Lo mismo ha sucedido con muchas cosas en el capitalismo: al principio para unos pocos, luego para las grandes masas. Y no estoy hablando de, por ejemplo, los celulares o las computadoras y un enorme etcétera de bienes que se producen eficientemente mediante la especialización y el intercambio de los mercados.

CÓMO EL CAPITALISMO LLEVÓ EL TURISMO A LAS MASAS

Por Marian L. Tupy
Fundación para la Educación Económica
Martes 15 de enero del 2019


El número de pasajeros internacionales sigue aumentando.

En un artículo en The Telegraph del 4 de enero, Anne Hanley nos trajo recuerdos de su reciente viaje a Venecia. “Los habitantes de Venecia eran sobrepasados por los visitantes,” señaló ella. “Alrededor de 54.000 atiborrados locales compartían su ciudad con solo un poco más de 62.000 recién llegados… [y] eso, para La Serenissima, es un ‘día tranquilo.’” La ciudad, concluyó ella, está siendo “asesinada” por el turismo y no la salvarán los nuevos impuestos cobrados a los visitantes.

Al aumentar los ingresos disponibles en países previamente subdesarrollados y al declinar los costos de transporte, el turismo global continuará expandiéndose. El congestionamiento en los principales puntos turísticos, como Venecia, puede ser desagradable. Lo sé. Lo he visto y experimentado de primera mano. Pero, la democratización de viajar tiene su lado positivo. Millones de personas están teniendo la oportunidad de ver al mundo por vez primera, y eso es algo que vale la pena celebrar.

SEGURIDAD Y LIBERTAD MEJORADAS

Como con muchas otras cosas en el pasado, viajar era difícil y, a menudo, peligroso.

Los caminos, en donde los había, eran surcos. Viajar en barcos de vela era peligroso. Asaltantes de caminos y piratas estaban por todo lado. Es más, mucha gente no era libre para viajar. Los siervos y los esclavos no podían ir de viaje sin el permiso de sus amos. Asimismo, a las mujeres se les desalentaba viajar sin compañía. La mayoría de las personas no tenía dinero para pagar o alquilar un caballo y tenía que caminar distancias enormes. Viajar estaba limitado a las horas de luz, significando que la ventana de oportunidades era mucho más pequeña, especialmente en los inviernos. Y, cuando viajaban, a menudo los viajeros eran víctimas de posaderos inescrupulosos.

Dicho todo eso, un porcentaje pequeño de la población lograba viajar ̶ por razones comerciales, en peregrinajes y hacia la guerra.

Viajar por placer o por curiosidad es un fenómeno relativamente moderno. Se hizo popular, al menos en el contexto europeo, para jóvenes nobles y ricos quienes, empezando en el siglo XVII, empezaron a hacer “El Gran Viaje” hacia las ciudades europeas, incluyendo París, Venecia, Florencia y Roma, para poder conocer los monumentos antiguos y las obras de arte. Estos ritos de iniciación educativa eran caros y tomaban mucho tiempo. En consecuencia, se restringían a ricos “caballeros ociosos.”

El gráfico correspondiente puede verse en:

[IMG]file:///C:/Users/jcorr/AppData/Local/Temp/msohtmlclip1/01/clip_image001.png[/IMG]

EL CAPITALISMO HACE MÁS ACCESIBLE AL TURISMO

El costo y la conveniencia de viajar mejoró dramáticamente con el surgimiento de la máquina de vapor. En el siglo XIX, los trenes permitieron que un número sin precedentes de personas viajaran dentro de los países, mientras que los barcos a vapor aceleraron el viaje internacional. Los primeros barcos a vapor cortaron el tiempo que se duraba entre Londres y Nueva York, de cerca de seis semanas a alrededor de 15 días. Para mediados del siglo XX, los transatlánticos, como el SS United States, podían hacer el viaje en menos de cuatro días. En la actualidad, un aeroplano puede volar entre las dos ciudades en ocho horas. El viaje aéreo comercial despejó entre las dos guerras, pero, volar continuó siendo caro durante las décadas siguientes. Por ejemplo, en 1955, un tiquete de ida de Londres a Nueva York costaba $2.737 en el valor actual de la moneda. No existía la clase económica, así que sólo los muy ricos lograban volar. Hoy, es posible ir de Nueva York a Londres por tan poco como $200.

Asimismo, la calidad de viajar ha cambiado. En el libro escrito en 1988 de Michael Ignatieff, Isaiah Berlin: A Life [Isaiah Berlin, Una Biografía], indica que, en la primavera de 1944, el filósofo británico “se encontró a sí mismo en un vuelo transatlántico interminable [desde Washington, D.C.] a Londres. En esos días las cabinas no estaban presurizadas, y los viajeros tenían que pasar largas horas a oscuras, respirando por medio de un tubo de oxígeno. Incapaz de dormir -por temor a que el tubo se saliera de su boca- Isaiah pasó despierto toda la noche, en un aeroplano oscuro, frío, monótono, con nada más que hacer, excepto pensar.” Lo que Berlin perdió en incomodidad, lo ganó el mundo en filosofía.

En la actualidad, aquellos de nosotros apretujados en las partes de atrás de los aviones, nos lamentamos por los vuelos largos. Pero, en comparación con el viaje aéreo de mediados del siglo XX, los vuelos hoy son positivamente una bendición. Por ello, no sorprende que el número de viajeros internacionales sigue aumentando.

Según la Organización Mundial de Turismo, 524 millones de personas viajó a un país extranjero en 1995. Ese número creció a 1.25 miles de millones, un aumento del 138 por ciento. Durante ese mismo período, la porción de viajes en todo el mundo hechos por residentes de los países de alto ingreso, declinó de un 72 a un 60 por ciento. La porción de viajeros de países de ingresos medios altos, pasó de 8.5 a un 27 por ciento. Los residentes de países de países de ingresos medios bajos aumentaron su participación del 2.5 por ciento al 11 por ciento. Tal como con muchas áreas del capitalismo moderno, un lujo que en una época estaba reservado a una pequeña porción de la sociedad, actualmente está disponible para un número siempre creciente de gente alrededor del mundo.

Este artículo se reimprimió con el permiso de CapX.

Marian L. Tupy es editor de HumanProgress.org y es analista sénior de política en el Centro para la Libertad y la Prosperidad Global.