DANIEL J. MAHONEY-UNA REFLEXIÓN EN EL BICENTENARIO-UNA VERDAD EFECTIVA ACERCA DEL MARXISMO Y DE MARX

Un notable estudioso del marxismo nos presenta un análisis intelectualmente muy poderoso del marxismo como teoría y práctica política, y, ante todo, acerca de ciertas actitudes complacientes y justificadoras del mal ocasionado.

UNA REFLEXIÓN EN EL BICENTENARIO: UNA VERDAD EFECTIVA ACERCA DEL MARXISMO Y DE MARX

Por Daniel J. Mahoney

Law and Liberty
30 de julio del 2018

Ahora ya han pasado 200 años desde que nació Karl Marx. Cuando auto-definidos socialistas logran la atención, de nuevo es especialmente hora de hacer un reconocimiento al marxismo de Marx. Marx famosamente escribió en 1848 que un fantasma recorría Europa ̶ el “fantasma del Comunismo.” Todos los poderes del mundo, hizo notar él, han entrado en una “santa alianza” para “exorcizar” la presencia del comunismo en el escenario europeo y mundial. Al mismo tiempo, Marx anunció la sentencia de muerte del orden político y económico, que él unilateralmente llamó “capitalismo.” Bajo el disfraz de un análisis simplemente “científico,” él denunció este orden por deshumanizar a los seres humanos y por conducir a la “pauperización” general del débil y extenso proletariado de la sociedad industrial moderna. Hoy en día, es más posible que nosotros pronunciemos la muerte del marxismo, que la del orden liberal que dio lugar al surgimiento de temor y odio de Marx.

Combinando ingeniosamente la seudo-ciencia con la indignación moral, Marx trazó una versión limitada de un orden post-histórico y post-político sin contradicciones o conflicto, uno que lograría una prosperidad sin precedentes y un nuevo horizonte marcado por la “emancipación humana.” Esta sería la realización y el triunfo de algo que Marx misteriosamente llamó “identidad humana.” Un profeta de la inevitabilidad histórica, Marx también era un “voluntarista” comprometido, quien le daba la bienvenida a erupciones revolucionarias en donde ellas se dieran. Su preferencia ocasional por golpes armados contra el “enemigo de clase,” se hace evidente en su entusiasmo por la comuna revolucionaria de Francia de 1871. Asimismo, es claro en su flirteo con la idea de que la revolución comunista podía empezar en Rusia, aun cuando no cumplía con todas las precondiciones oficiales marxistas del desarrollo industrial necesario para la revolución socialista (acerca de esto, ver su prefacio y el de Engels de 1882 a la edición rusa de El Manifiesto Comunista). [1]

EMANCIPANDO AL MUNDO

Economista, profeta de la muerte del capitalismo y de un inevitable y bienaventurado futuro comunista, y un agitador revolucionario par excellence, Marx odiaba al mundo como era. Su objetivo fue la “revolución” ̶ no solo la revolución política o la “emancipación política,” sino un cambio total en el orden de las cosas: la citada “emancipación humana.” Para el ideólogo alemán, no había tal cosa como una naturaleza humana o “un orden natural de las cosas” que necesitara ser respetado, incluso cuando uno trabajaba para promover un cambio humano y beneficioso. Es un error aplicar categorías tales como “justicia eterna” a la reflexión política de Marx. Como lo puso en 1845 en sus “Tesis sobre Feuerbach,” “los filósofos sólo han interpretado al mundo de diversas maneras; no obstante, el punto es cambiarlo.” Esto proviene del joven Marx, pero permaneció siendo un sentimiento profundo hasta su muerte en 1883. Marx no era un promotor de la reforma, no importa qué tan radical fuera. El no trabajó para la “justicia social” como un buen samaritano. En vez de ello, él abogó por algo como la “rebelión metafísica” contra la condición humana. Su humanismo -y su historicismo- eran claramente no humanos e implicaban algo así como una revolución “gnóstica” contra la realidad. Eric Voegelin y Alain Besançon han demostrado tanto como eso y todavía tienen que ser refutados convincentemente.

Para aquellos que buscan una alternativa humana a la sociedad de consumo, y a los excesos del “capitalismo tardío,” Marx de ninguna manera desafía el punto de vista establecido de que el proyecto moderno debería culminar en una total “conquista de la naturaleza.” Él alabó la globalización capitalista como su característica más noble y deseable, y no tenía problemas con la cornucopia materialista como objetivo final de la existencia humana (incluso si el joven Marx -aquel que es atractivo para la Nueva Izquierda- algunas veces prefiere “ser” a “tener”.) En sus primeros años, Marx algunas veces prefería la “autenticidad” a la prosperidad material. Pero, esa no es la conclusión del marxismo maduro.

Rousseau, con todos sus errores, brinda una alternativa mucho más humana y convincente a las patologías de la sociedad comercial. Su pensamiento retuvo algunas conexiones reales con el énfasis clásico acerca del autocontrol y la incompatibilidad del “lujo” con la virtud republicana. Tampoco el pensamiento de Marx brinda una base filosófica a llamados por una equidad social y la promoción de un bien común genuinamente cívico. Marx no fue el primer filósofo o economista político que habló de la “lucha de clases.” Aristóteles, Madison y Guizot conocían acerca del fenómeno mucho antes que Marx. Ellos, a diferencia de Marx, trataron de moderar -y calibrar- la lucha de clases en nombre de la justicia y del bien común. Estas categorías indispensables no tienen lugar alguno en la economía política o filosofía económica de Marx. De esta forma, Marx no puede brindar los fundamentos intelectuales de una Izquierda decente, moderada o responsable en nuestras sociedades democráticas. Sugerir otra cosa, es involucrarse en ilusiones y en el peor tipo de revisionismo filosófico e histórico.

Algunos, como el distinguido filósofo católico Alasdair MacIntyre, piensan que Marx de nuevo se hace relevante; de hecho, cada vez más después de la caída del comunismo europeo. Por este motivo, el marxismo de Marx ya no tiene más que acarrear la soga del comunismo soviético alrededor de su cuello. La tragedia soviética es así consignada al pasado y preguntas acerca de la responsabilidad (parcial) de Marx en las tragedias del siglo XX, pueden ser ignoradas de forma segura. Así Marx se convierte en una clave o símbolo para cualquiera y todas las reservas acerca de la modernidad capitalista. Esto conduce a absurdos en el propio pensamiento de MacIntyre: Marx, el flagelo de la “idiotez de la vida en la aldea,” de alguna forma ¡justifica al comunitarismo conservador encontrado en la aislada Islandia y en las villas de pescadores en Irlanda! Marx, un completo modernista y cosmopolita, estaría consternado.

El propio Marx habló de la unidad necesaria de la teoría y la práctica y, siempre que pudo, promovió la lucha de clases, la revolución violenta y el salto desde la “necesidad” histórica a la “libertad” revolucionaria. Él no promovió la incruenta teoría académica que Alain Badiou y Slavoj Zizek llaman “la idea del comunismo,” aun cuando ellos escriben encomios medio irónicos del terror liberador bajo Lenin, Stalin y Mao (parecen estar particularmente obsesionados con las “glorias” de la Revolución Cultural, esa pendiente maoísta hacia el crimen insensato, el caos y la destrucción cultural). El marxismo se ha convertido en el último refugio de una diversidad de tontos, farsantes y bribones, y de apologistas del totalitarismo en la academia.

A diferencia de los neo-comunistas, MacIntyre, para su crédito, toma en serio a la virtud moral y así se rehúsa a justificar lo injustificable. En consecuencia, su indulgencia hacia Marx es todavía más misteriosa, tal vez residuo de la ira anti-burguesa que le inspirara como joven activista y teórico marxista. La ira anti-burguesa puede unir al activista estalinista y al romántico comunitarista, sin relativizar o identificar las dos posiciones. Nada de esto es para sugerir que debemos permanecer contentos con una “ideología de mercado”, que anuncia como nuestro destino a una globalización sin alma. Los neo-marxistas pueden aprender a redescubrir lo “político” en la economía política, aun si lo fuera en una forma claramente no marxista.

Al mismo tiempo, la apropiación ahistórica de Marx por MacIntyre evita la tarea necesaria de asignar responsabilidad ante los estragos del marxismo-leninismo durante el siglo XX.

QUÉ SIGUE NATURALMENTE DE LA REVOLUCIÓN

No servirá, como lo afirmó en más de una vez el admirable filósofo polaco Lezsek Kolakowski, con que nos sintamos satisfechos con la afirmación de que Marx se habría sentido conmocionado por el archipiélago gulag o con la represión leninista-estalinista-maoísta o ante el “culto a la personalidad” de Stalin. [2] Eso es probablemente cierto, incluso si la poderosa invectiva de Marx se burló de las “libertades formales” y endosó la “dictadura del proletariado,” como un paso necesario en el camino hacia esa veleidad que él llamó “la emancipación humana,” bajo la cual el estado, de alguna manera, se “desvanecería” misteriosamente. El gran pensador social y político anticomunista francés, Raymond Aron, esta fascinado con el “marxismo de Marx” y pensó que Marx fue, en ciertos momentos, un economista de verdadero talento y de ideas “ricas y sutiles.” Pero, como afirmó Aron, fueron las transparentemente “falsas ideas” de Marx las que dejaron su terrible marca en el siglo XX: Su doctrina de la “plus valía” estimuló la nacionalización de incluso pequeños negocios y oficios, así como lo fue la ilusión de que, del todo, uno podía eliminar los mercados y el “reino de lo económico (ver, por ejemplo, el “Comunismo de Guerra” de Lenin). Ambos, Aron y Kolakowski, entendieron que la búsqueda de la unidad total, de la “identidad humana” o de una sociedad sin conflicto, conducía inexorablemente hacia una tiranía sin precedentes. La libertad política y las libertades “formales” o “constitucionales” poseían una dignidad que Marx nunca en verdad empezó a apreciarlas. Como arguyó Aron en las conclusiones de sus Mémoires (1983), como “economista-profeta” Marx fue un “ancestro putativo del marxismo-leninismo,” y, por tanto, un “sofista maldito que tiene su parte de responsabilidad en los horrores del siglo XX.” Este hecho no puede ser negado o ignorado sin cerrar voluntariamente un ojo a las realidades más oscuras del siglo XX.

En el Soviet de la Tragedia (1994), el notable estudioso de Rusia, Martin Malia, ha demostrado persuasivamente la conexión esencial entre el marxismo de Marx y los regímenes totalitarios asesinos del siglo XX. El “socialismo maximalista” de la variedad leninista-estalinista encuentra un apoyo poderoso en las “cuatro aboliciones” que sin apología Marx puso en la segunda parte de El Manifiesto Comunista (1848): la abolición de la propiedad privada, la abolición de la familia tradicional, la abolición de la religión y la abolición de los países y naciones. ¿Cómo elimina uno estos “contenidos morales de la vida” sin un proyecto sin precedentes de una tiranía, terror y centralización? Y, ¿cómo espera uno que un “estado revolucionario,” plenamente endosado por Marx, de alguna manera “se desvanece”? En su Carta a los Líderes Soviéticos (1974, Alexander Solzhenitsyn diagnosticó correctamente a Marx con una “ignorancia absoluta de la naturaleza humana.” Por supuesto, Marx y Engels irónicamente sugirieron que el capitalismo burgués ya estaba “aboliendo” esos contenidos tradicionales de la vida humana y que el comunismo simplemente las consignaría a su tumba más rápidamente. Pero, el punto central de Malia se conserva: el comunismo, desde Petrogrado hasta los mares del sur de China, implicaba una guerra incesante contra lo que el propio Marx llamó “los elementos espirituales y materiales de la vida.” La utopía post-comunista es una quimera, profundamente contrapuesta a la naturaleza humana, una visión del futuro que es literalmente impensable. El leninismo-estalinismo es la verdad efectiva del marxismo de Marx ya fuera que Marx lo pretendiera o no. Es, como mínimo, un resultado legítimo e incluso predecible del proyecto marxista.

Tal vez Eric Voegelin fue demasiado lejos, cuando llamó a Marx un “estafador intelectual” en su polémico y provocativo Ciencia, Política y Gnosticismo (1959). En ese trabajo, Voegelin acusó a Marx, con alguna justificación, de rehusarse a permitir siquiera que algunas preguntas fueran formuladas. ¿Qué diría Voegelin del pasaje en la segunda parte del Manifiesto, en donde Marx desvergonzadamente declara que “los cargos contra el comunismo desde un punto de vista religioso, filosófico y, en general, ideológico, no son merecedores de una atención seria”? ¿Podemos llamar a ese dogmático intranquilo, un filósofo abierto a la verdad de las cosas? Tenemos aquí a un portento de la racionalización mental de lo que sería el destino de los seres humanos bajo el socialismo real. Las preguntas esencialmente humanas hechas por la religión y la filosofía ser prohibidas por el estado ideocrático. Marx carga con una pesada responsabilidad por el cierre a la vida de la razón, que marcó a toda sociedad comunista en el siglo XX. Como vemos, múltiples vías condujeron del marxismo de Marx a las tragedias del siglo XX.

LAS PREGUNTAS BLOQUEADAS

¿Podemos, aun así, aprender algo de Marx? Por supuesto que podemos, a pesar de todo. En un ensayo de 1984, titulado “Totalitarianism and the Problem of Political Representation,” el filósofo político francés, Pierre Manent, quien no tiene nada de marxista, muestra como el libro de Marx, “Sobre la cuestión judía,” (1843), continúa iluminando la dinámica de un orden liberal (por supuesto, no tenemos nada que aprender de los improperios violentos de Marx contra el judaísmo en este trabajo, como una forma de “hacer propaganda agresiva”). Como lo expone Manent, Marx brillantemente demuestra el diminutio capitis [reducción de la capacidad] que los “contenidos de la vida” reciben en una sociedad liberal. El moderno estado representativo existe para proteger los derechos: Parafraseando a Marx, Manent dice que “para que haya libertad religiosa, tiene que existir la religión; para tener libertad económica,” debe existir propiedad privada y una economía de mercado.

Así, el orden liberal capitalista presupone la propiedad, la familia, la religión, el conocimiento, etcétera. Pero, él sólo reconoceplenamente a individuos con sus derechos. Un conservador o un liberal conservador puede obtener de Marx una conclusión totalmente no marxista: los bienes de la vida no deben ser indebidamente erosionados, si es que el orden liberal ha de tener “contenidos de la vida” significativos que verdaderamente puede proteger y “representar.” Por supuesto, la vía de Marx no es aquella del conservadurismo liberal: él quiere reemplazar la “emancipación política” parcial promovida por el capitalismo liberal, con una totalmente insostenible “emancipación humana.” Así, Marx radicaliza e incluso hace más problemático el dilema espiritual de una sociedad liberal. Marx continúa ameritando una lectura atenta, leudada estando alerta ante el dogmatismo, la impaciencia revolucionaria y la búsqueda de una “rebelión metafísica,” que, en última instancia, hacen que su pensamiento sea peligroso e indefendible. Pero, no queremos imitar a Marx bloqueando prematuramente estas preguntas. Todo estudiante de política y de filosofía política debe pasar tiempo con Marx, aun si es tan sólo para aprender qué evitar.

[1] Marx-Engels Reader de Robert C. Tucker (W.W. Norton, 1972) continua siendo la colección más accesible y amplia de esos escritos.

[2] Leszek Kolakowski, “The Marxist Root of Stalinism” (1977), en The Great Lie: Classic and Recent Reappraisals of Ideology and Totalitarianism, editado por F. Flagg Taylor IV (ISI Books, 2011), p. p. 156-176.

Daniel J. Mahoney tiene la Silla Agustina de Academia Distinguida en la Universidad Assumption, en Worcester, Massachusetts. Ha escrito extensamente acerca del marxismo y la ideología totalitaria en el siglo XX. Su último libro, The Idol of Our Age: How the Religion of Humanity Subverts Christianity, será publicado por Encounter Books en el otoño del 2018.