Una lectura conmovedora acerca de esa alma libre de Alexandr Sholzhenitsyn.

RECORDANDO A SOLZHENITSYN: OBSERVACIONES ACERCA DEL EVANGELIO, EL SOCIALISMO Y EL PODER

Por Lawrence W. Reed

Fundación para la Educación Económica
Viernes 19 de octubre del 2018


Sus contribuciones prolíficas a la literatura rusa le permitieron ganar el Premio Nobel, en tanto que su valentía en nombre de la libertad le ganó la gratitud de los pueblos oprimidos de todas partes.

Cuando Aleksandr Sholzhenitsyn murió hace diez años (en el 2008) a los 89 años, hombres y mujeres de consciencia en todos los países lamentaron el fallecimiento de una figura monumental. Su coraje interminable a la luz de una tiranía brutal fue asombroso. Sus contribuciones prolíficas a la literatura rusa le permitieron ganar un Premio Nobel, en tanto que su valentía en nombre de la libertad le ganó la gratitud de los pueblos oprimidos de todas partes.

Con gran riesgo para ellos, algunas personas reúnen el coraje de decirle la verdad al poder. En un mundo repleto y maldecido por los corruptos y los embrutecidos por el poder, aquello es una cualidad supremamente admirable. Debemos mantener la esperanza y orar porque haya muchos más de eso. Solzhenitsyn confrontó al poder con la verdad, hasta que ese poder literalmente se disolvió.

Sus revelaciones le dieron al presidente Ronald Reagan todas las municiones que él necesitaba para calificar al régimen soviético como un “Imperio del Mal.” Otro laureado con el Nobel en literatura, el peruano Mario Vargas Llosa, declaró que:

“La extraordinaria hazaña intelectual y política de Solzhenitsyn fue emerger del infierno de los campos de concentración, para contar la historia en libros cuya fuerza moral y documental no tiene paralelo en la historia moderna.”

El 11 de diciembre del 2108 se marcará el centenario del nacimiento de Solzhenitsyn ̶ una ocasión perfecta para celebrar su notable legado.

“Y NOSOTROS ¿HABREMOS SIDO MEJORES?”

El comunismo soviético apenas había cumplido su primer año cuando nació Solzhenitsyn. Él creció sin conocer otra cosa más. Durante la Segunda Guerra Mundial, todavía en sus veintes, él peleó con el ejército rojo contra la invasión alemana nazi ̶ por lo cual él fue condecorado dos veces. Su servicio durante la guerra, al ser testigo de las atrocidades soviéticas, tanto contra los soldados como contra los civiles, le condujeron a que empezara a cuestionar la legitimidad moral del régimen soviético y de la ideología marxista sobre la cual descansaba. Recordando esta época muchos años más tarde, él escribió:

"Nada despierta tanto nuestra capacidad de comprensión como la reflexión lacerante sobre nuestros propios crímenes, nuestras faltas, nuestros errores. Pasé muchos años dedicado a evocar estas reflexiones dolorosas, y cuando me hablan de la insensibilidad de nuestros altos funcionarios o de la crueldad de nuestros verdugos, vuelvo a verme a mí mismo, con mis galones de capitán, avanzando a la cabeza de mi batería a través de Prusia devorada por los incendios, y me pregunto: “Y nosotros, ¿habremos sido mejores?”

Habiendo sido un intelectual pensante e introspectivo, Solzhenitsyn no podía dejar de lado lo que él vio como simplemente el fracaso de algunas pocas malas personas. El sintió que había algo podrido dentro del propio sistema. Y, por supuesto, él estaba en lo correcto. Gente mala la hay en todo lado, pero nada les da vida y les autoriza más para ejercer el mal con mayor plenitud, que el poder concentrado y la subordinación de la moral al servicio de una ideología estatista.

Incluso antes de que terminara la guerra, él aventuró, en unas cartas a un amigo, unos pocos comentarios críticos al sistema, las cuales cayeron en manos de las autoridades y condujeron a su arresto. Por sus pensamientos, fue encarcelado. Él sufrió casi una década en los campamentos de trabajos forzados que él luego bautizó como El Archipiélago Gulag, título de su obra más famosa.

SUPERANDO A LOS CAMPAMENTOS DE TRABAJOS FORZADOS, AL CÁNCER, AL RICINO Y AL EXILIO

En un ensayo de octubre del 2017, en el cual me refiero al centenario de la revolución bolchevique de 1917, escribí acerca de una experiencia notable que afectó profundamente a Solzhenitsyn. Un compañero de prisión en el campo de prisioneros de Ekibastuz, un converso reciente al cristianismo llamado Boris Kornfeld, le brindó unas pocas palabras bondadosas y atención personal. Posteriormente, Solzhenitsyn le acreditaría a Kornfeld haberle brindado su enorme fortaleza mental y espiritual.

Después de su liberación en 1953, Solzhenitsyn fue obligado a tres años de exilio interno. Él sufría (y logró recuperarse) de un cáncer mortal. Calmadamente, rechazó al marxismo y a su progenie, el comunismo y el socialismo. Se convirtió a la cristiandad ortodoxa oriental. Reflexionó acerca de sus experiencias en tiempo de guerra y como prisionero. Y empezó a escribir, aunque tan sólo uno de sus muchos libros de gran extensión, alguna vez fuera permitido publicarlo en la Unión Soviética, Un día en la vida de Ivan Denisovich. Obtuvo el Premio Nobel de literatura en 1970, aun cuando las autoridades soviéticas no le permitieron salir del país para recibir el premio.

Todos sus libros, novelas cortas y poemas son gemas literarias o piezas maestras de la historia, pero ninguno sobrepasa a El Archipiélago Gulag en cuanto a importancia en el mundo. Permanece siendo una descripción apasionante de la vida en la red vasta de campos soviéticos de prisioneros, en donde se esclavizaba a la gente, se les sobrecargaba de trabajo, se les torturaba y se les mataba debido -en muchos casos- a nada más que por oponerse al socialismo, al comunismo, a Stalin, al Partido o a algún otro aspecto del alardeado “paraíso de los trabajadores.” La obra ha sido descrita como “una acusación implacable de la ideología comunista.” Desde su fundador y padre filosófico, Karl Marx, hasta sus acólitos en Rusia, Lenin y Stalin, el terror era el modus operandi.

Solzhenitsyn trabajó secretamente en su manuscrito por diez años, desde 1958 hasta 1968. Después, para publicarlo tenía que resolver el problema de cómo sacarlo subterráneamente del país. Las autoridades soviéticas le tenían la puntería puesta 24/7. En agosto de 1971, fue envenenado con el mortalmente tóxico ricino, pero sobrevivió. En más de una ocasión, la policía allanó su morada, se apropió de sus papeles e interrogó a sus asociados, una de ellos, después de eso, se colgó. Afortunadamente, él había producido más de una copia, así que, incluso cuando la policía confiscó uno, eventualmente pudo enviar otro a París, en donde se publicó en 1973.

Mucho del crédito se le debe al famoso chelista Mstislav Rostropovich, quien le dio abrigo a Solzhenitsyn a principios de la década de los setentas y que, a causa de ello, después fue expulsado de Rusia. De vez en cuando miro el video en YouTube de Rostropovich tocando las suites para chelo de Bach, para recordarme a mí mismo que tan gran hombre también lo fue él.

EN SUS PROPIAS PALABRAS

El libro tuvo un éxito instantáneo, y el resto es una historia grandiosa. La Unión Soviética nunca sería la misma. Desapareció menos de 20 años después bajo el peso de su maldad inherente, por el desafío de la oposición doméstica, alentada en parte por Solzhenitsyn y debido a la presión internacional de occidentales, que incluyeron a Ronald Reagan, Margaret Thatcher y al Papa Juan Pablo II.

Solzhenitsyn fue arrestado y expulsado de la Unión Soviética a principios de 1974. Él se estableció en los Estados Unidos (en Vermont), en donde residió por casi 20 años. En 1994, regresó a la Rusia postcomunista, en donde vivió sus últimos días hasta su muerte en el 2008. Desde el 2009, Gulag ha sido lectura obligatoria como parte del currículo de las escuelas rusas.

En su honor, dedico el resto de este ensayo a algunas de mis palabras favoritas del propio Solzhenitsyn.

De una entrevista de febrero del 2003 con Joseph Pearce, Sr., publicada en el St. Austin Review:

“En diversos momentos a través de los años he tenido que demostrar que el socialismo, que para muchos pensadores occidentales es como una especie de reino de justicia, estaba, de hecho, lleno de represión, de codicia burocrática y corrupción y avaricia, y [siendo] consistente en sí mismo, ya que el socialismo no puede llevarse a cabo sin ayuda de la coerción.

La propaganda comunista a veces incluiría frases como ‘adjuntamos casi todos los mandamientos del Evangelio en nuestra ideología’. La diferencia es que el Evangelio pide que todo esto sea alcanzado por medio del amor, a través de autolimitación, más el socialismo sólo utiliza la coerción.”

Del Archipiélago Gulag:

“Si tan solo hubiera gente mala por ahí, cometiendo insidiosamente acciones malignas, y sólo fuera necesario separarlas del resto de nosotros y destruirlas. Pero la línea que divide el bien y el mal corta el corazón de todo ser humano. ¿Y quién está dispuesto a destruir su propio corazón?...

No será el problema fundamental del siglo XX: ¿si es licito cumplir órdenes, confiando la conciencia propia al criterio de otros? ¿Es lícito no tener una concepción propia del bien y del mal e ir sacándola de los reglamentos impresos y de las órdenes orales de los superiores? ¡El juramento! Esos solemnes conjuros, pronunciados con temblor en la voz, y por su sentido, dirigidos a defender al pueblo contra los malhechores, ¡qué fácil resulta ponerlos al servicio de los malhechores y en contra del pueblo!”

De El primer círculo (1968):

“Que un país tenga un gran escritor es como tener un segundo gobierno. Es la razón por la cual ningún régimen en vez alguna ha amado a los grandes escritores, sólo a los pequeños.”

De su conferencia en ocasión del premio Nobel (versión impresa, pues, por las razones expuestas arriba, no fue personalmente pronunciada por él):

“Pero ¡ay de la nación cuya literatura es perturbada por la intervención del poder! Porque ésa no es sólo una violación de la “libertad de prensa”, es la clausura del corazón de la nación, es el despedazamiento de su memoria. La nación cesa de tener conciencia de sí misma, resulta despojada de su unidad espiritual y, a pesar de un lenguaje supuestamente común, los compatriotas súbitamente dejan de entenderse entre sí.”

Y, finalmente, esta profunda advertencia del Archipiélago Gulag:

¡Oh, pensadores occidentales del “ala izquierda” que aman la libertad! ¡Oh, laboristas del ala izquierda! ¡Oh, estudiantes progresistas estadounidenses, alemanes y franceses! Todo esto todavía no es suficiente para ustedes. Todo el libro ha sido inútil para ustedes. Usted entenderá todo inmediatamente, cuando usted mismo –“con las manos atrás de la espalda”- camine hacia nuestro Archipiélago.”


Lawrence W. Reed es presidente de la Foundation for Economic Education y autor de los libros Real Heroes: Incredible True Stories of Courage, Character, and Conviction y Excuse Me, Professor: Challenging the Myths of Progressivism.