Para que no nos sigan tratando de meter el cuento de que la acción del estado es eficiente.

EL MITO DEL DISEÑO (GUBERNAMENTAL) EFICIENTE

Por Gary M. Galles

Fundación para la Cooperación Económica
Jueves 13 de diciembre del 2018


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, con letra subrayada, si es de su interés puede verlo en https://fee.org/articles/the-myth-of...rnment-design/

¿Por qué deberíamos pensar que, si trasladamos las decisiones hacia el gobierno, resultará en medidas más inteligentes?

Unos años atrás, el diseño inteligente era una controversia ardiente. Se ha enfriado desde aquel entonces, pero no toma mucho esfuerzo agitar las brasas. Cuando el astronauta británico Tim Peak repitió este año que estaba abierto a un universo diseñado inteligentemente, fue atacado con entusiasmo rejuvenecido. Una historia del Guardian respondió (responded) citando, entre otros, al biólogo evolucionario Matan Shelomi acerca de problemas con nuestros ojos: “¿Quién diseñó esas cosas fallidas? La respuesta no puede ser Dios, porque un Dios tan incompetente como para diseñar sensores de visión no merece veneración.”

Lo que encuentro impactante en torno al estándar de la “imperfección como prueba en contra de creer en algo,” es que rara vez se aplica al gobierno, el cual nos afecta y, a menudo, nos asalta, todos los días. Esto es, ¿por qué no usamos ese criterio, al evaluar si el gobierno es diseñado lo suficientemente inteligente como para creer que resolverá nuestros problemas humanos?

Una pieza central de calumnia contra el diseño inteligente como ciencia, es que no se comprueba ni es comprobable. No obstante, ¿está probado o es probable que el gobierno -cuya una habilidad superior es coaccionar a otros- avance la vida, la libertad o la felicidad de los estadounidenses mediante su intrusión omnipresente en nuestras vidas? Nuestros fundadores ciertamente no lo creyeron así.

La Declaración de Independencia y la Constitución de los Estados Unidos no implican nada de ese tipo. Y nuestra experiencia a partir de ellas ciertamente ha estado lejos de la perfección. Como resultado, ¿hay razón alguna para creer que el gobierno, anulando cada vez más nuestras escogencias, nos dará mejores resultados?

¿Podemos concluir que las políticas y programas gubernamentales funcionan tan bien, con cada parte ajustada impecablemente, que deberíamos acreditar a sus diseñadores con la suficiente inteligencia como para confiarles aún más decisiones? Y, si no es así, ¿por qué debemos creer en exigir que el gobierno “haga algo” ante cualquier problema que se perciba, nuevo o viejo, real o imaginario?

¿Por qué deberíamos pensar que, si cambiamos las decisiones hacia el gobierno, resultará en medidas más inteligentes? No hay forma de que un plan gubernamental pueda reproducir la integración de los sistemas de mercado y el uso productivo del conocimiento vastamente diferente y que se superpone de cada uno de sus participantes, sin ser coordinado por planificadores centrales del gobierno. En consecuencia, trasladar las decisiones hacia el estado lanza por la borda montones de información valiosa y detallada que millones de individuos poseen, conduciendo a resultados menos inteligentes.

Esto lo ilustra la inefectividad gubernamental incluso en cosas sencillas. Hasta la lógica aparentemente sencilla de órdenes tales como el límite de velocidad máxima de 55 millas por hora, así como los innumerables requisitos de seguridad y otros, ha sido desarmada por la ley de las consecuencias no deseadas (y, más importante aún, no anticipadas), a menudo lo suficientemente poderosas como para producir efectos opuestos a aquellos pretendidos. La experiencia cuestionable del gobierno se ve reforzada en innumerables audiencias sobre regulación.

Después de agradecer a los reguladores por sus esfuerzos, aquellos que trabajan la industria regulada y la entienden, comparten por qué las propuestas de los reguladores no funcionarán como lo planearon, resultado de omitir múltiples consideraciones cruciales.

El número minúsculo de “éxitos” gubernamentales demostrados, que en realidad son resultado de “contribuciones” involuntarias obligadas a terceros (por ejemplo, los impuestos para la seguridad social), no ofrece apoyo adicional al diseño inteligente del gobierno. Por medio de los mercados, la gente puede hacer uso de la información altamente variada que cada uno posee, sin que entienda y comunique exactamente “quién, qué, cuándo, dónde, por qué y cómo” a los burócratas gubernamentales.

Todo lo que los mercados requieren para hacer esa tarea es que la gente sea libre de comprar o vender en sus diversas circunstancias. En contraste, la toma de decisiones del gobierno, debe primero ser centralizada, con lo cual inevitablemente pierde mucha de la inteligencia valiosa (esto es, fuentes de creación de riqueza) durante el proceso. El resultado es el gobierno diciéndoles a los ciudadanos qué hacer, basado en información inevitablemente inadecuada y, a menudo, incorrecta. Y ese error fatal no lo rectifica el proceso electoral, puesto que los votantes conocen poco acerca de los asuntos relevantes, y mucho menos acerca de los detalles necesarios para poner en práctica las mejorías gubernamentales.

Cuando usted gasta su propio dinero, no delega decisiones cruciales en diseñadores con un récord extenso de fracasos. Ellos no son lo suficientemente inteligentes de formas relevantes para dejar que decidan por usted. Pero, decir que necesitamos que el gobierno haga más -no con base en una mejor inteligencia, como lo hicieron muchos candidatos en las recientes elecciones de medio período en los Estados Unidos- no es lo más sensato. El diseño inteligente de un gobierno no está establecido, y las “cosas fallidas” que crean los servidores públicos estadounidenses, probablemente no pueden justificar nuestra fe en ellos.

Gary M. Galles es profesor de economía en la Universidad Pepperdine. Sus libros recientes incluyen Faulty Premises, Faulty Policies (2014) y Apostle of Peace (2013). Es miembro de la facultad de la Fundación para la Educación Económica (FEE).