EN LOS ACUERDOS COMERCIALES NO DEJEN QUE LO PERFECTO DEVORE A LO BUENO

Por Donald J. Boudreaux

Fundación para la Educación Económica
Sábado 2 de febrero del 2019


Si la única opción viable está entre, por una parte, el grado actual de proteccionismo y, por la otra, un proteccionismo disminuido, pero no eliminado, la última opción es claramente preferible.

Soy radical. Creo que cada adulto debería ser libre de hacer lo que le parezca, en tanto no impida les a otros adultos ejercitar esa misma cantidad de libertad. No tengo paciencia ante argumentos que intentan justificar prohibiciones y órdenes del gobierno, con base en que esas intervenciones pueden aumentar el bienestar de los individuos quienes se ven directamente impactados.

Desde mi punto de vista, todo adulto tiene tanto derecho a correr el riesgo de convertir su vida en una ruina, como ella tiene de luchar por lograr una vida bella y placentera. En efecto, no veo cómo la libertad puede hacer posible esto último, sin tener libertad para hacer lo primero. La concepción que usted tenga de una vida bien vivida puede diferir mucho de la mía. Por tanto, si poseo el poder para impedir que usted tome acciones que, desde mi punto de vista, arruinarán su vida, necesariamente tengo el poder de impedirle que tome acciones que, desde su punto de vista, mejorarán su vida.

Si bien no niego que mucha gente actúa de forma que, incluso con base en sus propias valoraciones, resultan ser personalmente destructivas, no confío en que nadie, sabia o expertamente, ejercitará el poder para imponer sobre otras personas sus valoraciones acerca de lo que significa llevar una vida bien vivida.

La libertad no tiene sentido si no incluye la libertad de tomar malas decisiones, incluso calamitosas, para uno mismo.

Por tanto, creo que cada adulto debería ser libre de consumir cualquier droga que escoja, de jugar al azar cualquier cantidad de riqueza de la que es dueño, de fumar la cantidad de paquetes de cigarrillos que le plazca, de patrocinar a prostitutas, de trabajar como prostituta, de consumir o producir pornografía que muestra a adultos actuando, de vender cualquiera de sus órganos que quiera. Soy tan radical que ¡incluso me opongo a que los ocupantes de los automóviles tengan que ponerse el cinturón para circular!

A MENUDO LA PERFECCIÓN ES IMPOSIBLE

A pesar de lo radical de mi libertarismo, eso no me impide que endorse los cambios de políticas que no llegan a producir resultados que son plenamente libertarios.

Ser un libertario o un liberal clásico no significa que uno sea ciego ante la realidad política. Si encuentro un cambio propuesto a una política, que yo juzgo que hará más libre al mundo de lo que sería en ausencia del cambio, yo apoyo al cambio aun sí -como es casi siempre el caso- no es tan radical como yo desearía.

He aquí un ejemplo sencillo y relativamente libre de controversia. Estoy convencido de que, según una sólida economía y ética, la mejor tasa de impuestos a las empresas es de cero. Cualquier tasa más alta que cero no sólo es económicamente dañina, sino que, también, éticamente ofensiva.

A pesar de lo anterior, aplaudo el exitoso esfuerzo en el 2017 en los Estados Unidos por reducir la tasa de impuestos a las empresas, desde un 35 por ciento a un 21 por ciento. Aplaudí ese esfuerzo no porque la tasa de impuestos a las empresas de un 21 por ciento es ideal, sino porque estoy muy seguro de que una tasa del 21 por ciento es, ética y económicamente, superior a cualquier tasa más alta.

Aun cuando preferiría que no hubiera imposición a las empresas, tasas más bajas son preferibles a tasas mayores. Y, si una tasa menor que el 21 por ciento no es políticamente viable, entonces, apoyo una reducción de la tasa al 21 por ciento, pues es la mejor opción viable en la actualidad.

Pocos libertarios estarían en desacuerdo con mi razón práctica para aplaudir la reciente reducción en las tasas de impuestos sobre las empresas ̶ un hecho que hace sorprendente la oposición que, a menudo, obtengo de libertarios desilusionados al darse cuenta de mi apoyo al NAFTA (Acuerdo Comercial de Libre Comercio de Norteamérica) y otros acuerdos de libre comercio.

LA IMPERFECCIÓN ACEPTABLE DE ACUERDOS COMERCIALES

Mi ideal es que cada gobierno elimine de inmediato todas las tarifas y otras restricciones al comercio, independientemente de lo que otro gobierno haga o no. Esto es, apoyo plenamente una política de libre comercio unilateral. Tal política es el ideal libertario.

No obstante, este hecho no hace que ese ideal sea políticamente viable. Desde mi punto de vista (que es difícilmente controversial), no es fácil que el gobierno de los Estados Unidos elimine pronto todos los aranceles y otras barreras arancelarias. Yo pido que lo haga pronto. Continuaré pidiendo que lo haga. Pero, una política de libre comercio unilateral simplemente ahora no es una posibilidad a la vista.

De forma que, ¿cuál es la alternativa?

Una alternativa al grado de proteccionismo hoy vigente es vivir con este grado de proteccionismo. Pero, ¿y qué si hay disponible una segunda alternativa ̶ una opción en donde el grado de proteccionismo se reduce, pero no hasta cero?

De acuerdo con mis luces, si la única opción viable está entre, por una parte, el grado actual de proteccionismo y, por la otra, un proteccionismo disminuido, pero no eliminado, la última opción es claramente preferible. De hecho, bajo estándares libertarios, no es ético no apoyar esta segunda alternativa. La razón es que un fracaso en apoyar esta segunda opción es, en efecto, apoyar la primera opción ̶ esto es, apoyar restricciones mayores al comercio.

Cada uno y todos los acuerdos comerciales fallan en cuanto a hacer el comercio tan libre como sea posible. Cada uno de tales acuerdos contiene un conjunto de provisiones que, cuando se juzgan contra un estándar de perfección, es inaceptable.

Pero, debido a que en los Estados Unidos una política de libre comercio es, en la actualidad, políticamente inviable -y debido a que los acuerdos comerciales tienen un registro sólido de hacer al comercio más libre (si bien nunca completamente libre)- yo apoyo los acuerdos comerciales, aun cuando reconozco sus fallas.

Nada amaría tanto como descubrir que una política de libre comercio unilateral es políticamente posible. Si me encontrara personalmente en ese mundo feliz, ya no estaría apoyando más a los acuerdos comerciales, pues entonces la mejor opción sería la ideal: libre comercio unilateral. Pero, hasta que no me halle en ese mundo feliz, continuaré apoyando los acuerdos comerciales, a pesar de ese hecho desafortunado, de que no hacen plenamente libre al comercio.

Este artículo se reimprimió del American Institute for Economic Research.

Donald Boudreaux es compañero sénior del Programa F. A. Hayek de Estudios Avanzados en Filosofía, Política y Economía del Mercatus Center de la Universidad George Mason; es miembro de la Junta Directiva del Mercatus Center, profesor de Economía y ex director del departamento de economía de la Universidad George Mason.