-the-claim/

Si los socialistas insisten en que “el verdadero socialismo” nunca ha sido puesto en práctica, se deduce que tampoco lo ha sido el “verdadero capitalismo.”

Es una escena familiar. Un socialista y un crítico del socialismo se encuentran inmersos en un ardiente debate. Invariablemente el crítico plantea lo que los socialistas consideran es una objeción trillada y perezosa: “Bueno, ¿qué hay acerca de lo que sucedió en la Unión Soviética? O ¿en la China maoísta? Esos eran estados socialistas. ¿Está usted endosando a tales sistemas? ¿No demostraron acaso que el socialismo no funciona?

El socialista se burla, mueve su cabeza despectivamente y ensaya su propia y correspondiente trillada respuesta:

“No. Esos en la realidad no eran estados socialistas. Eran socialistas tan sólo de nombre. De hecho, fueron simplemente cooptados por fuerzas corruptas o comprometidos por un medioambiente desestabilizador o por condiciones económicas, o influidos por fuerzas reaccionarias desde afuera… o alguna combinación de las tres.”

Lo que usualmente sucede luego es que el debate desciende a desacuerdos irreconciliables acerca de lo que realmente sucedió en la Rusia de la década de 1920, propuestas a favor y en contra que son virtualmente imposibles de verificar en tal momento en una u otra forma y, eventualmente, el debate concluye en un punto muerto. Ambas partes regresan a sus priores ideológicos y se alejan, convencidas de que sus posiciones propias no han sido refutadas y que la posición del oponente continúa siendo plenamente provisional y poco convincente.

He observado esta refutación socialista incontables veces (unos pocos ejemplos aquí (here), aquí (here) y aquí (here)) y la encuentro exasperante. Conozco íntimamente las dinámicas pues yo mismo solía ser el socialista en el debate. Cuando un opositor planteaba varios casos históricos de estados nominalmente socialistas, me aferraba a la línea de resistencia arriba expuesta: aquellos fueron intentos echados a perder, revoluciones imperfectas que se descarrillaron por cualquier razón incidental. Al final de cuentas, todos esos regímenes terminaron como dictaduras totalitarias de una u otra forma, presidiendo sobre, en el mejor de los casos, una economía estancada. Pero, el socialismo, mi socialismo, era profundamente democrático, profundamente antiautoritario y estaba profundamente comprometido con el desarrollo económico. Y así, sin importar cuántos más de esos casos me eran presentados, yo sabía que siempre podría, en última instancia, alejarlos mediante una retirada al refugio seguro de la definición ideal.

Eso lo encuentro exasperante pues ahora puedo ver, desde aquel entonces habiéndome convencido plenamente de la insostenibilidad del socialismo, cómo y por qué persistí plenamente en el modo de pensamiento y de “discusión” expuesto arriba. Y, aún más importante, puedo ver cómo y por qué los argumentos estándar contra el socialismo no me convencían plenamente.

El problema es que, casi siempre, esos argumentos no convincentes del todo, son los que continúan siendo formulados contra el socialismo. Mi intención en este artículo es presentar una forma del argumento que sea mucho más difícil que los socialistas los evadan en la forma antes indicada. Se inspira en el trabajo del teórico de la política Jason Brennan, en su libro Why not Capitalism? (Capitalismo, ¿por qué no?).
Involucra un cambio de enfoque desde el contenido de los propios argumentos hacia los estándares argumentales que les dan soporte.

Lo que trataré de demostrar es que la mayoría de los socialistas son inconfundiblemente inconsistentes, hasta hipócritas, en cuanto a los estándares que implícitamente despliegan. Si van a ser consistentes, tendrán que admitir que el socialismo sale con una luz relativamente desfavorable, vis-à-vis otras formas de organización económica y política. Aún más, cuando ellos le aplican al socialismo los mismos estándares epistemológicos básicos que característicamente aceptan y exigen en cualquier otro contexto intelectual, deberían rápidamente hallar que el socialismo es, en efecto, una proposición muy débil.

QUÉ NO FUNCIONA, POR QUÉ NO FUNCIONA Y POR QUÉ ESO ES IMPORTANTE

En el entorno actual de los intelectuales públicos, el oponente más conspicuo del socialismo revolucionario es, sin duda alguna, el profesor Jordan B. Peterson, quien no ha hecho un secreto de su desprecio por el marxismo y su progenie ideológica. No niego que Peterson sea una figura impresionante y que algunas de sus críticas de la ideología moderna del ala izquierda (particularmente sus encarnaciones identitarias más radicales) dan en el blanco. A pesar de ello, hay ciertas líneas de argumentación que Peterson revisita una y otra vez en sus conferencias públicas (public lectures), las que, me temo, tienen pocas posibilidades de persuadir a cualquier socialista que las esté estar escuchando.

Una de tales líneas de argumentación es la siguiente: Cuando un marxista o un socialista, quien se ve confrontado con el historial humanitario de la Unión Soviética, dice, “Bueno, ese no era el socialismo verdadero,” lo que realmente está diciendo es, “Bueno, si yo hubiera estado a cargo, en vez de Stalin, entonces, habría abierto la puerta a la utopía socialista, debido a que yo verdaderamente sé lo que es el socialismo y como debería ponerse en práctica.”

Cuando escucho esto, no lo oigo como alguien quien ya está convencido de los errores del socialismo. En vez de ello, de nuevo, trato de imaginarme al joven socialista sincero. Y lo que escucho no es un argumento demoledor, sino, mas bien, una pieza retórica pendiente de responder y formulada de mala fe.

Pienso para mí mismo:

“Bueno, ese es un argumento terrible, debido a que la idea es, en primer lugar, que el socialismo ¡excluye que siquiera haya un Stalin! No me gustaría estar “a cargo de la revolución en vez de Stalin o Mao o quien sea. Y ¡ningún socialista que se precie de la asignación lo estaría! El punto es que ninguna persona debería estar a cargo, en el sentido de que toda la toma de decisiones políticas y económicas ha de pasar a ser incumbencia del veredicto mayoritario del proletariado, a los trabajadores que democráticamente controlan todas las industrias. Cualesquiera representantes que presidan los concejos centralizados deben ser considerados como inmediatamente responsables ante sus votantes de la industria. Así que no. Cuando digo, ‘Ese no era el verdadero socialismo,’ no estoy diciendo que querría ser un Stalin benigno. Estoy diciendo que el mismo hecho de que, en primer lugar, hubo un Stalin, ¡es prueba suficiente de que ese no era el socialismo verdadero!”

Esta refutación es una que casi de inmediato se le ocurrirá a cualquier socialista sincero. La estrategia de Peterson, entretenida como lo es para aquellos de nosotros que ya estamos convencidos de los fracasos del socialismo, es muy difícil que tenga éxito en cambiar la mente de persona alguna.

Y esto no es trivial, Peterson es, con buena razón, considerado, por lo demás, como un oponente intelectual formidable. Si los socialistas revolucionarios luego ven que un hombre que se supone es uno de los críticos públicos más capaces, descansa en una línea de argumentación tan poco convincente, incluso es más posible que, de hecho, ellos salgan pensando que su ideología descansa en una base sólida. Después de todo, en el espíritu de John Stuart Mill, ellos pensarán que, si su ideología puede resistir un ataque crítico de un hombre que se supone es uno de sus más poderosos críticos, entonces, tendrán una confianza mayor en que su visión del mundo permanece con buen prestigio intelectual.

El socialismo conserva un aura de justicia que la convierte en una propuesta tentadora para cada nueva generación de idealistas políticos. Si queremos desatar a los socialistas de su fe en la inevitable marcha histórica hacia el socialismo, necesitamos hacer algo mejor que acusarlos de querer ser Stalins benignos.

ESTO SE PRESENTA COMO UNA MEJOR OPORTUNIDAD PARA QUE FUNCIONE Y POR QUÉ

Regresemos a la réplica socialista que esbocé en el primer párrafo. La esencia de esa respuesta es el argumento de que ninguno de los casos plantados contra el socialismo, como presuntos contraejemplos, son, en efecto, ejemplificaciones de socialismo, sino que, más bien, son ejemplos fallidos en su realización en el mundo real. La clave para formular un caso convincente contra el socialista, es echar un paso hacia atrás en el debate y, en vez de ello, voltear la atención hacia los estándares argumentales implícitos en la respuesta inicial del socialista ̶ y voltearlos en contra de él.

Una buena forma de hacerlo es imitando la misma estrategia del socialista y dar en el blanco con la respuesta. Consideren la siguiente respuesta:

“Muy bien, concedo, en aras del argumento, que todos los casos históricos de estados socialistas o comunistas solo de nombre -entre ellos, la Unión Soviética, la China maoísta, Alemania Oriental, Corea del Norte, Yugoeslavia, Venezuela, Camboya y Etiopía, para citar sólo algunos- no eran, en esencia, estados socialistas. En el mejor de los casos, fueron intentos fallidos e imperfectos de poner en práctica al socialismo. De acuerdo.

Ahora considere la lista siguiente de países: los Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Nueva Zelandia, Suiza, Hong Kong, Australia, Irlanda, Chile, Islandia, Dinamarca, Holanda (todos estos países son sacados de entre los 20 países económicamente más libres, de acuerdo con el Índice de Libertad Económica del 2018 de la Fundación Heritage (Heritage Foundation’s 2018 Index of Economic Freedom) ̶ incidentalmente, los Estados Unidos aparecen en el lugar 18, detrás de los muy cacareados estados ‘socialistas’ de Escandinavia). Ciertamente, todos estos países manifiestan sus propios fallos e imperfecciones de los cuales los socialistas felizmente hacen publicidad y los critican y, luego, culpan de ello al capitalismo o al más nebuloso ‘neoliberalismo.’”

Pero, mantendría (no injustificadamente) que ninguno de esos países es realmente capitalista en el sentido ideal. De hecho, son alguna mezcla de intervención gubernamental y mercados liberales imperfectos. Ahora bien, si eso es cierto, entonces, yo debería tener el derecho a rechazar, sin pensarlo dos veces, cualquiera y todas las críticas que se lanzan en mi camino, basadas en el historial empírico de cualquiera de los antes mencionados estados “capitalistas.” Tengo el mismo derecho, según los propios estándares argumentales de los socialistas, a insistir en que esos no son realmente países capitalistas. Y así, el capitalismo yo no es más “desacreditado” por esos casos de sólo el nombre, que como lo es el socialismo por su propia lista de casos de sólo el nombre.”

Por supuesto, en una primera ojeada a esta respuesta, la mayoría de los socialistas no estarían impresionados. El problema es que no es claro cómo ellos pueden rechazar consistentemente esta línea de argumento, sin simultáneamente minar su propia respuesta original. Ellos, por ejemplo, pueden decir: “Bueno, sí, ninguno de esos países es completamente capitalista, pero ellos manifiestan algunos elementos del capitalismo. Y, cualesquiera resultados subóptimos que surjan, pueden ser atribuidos a esos elementos capitalistas.”

Pero, el problema con esa respuesta es que no es claro por qué yo no puedo hacer el caso correspondiente en contra de los estados socialistas de sólo el nombre. El socialista puede insistir en que esos países no manifestaron absolutamente nada de elementos de socialismo. Pero, eso es seguir una línea altamente implausible, incluso tan sólo a la luz del hecho de que en varios (¿la mayoría?) de esos casos históricos, muchos socialistas de principios rápidamente cantaron loas a elementos de esos estados socialistas, en especial en sus primeras etapas. Venezuela es el caso más reciente que viene a colación. Jugársela del todo o nada e insistir en que ellos nunca, de ninguna manera, manifestaron características socialistas alguna, requeriría de una forma extrema de doble-pensamiento [Nota del traductor: se refiere a la expresión en inglés double-think de George Orwell en su novela 1984] retrospectivo o de una ceguera histórica voluntaria.

Ellos pueden tratar de evadir este cargo, intentando otro rumbo, insistiendo en que, incluso si hubo elementos socialistas, los malos resultados pueden razonablemente ser atribuidos a elementos no socialistas. Pero, entonces, esto abre otra puerta a lo que afirmo; a la inversa, que los malos resultados de las sociedades capitalistas de sólo el nombre, pueden atribuirse a elementos no capitalistas. Ambos podemos tomar ese camino, pero el precio para el socialista de hacerlo así, es que su argumento parecerá ser no tan convincente como ellos ven que es el caso correspondiente al capitalismo. Ambos pedirán que un observador haga un alegato especial [Nota del traductor: se refiera a la falacia del alegato especial; esto es, un intento de citar algo como excepción de una regla generalmente aceptada, sin justificar la excepción] y con razón.

IDEAL, REAL Y ESTÁNDARES DE EVIDENCIA

¿Hay otra línea que los socialistas puedan seguir? En el tanto en que pueda decirlo, la única alternativa es retroceder al sitio elevado del socialismo “ideal.” El socialista puede conceder, sí, que los casos históricos manifestaron algunos elementos de socialismo. No obstante, ellos no eran plenamente socialistas. El socialismo pleno sería puramente democrático, no manifestaría elementos de dictadura o fuerza centralizada y sería económicamente dinámico. Este tipo de sociedad, en donde cada persona participa en el control democrático de la economía, sería altamente deseable. Ello, en la mente socialistas, sería claramente superior al capitalismo.

Pero, ¿superior a cuál capitalismo? Aquí es dónde, de nuevo, las cosas se hacen incómodas para el socialista. Él puede decir: “Bien, ¡tan sólo mire alrededor suyo! ¡Mire la desigualdad y el sufrimiento que prevalecen en todas esas sociedades capitalistas! ¿No es evidente por sí mismo que son moral y económicamente inferiores al socialismo?

Bueno, sí, ciertamente son inferiores a la descripción ideal del socialista, de trabajadores felices que efectivamente controlan toda la economía y que se aseguran que todos tengan una porción equitativa de los recursos y necesidades… Pero, ¿es esa la comparación apropiada? Como lo señala correctamente Jason Brennan, en Why not Capitalism? (Capitalismo, ¿por qué no?), esta no es una comparación particularmente útil o informativa. Tampoco es intelectualmente honesta.

La comparación relevante es, ya sea: el socialismo ideal con el capitalismo ideal; o, el socialismo real con el capitalismo real. Comparar al socialismo ideal con el capitalismo real injustificablemente inclina la balanza a favor del socialismo. Es más, invita a la pregunta de por qué yo, del mismo modo, no puedo comparar al capitalismo ideal con el socialismo real y concluir, con base en eso, que el capitalismo es claramente el sistema económico superior tout court [ Nota del traductor: en francés, todos modos,].

No asumiré la tarea de elaborar aquí la comparación del ideal versus el ideal. Jason Brennan ya ha realizado una excelente tarea de formular el caso moral contra el socialismo ideal vis-à-vis el capitalismo ideal, en el libro antes mencionado (yo también formulo aquí (here) con mayor detalle el caso económico y político en contra de algo como el socialismo). Quiero terminar haciendo una comparación entre el real versus el real. De nuevo, es importante enfatizar que, si el socialista va a ser razonable y que no acude a patrones dobles indefendibles, entonces, ellos tendrán que optar por una y otra comparación y no vacilar entre las dos. Y es aquí en donde el caso socialista empieza a derrumbarse, ante el peso de la evidencia.

Para fines de ilustración, regresemos de nuevo a la analogía capitalista de la refutación socialista original. Un socialista se me acerca y me presenta una lista de sociedades capitalistas del mundo real, señalando los resultados moral o económicamente subóptimos en esos países. Me burlo y volteo mi vista e insisto en que ninguno de esos países es realmente capitalista y, de esa forma, esos problemas no pueden ser justamente atribuidos al capitalismo per se. El socialista hace una pausa momentánea, piensa y, finalmente, pregunta:
“Bien, ¿Qué requeriría usted para realmente cambiar su mente? ¿Qué, en principio, contaría como evidencia contra el capitalismo? Si yo le presentara cien casos más de intentos de capitalismo en el mundo real, en donde ocurrieron los mismos problemas y malos resultados, ¿admitiría usted, finalmente, que el capitalismo simplemente no funciona? O, ¿simplemente repetiría usted el mismo refrán de que ninguna de esas sociedades era en realidad capitalista?”

Me tomo un momento y finalmente concluyo en que, excepto que esos casos del mundo real que están conformes con mi concepción del capitalismo ideal y que luego manifestaron malos resultados, entonces, el capitalismo permanecería sin desafío ante mis ojos.

Me aventuro a decir que el socialista encontraría esta actitud como altamente anti intelectual, dogmática y acientífica. Y con buena razón. Bajo esas circunstancias, el capitalismo esencialmente se convertiría en una teoría no falsificable ̶ un artículo de fe ideológica impermeable ante la evidencia.

Desafortunadamente, esta es la actitud típicamente manifestada por el socialista. Pero, es aún peor en el caso del socialista. La razón para esto es que, si nos atenemos a la comparación real versus real y nos adherimos a los mismos estándares empíricos de forma generalizada, los casos en el mundo real del socialismo invariablemente terminar resultando mucho peores. Con respecto a los resultados en salud, en resultados nutricionales, de violaciones de derechos humanos, de tasas de mortalidad infantil, de corrupción, de esperanza de vida y de PIB per cápita en términos reales, el registro histórico de las versiones imperfectas, del socialismo del mundo real, palidecen en comparación con las contrapartes capitalistas del mundo real (real-world capitalist counterparts).

Desde alrededor de 1800, en los países que históricamente se han aproximado más estrechamente a las economías capitalistas, el PIB real per cápita (real GDP per capita) ha aumentado en un factor de casi 30 (esto es, ¡2.900 por ciento!). Esto no quiere decir que estas sean sociedades perfectas ̶ lejos de eso. Pero, con base en cualquier medida razonable, y ciertamente según los estándares históricos, ellas han sido asombrosamente exitosas. En las aproximaciones al socialismo del mundo real de más larga data, en un contraste notable, los escenarios del mejor caso han sido de un estancamiento económico, pero, más típicamente, de una ruina económica. Hablando comparativamente, ahora es el socialista quien debe aguantar la carga de la prueba y confrontar el cuestionamiento:

“Dado que los países socialistas del mundo real, manifiestan consistentemente peores resultados humanitarios que los países capitalistas del mundo real (imperfectos como son estos últimos) y que manifiestan el mismo patrón de fracasos en cada caso, ¿qué tipo o cantidad de evidencia se requeriría para que usted finalmente abandone su socialismo?”

Permítanme concluir postulando el desafío de una manera ligeramente diferente: ¿Es realmente más plausible mantener que fracasos similares en cada intento específico de socialismo en el mundo real, fueron resultados provenientes de factores diferentes, incidentales, que descarrilaron esos experimentos socialistas una y otra vez? ¿Qué cada uno de estos movimientos y líderes socialistas, todos los cuales parecían tan seria y genuinamente comprometidos con el socialismo desde el inicio, fueron descarrilados porque esos movimientos y líderes simplemente no podían acertar plenamente en cada ocasión por razones diferentes? ¿No es una explicación más parsimoniosa y plausible, que, en el patrón repetido de un relativo fracaso económico, ese mismo modelo de fracaso que se manifestara en contextos socioculturales ampliamente distinto, se debió a los defectos inherentes al socialismo del mundo real?

Mi parecer es que, si se revierten los papeles, el socialista concluiría en que el apologista capitalista estaba ignorando estándares intelectuales básicos, al aferrarse a su ideología a pesar de la evidencia. Desafortunadamente para el socialista, en el mundo de la vida real, con todo y sus lunares, es el socialismo el que colapsa bajo ese peso de la evidencia y del intelecto.

Hugo Newman recibió su PhD. en Filosofía en el University College de Dublin, Irlanda, en el 2015, enfocándose se investigación en la intersección de ética, política y economía. Es cofundador de VIVA Financial Tuition. Usted puede seguirlo en Twitter @Hugo_Newman