UNA REFLEXIÓN ACERCA DE LOS HOY PRISIONEROS DEL SANDINISMO EN NICARAGUA

Por Jorge Corrales Quesada

Hace poco traduje un artículo del economista Mark Hendrickson y lo puse en mis sitios en Facebook, bajo el título “La vida de Zhores Medvedev- Recuerdo escalofriante de cómo los sóviets hicieron de la psiquiatría un arma contra los disidentes.” Me impresionó profundamente cómo, por el simple hecho de disentir de un sistema de gobierno y de sus gobernantes, estos eran capaces de mandar a asilos de dementes a prominentes opositores.

A veces uno guarda la ilusión de que esas prácticas, propias de sistemas totalitarios para eliminar a quienes disienten, no tuvieran más su lugar. Pero, así como hay múltiples variaciones acerca de cosas que uno considera buenas, también la variación se da en cosas que uno juzga como malas. En este caso, la práctica soviética de mandar a las prisiones, por una locura inventada de quien piensa y actúa diferente de la voluntad del tirano, ahora ha encontrado un émulo en nuestra vecina Nicaragua.

Allá, en la vieja URSS, los encerraban en cárceles o gulags para efectivamente disponer de esos seres inconformes con el diktat gubernamental. El argumento oficial que lo permitía acullá era que buscaba curar a enajenados mentales. Pero, con esa habilidad reproductiva que tiene el mal, en Nicaragua, al periodista que disiente de la pareja de tiranos, se le encierra en la cárcel por “haber propiciado e incitado al odio, por razón de discriminación política,” como se lee en la acusación de la Fiscalía de ese país, contra periodistas que, lo que en realidad hicieron, no fue más que presentar al público, a los ciudadanos que tienen el derecho de ser informados, de posiciones adversas a las planteadas por el gobierno.

Llama la atención que, en ese país, si alguien se opone al gobierno y se manifiesta públicamente en su contra, haciendo uso de los derechos de asociación y de expresión, esa persona comete un delito llamado de “odio,” porque dicen los tiranos que su acción es producto de discriminación contra otras personas de diferentes posiciones políticas. Quien define lo que es “odio” lo dice todo: el estado llama actor del “odio” a quien ose expresarse contra el gobierno inmaculado y casi divino. Esa acusación espuria será, para el tirano, dado que hay un poder judicial que no es independiente, suficiente para que periodistas, cuya labor es dar información a los ciudadanos, a fin de que estos piensen y decidan como les dé la gana, terminen penando sus culpas en las cárceles, algunas ya bien conocidas por ser modelos de agresión física plena a los seres humanos, como lo es hoy El Chipote y, en épocas de otro tirano, Somoza, lo fuera el Hormiguero.

Sigue siendo válido el libro de George Orwell, 1984, para poder entender el uso que el estado hace de términos que permitan justificar su represión. No olvido de ese libro aquello de “Odio es Amor.” Amen al tirano, no lo odien, así lograrán la epifanía. Ahora, en Nicaragua, es razón de mazmorra el que usted no ame al tirano, que lo odie y, lo peor, que usted considere que es su derecho expresarlo libremente.

Quienes terminan sumidos en esas cárceles por disentir, posiblemente serán olvidados, con el paso del tiempo. El opresor siempre cree que con la represión se asegura su triunfo. Como ciudadanos libres y conscientes, a veces parece no importarnos lo que está sucediendo en el predio del vecino, porque “es algo de allá,” de Nicaragua; no de aquí, no nuestro y ni siquiera de nuestro interés. Pero, en realidad, lo que uno observa que está pasando puede ser un anticipo de lo que nos podría esperar con ciertas gentes y sus ideologías, las cuales, bajo la norma de buscar la justicia para un pueblo, lo que en verdad terminan haciendo es rodearlo de más cadenas. No olvidemos a esos seres humanos que luchan en Nicaragua por la libertad y la democracia contra el déspota. No porque sea medio-costarricense una connotada prisionera, de quien casi no se tienen noticias, que nos debe de interesar lo expuesto. Debe serlo porque nos importa el futuro de personas que desean ser libres y que, por tanto, de serlo nunca intentarán dañarnos. Porque donde hay seres libres, hay esperanza y convivencia pacífica. Para el tirano, si se hace necesario dañar a quienes no consienten sus intereses despóticos, lo hará: gradualmente aherrojará más a sus propios ciudadanos, pero luego, al ver a los vecinos viviendo en libertad y progresando, buscará también encadenarlos, pues el ejemplo es una amenaza a su poder totalitario.

Publicado en mis sitios de Facebook, Jorge Corrales Quesada y Jcorralesq Libertad, el 20 de enero del 2019.