FASTUOSIDAD GUBERNAMENTAL

Por Jorge Corrales Quesada

Son muchas las oportunidades en nuestras vidas que hemos podido ver las grandiosidades y magnificencias de gobernantes en diversos momentos de la historia, que han dedicado una enorme cantidad de recursos en hacer edificaciones para su gloria: gloria mundi. Las pirámides construidas por los todopoderosos faraones de lo que hoy sería Egipto, la gran muralla china de más de 21.000 kilómetros para proteger a sus dinastías imperiales, la Plaza Roja de Moscú y el edificio del Kremlin, el palacio del parlamento de Rumanía, el Taj Mahal de India, la ciudad prohibida de Pequín, Versalles, el enclave en la selva brasileña llamada Brasilia, son algunas de las enormes obras estatales que usualmente han hecho gobernantes todopoderosos de pueblos míseros y hasta esclavizados. A veces me pregunto por qué quienes manejan los fondos que extraen de sus ciudadanos, los gastan en lujos y enormidades que, tal vez, podían haber sido usados más moderadamente. Debe ser cosa del poder.

Diferencias aparte en cuanto a las magnitudes de esas obras, en nuestro medio, en el marco de una grave y profunda crisis fiscal que estamos viviendo, hay una especie de gobernantes, quienes, amparados a una supuesta autonomía, creen que los fondos de los contribuyentes pueden ser gastados en cosas que, con sólo evaluarlas, uno se da cuenta de que podrían haber sido empleados con mayor frugalidad en cosas socialmente más rentables. Tal vez esas decisiones de creer que hay grandiosidad en tales edificaciones se deba a que su costo no proviene de su propio bolsillo -del bolsillo del “gobernante”- sino que usan fondos aportados por los ciudadanos contribuyentes, quienes, al poner un poquito cada uno -algunos obviamente más que otros- para financiarlos, no notan el dispendio, mientras que las autoridades sí gozan de satisfacción casi inmediata por sus “obras grandiosas.”

Recientemente vimos cómo se detuvo a la Universidad Nacional, afortunadamente por un oportuno incumplimiento de requisitos, en su erección de una tal Plaza de la Diversidad, que habría costado $14 millones (aunque ya sabemos que los proyectos públicos casi por regla general terminan costando más). Esos $14 millones dinero desperdiciado, que se ha pretendido convertirlo en bicoca, significa un montonal de colones, calculado ya sea al tipo de cambio de antes o el de hoy. Y más en el marco de una serie crisis fiscal.

El afán de “construir”, “edificar”, “hacer obra para la posteridad y la cultura” no se detiene en esa universidad. Según un artículo de La Nación del 24 de octubre, titulado “UCR gastó ¢5.470 millones en plaza de la Autonomía,” me imagino que lo motiva la pretensión del “dueño administrador” de nuestro dinero de hacer lo que le parezca con él, particularmente ante la pretensión universitaria de considerar que “autonomía” (gloria al nombre de la plaza) es lo mismo que tener independencia. Que hacer lo que les puede parecer a los “gobernantes” de esa entidad pública con el dinero de los ciudadanos, es un merecido homenaje a la “autonomía”.

Se le atribuye, cierto o falso, a la emperifollada María Antonieta, haber dicho, ante el comentario de que el mísero pueblo francés no tenía ni pan para comer -arrogante conducta del totalitario frente a sus siervos- que, entonces, “comieran pastelillos.” La afirmación ha servido para evidenciar el desprecio de los poderosos por los humildes.

Algunos datos de la plaza que fuera inaugurada el pasado 31 de mayor por el rector de esa universidad: Tiene “un aula magna para 700 personas… con butacas que costaron ¢363.000 cada una” (¢254 millones), “un auditorio para 186 personas, cuyos asientos cuestan ¢205.000 cada uno,” (¢38,1 millones), “un sistema de audio y video” por un monto de ¢380 millones, “un sistema de traducción simultánea” de ¢77.3 millones, “un piano de cola Bösendorfer 290 Imperial” (cuesta ¢112.5 millones), entre otras cosas, incluyendo “una máquina de café espreso” que vale ¢1.6 millones y en donde laborará un barista. El costo total de su construcción y equipamiento ascendió a $9.1 millones, que, al tipo de cambio del momento del artículo, equivale a ¢5.470 millones (“¢4.459 millones en obra constructiva y ¢1.011 millones en equipamiento.”) No hay problema: si la plata sobra… y tampoco sale del bolsillo de quienes la llevaron a cabo, sino de aquellos de los ciudadanos contribuyentes.

Pero, ¡tanta quejadera!, si eso no es todo. Según una publicación de CRHOY.com, del 30 de octubre, que lleva por título “Aceras con arena y sillas de playa no son un ‘lujo,’ dice la UCR, el ente pretende construir una serie de aceras “que incluyen arena y sillas de playa” pues son una “necesidad” para los estudiantes. La obra consta de “adoquines de concreto pintados de rojo, barniz especial lavable para evitar la fijación de grafiti, pisos de porcelanato, arena de playa y sillas de playa.” Se estima que el monto del proyecto sea de sólo ¢275 millones, que incluye otras obras como renovación de la calzada existente, entre otras cosas.

No es tan fastuosa como la plaza de la Autonomía, pero las autoridades universitarias dicen que dará “seguridad y accesibilidad necesaria para miles de peatones que ingresan y transitan desde la Ciudad de la Investigación hasta el Planetario” y que no se trata de “un lujo.” Me pregunto cómo andarán otras sedes universitarias en cuanto a infraestructura y facilidades, así como de matrícula en toda la UCR, para, que plata que se podría tal vez dedicar a esas otras alternativas, se dedique a hacer una playa en el centro de Montes de Oca.

Publicado en mis sitios de Facebook, Jorge Corrales Quesada y Jcorralesq Libertad, el 19 de noviembre del 2018.