Los economistas insistimos en que las decisiones económicas de las personas, así como las del gobierno, deben ser objeto de la comparación de lo que cuestan y de los beneficios esperados. Pero, parece que hay gente que, cuando se trata del gasto público, basta con que diga que se va a gastar en algo (bueno o malo), como para que no se deba considerar el costo de esa decisión. Y si la persona les pide que les den datos de cuánto sería el costo de ello (en especial porque se reflejará, de una u otra forma en más impuestos, endeudamiento -impuestos a futuro- o bien inflación), de inmediato tildan la solicitud de “economicismo,” lo cual supone que lo que se va a gastar es un comino comparado con los beneficios que rendirá. Pero, no se lo demuestran… y por eso todos los ciudadanos (excepto los que vivirán de aquel gasto) terminan arruinados ante las decisiones del gobierno.

PAUL HEYNE Y EL PROBLEMA CON LOS ECONOMISTAS

Por Nicolai G. Wenzel
Derecho y Libertad
20 de febrero del 2019


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, con letra subrayada, si es de su interés puede verlo en https://www.lawliberty.org/liberty-c...th-economists/

A la visita en la familia le está yendo bien; el tío loco se está comportando, los niños se observan y no se oyen y la armonía prevalece. De pronto, sucede. Alguien menciona salarios “justos” y las cosas se ponen feas, porque el economista inconscientemente muerde el anzuelo…

Recientemente, mi bien educada e inteligente hermana afirmó que a los maestros de las escuelas no se les pagaba lo suficiente.
Inocentemente, le pregunté ¿cómo era que a los maestros (quienes voluntariamente aceptaron el empleo y que tenían otras opciones en una economía vibrante) no se les pagaba “lo suficiente”? Ella me respondió que a los maestros se les debería pagar un “salario suficiente para vivir” ̶ un concepto que, honestamente, yo no lo entiendo. Eso dije, con poca diplomacia… luego, pregunté: ¿por qué simplemente no legislamos riqueza universal, con un salario mínimo de $100 la hora?

Paul Heyne lo explica:

“Ni hay forma defendible de adscribir un valor numérico específico al concepto de un ‘salario justo’… ¿Cómo lo definimos? ¿Un salario suficiente para mantener a una familia? Tal salario sacaría de tener un empleo a aquellos cuyas habilidades y experiencias no hacen que valga ese tanto para un empleador, como es el caso de jóvenes que no tienen familias que mantener. ¿El mismo salario para todo el mundo? Eso no funcionaría por razones demasiado obvias como para hacer un listado de ellas. ¿Un salario que satisfaga las necesidades del empleado?
Considere las implicaciones de una política salarial que asigna tres veces más para un empleado con siete hijos y una esposa inválida, en comparación con un empleado soltero y con gustos espartanos.”

Ambos nos alejamos frustrados. Pienso que mi hermana vive en un mundo de fantasía, y ella piensa que yo soy un egoísta ̶ por pensar que el salario correcto es el valor del producto marginal del empleado. Así es como una apología de los mercados generalmente conduce a una apología. Heyne hace eco de esta experiencia: “Siempre que mi esposa y yo tenemos invitados a economistas y sus esposas para cenar, trato de mantener la conversación alejada de la política, porque, de otra forma, casi siempre termina en una disputa algo rencorosa.”

Introduzca la deliciosa y perspicaz colección de ensayos de Heyne, “Are Economists Basically Immoral?” And Other Essays. Su ensayo acerca de enseñar cursos de introducción a la economía influyó profundamente en mi formación temprana. Seguí su consejo de enseñar el primer curso de economías como si fuera el último que tendría el estudiante (y no el primero del camino hacia un PhD), y de usar “historias plausibles” en vez del “rigor arbitrario,” a fin de despertar la excitación y la curiosidad de los estudiantes. Su consejo me guió hacia recibir un premio como educador ̶ pero, también, a la “crítica de colegas… por fallar en enseñar material que se considera que debería ya ser sabido para el siguiente curso de teoría” que el mismo Heyne describe en el libro.

El libro debería comprobar que es una delicia valiosa para los economistas que quieren defender la ética del orden del mercado y también para aquellos que están preocupados por la justicia, pero que quedan perplejos ante la economía. Como con muchas compilaciones que cubren toda la carrera de un autor, el libro repite varios puntos clave, y podía haberse reducido en un tercio. Afortunadamente, Heyne mantiene la atención del lector a través de múltiples “historias plausibles,” todas convincentes y adorables.

Heyne está en desacuerdo con la conclusión de Milton Friedman, de que la economía es una ciencia positiva. Él está del lado de los Austriacos, concluyendo en que “los valores entran inevitablemente en la ciencia,” y haciendo eco de la explicación de Hayek, de que los “hechos de las ciencias sociales” son las creencias que los agentes que actúan mantienen acerca del mundo. [1] Pero, Heyne pide prestada la conclusión de Friedman de que la mayoría de los desacuerdos acerca de políticas provienen, no de desacuerdos acerca de valores, sino de desacuerdos acerca de los efectos posibles de las políticas económicas. ¿Por qué, entonces, es que tanto críticos (particularmente entre teólogos, de quienes Heyne logró su entrenamiento temprano) encuentran ofensiva a la economía y “ya sea inmoral o absurda”? En una discusión irónica acerca de protección del medioambiente (la que puede aplicarse ampliamente), Heyne bromea acerca de que “en algunas formas, la aplicación del análisis de costo-beneficio a los esfuerzos de un hogar por reciclar, es similar a usar estudios de tiempos y movimientos para valorar el acto de hacer el amor” ̶ para el economista la contaminación puede sujetarse a un análisis de costo-beneficio, pero la contaminación es mala tout court [de todos modos] para el ecólogo.

Esto no significa que a los economistas no les importa. Muy por el contrario. Los economistas no tienen todas las respuestas, pero puede obligar a la gente a que aplique el análisis de costo-beneficio en sus elecciones, en vez de hacerse ilusiones. La economía contribuye a cuestiones de justicia ̶ porque impone las restricciones de la realidad y porque nos recuerda que la ética apropiada para una familia, no puede funcionar en una sociedad de intercambio (sin caer en un paternalismo autoritario). Heyne resume el problema enfatizando que los fundamentos de la economía descansan en el derecho (como un reflejo de la justicia). Pero, luego, él pregunta si la “economía puede devolver el favor y brindar bases para el derecho.” La respuesta es sí: debido a que la economía fomenta la eficiencia sobre el desperdicio en un mundo de escasez, y debido a que la economía enfatiza los efectos maximizadores de riqueza del cumplimiento de los contratos, de los derechos de propiedad y de la regla de la ley.

Heyne sostiene que la “justicia social” es a menudo manipulada, pero raramente definida. En un mundo de conocimiento limitado, ignorar el mecanismo de precios en nombre de un bien “superior” es rechazar “la información más confiable asequible acerca de lo que significa responsabilidad social, en favor de una concepción subjetiva y usualmente muy arbitraria del bien público.” En el mejor de los casos, “justicia social” es una afirmación vacía. En el peor de ellos, abogar por la “justiciar social” conduce a una “peligrosa reductio ad absurdum (reducción al absurdo) de la planificación central detallada.”

“Suponga que nosotros… hicimos del patrón de distribución del ingreso entre personas y grupos específicos, el objetivo de una política nacional de justicia económica. Ahora toda a economía tendría que ser planificada y controlada hasta el detalle mínimo, debido a que, tan sólo de esa forma, podríamos evitar que alguien se eleve por encima o caiga por debajo de nuestros objetivos económicos…

Si las ‘políticas económicas gubernamentales deben garantizar que los pobres satisfagan sus necesidades básicas antes de que sean satisfechos otros deseos menos básicos de otros’… ¿se supone que el gobierno debe pedir que se haga un alto en esquiar (ciertamente un lujo) hasta que todo mundo en la sociedad esté recibiendo una educación sólida? ...”

¿De dónde es que viene esta confusión? Basándose en ideas de Adam Smith y de F.A. Hayek, Heyne nos recuerda que vivimos en dos mundos, con dos conjuntos de reglas diferentes: el orden simple de la sociedad civil y el orden complejo de Adam Smith, de la “sociedad comercial.” Mientras que el mundo más pequeño es cognoscible y personal, el mundo más amplio yace más allá de la comprensión del control o entendimiento humano. Las reglas no se transfieren entre los dos. Imagínese tratar a los clientes como si fueran familia; llegaríamos a la quiebra y a la hambruna. A la inversa, las reglas del mercado aplastarían al orden pequeño: Susanita, de 6 años de edad, no trabajó lo suficiente en esta semana, así que ella no puede darse el lujo de una comida o un beso de buenas noches de Mami y de Papi. [2]

Heyne concluye en que a los detractores de la sociedad de intercambio les desagrada por dos razones. La primera, que ellos piensan que los expertos pueden mejorar los resultados del proceso de mercado, en lo que Hayek llama “la arrogancia fatal” (“the fatal conceit,”) la que él la describió de esta manera:

“El curioso cometido de la ciencia económica es demostrar lo poco que se sabe de muchas de las realidades que, pese a ello, el hombre sigue intentando controlar. Para la mente ingenua, que solo es capaz de concebir el orden como resultado de un arreglo deliberado, quizá parezca absurdo que, ante condiciones especialmente complejas, tanto el orden como su adaptación a lo desconocido, pueden garantizarse más efectivamente a través de la decisión descentralizada y también que la pluralidad de centros decisorios aumenta las posibilidades del orden general. Pero es innegable que la descentralización permite, de hecho, hacer uso de cuotas superiores de información.”

Pero, existe un segundo problema: lo detractores no están contentos con que cosas buenas suceden sin que medien buenas intenciones. En un mundo de conocimiento limitado, simplemente no es posible que los individuos diseñen la justicia. La intervención, incluso si es bien intencionada, promueve la ineficiencia y la injusticia. ¿Cuál es la alternativa? Reglas generales, claras, aplicables universalmente y ex ante (esto es, la regla de la ley).

Heyne coloca algo de la culpa a los pies de los economistas. Ellos son buenos explicando el análisis del costo-beneficio, pero frecuentemente abandonan el resto de la historia: la coordinación en el orden extendido del mercado. Asimismo, los economistas pierden su credibilidad al pretender que lo suyo es una ciencia libre de valores, cuando, en efecto, “la teoría económica da por un hecho, más allá de lo que los economistas por lo general parecen reconocer, la fuerza normativa de los derechos y obligaciones establecidos.” Al rehusar involucrarse en cuestiones éticas, los economistas entregan el derecho de discutir la moralidad del mercado a aquellos que no entienden cómo es que funcionan los mercados.” Es una lástima, porque Adam Smith (el padre de la economía moderna) lo hizo bien: él empezó con las bases éticas (La Teoría de los Sentimientos Morales), antes de explicar cómo funcionan los mercados. Pero, también él, crucialmente, enfatizó que el interés propio no se traduce en el bien común sin los dictados de la justicia. Por desgracia, “no requirió de mucho tiempo para que los sucesores de Adam Smith filtraran las inquietudes éticas y políticas explícitas que distinguen a La Riqueza de las Naciones.” En muchas formas, Heyne puede leerse como una petición para regresar a la a menudo olvidada primera parte de Adam Smith.

Ciertamente, es todavía desconcertante que uno deba hacer una apología del capitalismo. Después de todo, el capitalismo es el programa más efectivo contra la pobreza en el mundo. Desde el capitalismo temprano de 1800 a la actualidad, la esperanza de vida en el mundo ha crecido de 26 a 66 años. El ingreso per cápita en el mundo ha aumentado en un factor de nueve. Antes de 1800, todo mundo era pobre. En 1820, el 94% de la humanidad subsistía con menos de $2 al día en términos del dinero de hoy. Eso cayó a un 37% en 1990 y a menos del 10% en el 2015 ̶ todo por la incorporación gradual de más gente a mercados más libres. Heyne nos recuerda que “una visión social convincente será una que logra ambas cosas, explicar e inspirar. A la inversa, la mentalidad anticapitalista inspira, pero fracasa en explicar, basada, como lo es, “en una creencia insólitamente inmune ya sea ante la teoría como a la evidencia.”

Por supuesto, hay mucho más por hacer. Pero, la buena noticia es que el capitalismo -cuando se ha intentado- saca a cientos de millones de personas de la pobreza. [3]

Así que, ¿por qué todavía vemos pobreza y a maestros a los que no se les paga “lo suficiente”? Sencillamente, porque el mundo no tiene suficiente capitalismo; muchos todavía son excluidos de los mercados. En la actualidad, en los Estados Unidos, los gobiernos frenan el crecimiento al controlar el 40% de la economía, con otro 10% del PIB gastado en cumplir con las regulaciones. Uno de cada tres trabajadores estadounidenses requiere de un costoso permiso para trabajar costoso y que requiere mucho tiempo (costly and time-consuming license).

En el caso de los maestros, podemos empezar por dejar que el mercado cree riqueza y calidad, luchando por devolver a la educación desde un monopolio estatal, sindicatos de maestros, edúcratas y administradores que han incrementado costos y disminuido la calidad.

Pero, Heyne también recomendaría que no se hablara de economía en las reuniones de familia.

[1] Acerca de este desacuerdo, ver de Milton Friedman “The Methodology of Positive Economics,” [“La Metodología de la Economía Positiva”] en Essays in Positive Economics [Ensayos sobre Economía Positiva] (Chicago: University of Chicago Press, 1966), y F.A. Hayek, “The Facts of the Social Sciences,” en Individualism and Economic Order (Chicago: University of Chicago Press, 1948).
[2] Para una exposición brillante de estos dos mundos, ver de Geoffrey Lea, “A Tale of Two Worlds: The Rules of Personal and Impersonal Exchange.”
[3] Para una exposición exhaustiva del ligamen entre libertad económica, riqueza y reducción de la pobreza, ver www.freetheworld.com.

Nikolai G. Wenzel es profesor de economía en Fayettevile State University y es coautor con Nathan W. Schlueter de Selfish Libertarians and Socialist Conservatives?: The Foundations of the Libertarian-Conservative Debate (Stanford University Press).