Una excelente exposición de las bases del comercio libre y de la protección, que nos permite entender la lógica de ambos y su impacto sobre las vidas de los seres humanos.

LIBRE COMERCIO O PROTECCIONISMO: VEAMOS SUS FUNDAMENTOS

Por Stephen Davies
Fundación para la Educación Económica
Viernes 24 de agosto del 2018


La visión “proteccionista” es que en la realidad la gente no consiste de individuos, sino que son parte de una entidad colectiva, una nación o un estado o un pueblo, que tiene una pretensión de superioridad sobre ellos y sobre sus propios intereses y bienestar.

Las políticas y, aún más, los tweets del actual presidente de los Estados Unidos han convertido al comercio y la política comerciales en un tema importante del debate y argumento furioso, con los economistas, por lo general, agarrándose de sus cabezas en desazón, mientras que la discusión hace estragos entre el público y los políticos.

Una característica del debate actual es la forma en que, argumentos aparentemente tan secos como el polvo, están conduciendo a enormes desacuerdos entre gente que anteriormente eran aliados políticos y que están mostrando ser divisivos, al separar a un lado de la política del otro.

En tal sentido, estamos regresando al siglo XIX, cuando una de las grandes divisiones en la política de los Estados Unidos era entre republicanos (proteccionistas) y demócratas (librecambistas).

Eso no debería sorprendernos una vez que nos demos cuenta de qué es lo que está en juego. No obstante, la dificultad radica en la forma en que las preguntas acerca del comercio se presentan frecuentemente en la discusión económica contemporánea. Los economistas de los últimos 70 años han convertido al comercio en un tema de eficiencia económica. En la realidad, es una pregunta profunda que nos obliga a confrontar cuestiones fundamentales, acerca de la forma en que vemos a la sociedad y las relaciones humanas.

EL DEBATE MÁS AMPLIO

La división entre el libre comercio y el proteccionismo es actualmente uno de los aspectos principales del contraste y división mucho más profundo que hay entre el individualismo y el colectivismo. El punto de vista que alguien asuma sobre este asunto revela algo más acerca de sus supuestos básicos y creencias fundamentales, en formas que lo logran otros pocos asuntos.

Cualquiera que haya estudiado economía está familiarizado con el principio de la ventaja comparativa, formulado primeramente por el economista británico David Ricardo, hace alrededor de 200 años. El argumento, como lo presentó Ricardo, es que será lo mejor para los países (o partes del mundo) especializarse en algunas cosas y obtener el resto de los bienes que requieren, por medio del intercambio con otros países que se han especializado en otras cosas.

La base de esto es la idea de que, cuando los recursos (tierra, gente y capital) se usan para producir una cosa, ellos no pueden ser usados en producir alguna otra cosa. El valor del uso alternativo más valioso de esos recursos es el costo verdadero de la cosa que se produce.

En el ejemplo de Ricardo, Portugal es más eficiente que Inglaterra en producir tanto vino como tela (esto es, en Portugal se requiere de menos tierra, trabajo y capital para producir cualquiera de esos dos productos, que lo requerido en Inglaterra). A pesar de ello, el costo de producir tela en Portugal (el vino que se dejó de producir) es más elevado que en Inglaterra. Esto significa que tiene sentido que Portugal se especialice en producir vino e Inglaterra en producir tela. El resultado no es tan sólo que ambos países están mejor, sino que la producción total de ambos productos es más alta que si los dos países hayan tratado, cada uno de ellos, de producir ambos bienes.

UNA IDEA RADICAL

Esta forma de poner las cosas tiene dos características. La primera es que son países los que intercambian entre sí; la otra es que el punto principal del libre comercio es que aumenta la eficiencia productiva. El primer punto es, en realidad, falso, mientras que el segundo es cierto, pero no es la cosa más importante por considerar. En verdad, Ricardo falló en captar la verdadera naturaleza radical de su idea, la cual debería conducirnos a nosotros a ver el mundo de una forma diferente de la manera en que usualmente se describe.

Para captar el punto, imagine el siguiente experimento mental. Tenemos un mundo en donde los seres humanos viven en familias auto-suficientes. Cada familia produce todo lo que consume: siembra y obtiene su propia comida, hace las ropas que sus miembros necesitan, fermenta su propia cerveza y hace todo lo que necesita. No hay intercambio entre familias. Este sería un mundo tremendamente empobrecido: la gente apenas estaría en capacidad de sobrevivir.

La razón de ello es, por supuesto, que el tiempo es el recurso limitado fundamental: las horas gastadas en sembrar el grano o en molerlo no pueden ser usadas para hacer herramientas o ropas. Esto significa que la cantidad total que puede ser producida es muy poca. En realidad, ninguna sociedad como esa ha existido, en el tanto en que podamos decirlo. En vez de ello, los seres humanos intercambian entre sí; ellos cooperan por medio de un intercambio mutuamente beneficioso. Algunas familias se concentran en producir alimentos; otras, herramientas; otras, cerveza.

Al hacerlo así, ellos siguen el principio que Ricardo postuló. Cada familia e incluso cada individuo, harán la cosa que tiene el menor costo en términos del uso alternativo del tiempo sacrificado.

DOS VECINOS

Suponga que en nuestro mundo tenemos dos vecinos, Jack y Jill. Jill es mejor jardinera que Jack y también mejor cirujana del cerebro, El costo para ella de estar atendiendo el jardín es dejar de hacer de cirujana del cerebro, lo cual es un costo alto. Por contraste, el costo de Jack de ser jardinero es bajo, pues él es un cirujano sin futuro.

Así que tiene sentido que Jill se concentre en la cirugía y pagarle a Jack para que cuide el jardín de ella. Ambos estarán mejor y también todo mundo gana. Los pacientes de Jill son tratados mejor, mientras que otros ganan con el jardín bien cuidado de Jill.

El punto es que, ya sea como familia o individuos tales como Jack y Jill, el principio de la ventaja comparativa todavía se aplica. Esto tiene varias implicaciones muy amplias. La primera es que analíticamente son individuos los que intercambian, no países. “Portugal” es simplemente una abreviatura de “el pueblo que vive en la parte de la Península Ibérica conocida comúnmente como Portugal,” e “Inglaterra” significa “el pueblo que vive en la parte de las Islas Británicas conocidas como Inglaterra.”

Económicamente, los países son tan sólo agregados de individuos que viven bajo un orden legal y político en común. (Políticamente, por supuesto, Portugal e Inglaterra son entidades pertinentes; eso, no obstante, es otra historia que también necesita ser desempacada.)

LAS FRONTERAS NO IMPORTAN

Lo que sigue a esto es que, en términos de la naturaleza del intercambio y de la especialización resultante, absolutamente no hay diferencia alguna entre el comercio a través de una frontera geopolítica y el comercio dentro de esa frontera. Si alguien en Chicago consume un bistec de una res criada en Texas, él está intercambiando con una persona o personas de Texas; si él consumo un bistec de Argentina, él está intercambiando con una persona o personas de las pampas argentinas. La naturaleza del intercambio y del consumo es la misma en ambos casos; económicamente, son idénticos. La diferencia entre ellos es política y refleja el hecho de que el poder político ha puesto barreras a algunas clases de comercio y no a otras.

Esta perspectiva también significa que el comercio y el principio de la ventaja comparativa son aspectos fundamentales de la cooperación social. Es el intercambio para un beneficio mutuo y la especialización de acuerdo con la ventaja productiva que surge, el cual conecta a los individuos y a las familias en un sociedad más compleja y amplia, con grandes beneficios para todos.

No obstante, la conclusión más impactante que podemos derivar es esta: fuera de nuestro mundo teórico de individuos o familias auto-suficientes, siempre existe libre comercio en algún grado. Es decir, siempre habrá alguna parte de la superficie del planeta dentro de la cual las personas que viven allí se involucran en el libre comercio entre ellas, a partir de los beneficios de identificar la ventaja comparativa.

¿QUÉ TAN GRANDE?

Por tanto, la pregunta no es si nos involucramos en el libre comercio o la protección. Más bien, es adónde se deberían dibujar los límites del área de libre comercio. ¿Qué tan grande debería ser el área y la población involucrada en el libre comercio?

La respuesta económica a esa pregunta, a partir de Ricardo, ha sido sencilla: el área debería ser tan grande y contener tanta gente como sea posible. Esto es lo que maximizará los efectos beneficiosos de la especialización e incrementará la producción a su máximo posible, para un nivel dado de tecnología. Por tanto, esto es lo que maximizará el bienestar humano en general. Idealmente, debería ser el mundo humano entero ̶ la oikumene, como la llamaron los antiguos griegos.

Entonces, ¿por qué no el mundo entero? La razón es que, si una parte de la superficie del planeta está rodeada por una valla y si a la gente se le permite intercambiar libremente con otros que viven dentro de esos límites, pero no con otros que están fuera de ellos, el bienestar de la mayoría se verá reducido, pues alguna gente no podrá especializarse como lo harían si fueran libres de hacerlo. A pesar de lo anterior, otros dentro de la frontera en la realidad estarán mejor, porque podrán intercambiar con otros dentro de los límites, los cuales, en ausencia de esas restricciones, intercambiarían con gente que está fuera de esos límites. En otras palabras, restringir el libre comercio a una parte específica del planeta, transfiere recursos desde la mayoría de la gente que vive allí, hacia una minoría.

EL PROBLEMA DEL COLECTIVISMO

El punto de vista opuesto es que la gente en la realidad no consiste de individuos, sino que son una parte de una entidad colectiva, una nación o un estado o un pueblo, que tiene una pretensión de superioridad sobre ellos y sobre sus propios intereses y bienestar. En esta forma de pensar, el mundo está compuesto no de individuos sino de colectivos, de tribus o naciones. El objetivo de las reglas y de la política debería ser no el bienestar del hombre y mujer individual, sino el de aquel del colectivo.

En la práctica, no obstante, el colectivo significa el pequeño número de gente que tiene el poder de una u otra forma y que puede identificar sus intereses particulares con el interés de la población como un todo. Es más, esta forma de pensar mira al mundo como compuesto de grupos involucrados en un juego, en donde la ganancia de un grupo es siempre la pérdida del otro. Esta es una forma muy peligrosa de pensar y su resultado usual eventualmente es el conflicto armado, en vez del intercambio pacífico.

Históricamente, el área dentro de la cual tiene su lugar el libre comercio a menudo ha sido mucho más pequeña que la unidad política como un todo. En la Francia del ancien régime, por ejemplo, había muchas barreras para comerciar dentro del reino francés, entre diferentes provincias. Este solía ser un fenómeno común en todas las civilizaciones.

A pesar de ello, en el mundo moderno el área de libre comercio llegó a convertirse en coincidente con la entidad política y, en este punto, la idea de nacionalismo entró en el argumento. En la actualidad, las discusiones en torno al libre comercio son ardientes, tal como lo fueron en el siglo XIX, porque postulan una cuestión fundamental: ¿individualismo o colectivismo?

¿Debería el orden político reflejar una visión de la sociedad como una asociación libre de individuos, involucrados en el libre intercambio para lograr un beneficio mutuo y general y crear, por ende, una sociedad compleja? O, ¿debería surgir de una que mira a la membresía de una entidad colectiva como lo primordial y permite el comercio entre los de adentro, pero que pone barreras en el camino al comercio con los de afuera?

Esta es una cuestión fundamental, de forma que las respuestas de la gente a preguntas aparentemente aburridas acerca de comercio, nos dice mucho acerca de la visión subyacente del mundo.

Reimpreso del American Institute for Economic Research.

El historiador Stephen Davies es oficial de programas del Institute for Human Studies de la Universidad George Mason y director de educación del Institute for Economic Affairs de Londres.