Una excelente y sencilla explicación de por qué el socialismo económicamente no funciona y cómo el sistema de mercado, con sus precios, propiedad privada y libre intercambio, resuelve el problema complejo de un orden económico. Recomiendo mucho su lectura, de un artículo de un economista de larga especialización en este tema de sistemas económicos comparados.

POR QUÉ DEBERÍAMOS TOMAR EN SERIO AL “SOCIALISMO” QUE ES PARTE DEL SOCIALISMO DEMOCRÁTICO

Por Steven Horwitz

Fundación para la Educación Económica
Viernes 4 de enero del 2019


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, con letra subrayada, si es de su interés puede verlo en https://fee.org/articles/why-we-shou...ism-seriously/

El socialismo democrático no es lo mismo que el comunismo autocrático; sin embargo, hay problemas con el socialismo que la democracia no puede resolver.

Ante la reciente victoria en las elecciones legislativas de Alexandria Ocasio-Cortez, muchos escritores han formulado sus casos en favor y en contra del socialismo democrático. Tanto sus defensores, como sus críticos, han tratado de insistir, muy apropiadamente, que aquellos que apoyan al socialismo democrático son serios en torno a la parte “democrática.”

Y es importante que los críticos tomen este punto seriamente: aseverar que alguien como Ocasio-Cortez es tan sólo una aspirante estalinista, no es un contraargumento efectivo. Aquellos quienes formulan el caso en favor del socialismo democrático desean evitar el totalitarismo de la historia del socialismo en el siglo XX. Si es que pueden evitar ese resultado, a pesar de sus buenas intenciones, es un tema al cual volveré a continuación.

Quienes critican y quienes apoyan, también deberán tomar seriamente la parte de “socialismo” del socialismo democrático.

LA TIRANÍA DE LA MAYORÍA

El sitio en la red (website) de los Socialistas Democráticos de los Estados Unidos es claro en su deseo de eliminar el afán de lucro o que, como mínimo, se subordine al “interés público” en un gran número de sectores de la economía. Una buena cantidad de socialistas democráticos expandirían la propiedad pública y la controlarían en muchos de esos mismos sectores. Y todos ellos parecen estar de acuerdo en que el control democrático es necesario en las principales decisiones acerca de la “inversión social,” así como en las políticas comercial, monetaria y fiscal.

La pregunta es si -incluso si suponemos que el proceso es tan democrático como lo desean los socialistas democráticos- pueden ellos, en la realidad, crear un mundo de paz y prosperidad, dado el grado en el que desean abolir los mercados y las utilidades. Afirmaré que la respuesta es no.

Tal como es a menudo el caso con estos tipos de propuestas, los detalles acerca de cómo funcionaría un control democrático mayor sobre la toma de decisiones económicas, son vagos, pero, si es que son serios acerca de la parte “democrática,” será necesario involucrar la participación de tanta gente como sea posible, presumiblemente por medio de alguna especie de mecanismo de votación. Si, en vez de ello, tales decisiones se dejaran en manos de un grupo pequeño, aún si fueran escogidas, en general, por la gente, se arriesgaría a que se reprodujera la misma alienación y explotación de las masas, supuestamente cometidas por los capitalistas y por políticos actuales comprados por ellos.

En una pieza reciente para The Atlantic, Conor Friedersdorf planteó el importante punto crítico de que, dejar la toma de decisiones a una mayoría de votantes, pone en peligro la habilidad de aquellos con gustos minoritarios para adquirir las cosas que desean. Por ejemplo, si dejamos que los estadounidenses voten acerca de si los recursos deberían dedicarse a las necesidades médicas de personas transgénero, ¿sucedería eso? ¿Votarían los residentes de Utah para asegurarse que aquellos que desearan consumir alcohol y cafeína, puedan hacerlo?
Que no estemos seguros de que las respuestas a ambas preguntas sean “sí,” es un tema de suma preocupación acerca de la visión socialista-democrática. No es claro cómo un proceso democrático y participativo se asegura que las necesidades de los consumidores minoritarios sean satisfechas, sin sobreponerse a la voluntad de la gente.

LA (IN)EFICIENTE ASIGNACIÓN DE RECURSOS

No obstante, lo importante que es el punto de Friedersdorf, incluso hay un problema más profundo en el corazón de la parte socialista de la visión socialista democrática. Si se expande la propiedad pública y se remueve el principio de la busca de beneficios, eso implica la eliminación de los mercados en los cuales se asignan los recursos a esas industrias. Ciertamente elimina los mercados de propiedad de los recursos de capital, al eliminar los derechos de propiedad privada intercambiable de esas empresas.

La pregunta que enfrentan los socialistas democráticos es ésta: ¿Cómo, en ausencia de precios de mercado, de señales de pérdidas y ganancias y de la propiedad privada de los medios de producción, sabrán, incluso los actores más puramente motivados en un proceso profundamente democrático, qué es lo que sus compatriotas quieren y necesitan y, lo que es más importante, cuál es la mejor forma de producir esos bienes y servicios?

Incluso si “el pueblo” quiere asegurarse que los gustos y necesidades de las minorías sean atendidos, ¿cómo sabrán ellos cuáles son? En una economía de mercado, el intercambio de propiedad privada genera precios que funcionan como señales a los productores, acerca de qué es lo que se quiere y qué tan urgentemente. La habilidad de los propietarios de los recursos productivos, para arriesgar esos recursos en sus mejores estimaciones acerca de qué es lo que se quiere, y tener una retroalimentación de pérdidas y ganancias para informarles si ellos valoraron correctamente, es lo que nos permite averiguar qué es lo que la gente quiere. Y eso es cierto, ya sea que se trate de las masas o de gustos más especializados. Los mercados son procesos de descubrimiento, por el cual aprendemos cosas que, de otra manera, no sabríamos o no podríamos saber.

Esos mismos precios y ganancias del mercado nos ayudan a averiguar cuál es la mejor forma de hacer las cosas que la gente quiere. Esta parte de lo que hacen los mercados suele ser pasada por alto por los socialistas de todo tipo. Aquellos pueden ser capaces de brindar mecanismos por los cuales los consumidores pueden comunicar sus deseos, de forma que “la gente” pueda saber qué es lo que se necesita producir. Incluso, en tal caso, los socialistas sobreestiman cuánto de lo que sabemos puede ser efectivamente comunicado en palabras y estadísticas.

EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO TÁCITO

Gran parte del conocimiento humano, incluyendo al conocimiento relevante para la toma de decisiones económicas, es tácito. Hay cosas que sabemos y, sin embargo, no somos capaces de articularlo. Piense acerco de cómo conserva usted el balance en una bicicleta. Usted sabe cómo lograrlo, pero no le puede explicar a alguien más exactamente cómo es que se logra.

Los actos de comprar y vender en el mercado nos permiten hacer utilizable a otros el conocimiento tácito, en forma de precios y ganancias. Este es el sentido en el cual los precios son sustitutos del conocimiento, lo que permite que nuestros ámbitos de visión económica se superpongan, de forma tal que podamos coordinar nuestras acciones y que usemos nuestros recursos sabiamente. El intercambio en el mercado es un proceso de comunicación que nos permite ir más allá del conocimiento articulado de palabras y números.

Dado este papel de los precios, los socialistas no tienen una respuesta de cómo las industrias democráticamente controladas -en donde no hay precios de mercado o propiedad privada de los medios de producción- sabrán qué insumos usar para hacer los productos que ellos creen que la gente quiere. Si usted quiere socializar el cuido de la salud, ¿cómo sabría usted cuántas enfermeras, asistentes de enfermería, médicos, técnicos de laboratorios, necesitará en cada estado, ciudad u hospital? ¿Quiere usted que la gente reciba cuidado médico sin pagar un precio monetario por él? ¿Cómo decidiría usted quién debe brindar ese cuidado? Y ¿con qué máquinas? ¿Hechas de qué materiales?

Damos totalmente por un hecho la forma en que los mercados permiten, sin problema, a los productores tomar esas decisiones usando las señales de los precios y de las ganancias. Los cálculos de precios y de utilidades permiten a los dueños de los recursos qué combinación de insumos parece ser la que menos desperdicia recursos, para hacer lo que la gente quiere antes que ellos empiecen a producir, por lo tanto, no se desperdician recursos valiosos. Los precios funcionan como sustitutos del conocimiento para ayudar a los productores a saber qué tan valiosos la gente piensa que son esos recursos, de forma que los productores llevan a cabo las decisiones que desperdician lo menos posible.

LOS PRECIOS SON UNA FORMA DE COMUNICACIÓN

Los precios son las formas en que nosotros hacemos nuestras evaluaciones privadas, antes de que ellos produzcan, del valor públicamente disponible para que otros lo usen en su toma de decisiones. Las pérdidas y las ganancias les dicen a los empresarios, después del hecho, qué tan bien decidieron. Esas pérdidas o ganancias informan a la siguiente ronda de decisiones de los empresarios, ayudándoles todo el tiempo en cómo proveer de la mejor manera lo que queremos, usando los recursos menos caros posibles. Sin precios o ganancias, ¿qué cosa llevará a cabo esa tarea bajo el socialismo, incluso en el socialismo más ampliamente democrático que uno pueda imaginar? ¿Cómo este conocimiento disperso, contextual y tácito será movilizado y puesto a disposición de otros para que lo usen?

Note que este no es un asunto de la motivación o psicología de la gente. A los socialistas algunas veces les gusta invocar una versión del “Nuevo Hombre Socialista” para escaparse de estos problemas. Ellos aseveran que la gente simplemente será diferente bajo el socialismo y que se verán motivados a servir el interés público. Pero, el problema aquí no es la motivación ̶ lo es el conocimiento. Cómo incluso el Hombre Nuevo Socialista adquirirá el conocimiento de otros que no lo pueden expresar en palabras o números, es una cuestión que la mayoría de los socialistas nunca ha encarado.

Aún hay más, considere lo que les sucede a las empresas en los mercados cuando ellas fracasan consistentemente en su tarea. Las firmas, cuyas utilidades son negativas período tras período, deben ya sea cambiar su comportamiento o bien quedar fuera de la actividad económica. Las empresas con acciones de propiedad privada transadas públicamente, encontrarán que cae el valor de esas acciones (su capital), reduciendo el valor de la firma, ampliando así la posibilidad de que otras personas puedan comprar esas acciones y asumir la firma.

La oportunidad de comprar los medios de producción y usarlo más sabiamente que los dueños actuales, es una ventaja clara de los mercados. En ausencia de propiedad privada de los medios de producción, ¿cuál será el proceso correctivo comparable? La larga historia de recursos desperdiciados y la carencia de voluntad para cambiar, que describen a tantos programas gubernamentales, se extendería a sectores adicionales de la economía. Hay una razón por la cual el mercado de valores está en la misma esencia de la economía de mercado: es en dónde aquellos que piensan que pueden hacer mejor los cosas, están en libertad de intentarlo. Incluso la más democrática versión del socialismo carece de esta característica.

No obstante, si lo que uno apoya es algo así como empresas propiedad de los trabajadores o administradas por los trabajadores, y que todavía tienen que competir entre sí en un mercado genuino, el argumento del párrafo anterior no se aplica con tanta fortaleza. Tal sistema bien puede ser inmune a los problemas asociados con la eliminación de los precios, las ganancias y la propiedad privada. Que tales firmas enfrenten problemas importantes de acción colectiva asociada con la propiedad o administración de los trabajadores, es un asunto separada para verse en otra ocasión.

EL PROBLEMA DEL SOCIALISMO DEMOCRÁTICO NO TIENE SOLUCIÓN

Sin precios, utilidades y un mercado para los medios de producción, las áreas que socializaría el socialismo democrático fallarían ante los consumidores y desperdiciarían recursos, empobreciendo a las sociedades que adoptaron esas políticas. Esos fracasos obligarían a los socialistas democráticos a enfrentar un dilema que no tiene solución.

Los críticos pueden aseverar que expertos especializados eran necesarios para manejar esas industrias mejor que la gente en su totalidad, minando la parte democrática del socialismo democrático. Otros críticos pueden argüir que era necesario reintroducir los precios y las ganancias, subvirtiendo la parte socialista. De cualquier manera, colapsa la visión socialista democrática. Si se sigue el primer camino, allí yace el mismo totalitarismo que querían evitar y, si se sigue al segundo, allí se encuentra la economía de mercado que ellos se han comprometido a rechazar.

Este proceso también demuestra cómo, incluso el mejor intencionado socialismo democrático, puede terminar en un socialismo totalitario al estilo del siglo XX. En el tanto en que la parte socialista del socialismo democrático falla en reducir la pobreza y en asegurar a la gente los bienes y servicios que ellos quieren y necesitan, y al hacer claro que la propiedad pública no puede suplir cosa alguna que se acerque a un uso responsable de los recursos, el proceso democrático de planificación será dominado crecientemente por aquellos que tengan ventaja comparativa en el uso de las palancas de poder que aquél creó.

Como bien apunta Friedersdorf, poner el control económico en manos del pueblo, en la realidad centraliza el control sobre los recursos, en comparación con la propiedad descentralizada que vemos en el mercado. Tal control centralizado, incluso en manos “del pueblo,” requiere de instituciones de poder y de dominación. Los socialistas democráticos pueden tener confianza en que “el pueblo” manejaría tal poder responsablemente, pero, debido a que ellos no toman en cuenta el fracaso inevitable de un sistema económico que carece de precios, utilidades y propiedad privada, no han considerado a plenitud lo que puede suceder cuando el socialismo de la mitad falla. Cuando la propiedad pública fracasa en asignar los recursos que, en alguna forma, sea racional, está madura para ser tomada por aquellos a quienes les importa mucho menos la satisfacción de las necesidades de los humanos y mucho más el ejercicio del poder sobre ellos.

Marx nunca previó a Stalin, pero este último es una consecuencia no prevista de los bolcheviques tratando de poner al marxismo en práctica, en la secuela inmediata a la Revolución Rusa. Los socialistas democráticos pueden enfatizar el adjetivo tanto como quieran, pero las realidades de las fallas del socialismo, en última instancia, minarán tanto su democracia como su socialismo.

Hasta que los socialistas de todos los tipos comprendan el papel que los precios, las utilidades y la propiedad privada juegan en ayudarnos a resolver tanto lo que la gente quiere, como cuál es la mejor forma de producirlo, continuarán desconcertados ante el fracaso continuo del socialismo. Un control democrático aumentado no resolverá los problemas estructurales, que surgen siempre que la gente intenta abolir las instituciones del mercado. Al fin de cuentas, el problema con el socialismo democrático es que es socialista.

Reimpreso de Libertarianism.org

Steven Horwitz es el Profesor Distinguido de Libre Empresa en el Departamento de Economía de Ball State University, en donde también es compañero del Instituto para el Empresariado y la Libre Empresa. Es autor de Hayek’s Modern Family: Classical Liberalism and the Evolution of Social Institutions.