ES HORA DE ENFRENTAR SERIAMENTE A LOS SOCIALISTAS-SEGUNDA PARTE

Por Hugo Newman
Medium
5 de diciembre del 2017


Nota del traductor: esta es la continuación de la primera parte de la traducción publicada ayer en mi muro en Facebook.

(ii) El argumento del cálculo/información

El segundo argumento contra el socialismo se origina en el artículo de Mises de 1922, “Economic Calculation in the Socialist Commonwealth” y fue suplementado y expandido por Hayek en su artículo de 1945 “The Use of Knowledge in Society” (El Uso del Conocimiento en la Sociedad). En resumen, el argumento de Mises dice más o menos así: cuando usted elimina la propiedad privada de los medios de producción (esto es, del capital, los suministros, las herramientas, las máquinas, las materias primas usadas para producir las máquinas, etcétera), impide el libre comercio de los medios de producción; cuando usted elimina el libre intercambio, elimina los precios de mercado; cuando usted elimina los precios, elimina la métrica intersubjetiva de valoración relativa de los recursos escasos; cuando usted elimina la métrica intersubjetiva de los recursos, se queda con medios arbitrarios para determinar cuánto de un recurso no diferenciado (acero, madera, oro, plásticos, hule, etcétera, etcétera) o mano de obra humana, debería usarse en qué cantidad en una empresa dada. Esto nos deja solos con un aparato industrial que procede ciega, azarosamente, usando recursos sin forma de comprobar si, al usarse, lo han sido con desperdicio o en menos de lo requerido o que consumen más tiempo. No hay disponible criterio alguno de retroalimentación que sea objetivo o incluso intersubjetivo.

Elaborar plenamente esta teoría requeriría de una larga digresión tanto de teoría monetaria como de microeconomía. Debido a restricciones de espacio, en vez de ello, me referiré a dos poderosos videos (Nota del traductor: ver referencias al final de este artículo), que sucintamente transmiten las bases de este argumento. El primero trata, a través de la vasta complejidad y de lo intrincado que es, del problema que enfrenta un productor en un mundo en donde los precios están ausentes. La propia escala y lo inconmensurable de valoraciones distantes que tienen que ver con la cuestión de cuáles recursos usar, hace virtualmente imposible una decisión que no sea arbitraria. Por otra parte, en donde prevalecen los precios de mercado, uno puede ser conducido, como lo observó Hayek, sin siquiera saber las razones de por qué, a tomar decisiones que economizan y que son del interés colectivo. Si, por ejemplo, un recurso altamente importante escasea en alguna parte remota de la economía, es posible que el precio aumente. Ello, a su vez, ocasiona que los precios de aquellos bienes que usan tal recurso en su producción, aumenten en su momento. Cuando consumidores desinformados son luego confrontados con esos precios de sus productos finales recientemente aumentados, hay menor posibilidad de que compren esos productos y un mayor de que busquen alternativas menos costosas o que se abstengan de comprarlos. Eso, a su vez, envía señales de regreso al comerciante para que se abastezca de las alternativas o que reduzca la producción de los productos más costosos. Entonces, lo que termina por pasar es que, a lo largo de toda la cadena de producción, las señales de los precios incentivan a economizar el recurso original y ahora más escaso, de forma que se use menos y menos de él. También el precio alto incentiva a que nuevos participantes busquen fuentes alternativas del recurso escaso o que inviertan en descubrir sustitutos. Todo esto procede sin que alguna agencia o autoridad central dicte la asignación de los recursos.

Ahora bien, por supuesto que este proceso no funciona perfectamente, en el tanto en que es tan infalible como lo son los humanos ̶ lo cual significa que, ¡no son infalibles del todo! No obstante, la maravilla no es que funciona todo el tiempo, sino que funciona en gran parte del tiempo y miles de millones de veces al día en casi cada sector de la economía. A pesar de distorsiones debidas a interferencias externas y al surgimiento ocasional de la estupidez humana (que surge tanto en el estado como en los mercados), como un todo, el aparato económico funciona notablemente bien, cuando uno hace una pauta momentánea y toma en consideración a los millones y millones de partes lejanas y móviles que se coordinan en cualquier línea de producción. Una nota más adicional en relación con el video citado. Es posible que un socialista sonría burlonamente ante la afirmación de que el manufacturero capitalista de ferrocarriles escoge la alternativa “más barata” en función del interés social. Ellos pueden preguntar ¿cómo es que va en el interés social, que el capitalista escoja los materiales o insumos más baratos y con la calidad más baja para el ferrocarril? Sin embargo, aquella deja de lado el punto fundamental. O, más bien, no se piensa lo suficiente en la lógica del caso. El capitalista ambicioso no es sólo motivado a escoger simpliciter [Nota del traductor: sencillamente] el modo de producción más barato. Por el contrario, está motivado a escoger el modo más barato posible que sea consistente con una calidad del producto, por la que los consumidores están dispuestos a pagar un precio lo suficientemente alto para que, al menos, cubra esos costos. Si el manufacturero del ferrocarril construye un ferrocarril barato, pero defectuoso, es posible que tenga que soportar los costos de varias maneras. No volverá a ser comisionado para construir ferrocarriles futuros, perdiendo ante la competencia. Probablemente será demandado por ruptura del contrato, por los operadores de los trenes, quienes lo contrataron para que instalara el tren, en donde habría sido de su interés asegurarse por adelantado que los trenes no terminen corriendo sobre líneas defectuosas. Por tanto, esos contratos tenderán a incluir cláusulas por las que el proveedor es financieramente responsable por la no entrega (como sucede en la vida real), ante la eventualidad de que el servicio no sea suplido tal como se prometió.

Tal vez el mejor camino para ilustrar el poder pleno de las predicciones de Mises y Hayek, es yuxtaponerlas al destino actual de la Unión Soviética. Ahora bien, antes de que el lector socialista grite, “¡pero ese no era el verdadero socialismo!”, note esto: aún si usted sostiene que la Unión Soviética no era el socialismo verdadero, permanece siendo verdad que, en efecto, en ese sistema no había propiedad privada de los medios de producción. Y, ese es el punto. Incluso en el “socialismo ideal”, está ausente la propiedad privada de los medios de producción. No se permiten el libre intercambio o los mercados de capital, de herramientas, de suministros. Eso fue cierto en la Unión Soviética y habría sido cierto hasta en el socialismo ideal de Sell y Paul resumido antes. Las predicciones de Mises y Hayek son aplicables a cualquier sociedad en donde son abolidas la propiedad privada y los mercados de los medios de producción, y eso incluye a toda forma de socialismo ideal. El hecho de que los resultados de la Unión Soviética se alinean perfectamente con lo que ellos predijeron, debería darle al socialista serio una pausa seria para pensar. ¿Qué tan posible es que el propio modelo específico de fracaso que se predijo, se deba a algún otro factor extrínseco o coincidente? Encarecidamente invito al lector a ver el segundo video citado, para que pueda sentir a plenitud el poder de los argumentos de Mises y Hayek. El video es tomado del maravilloso documental de Adam Curtis sobre la Unión Soviética “The Engineer’s Plot” (Mises and Hayek Predict the Failure of Socialism).

Las críticas de Hayek y Mises son aplicables a cualquier sociedad en las cuales es abolida la propiedad privada de los recursos productivos. Aun si la Unión Soviética no era el socialismo “verdadero,” sin embargo, fue una sociedad en donde se prohibió la propiedad privada de los medios de producción.

(iii) El argumento de los incentivos económicos

Este es tal vez uno de los argumentos más conocidos en contra del socialismo, si bien, a menudo y desafortunadamente, es mal entendido o, al menos, inadecuadamente explicado. Una de las mejores explicaciones existentes proviene de un ensayo de David Osterfeld (an essay by David Osterfeld), en el que me basaré fuertemente en su tratamiento aquí. La cosa de la cual, a menudo, los socialistas escépticos no se dan cuenta cuando confrontan este argumento, es que, como en el caso de la ignorancia racional del votante, los problemas identificados se presentan no sólo si asumimos en la escena a egoístas interesados. Por el contrario, la dinámica y el estancamiento de la economía prevalecerá, incluso cuando la gente involucrada es, en su mayoría, bien intencionada. Por tanto, aún si el socialista (improbablemente) asume, desde el inicio en su modelo, a trabajadores-ciudadanos socialistas perfectamente motivados, la naturaleza del arreglo económico será tal que, a pesar de lo dicho, incentivará el comportamiento subóptimo.

Para ilustrar, sigamos al experimento mental de Osterfeld e imaginemos una comunidad de 1.000 trabajadores produciendo trigo, con un rendimiento de 100.000 fanegas al año. Eso da un promedio anual por trabajador de 100 fanegas. Para simplificar, supongamos un valor de 5€ (euros) por fanega, lo que significa que la comunidad logra una producción de 500.000€ al año. Esta comunidad aspira a los principios socialistas de producción y distribución. Cada persona tiene un voto igual acerca de cómo proceder con la producción (recuerde la dinámica de la votación descrita arriba…). A ninguna persona se le dan ventajas materiales sobre otras por su trabajo en la comuna. A aquellos suficientemente afortunados por haber nacido con talentos propicios hacia la producción de trigo, no se les darán beneficios extra que no están disponibles para otros. Por tanto, buscan, lo más cerca posible, una distribución tan igualitaria como sea viable del producto social: 1.000 personas, 500.000€ => 500€ por persona por año.

Ahora, considere qué sucede si una persona se compromete inusualmente con el florecimiento comunal en dicho contexto. Ellas quieren hacer todo lo que puedan para mejorar el producto de la comunidad entera. Una manera aparentemente obvia acerca de ello es siendo más industriosa y así tratar de contribuir más al fondo común. Esta persona encuentra maneras, por medio de mucho trabajo y esfuerzo, de incrementar su producto en un 50%, de 100 a 150 fanegas al año. Al precio de 5€ la fanega, entonces, el producto anual aumenta a un valor de 500.250€. Asimismo, el ingreso individual al año aumenta de 500€ a 500,25€ por persona. De este modo, el socialista altruista y arduo trabajador aumentó la porción de cada persona en la comuna en un relativamente magro .05%, por ser un 50% más productivo. En otras palabras, las “recompensas” para la persona altruista son bajas, porque hay una discrepancia entre el esfuerzo productivo y los ingresos por persona. No importa qué tan duro trabaje nuestro socialista altruista, apenas puede lograr una mejoría ínfima al bienestar social general. De hecho, es posible que se dé cuenta de que podrá hacer una mejoría mayor y directa si canaliza ese esfuerzo extra del 50% hacia actividades más focalizadas. Por el contrario, si ella disminuye su productividad en un 50% en el esfuerzo productivo de fanegas, de la misma forma reducirá el producto en sólo .05% ̶ ¡una declinación escasamente perceptible! Ella podría, entonces, canalizar ese ahorro de productividad del 50% hacia una acción local directa, con mejoras sustanciales y más inmediatas en el bienestar por persona. De nuevo, el problema es que la gente dentro del colectivo encara el mismo cálculo de costo-beneficio. El resultado será que el producto social tenderá, con el paso del tiempo, a caer incrementalmente, casi de forma imperceptible. Pero, como en la fábula del sapo hirviendo [Nota del traductor: si un sapo se pone de pronto en el agua hirviendo, saltará, pero, si se pone en agua tibia y, luego, se hierve lentamente, el sapo no percibirá el peligro y morirá cocinado], al poco tiempo esa dinámica conducirá a la ruina económica.

Este es un escenario del mejor caso. El mejor resultado que uno puede esperar en tal comunidad es el estancamiento económico, en donde el producto no crece año tras año, sin que se pueda citar ningún crecimiento económico real. A pesar de lo anterior, incluso el socialista querrá demandar que, desde el inicio, haya supuestos realistas acerca de la motivación humana. Entonces, un escenario más viable es uno en el que existe la gama usual de tipos de motivaciones y personalidades humanas. En un contexto socialista, poblado por una mezcla de tipos egoístas, perezosos, industriosos y altruistas, es más posible que un porcentaje significativo percibirá tanto que que no hay recompensas personales ni colectivas ante la diligencia y laboriosidad, como que esfuerzos por haraganear y rehusarse brindan recompensas significativas (en tiempo dedicado al ocio), mientras que sólo rinde efectos negativos marginales sobre el producto social total. Cuando son varios quienes encaran esos mismo incentivos y retroalimentación, posiblemente lo que sucede es una caída sustancial del producto económico. Eso deja a la (posible) minoría de tipos laboriosos y altruistas para que resuelva el problema. Pero, de nuevo, estos últimos aprenderán que, aún si ellos individualmente aumentan sustancialmente el producto, sólo lograrán mejoras marginales al producto comunal total. Y, sin duda, a muchos de los laboriosos se les ocurrirá el siguiente pensamiento: “¿por qué yo debo quebrarme las espaldas ¡mientras que aquellos otros holgazanean y, al fin de cuentas, logran los mismos beneficios que gente honesta y trabajadora como yo!?” Si en este escenario uno debe hacer supuestos no controversiales acerca de la psicología humana, es altamente posible que, incluso el bien intencionado, se desilusione rápidamente y se desencanta ante el sistema. ¿El resultado? No solo el estancamiento económico, sino una declinación constante e incluso rápida del producto económico y de la productividad.

Le doy la palabra final a Osterfeld, quien resume perfectamente a la dinámica trágica:

“El problema esencial del socialismo es el desbalance o asimetría que crea entre los costos y los beneficios. Algunas veces los costos se difunden a través de la comunidad entera, mientras que los beneficios se concentran en uno o pocos miembros [los haraganes disfrutando de un tiempo de ocio mayor]. En otras ocasiones, son los costos los que se concentran [incremento de la producción por diligentes/altruistas], en tanto que los beneficios se diluyen. El resultado es que el socialismo, por su misma naturaleza, recompensa la pereza y penaliza la diligencia y el trabajo arduo. Por tanto, establece incentivos incompatibles con el objetivo autoproclamado de bienestar material. El dilema inherente del socialismo es que los individuos que responden “racionalmente” a los incentivos que confrontan, producirán resultados que son “irracionales” para la comunidad como un todo” (Osterfeld, 1986).

Al igual que en el caso de la ignorancia del votante racional, la estructura del sistema económico socialista es tal que hace que se separe la racionalidad individual de la racionalidad colectiva. Y, de nuevo, esta es una característica que es interna al sistema bajo cualquier perfil motivacional. Simplemente, no puede descartarse o dejarse de estipular como argumento, si en el modelo se asumen “buenas” motivaciones. Es inmanente e inevitable, incluso asumiendo una racionalidad mínima de parte de los miembros de la sociedad.

(iv) El argumento de la acción colectiva

Este argumento emana del trabajo de Mancur Olson, específicamente de su clásico de 1965, The Logic of Collective Action (La Lógica de la Acción Colectiva). La idea básica es que, otras cosas iguales, en un contexto democrático los más pequeños intereses especiales tenderán a estar sobrerrepresentados y los intereses mayoritarios difusos son dejados de lado, debido al problema del “oportunista” (free-rider problem), que se amplifica cuando un grupo se hace más grande. Incluso si una proporción significativa de la población comparte intereses en común, es poco posible que conduzca a un movimiento concertado, organizado, alrededor de esos intereses. Una de las razones es que, entre más grande es ese grupo, es de esperar que sean más pequeñas las ganancias posibles per cápita obtenidas a través de la acción política. Es más, cualquier acción grupal que promete rendimientos iguales por persona es posible que incentive el oportunismo; esto es, dejar que otros dentro del grupo hagan el trabajo político por los mismos rendimientos. Por supuesto, el oportunismo puede eliminarse monitoreando el insumo de los miembros del grupo y penalizando la elusión. Sin embargo, entre más grande sea el grupo, se hace mucho más difícil ponerlo en práctica. En consecuencia, entre más grande se hace el grupo, más fácil salirse con lo suyo mediante el oportunismo. El resultado es que, una vez que un grupo llega a una masa crítica, tenderá a disolverse debido a las fuerzas del oportunismo, del resentimiento de los ayudantes y de rendimientos menores por persona.

Por otra parte, agrupaciones más pequeñas tienden a evitar esos problemas. Si soy miembro de un grupo de interés privado o especializado, mayores tenderán a ser las ganancias esperadas por persona, producto de la acción política concertada. Aún más, hay mayor posibilidad de que yo contribuya al esfuerzo, debido a que, evadir mis deberes, probablemente será más notado por los otros miembros y me arriesgo a ser excluido de participar de los rendimientos. El resultado es que, con el paso del tiempo, los grupos de interés privado y especial tenderán a unirse, mientras que los intereses mayoritarios más amplios tenderán a disiparse. Esto es precisamente lo que vemos que está sucediendo en estados democráticos. Por lo general, los grupos de presión política que se forman son, en su mayoría, grupos de trabajadores de industrias o sectores específicos, buscando asegurarse salarios más altos por medios políticos. El activismo consistente, concertado, rara vez se extiende más allá de eso. Pero, la presión política mucho más efectiva y sostenida proviene de grupos de interés aún más pequeños, en donde es incluso menos posible que el oportunismo se presente y que los rendimientos per cápita esperados sean aún mayores. Es por esta razón que terminamos con cosas como la Ley Agrícola de los Estados Unidos del 2008. El filósofo Michael Huemer resume muy bien al fenómeno:

“A mediados del 2012, la más reciente ley agrícola en los Estados Unidos fue la Ley de Alimentos, Conservación y Energía del 2008. Entre otras cosas, esta ley continúa la política establecida del gobierno federal de dar subsidios agrícolas, por un total de $12 mil millones anuales, en donde la mayor parte va a dar a empresas agrícolas comerciales grandes. Esto beneficia a un número pequeño principalmente de gente rica, a expensas del resto del país. Los $12 mil millones diseminados entre los 311 millones de estadounidenses, da poco menos que $40 por persona… No va en sus intereses investigar las provisiones contenidas en la última ley agrícola y en cómo votaron sus representantes, para asegurarse una probabilidad en un millón de ahorrarse algo así como alrededor de $40… Por otra parte, los negocios que reciben la generosidad del gobierno tienen razón para ponerle una atención cercana” (2013, p.p. 212-213).

De nuevo, como el socialismo es la extensión de la dinámica democrática, es posible ver estos patrones emerger bajo el socialismo, sólo que de formas más sistémicas. Ahora un socialista puede resistir señalando el hecho de que, bajo el socialismo, los intereses privados, estrictamente hablando, estarían ausentes. Y, así, no habría intereses especiales a los cuales referirse. Por tanto, al menos esta acción colectiva no se presentaría. Sin embargo, esta es una hipótesis altamente implausible, al verla con detalle. Aunque bajo el socialismo no habrá “dueños” privados, habrá inconfundibles industrias, sectores, agrupaciones laborales, grupos regionales, representantes, funcionarios estatales, etcétera. Algunos de esos serán más pequeños que otros; otros serán más cercanos, comparados con otros, en cuanto a relaciones de trabajo con quienes administran la asignación de recursos; y algunos serán menos escrupulosos que otros. Y, aunque en la visión socialista el dinero puede ser prohibido, eso no altera el hecho de que habrá riqueza que podrá ser adquirida desde el fondo en común, en forma de recursos, bienes de consumo y personales, exenciones de trabajar o de obligaciones y todo tipo de otras ventajas. Pensar que los intereses especiales no surgirán en este contexto, requiere, de nuevo que, desde el inicio, el modelo tenga un supuesto ingenuo de una motivación casi perfecta. Admitir desde el inicio supuestos más realistas acerca de la motivación y psicología humana, no es razón para pensar que los problemas de acción colectiva identificados por Olson, no reemergerán en el contexto del socialismo.

A pesar de lo anterior, el factor que desconcierta es la conjunción que hace Olson del problema de la acción colectiva con el problema del votante ignorante racional. Dado el hecho de que el último fenómeno será, en todo caso, más pronunciado bajo el socialismo -y así afectará adversamente a más intereses sociales y económicos- deberíamos esperar que el vacío de atención creado por la ignorancia racional del votante, permitirá incluso que haya mayor espacio dentro del cual los intereses especiales pueden cooperar y cooptar el proceso de asignación, para lograr sus objetivos. El resultado más posible será una fuerza de trabajo altamente desinteresada, desmotivada, subordinada a la voluntad de asignación de una burocracia atrincherada, capturada por los intereses especiales.

(v) El dilema anarquista

Recuerdo bien de mis días como socialista, que, en términos amplios, había una tensión muy generalizada dentro del movimiento. Yo mismo manifestaba esa tensión en mis propios pensamientos. Llegué al socialismo, como lo hace mucha gente joven, a través de Noam Chomsky. Por tanto, fui introducido al socialismo por la vía del espectro nebuloso del anarco-sindicalismo/libertario socialismo/anarco-comunismo. Dentro de esa amplia y larga tradición endosada por Chomsky, la idea, más o menos, era que los trabajadores democráticamente poseerían y controlarían los medios de producción, con todas esas firmas, compañías y fábricas colectivizadas, voluntariamente unificadas en una forma no especificada. No habrá una autoridad central de representantes industriales como la habría bajo el socialismo tradicional y, así, en última instancia, todos los sitios de trabajo tendrían un grado considerable de autonomía y no se les requeriría subordinación a un plan económico emitido por un consejo centralizado.

La fuerza impulsora de esta tradición parecería ser un sentido entendible de inquietud ante el ímpetu centralizador del socialismo tradicional. Los socialistas libertarios tenían plena consciencia del potencial despótico de un consejo central “de representantes” (lea, gobierno) con autoridad final para emitir órdenes económicas ̶ incluso si esas órdenes se dan al final de un proceso democrático de negociación y la transmisión de las preferencias del trabajador hacia arriba en la cadena de representación. El socialista libertario parece querer asegurar un espacio adicional de autonomía, tanto para los grupos de trabajadores, como para los individuos dentro de la sociedad. De ahí el calificativo de “libertario” o “anarco.”

En lo personal, me sentí intuitivamente más alineado con la tradición socialista libertaria, aunque podía sentir, aún en mis años tempranos, que esta posición planteaba un conjunto confuso de interrogantes e impases potenciales (particularmente recomendé el capítulo 6 del maravilloso libro de David Gordon Resurrecting Marx, para una excelente perspectiva de tales interrogantes y problemas). Sin embargo, aquí me enfocaré en sólo un dilema en particular.

Al menos, el socialista libertario defiende un aprecio por la autonomía individual en su visión. Cuando se le pregunta si un individuo puede escoger libremente dejar su sindicato/colectivo y proseguir otra línea de trabajo, la mayoría de los libertarios socialistas tienden a estar de acuerdo con que eso iría perfectamente en línea en un mundo socialista libertario (a la inversa, si a un individuo se le exigiera que lo deje, si una mayoría de trabajadores dentro del sindicato votara por echarlo, es otra pregunta crucial. Y una que rara vez es abordada por los socialistas libertarios. Entendiblemente, puesto que tales acontecimientos se inclinarían peligrosamente hacia la presunta “tiranía” ejercida por los dueños capitalistas, sobre trabajadores individuales dentro de sus empresas. Y eso dejaría a los trabajadores socialistas libertarios sin “garantía” alguna a su empleo, exponiendo a los libertarios socialistas a precisamente los tipos de críticas por inseguridad en el empleo, que tan a menudo se lanzan contra el capitalismo. Este es sólo uno de los problemas que señalé arriba). Suponga que un grupo pequeño dentro de un sindicato o un sitio de trabajo colectivo, decide retirarse voluntariamente. Hacen su propia huelga y se ponen de acuerdo entre ellos para formar una empresa alternativa. Dentro de esta firma se ponen de acuerdo, provisionalmente, en una división del trabajo, la cual, para todos los efectos y propósitos, muestra ser jerárquica. Uno asume un papel administrativo; otro en la línea de ensamblaje; un tercero un rol en mantenimiento. Ellos hacen uso de recursos antes no usados, no reivindicados, y se ponen a trabajar. Eventualmente se arriman a otros trabajadores del sindicato y les invitan a trabajar en su empresa recién establecida. La estructura interna empieza a recordar una firma capitalista tradicional, con una jerarquía administrativa y una división del trabajo. Con el paso del tiempo, los tres fundadores, por medio de interacciones estrictamente voluntarias, llegan a asumir papeles administrativos.

La pregunta es: ¿Es esa empresa, en principio, permisible bajo (o consistente con) el socialismo libertario? La razón por la cual esta pregunta constituye un dilema, es como sigue. Si la respuesta es sí, entonces, el socialismo libertario en última instancia colapsa en el anarquismo libertario o anarco-capitalismo. Siendo la razón que será permisible para los individuos asociarse libremente, establecer firmas jerárquicas si lo desean y producir unilateralmente, sin requerir permiso previo de una agencia centralizada. Tendrán en el corazón del anarco-capitalismo, tanto autonomía individual como autonomía de recursos que caracterizan a la propiedad de uno mismo y los derechos de propiedad privada. Otros no pueden, presumiblemente vienen y cierran esa operación por la fuerza. Pero, incluso aún si una persona es permitida que unilateralmente deje un sindicato y que trabaje en otra parte en su propio pequeño proyecto productivo con recursos adquiridos pacíficamente, entonces, ¿por qué no a 3? ¿Por qué no a 10? Y etcétera.

Si, por otra parte, la respuesta a la pregunta previa es no, entonces, surgen preguntas adicionales. Si no es admisible, entonces, ¿sobre qué bases? ¿Es que simplemente las jerarquías -incluso las voluntarias- han de ser obligadamente eliminadas? ¡Esa certeza parece ser una forma extraña de construir el “libertarismo”! Si sucede que algunos trabajadores prefieren eso, tener las responsabilidades administrativas delegadas en otros, de forma que simplemente puedan enfocarse en su tarea especializada, entonces, ¿por qué no permitirlo? Parece ser un punto divisorio algo arbitrario. Pero, de mayor importancia, ¿quién está encargado de llevar a cabo el cierre, si eso se debe hacer? ¿Quién está encargado de esa responsabilidad? Si todo esto va a ser pacífico y voluntario, ¿por qué habría de existir razón alguna para que aquellos de algún sindicato en particular no escatimen esfuerzos para intervenir a la fuerza? Parecería que, para que haya una prohibición aplicable y practicable contra firmas capitalistas que emerjan dentro de tal economía, uno no puede evitar la institución de alguna autoridad centralizada, encargada de la tarea de impedir por la fuerza cualquiera de esas tendencias. Una autoridad que vigila las actividades de todas las empresas dentro de la sociedad y que asegura, con amenazas de fuerza decisivas, que ningún individuo unilateralmente defeccione del aparato productivo, para establecer empresas rivales bajo líneas capitalistas. Pero, entonces, el anarco-sindicalista se ve forzado a abandonar su anarquismo nominal y tiene que admitir que, después de todo, su sociedad requerirá de, al menos, un grado de fuerza centralizada, para asegurar que no haya desviaciones del estándar sindicalista.

Ahora bien, un libertario socialista puede hacer de tripas corazón y decir simplemente, “bueno, ¡que así sea! Sí, en teoría, las firmas capitalistas y los intercambios pueden emerger, si la gente unilateralmente escoge dejar sus cooperativas y establecer alternativas jerárquicas. Pero, ¡esto es poco posible que se dé, cuando los trabajadores observen cuán mejor es su vida bajo un régimen de control democrático del sitio de trabajo! Los sindicatos y las cooperativas serán tanto más eficientes y placenteros que ¡sólo un loco podría voluntariamente subyugarse a una firma capitalista!” El problema aquí es que eso, en todo caso, sigue siendo una aceptación del anarco-capitalismo en principio. Es decir, todo este tipo de respuesta a lo que equivale es a una expectativa de que un marco anarco-capitalista tenderá a promover el anarco-sindicalismo. Las reglas del juego, en última instancia, serán anarco-capitalistas en su base, pues la salida unilateral individual, la libre asociación y el uso pacífico de los recursos por grupos de individuos que se asocian pacíficamente, deben permitirse. Todo lo que en esencia está ofreciendo el anarco-sindicalista es, ya sea una recomendación fuerte para que los trabajadores opten por sitios de trabajo democráticos y colectivizados, o bien una fuerte expectativa de que eso es lo que tenderá a suceder.

Entonces, el dilema es que el socialismo libertario es fundamentalmente inestable y que vacila entre los polos del socialismo centralizado y del anarco-capitalismo. En el caso de que consistentemente siga el impulso “libertario”, en última instancia colapsa en anarco-capitalismo (lo mejor que los libertarios socialistas parecen estar en capacidad de ofrecer en respuesta a esta disyuntiva, son sugerencias ad hoc, de que la gente o las comunidades simplemente de forma voluntaria establecerían grupos de trabajo anticapitalistas o algo por el estilo). Si el socialismo va a ser prioridad, entonces, debe admitir que entre un estado por la puerta trasera y abandonar cualesquiera pretensiones anarquistas para garantizar su estructura socialista.

ALGUNOS PENSAMIENTOS DE CIERRE

Recuerdo una experiencia de mi juventud, alrededor de la época en que me estaba inclinando hacia el socialismo. Una experiencia muy banal y una que, sin duda, es compartida por muchos. Caminaba calle abajo en mi ciudad natal y encontré una persona pidiendo dinero en efectivo. Esa persona estaba sentada afuera de un nuevo edificio de oficinas, enorme y brillante. Al edificio entraba y salía caminando gente que parecía ser del importante tipo de negocios, conspicuamente ricos y absorbidos en sí mismos. La conclusión fácil que derivé fue: ¿por qué diantres debería este pobre hombre estar condenado a un destino tan miserable, cuando su dolor fácilmente podría ser aliviado tan sólo tomando un poco de esos excesos de los hombres de negocios y dárselo a ese pobre hombre? ¡Él podría tener una mejor vida! ¡Él podría tener alguna dignidad! ¡Algunas perspectivas de seguridad e incluso de autorrealización! ¿Por qué todo ese dinero metido en ese enorme y reluciente edificio que parecía un adefesio, cuando podía haberse gastado en mejorar las vidas de mucha gente sin hogar y luchadora?

El impulso hacia el socialismo es perfectamente entendible cuando uno se ve confrontado con tales yuxtaposiciones marcadas de lujo y sufrimiento. Y sí, en la mayoría de los casos esa gente rica ciertamente debería dar generosamente a aquellos que están sufriendo no por faltas propias. El mundo probablemente sería un mejor lugar si la gente de las clases media y alta de los países desarrollados, donara apenas un 10% de sus ganancias, a organizaciones sin fines de lucho y caridades que sean demostrablemente efectivas. Pero, ¿por qué no hacer una regla institucional para ello, en vez de descansar en la obviamente poco fiable buena voluntad de la gente? Pero, incluso una redistribución mandada se parece tanto a sólo cubrir rendijas con papeles. Ciertamente, ¡necesitamos entrarle a la raíz de la pobreza y del sufrimiento! Y, ¿qué mejor forma simple de hacerlo que entregándole a toda la población de las clases trabajadoras y desempleadas, el control de todo el aparato productivo y distributivo? De esa manera, ¿no garantizamos su acceso igual a la riqueza hecha posible mediante la cooperación económica y social?

Desafortunadamente, esta línea de pensamiento cruza esa línea fina que existe entre simple y simplista. Es sintomático de una cantidad de falacias y errores ̶ entre ellas, la noción de que una economía es un juego de suma cero; que las reglas sobre la redistribución y la propiedad no tienen efectos adversos significativos sobre la producción y la cantidad absoluta de riqueza producida; que prescribir un control igualitario sobre la producción necesariamente rendirá resultados distributivos igualitarios. No puedo abordar cada una de ellas a plenitud, pero, permítanme dedicar unos momentos a la más importante. Consideren el excelente destilado (excellent distillation) de Deirdre McCloskey, de las implicaciones y la relativa impotencia de la redistribución, como medio efectivo para aliviar la pobreza:

“La redistribución, aunque mitiga la culpa burguesa, no ha sido el principal sostén del pobre. La aritmética social muestra por qué. Si todas las utilidades de la economía estadounidense fueran inmediatamente entregadas a los trabajadores, los trabajadores… estarían exactamente, en ese momento, más o menos un 20 por ciento mejor. Pero, por una sola vez. La expropiación no es una ganancia por siempre del 20 por ciento, año tras año, sino solo por esta vez, pues usted no puede expropiar a la misma gente con la misma suma a ser expropiada una y otra vez. Una expropiación por una sola vez eleva el ingreso de los trabajadores en un 20 por ciento, pero, luego, su ingreso se revierte al nivel previo ̶ o, en el mejor de los casos (si las ganancias pueden simplemente ser tomadas por el estado sin, milagrosamente, dañar su nivel, y luego ser distribuidas al resto de nosotros por burócratas angelicales, sin dedos pegajosos o amigos favorecidos) continúa con cualquier tasa de crecimiento que la economía estaba experimentando…”

“…El punto es que 20 y 22 y 25 porciento no son del mismo orden de magnitud que el Gran Enriquecimiento [surgimiento en los estándares de vida a partir de la revolución industrial], el cual, a su vez, no tenía nada que ver, como hecho histórico, con tales redistribuciones o contribuciones de caridad. El punto es que las redistribuciones de una vez por todas son dos órdenes de magnitud más pequeños en ayuda al pobre, que el Enriquecimiento del 2.900 por ciento proveniente de la mayor productividad a partir de 1800. Históricamente hablando, el 25 por ciento ha de ser comparado con un aumento en los salarios reales, desde 1800 hasta el presente, por un factor de 10 o 30 por ciento, lo cual es decir 900 o 2.900 por ciento. En otras palabras, los muy pobres mejoran un poquito al expropiar a los expropiadores o al persuadirlos que les den todo su dinero a los pobres y, sígame, pero mucho mejor si llegan a vivir en una economía radicalmente más productiva” (2014, p.p. 44-45 y 46).

Aquí el punto no es sugerir que el status quo es lo más que podemos esperar y con lo cual deberíamos conformarnos (lejos de ello). Pero, ciertamente aconseja un grado de provisionalidad que debería acompañar cualquier sugerencia de una demolición radical y reemplazo de las economías basadas en el mercado. El surgimiento de la riqueza real per cápita para la persona promedio en las naciones desarrolladas a partir de 1800, es casi inconcebiblemente grande y, de ninguna manera, inevitable. La totalidad de la historia humana se caracterizó, casi sin excepción, por una subsistencia machacante y por la miseria de las masas, y ha habido multitud de pasos hacia atrás seguidos de avances relativamente modestos. El propio Marx, por supuesto, fue famosamente conocido por conceder que el capitalismo no debería ser menospreciado de una manera incondicional, que ha logrado algún progreso que debería de reconocerse. Pero, Marx hizo tal concesión en una época anterior a lograr que la gran mayoría de las ganancias de riqueza que reciben las masas de gente, hubieran sido obtenidas mediante mercados liberales siempre en expansión.

Gradualmente llegué a darme cuenta de que el imperativo moral no era la eliminación de la desigualdad, sino la mejora máxima de la condición absoluta de quienes están peor. Esos dos a menudo se encuentran mezclados y confundidos en las mentes de los socialistas, sin duda que debido a la falacia de que una economía es un juego de suma cero. En última instancia, yo no podía negar los impresionantes (mas no sin fallas), logros de las instituciones liberales en este sentido. Esta realización, junto con el reconocimiento de los defectos inmanentes de las instituciones socialistas, me llevó a una posición que combina las dinámicas sin rival generadoras de prosperidad de los mercados liberales, con los medios alternativos y sostenibles de alivio del sufrimiento evitable de quienes están peor.

No dudo que todo lo expuesto arriba fracasará en convertir a los lectores socialistas. Si, por lo menos, puedo hacer que vean por qué uno puede razonablemente llegar a ver al socialismo desfavorablemente, me daré por satisfecho. Pero, déjenme terminar con un desafío más.
Considere de nuevo los problemas citados arriba, del (i) al (v). Qué podría uno esperar que resulte cuando se reúne todo lo que sigue: ¿Una ignorancia aguda del votante y déficits atencionales, planes económicos arbitrarios, incentivos perversos para la producción, cooptación por los intereses especiales y una administración central con autoridad final para mantener la estructura colectiva mediante la fuerza? Me atrevo a afirmar que esperaríamos ver una sociedad caracterizada por una producción siempre en declinación, una desilusión del trabajador-votante, corrupción y una economía que va moliendo lentamente sólo mediante amenazas de fuerza. Ahora, piense acerca de todos los supuestos países socialistas y comunistas “no verdaderos” o “sólo de nombre,” que surgieron a lo largo del siglo XX. Y considere el patrón de fracasos que ocurrió casi en cada caso: estancamiento económico, sino es una devastación; desilusión de los trabajadores-votantes; aparatos extensos de terror y represión política interna; corrupción y favoritismo burocrático; totalitarismo. Y considere que esos resultados ocurrieron en toda una amplia gama de contextos culturales, el mismo experimento repetido en naciones de diferentes constituciones demográficas e historias y lenguajes y valores. ¿Es realmente plausible postular que esos fracasos similares en cada uno de esos casos, fueron resultados de diferentes factores incidentales que descarrilaron estos experimentos socialistas una y otra vez? ¿Que cada uno de estos movimientos y líderes socialistas, quienes al inicio parecían estar genuinamente comprometidos con el socialismo, fueron descarrilados porque los líderes de esos movimientos no pudieron hacer lo correcto, cada vez por diferentes razones? ¿No es una explicación mucho más parsimoniosa y plausible que el patrón de fracasos repetido se deba a defectos inherentes, que surgen cuando uno intenta, aunque sea con sinceridad, de poner en práctica ese tipo de arreglo económico?

Dejaré que sea el lector quien aborde estas preguntas e invite a una retroalimentación con comentarios. Intento que esta sea una invitación a un diálogo genuino y de buena fe con los socialistas. Hay mucho que está en juego en lo que se refiere a estos asuntos. Nos corresponde intentar, tanto como sea posible, tratar con respeto intelectual a aquellos con quienes estamos fundamentalmente en desacuerdo. De otra forma, las mentes nunca cambiarán y el progreso colectivo hacia la verdad, dondequiera que se halle, nunca será logrado.

Nota del Traductor: los dos videos mencionados son, en primer lugar, ¿What If There Were No Prices? The Railroad Thought Experiment, en You Tube (Learn Liberty) y, en segundo lugar, Mises and Hayek Predict the Failure of Socialism, en You Tube (Adam Curtis).

Hugo Newman tiene un PhD. en Teoría Política del University College de Dublin, Irlanda. Es cofundador y director de una compañía de eLearning y en la actualidad vive en Madrid, España.