ES HORA DE ENFRENTAR SERIAMENTE A LOS SOCIALISTAS-PRIMERA PARTE

Por Hugo Newman

Medium
5 de diciembre del 2017


Dar la impresión de que se refuta un argumento socialista, cuando en realidad este no fue presentado por el oponente, es tan injusto con los opositores del socialismo como con los socialistas. Por ahí se presentan argumentos muy buenos contra el socialismo y a ellos deberíamos referirnos en todo momento.

Últimamente se ha convertido en algo trillado prologar piezas de pensamiento político con la observación de que estamos viviendo tiempos inusualmente polarizados. Francamente, no estoy totalmente seguro de que eso sea cierto. Puede ser que la ubicuidad de los medios sociales más bien da la impresión de que ahora prevalece una división más mordaz que nunca antes, cuando, en efecto, simplemente le dan a la gente medios más inmediatos para ventear públicamente desacuerdos políticos, los cuales, para empezar, siempre estuvieron allí. No obstante, aún la impresión de que la polarización está creciendo podría, en sí misma, ser dañina, al igual que es posible que desaliente a la gente a involucrarse en algún momento con oponentes ideológicos percibidos.

Así que, por ahora, voy a trabajar bajo el supuesto de que, al menos, hay una creencia extendida de que la polarización es endémica, pues pienso que es suficiente para causar preocupación y motivar a hacer un esfuerzo concertado, para promover más un diálogo de buena fe entre campos de tradición políticamente opuestos. En términos generales, uno de los pares más diametralmente opuesto es, por supuesto, el socialista y el capitalista. La desconfianza mutua, o incluso el resentimiento, tiende a predominar en esa relación, y he sido testigo de mi buena parte de argumentación de mala fe durante años entre esos dos campos ̶ más reciente y lamentablemente, tomando la forma de contiendas encabronadas, basadas en memes mordaces.

Sin embargo, uno de los aspectos más frustrantes, desde mi punto de vista, es la tendencia de ambos lados para persistentemente dar la impresión de que se refuta al argumento del otro, cuando, en realidad, ese otro no ha presentado dicho argumento. Vengo de un trasfondo socialista, pero, en el curso de los años y después de mucha investigación, hice una transición hacia el libertarismo o liberalismo clásico. Aun así, encuentro gente que nominalmente piensa parecido, pero, con frecuencia, su tratamiento del socialismo es frustrantemente superficial, incluso insincero. Me impacta que haya algo de estereotipo de aquellos en el medio liberal/conservador, de que algo carecen de empatía. Pero, no es la caricatura más frecuente, que tal gente no tiene corazón o que son mezquinos (en mi experiencia, al menos con muchos libertarios y liberales con que me he encontrado, ellos se conmueven por la miseria de los más vulnerables en la sociedad, tanto como cualquier otra persona). En vez de eso, hay una carencia conspicua de empatía intelectual. Típicamente, gente dentro de mi “campo” político, hablando en términos generales, es totalmente incapaz siquiera de imaginar cómo un socialista podría arribar a las conclusiones a que llegan.

La razón por la que esto es tan problemático, es que hace que los libertarios y los liberales clásicos empiecen sus críticas al socialismo con una versión (o justificación) del socialismo, que virtualmente. en la realidad, ningún socialista suscribe. Como tales, tienden a hablar entre ellos sin excepción alguna, excepto con aquellos que ya están de acuerdo con sus conclusiones. Entre tanto, los socialistas dan la impresión de que todos sus críticos son estúpidos, o intelectualmente deshonestos o ambos. Y no sin cierta justificación. A su vez, los libertarios escuchan a los socialistas responder con un “bueno, ¡eso del todo no es lo que tenemos en mente!,” y piensan que eso es simplemente manipular su definición para evitar consecuencias no deseadas o una plena negación. Cuando, de hecho, con toda posibilidad están genuinamente pidiendo un compromiso más serio con su visión.

No quiero sugerir que sólo los liberales clásicos o los libertarios son culpables de alimentar esta dinámica. También son culpables algunos socialistas del pecado correspondiente, cuando se involucran y critican al “capitalismo.” Pero, ese es un tema para otra ocasión. Mi interés aquí es avanzar un poco para revertir las transgresiones de mi lado, mientras que, al mismo tiempo, presento lo que tomo como las mejores y más convincentes críticas de buena fe de lo que los socialistas en realidad tienen en mente, cuando endosan al “socialismo verdadero.” Mi esperanza es que los pocos socialistas que puedan terminar leyendo esto, estarán, al menos, de acuerdo con que la cosa correcta está siendo considerada y criticada y que las críticas, como tales, no son superficiales, sino pensadas e intelectualmente respetables. Mis esperanzas secundarias son que este tipo de invitación a la crítica de buena fe, puede estimular a los socialistas a extender la misma cortesía a los libertarios y liberales clásicos; y que mis propios compañeros de viaje político reconsideren la forma en que usualmente interactúan con los socialistas.

Antes de empezar, permítanme hacer un breve resumen de lo que estaré cubriendo. La primera sección de abajo presenta lo que considero es la caracterización más convincente y moralmente plausible de socialismo ̶ la visión que originalmente me atrajo y me mantuvo como un “camarada” comprometido durante varios años. Quiero ser claro desde el inicio: No me estoy refiriendo aquí al socialismo democrático en la vena de Bernie Sanders, de una fuerte redistribución y regulación gubernamental, combinadas con un mercado truncado. Tampoco me refiero al (im)popular y nebuloso “Modelo Escandinavo.” Aquí me interesa lo que puede llamarse socialismo “puro” o socialismo “radical” o socialismo “marxista.” Explicaré esta visión en el momento debido. Pero, quiero ser claro desde el principio en que no estoy lidiando a la vez con todas las concepciones posibles de socialismo (aunque sin duda que algunas de mis críticas, o al menos aspectos de ellas, podría ser aplicadas útilmente a las concepciones antes señaladas). En la segunda sección, presento de la manera más concisa posible los argumentos más poderosos contra el socialismo propiamente. Mi intención aquí no es desarrollar y reforzar esos argumentos ̶ eso estaría más allá del alcance de un único artículo. Más bien, deseo familiarizar de forma precisa a los socialistas que puede que ni siquiera se hayan dado cuenta de estos argumentos o que, en efecto, apenas se han dado cuenta mediante caricaturas o que los han escuchado sólo para que sean rechazados, sin pensarlo dos veces, como “propaganda neoliberal.” La sección final reflejará más generalmente algunas consideraciones morales e históricas que, creo, les brindan a los socialistas una pausa para el pensamiento y autorreflexión seria.

EN TODO CASO, ¿QUÉ ES EL SOCIALISMO “REAL”?

El estribillo del libertario o liberal clásico típico cuando se le pregunta acerca del socialismo, es una especie de una serie de preguntas incrédulas: “¿Qué? ¿Usted quiere que el gobierno controle toda la industria? ¿¡Usted quiere que nuestros políticos estén a cargo de la economía!? ¿¡Cómo puede usted, siquiera por un segundo, considerar la noción de que esos torpes burócratas pueden administrar competentemente nuestros asuntos económicos!? Por supuesto, es posible que el socialista responda eso con una burla y frotándose los ojos. Siendo la razón que ellos tienen en mente una concepción del gobierno tan alejada de eso con lo cual estamos familiarizados en las democracias liberales, que, pensar del socialismo como simplemente entregar las riendas del poder sobre la economía entera al tipo de gobierno que ahora tenemos, es equivalente a tan sólo concebir al capitalismo como el mercado, tal como lo conocemos, menos todos los servicios gubernamentales. En otras palabras, una visión absurda que nadie en su sano juicio desearía.

Ante ello, ¿qué tipo de gobernanza visualizan los socialistas? Y, ¿qué tan diferente es de la visión simplista muy a menudo presentada por los críticos del socialismo? La mejor cosa por hacer es ir a la fuente. Cito directamente de dos escritores socialistas, quienes pienso que capturan efectivamente las partes esenciales de la visión socialista. La primera proviene de una publicación del Partido Socialista Británico titulada “Socialism in the 21st Century” (“Socialismo para el siglo XXI,”) escrita por Hanna Sell. Sell resume su visión tal como sigue:

“Un gobierno socialista genuino no sería dictatorial. Expandiría y profundizaría enormemente a la democracia… [T]odo mundo tomaría parte en decidir cómo serían manejadas la sociedad y la economía. Los representantes electos, nacionalmente, regionalmente, localmente -en todos los niveles- serían responsables y estarían sujetos de inmediato a revocatoria del mandato. Por tanto, si a la gente que los eligió no les gusta lo que sus representantes hicieron, estarían sujetos a un proceso inmediato de reelección y, si aquella lo desea, los reemplazarían por alguien más. También, los representantes electos solo recibirían el salario promedio… Un gobierno socialista se aseguraría de que ninguno de los representantes electos reciba privilegios financieros resultado de su posición, sino que, en vez de eso, vivan el mismo estilo de vida de aquellos a quienes representan…

… [U]n gobierno socialista llevaría a la industria principal hacia la propiedad pública democrática. Sería necesario diseñar un plan que involucre a toda la sociedad, acerca de lo que cada industria se necesita que produzca. En cada nivel, en las comunidades y en los sitios de trabajo, se establecerían comités y se elegiría a representantes al gobierno regional y nacional ̶ de nuevo, con base en la posibilidad del revocatoria del mandato, en cualquier momento en que la gente no esté de acuerdo con sus decisiones. Todo mundo podría participar en la toma real de decisiones acerca de cómo manejar mejor la sociedad…” (Sell, 2006, p.p. 42-43).

Una afirmación similar de mucha de esa misma visión proviene de un teórico y escritor socialista William Paul, quien escribió el siguiente resumen de la estructura esencial del socialismo en su libro de 1917, The State: its origin and function (El Estado: Origen y función):

“El socialista revolucionario niega que la propiedad estatal pueda terminar en otra cosa diferente de un despotismo burocrático. Hemos visto por qué el estado no puede controlar democráticamente a la industria. La industria sólo puede ser poseída y controlada democráticamente por trabajadores, quienes directamente eligen a los comités de administración de entre sus propias filas. El socialismo será fundamentalmente un sistema industrial; su electorado será de un carácter industrial. Así, aquellos que se encargan de las actividades sociales y de las industrias de la sociedad, estarán directamente representados en los concejos locales y centrales de la administración social. De esa forma, los poderes de tales delegados fluirán hacia arriba, desde aquellos que llevan a cabo el trabajo y que están familiarizados con las necesidades de la comunidad. Cuando se reúne el comité central administrativo industrial, representará a cada fase de la actividad social… [L]a república del socialismo será gobernada por el gobierno de la industria administrada en nombre de toda la comunidad” (Paul 1917/2005, p.p. 25-26).

Aquí usted puede ver en esencia lo qué los socialistas tienen en mente. Su visión no es primordialmente una de un poder gubernamental desde arriba hacia abajo, compuesto por tecnócratas, con autoridad total para ordenar a todos que produzcan según algún plan central arbitrario (incluso si es en eso como puede terminar). Más bien, conciben un proceso que viene de abajo hacia arriba, mediante el cual el poder es, en última instancia, transferido y conferido a los propios trabajadores. Ellos tienen la última palabra. Tienen poder de veto sobre cualquiera y todas las decisiones económicas, ya se trate a nivel nacional o local. El proceso de toma de decisiones fluye hacia arriba, pero, siempre está sujeto a los frenos y contrapesos de la revocatoria del mandato de los representantes, si se considera que ellos están haciendo un trabajo subóptimo de comunicar y respetar los intereses de los trabajadores o de sus grupos. Ahora bien, uno puede discrepar con la viabilidad final de esta visión (como lo hago abajo). Pero, pienso que ninguna persona intelectualmente honesta puede negar que, al menos en la superficie, hay algo intuitivamente atrayente acerca de esta visión de la sociedad ̶̶ o, al menos, que no es manifiestamente implausible.
Uno puede ver por qué, al menos, parece alinearse con compromisos con la justicia, el dar poder y control económico verdadero a la gente ordinaria, para asegurarse de que todos tienen un insumo igual acerca de cómo la sociedad es manejada. La idea parece ser que, si es que queremos que todo mundo tenga una demanda más o menos igual sobre los recursos y la riqueza de la sociedad, entonces, la mejor manera de hacerlo es asegurando que todos tengan una porción política igual en las operaciones productivas de la sociedad. Y, ¿qué tiene eso de extremo?...

EL CASO CONTRA EL SOCIALISMO

El caso que quiero plantear se basa en lo que llamo las críticas “inmanentes” del socialismo. Quiero concederle al socialista todo lo arriba descrito. Quiero aceptar que el socialismo real es exactamente en lo que insisten Sell y Paul. Y quiero decir que, aún si usted pudiera llevar a cabo en el mundo real precisamente la estructura esquematizada arriba, sin que sea tocada por distorsiones o interferencias externas, las fuerzas y las dinámicas inherentes a la estructura necesariamente conducirían a la ruina económica y al autoritarismo político. Titulo a los argumentos tal como sigue, por razones de conveniencia; (i) el argumento de la ignorancia racional del votante; (ii) el argumento del cálculo/información; (iii) el argumento de los incentivos económicos; (iv) el argumento de la acción colectiva; y (v) el dilema anarquista.

(i) El argumento de la ignorancia racional del votante

La teoría de la ignorancia racional del votante es un intento por explicar un acertijo, que es, a la vez, una característica persistente de virtualmente todas las naciones democráticas conocidas. Siempre que se han conducido encuestas durante los, más o menos, pasados 60 años, acerca del conocimiento público en general, en cada ocasión se descubre que la gente es sistemáticamente ignorante incluso de la información política más básica (o la políticamente relevante). Como lo hace ver el economista político Mark Pennington, los “[e]studios empíricos en toda Europa y los Estados Unidos confirman que los votantes, independientemente de sus logros educativos y clase social, tienden a ser ignorantes incluso de la información política más básica. Por ejemplo, en los Estados Unidos, el análisis sugiere que, tanto como un 70 por ciento de los votantes, no puede mencionar alguno de los senadores de sus estados y la vasta mayoría no puede estimar las tasas de inflación y de desempleo en un rango de 5 por ciento de sus niveles reales…” (2011, p. 66). Resultados similares sobre preguntas comparables se obtienen a través de Europa y más allá. Esto parecería ser anómalo, dado que la democracia, de todas las formas de gobernanza, se supone que no sólo le brinda a la gente una oportunidad considerable de involucrarse en la política, sino que, también, le da los incentivos óptimos para hacerlo, y de una manera informada.

Típicamente, los socialistas han respondido a esto señalando el hecho de que los intereses privados especiales, han cooptado [nota del traductor: nombrar a alguien como miembro de algo] en un alto grado al sistema democrático. El problema de esta explicación es que, en el mejor de los casos, es una aproximación y, en el peor, una no explicación. Deja abierta la pregunta de ¿por qué, en primer lugar, a tales fuerzas se les habría permitido cooptar el proceso? Si los votantes en teoría están, como los socialistas mantienen con toda seguridad, naturalmente dispuestos a involucrarse e interesarse políticamente, entonces, ¿por qué demonios la mayoría de los votantes habría sido tan irresponsable como para permitir que, de entrada, los intereses especiales se movieran y compraran a quienes hacen las políticas? Ciertamente, para empezar ¿no deberían los votantes interesados haber sacado con votos rápidamente a los traidores si es que, para empezar, hubieran estada poniendo atención? Y, naturalmente, habría surgido una demanda de candidatos políticos alternativos más honestos. Es decir, si es que las instituciones democráticas han de funcionar en la forma en que se supone que lo harían, se podría haber evitado por una mayoría abrumadora de votos en contra de que los intereses privados cooptaran. Claramente, eso no se dio. Así que, ¿por qué los intereses especiales pueden consistentemente salirse con la suya en tales actividades? ¿Por qué los déficits constantes de atención y de ignorancia intercultural, que se dan bajo gobiernos democráticos, tanto relativamente del ala izquierda, como relativamente del ala derecha?

Una explicación convincente de ello es la teoría es la ignorancia racional del votante. El profesor Ilya Somin captura preciosamente la lógica de esta idea simple y, a la vez, poderosa: “Un votante individual virtualmente no tiene la oportunidad de influir en el resultado de una elección ̶ una entre 1 en 10 millones y 1 en 100 millones en el caso de las elecciones presidenciales modernas en los Estados Unidos, dependiendo del estado en donde uno viva. La oportunidad de dar el voto decisivo [es]… extremamente baja. Como resultado, el incentivo para acumular conocimiento político es muy reducido, en el tanto en que la única razón para hacerlo sea dar un ‘mejor’ voto. Incluso ciudadanos altamente inteligentes y perfectamente racionales [o perfectamente morales] podrían escoger dedicar poco o ningún esfuerzo en la adquisición de conocimiento político. La teoría de la ignorancia racional implica que la mayoría de los ciudadanos adquieren poco o ningún conocimiento político y también que, a menudo, harán un uso pobre del conocimiento que adquieren. Tanto la adquisición de conocimiento político como la evaluación racional de esa información, son problemas clásicos de la acción colectiva, en la cual los ciudadanos individuales tienen incentivos para obtener un ‘paseo gratuito’ con los esfuerzos de otros” (2010, p.p. 204-205). En otras palabras, los costos de informarse uno mismo adecuadamente acerca del vasto y complejo dominio de la política -un área que cubre economía, infraestructura, cuido de la salud, educación, seguridad, asuntos externos, leyes y jurisprudencia, regulación medioambiental, política monetaria, agricultura, etcétera, etcétera- son sumamente elevados en términos del costo de oportunidad, esfuerzo mental, tiempo, esfuerzo, memoria. Y los beneficios que usted espera para sí con la adquisición de todo ese conocimiento (y de procesarlo racionalmente) son virtualmente de cero, debido a la oportunidad de casi cero de que su voto sea decisorio en cualquier elección.

Una cosa muy importante de notar aquí desde un punto de vista socialista, es que los problemas anteriores se dan incluso si asumimos que el votante en el contexto económico es desinteresado, altruista y comprometido con lograr la igualdad de una u otra forma. El punto es que, dado que yo no puedo controlar la actividad como votante de cualquier otra persona, y ciertamente no de millones de personas que están lejos, puedo sólo suponer que hay una alta posibilidad de que otros tengan puntos de vista diferentes a los míos, acerca de cuál es la mejor forma de lograr políticamente esos objetivos. Así que, aun si soy inusualmente altruista, tiene poco sentido que gaste mucho tiempo y esfuerzo informándome acerca de la vasta gama de información política relevante, cuando son cercanas a cero las posibilidades de que mi voto informado y altruista, del todo tenga efecto alguno sobre los resultados de una elección. Aun si todo mundo comparte mis convicciones morales y mis puntos de vista sobre la política, y que, de alguna manera, saben que votarán en la forma en que yo lo haré, en ese caso, la cosa racional que he de hacer es dejar que ellos pasen mucho tiempo informándose, mientras que yo gasto el tiempo ahorrado en actuar directamente para mejorar la vida de aquellos alrededor mío. Dado que, después de todo, en todo caso mi voto extra no va a hacer diferencia alguna. Mientras que mis actividades altruistas ciertamente van a hacer una diferencia para aquellos alrededor mío. Así que, la cosa responsable por hacer en ese contexto, sería “intercambiar” conocimiento político por esfuerzos humanitarios directos, que son mucho más posibles que rindan beneficios. El problema es que todos los otros ciudadanos altruistas enfrentarían precisamente los mismos incentivos. Con el resultado de que, incluso los igualitarios y humanitarios comprometidos y altruistas, tenderán a ser políticamente ignorantes bajo las instituciones democráticas. Puesto en sencillo, los incentivos al individuo y los intereses del colectivo están fundamentalmente mal alineados, debido a la estructura y escala de la votación democrática. La noción de que otorgándoles a todos un voto igualitario es una forma de brindarle equitativamente a cada individuo, el medio para determinar su destino político es, en el mejor de los casos, una verdad a medias y, más exactamente un extravío retórico.

Por supuesto que algunas veces la gente puede, y algunas veces lo hace, se reúne alrededor de causas muy genéricas y fáciles de entender. No pocas veces, estas son causas negativas, en las que la gente se pone en contra de ciertos males sociales o transgresiones políticas obvias y conspicuas ̶ protestas contra la guerra, demostraciones contra la pobreza, marchas contra la corrupción; y, en los pocos casos en que grandes grupos de personas se movilizan políticamente alrededor de causas positivas (por ejemplo, “cuido universal”), no pocas veces la pregunta de cómo esas causas pueden en realidad ponerse en práctica, se deja sin responder o bien se concibe en formas tan radicalmente diversas e incompatibles, que los miembros de esos grupos es poco posible que en algún momento lleguen a un acuerdo acerca de política sustantiva. Es más, la pregunta no es simplemente cómo hacer que la gente vote. En sí, votar relativamente no tiene costo y la gente vota (aunque todavía a menudo una minoría de votantes elegibles). Votar de una u otra forma es relativamente fácil y, en muchos casos, la gente tiene abundantes incentivos de votar para sentirse cívicamente responsable, para demostrar públicamente su virtud política o simplemente para expresar sus valores. El problema es, más bien, cómo asegurar que la gente que vota, da su voto de una manera robustamente informada. Esto, lamentablemente, casi nunca ocurre.

El socialismo esencialmente es democracia al cuadrado. Bajo el socialismo descrito antes, el cometido de la democracia se extiende y profundiza aún más. Más inquietudes económicas y sociales han de ser decididas por un voto mayoritario colectivo. Así que, el lado del costo se ve amplificado en términos de la cantidad de conocimiento requerido para efectuar un voto informado acerca de, digamos, el “plan económico nacional.” Y las posibilidades de que su voto sea definitorio en el nivel de la decisión –a saber, el nivel nacional- permanecen siendo cercanas a cero. Ahora bien, alguien puede decir, “ah, pero en el socialismo, usted tiene democracia en el sitio de trabajo, en donde su voto tiene una mucha mayor probabilidad de contar en tal sentido”. Sí, pero recuerde, el socialismo es de abajo hacia arriba. Arriba hasta el nivel centralizado de la planificación económica nacional (o ¿incluso internacional?). Sin eso, ya no es más socialismo, sino sindicalismo descentralizado (más de ello, luego). Las políticas del sitio de trabajo no pueden ser objeto de votación y ser unilateralmente definidas. Tienen que cuadrar con todas las otras demandas de los sitios de trabajo y, en última instancia, estar subordinadas al plan económico nacional, y así estar sujetas a las decisiones centralizadas sobre política económica. Es más, supóngase que usted vota por su representante del sitio en donde trabaja para el consejo industrial, en el cual presiden docenas o incluso un gran número de representantes de los otros sitios de trabajo. ¿Cuáles son las posibilidades de que los deseos y demandas de su persona o incluso de su sitio de trabajo, no sólo serán fiel y adecuadamente transmitidas por su representante en ese nivel, sino que sobrevivirán al estira y encoje de la negociación y a compromisos y conflictos en el consejo? A falta de lograr la unanimidad utópica en la situación de cada nivel, la posibilidad de que incluso su voto en el nivel del sitio de trabajo sea mantenido hasta llegar al nivel más alto de la cadena hasta un consejo centralizado, encargado de la tarea no envidiable de integrar millones de demandas dispersas y probablemente incompatibles en un único plan económico, es incluso más remota que aquel suyo individual para cambiar el resultado de una elección nacional.

He ahí el primer problema del socialista. ¿Cómo propone usted sobreponerse al defecto inmanente de la ignorancia racional del votante, sin simplemente asumir, desde el principio, los niveles improbables de motivación en su modelo? Y, recuerde, ¡los trabajadores bajo el socialismo además tienen que trabajar! En realidad, todavía tienen que ser productivos en sus áreas correspondientes. ¿Es que el socialista propone que ellos simplemente querrán, mágicamente, gastar una enorme cantidad de tiempo y esfuerzo informándose acerca de todas las formas remotas, de temas industriales, económicos, agrícolas, educacionales, legales, sociales, de seguridad y medioambientales ̶ todo para una posibilidad de virtualmente cero de afectar las decisiones finales sobre estos asuntos?

Pero, incluso las ramificaciones de la ignorancia racional del votante llegan a más profundidad que esas. Debido al déficit atencional ocasionado por la ignorancia racional del votante, se crea el espacio dentro del cual tiene sentido que los representantes participen en un comportamiento subóptimo como representantes ̶ tomar atajos; ser engañoso para evitar regaños de aquellos a quienes ellos supuestamente representan (¡piense, ¡qué tan difícil será mantener e integrar en el momento oportuno a cientos e incluso miles de grupos de distintas demandas divergentes de los trabajadores!); y hasta en el caso de que los pocos inescrupulosos que surgen en cualquier población grande, se involucren en la corrupción o el soborno.

Nota del traductor: Dado lo extenso del comentario para presentarlo en Facebook, el día de mañana pondré la parte restante de él.