LAS DOS VENEZUELAS Y LA INTERVENCIÓN EXTRANJERA

Por Pierpaolo Barbieri

National Review
19 de febrero del 2019


Hoy Venezuela está en un impasse, un término supuestamente acuñado por Voltaire, para referirse a una situación carente de éxitos. Tiene una inflación infinita, cuatro ramas de gobierno inmovilizadas, dos presidentes y la peor crisis humanitaria que en décadas ha sacudido a las Américas. Hay violencia esporádica en las calles y en prisiones improvisadas lejos de YouTube. Lo que parece ser una guerra civil sin armas, fácilmente puede escalar hasta un baño de sangre. A pesar de lo anterior, son los poderes externos y no los actores domésticos los que determinarán el destino del país.

La división bolivariana es tan profunda, que la república al momento tiene dos presidentes: Nicolás Maduro y Juan Guaidó. Maduro, elevado al poder por el fallecido Hugo Chávez, insiste en que él ha empezado su segundo período constitucional, que fue juramentado por la Corte Suprema, que es respaldado por las cortes y, crucialmente, que tiene el apoyo de las fuerzas armadas. Guaidó es reconocido por la Asamblea Nacional, la legislatura unicameral que el propio Chávez creó, cuando quiso deshacerse de la fuerte oposición de un Senado ante su acumulación de poder. También le apoyan cientos de miles de venezolanos exiliados, incluyendo antiguos funcionarios y representantes chavistas.

Los medios internacionales han puesto poca atención a Venezuela. Con pocas excepciones, al mundo externo la crisis le parece lejana, compleja y totalmente doméstica. No obstante, esa percepción es errada: la crisis de Venezuela ya no es más una simple batalla constitucional; es una lucha de poder entre poderes internacionales.

Cuando Guaidó invocó los artículos 233 y 333 de la constitución de Venezuela, para declararse a sí mismo presidente, lo hizo con enorme apoyo. Los Estados Unidos ya se habían rehusado a reconocer a Maduro después de la “elección” presidencial del año pasado, en la que él efectivamente fue el único candidato al cual se le permitió participar. Lo mismo con el llamado Grupo de Lima, una agrupación de naciones de América Latina encabezada por Brasil y Argentina. Tal apoyó le permitió a Guaidó unificar una oposición, cuyas divisiones internas le permitieron a Chávez, y luego a Maduro, acumular el poder. Pocos días más tarde, la Unión Europea se unió a las fuerzas anti-Maduro, en un movimiento irónicamente dirigido por el gobierno socialista de España, pero no por Italia, en donde los populistas de la derecha (la Liga del Norte) no pudieron lograr que los populistas de la izquierda (el Movimiento 5 Estrellas, viejos amigos del Chavismo) abandonaran a Maduro.

Sin embargo, reconocer a un presidente no derriba a un gobierno. Los golpes más dañinos contra Maduro fueron económicos. Los Estados Unidos bloquearon a PDVSA, el gigante petrolero manejado por el estado venezolano y su única verdadera fuente de fondos, impidiéndole acceder a sus refinerías en los Estados Unidos. (El petróleo venezolano siempre ha sido muy pesado, hacienda que la industria petrolera del país dependa de refinerías estadounidenses). La administración Trump también impuso sanciones sobre la emisión de deuda primaria, tan necesaria para los revolucionarios como para los capitalistas, así como al intercambio de las acciones ya existentes. Ahora, Guaidó controlará las cuentas oficiales del país y logrará nombrar una junta directiva para la joya de la corona venezolana en los Estados Unidos: la refinería CITGO.

Cuando quedó claro que los petrodólares dejarían de fluir, crecieron las defecciones en el campo de Maduro. Pero, aún así, el régimen no cayó. Para el exterior, los días de Maduro en el cargo pueden estar contados, pero él se mantiene en Caracas. Eso se debe a que los aliados tradicionales del Chavismo -Cuba, Rusia, China, Turquía, Irán y Siria- se han mantenido a su lado. En particular, el apoyo de Rusia y China, para los cuales Venezuela permanece siendo un bastión contra gobiernos promercado en ascenso en todas partes del continente, ha demostrado ser crucial.

A pesar de su riqueza natural, las deudas de Venezuela con China son mucho más grandes de lo que comúnmente se considera. Y en Rusia, oligarcas cercanos al Kremlin tienen demasiado por perder si el régimen de Maduro se desborona. Esta es la razón por la cual al canal de noticias ruso RT le interesa difundir cada uno de los ejercicios militares “históricos” de los generales de Maduro. (Como lo ha señalado mi colega Daniel Lansberg, Venezuela tiene en la actualidad más generales que toda la OTAN). Paradójicamente, la revolución socialista que Chávez creó se mantiene gracias a los intereses capitalistas de sus principales patrocinadores internacionales.

La dinámica está lejos de ser sin precedentes. Hace décadas, cuando había dos Españas en lugar de dos Venezuelas, en el fondo, el apoyo diplomático de las democracias de Occidente contaba poco. En 1936, un golpe militar fallido contra la legítima república española marcó el inicio de la guerra civil paradigmática del siglo. Madrid recibió rápidamente el apoyo de actores internacionales, incluyendo a Francia, los Estados Unidos, México e incluso la Unión Soviética. Pero, los generales bajo Francisco Franco tenían patrocinadores dispuestos a luchar. La Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini invirtieron sangre y dinero en Franco ̶ y lo llevaron a la victoria. Su legitimidad fue construida en el campo de batalla.

La intervención importa. E igual lo hace su ausencia. Cuando en 1994, en Ruanda los conflictos étnicos escalaron en un genocidio indescriptible, las tropas de los Estados Unidos se mantuvieron dispuestas, eventualmente inspirando la doctrina de Samantha Power, de intervención moral. Cuando, después, Power fue embajadora bajo el presidente Obama, Obama se rehusó a intervenir en Siria, incluso después de que el régimen de Assad lanzó ataques con armas químicas sobre sus propios ciudadanos, por tanto, cruzando la “línea roja” que Obama había dispuesto. En ambos casos, los resultados fueron espantosos y las víctimas numerosas.

En última instancia, sólo la fuerza puede romper un impasse. En el caso de Venezuela, como antes el de España, la legitimidad no es acerca de constituciones, sino del balance de fuerzas. Las sanciones económicas pueden debilitar a un régimen, pero sólo aquellos dispuestos a usar la fuerza pueden, en verdad, inclinar la balanza. En tanto en que los aliados tradicionales de Venezuela estén motivados económica y financieramente para mantener en el poder a los Chavistas, el régimen actual durará, con o sin Maduro. Si Washington no está dispuesto a intervenir con la fuerza, entonces, deberá convencer a Moscú y Pekín que una transición política va en sus intereses. Garantías a sus inversiones son un buen lugar para empezar. Todavía más importante, el triste destino de Venezuela nos recuerda que, en un mundo vacío de hegemonías absolutas, hay peores cosas que el liderazgo global estadounidense.

Pierpaolo Barbieri es director ejecutivo de Greenmantle. Su libro Hitler’s Shadow Empire: The Nazis and the Spanish Civil War ya está en edición de bolsillo de la Harvard University Press.