Para meditarlo: de las buenas intenciones está lleno el infierno.

DECIR QUE LOS SOCIALISTAS TIENEN “BUENAS INTENCIONES” ES DARLES MUCHO CRÉDITO

Por Grant Babcock

Fundación para la Educación Económica
Sábado 15 de setiembre del 2018


NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, con letra en roja y subrayada, si es de su interés puede verlo en https://fee.org/articles/to-say-soci...o-much-credit/

El deseo de ubicar más y más vidas humanas bajo la esfera del control político, es inhumano.

En discusiones acerca de ideologías no liberales, con frecuencia a los socialistas (socialists) se les alaba por ser, al menos, ser bien intencionados, aunque sean ingenuos o ignorantes ̶ a diferencia de los fascistas (fascists), quienes tienen la intención de causar daño a ciertos grupos de personas. Si bien huelga decir que los fascistas tienen malas intenciones, la comparación establece una barra demasiado baja para los socialistas. Conceder que los socialistas tienen buenas intenciones es darles mucho crédito.

¿QUÉ ES EL SOCIALISMO?

Antes de proseguir, es necesario aclarar qué es a lo que aquí entiendo por “socialismo.” El socialismo es cualquier ideología que favorece sujetar la producción económica al control democrático, ya sea por medio de una democracia representativa o más directa. Esto es, que, en vez de ser los actores económicos privados -derechos seguros a sus trabajos y a sus propiedades- quienes tomen las decisiones acerca de qué y cómo producir, tales decisiones sean tomadas políticamente.

Aquí hay varias áreas grises. La mayoría de las economías del mundo real son “economías mixtas” que tienen tanto elementos socialistas como capitalistas (capitalist). Si debemos trazar una línea divisoria, hay buenas razones para seguir a Ludwig von Mises, quien dijo “la clave es si la economía tiene un mercado de valores.” [1] Cuba, por ejemplo, no ha tenido un mercado de valores desde la revolución (has not had a stock exchange since the revolution). En Venezuela existe (exists), pero es casi solo un vestigio, teniendo tan sólo una pocas docenas de empresas inscritas, con un volumen de intercambio muy bajo y la amenaza de la nacionalización siempre latente. [2]

No obstante, tal como estoy usando el término aquí, doy a entender que incluyo no sólo a socialistas en el sentido más estrecho de la palabra -aquellos en el lado socialista de la sabia línea divisoria de Mises- sino también a gente como Bernie Sanders, quienes quieren empujar las cosas más allá hacia el final socialista del espectro. El argumento que estoy ofreciendo aquí se aplica incluso a personas relativamente moderadas, como Elizabeth Warren, quien nos intimida con bravatas acerca de la necesidad de que la empresa privada sea considerada responsable ante el “interés público,” tal como aquellas personas lo conciben.

Los socialistas no son bien intencionados. Para estar claros, eso no significa que sean malévolos en la misma forma en que lo son los fascistas, pero, a pesar de ello, los socialistas son esencialmente nocivos. Eso es cierto aún si ellos genuinamente creen, contra toda la evidencia, que el socialismo hará que la gente esté materialmente mejor. Debido a que los fascistas tienen fines malos en mente, como la limpieza étnica, su malevolencia es obvia. En el caso de los socialistas, no obstante, sus malas intenciones son más insidiosas.

EL SOCIALISMO ES ACERCA DE CONTROL

Los socialistas constantemente apuntan a sus fines deseados como evidencia de su virtud, pero, como lo expresa Jason Brennan en Capitalismo, ¿por qué no? (Why Not Capitalism?):

“El socialismo no es amor o generosidad u océanos de una limonada deliciosa. El socialismo no es igualdad o comunidad. Es solo una forma de distribuir los derechos de control sobre objetos.”

En última instancia, el socialismo no es un fin sino un medio. Y, como un medio, es malo.

Ello es así porque, en esencia, el control democrático es, aun así, control político, y la política nos empeora (politics makes us worse). Una de las formas en que nos daña es promoviendo la actitud de que tenemos derecho a mandar a otros, incluso si somos sólo uno de los muchos involucrados en mandar. Es un impulso desagradable y deshumanizador que falla en respetar la dignidad y soberanía de nuestros semejantes.

En este sentido, el ejercicio del poder político es incomparablemente malo. Cuando mi jefe en el trabajo me da una instrucción en el ámbito de mi empleo, él no está presumiendo ser mi superior moral; por el contrario, él espera de mi persona que cumpla con mi mitad de un acuerdo. Por contraste, la gente que ejerce el poder político sobre mi persona, por tal acción están afirmando algo acerca de mi estatus como persona ̶ que es menor al de ellos.

En un discurso que cubre una amplia gama de temas, presentado en el Nilbo’s Saloon en la Ciudad de Nueva York, el 15 de marzo de 1837 [3], involucrado en una discusión acerca de la Anexión de Texas y el sistema de acaparamiento de los nombramientos burocráticos por el partido victorioso, el senador Daniel Webster habló acerca de la extralimitación del poder ejecutivo y de si tal extralimitación podría ser defendida con base en que la gente que estaba reclamando el poder político poseía buenas intenciones. Webster pensó que no:

“Siempre se pueden suponer buenas motivaciones, al igual que siempre se pueden imputar malas motivaciones. Las buenas intenciones siempre se pueden alegar ante cada toma del poder; pero no las pueden justificar, incluso si estuviéramos seguros de que las hubo. Difícilmente sería algo fuerte decir que la Constitución fue hecha para proteger a la gente contra los peligros de la buena intención, real o pretendida. …Los seres humanos, podemos estar seguros de ello, generalmente ejercitarán el poder cuando lo puedan obtener; y sin duda que los ejercitarán al máximo en gobiernos populares (esto es, democráticos), bajo pretextos de seguridad pública o de un alto interés público. Habría una mayor posibilidad de que, en algunos casos, sí existan buenas intenciones, cuando se ignoran las restricciones constitucionales.”

Todo esto es un argumento muy estándar a favor de negarles a los actores gubernamentales cualesquiera poderes que no son expresamente delegados ̶ que el estado no debería tener ciertos poderes aun si la gente que ejerce esos poderes tiene buenas intenciones. Pero, Webster fue más allá. Él señaló que los seres humanos son adeptos a racionalizar su deseo por el poder, incluso al punto de llegar a un autoengaño:

“Su noción del interés público es apta para que sea muy estrechamente conectada con su propio ejercicio de la autoridad. De hecho, no siempre pueden entender sus propias motivaciones. El amor por el poder puede estar hundido tan profundamente en sus corazones, incluso para que ellos mismos hagan su propio examen, y que pueda pasar, ante ellos mismos, como simple patriotismo y benevolencia.”

Este punto es clave. Los tiranos se convencen a sí mismos de que ellos quieren servir “al pueblo,” cuando en realidad lo que los mueven es la acumulación de poder. Esa es una buena razón para no darle a gente alguna el crédito moral por tener fines loables, a la vez que exponen medios vergonzosos. Webster se refirió al quid del asunto, denunciando el deseo de ejercitar el poder político como, en sí mismo, una mala intención. El deseo de gobernar, de ejercer la voluntad propia sobre la voluntad de otros, incluso prima facie con buenos fines en mente, era inherentemente sospechoso:

“Hay hombres, en todas las épocas, que tienen la intención de ejercitar el poder útilmente; pero tienen la intención de ejercitarlo. Ellos tienen la intención de gobernar bien, pero tienen la intención de gobernar. Ellos prometen ser amos bondadosos; pero tienen la intención de ser amos.”

Estas tres afirmaciones son una daga en el corazón de cada pequeño tirano, de cada entrometido, de todo benefactor oficioso en cualquier lado del mundo. Es odioso e incivilizado incluso en la mejor de las circunstancias. No es tan sólo un asunto del poder que corrompe los caracteres de aquellos que lo tienen. La gente involucrada en ejercitar el poder político, para el fin que sea, están haciendo algo malo. El deseo de ubicar más y más vidas humanas bajo la esfera del control político, es inhumano.

Si yo les dijera a ustedes que quiero acabar con la mendicidad, usted puede decir que yo tengo buenas intenciones, todo lo demás constante. Si yo les dijera que quiero terminar con la mendicidad reclutando a los mendigos para el ejército, usted debería cambiar su evaluación. No sólo debería decir que yo tengo malas intenciones, usted no debería darme crédito alguno por decir que yo quiero terminar con la mendicidad. Los métodos que he propuesto lo impiden.

Los socialistas están precisamente en esta posición. Los métodos que ellos proponen para lograr sus fines son tales que aquellos pierden cualquier pretensión de benevolencia. Los socialistas no tienen “buenas intenciones.”

Este artículo fue reimpreso con autorización de Libertarianism.com.


[1] Murray Rothbard, “The End of Socialism and the Calculation Debate Revisited,” Review of Austrian Economics, Volumen 5, Número 2.

[2] Urbi Garay & Maximiliano González, “CEO and Director Turnover in Venezuela,” Inter-American Development Bank Research Network Working paper #R-517, 2005, §2.1.

[3] Daniel Webster, “Reception at New York,” recogido en “The Great Speeches and Orations of Daniel Webster,” editado por Edwin P. Whipple.

Grant Babcock es editor asociado de Libertarianismo.org y académico de filosofía política. Está particularmente interesado en la acción no violenta, la epistemología de las ciencias sociales, las teorías de contrato social y de sus críticas y en encontrar respuestas libertarias compatibles con problemas culturales.