Son tantas las lecciones que podemos aprender de la lacra nacional-socialista argentina del peronismo. Por ello les invito a leer, para que nos demos cuenta del daño que el populismo le puede hacer a una sociedad -y pensar que, con todo el tiempo que ha pasado, en Argentina el peronismo sigue existiendo e influyendo en determina la vida de las personas.

TODAVÍA LLORANDO POR ARGENTINA

Por Lawrence W. Reed
Fundación para la Educación Económica
Miércoles 11 de julio del 2018


El legado de los Perón y del Peronismo es costoso, por lo que Argentina todavía está pagando el precio.

Su historia de la pobreza a la riqueza está inextricablemente ligada a la política. Ella amaba estar cerca del poder; entre más de él ella tuviera, más se sentía con derecho a otra dosis de él. Ella amaba la atención y la adoración, tanto que una vez admitió que, “Mi mayor temor en la vida es ser olvidada.”

Con demagogia se abrió un camino hacia un culto de seguidores entre aquellos que dependían de los favores que ella dispensaba y aplastó a cualquiera que se interpusiera en su camino. Una ley que obstruyera sus ambiciones era, desde su punto de vista, una ley que debería ser soslayada o resquebrajada. Cualquier valoración justa de ella debe señalar que pronunció numerosas arengas insípidas y que repartió montones de dinero de otras personas, pero que nunca inventó, creó o construyó cosa alguna.

No, no estoy hablando acerca de Hillary Clinton. Sin embargo, la mujer que tengo en mente era una especie de la Hillary Clinton de Argentina. Su nombre era Eva Perón, conocida afectuosamente por sus admiradores como “Evita.” Todavía no ha sido olvidada, un triste hecho que requiere de un refrescamiento acerca de quién era ella y qué era lo que defendía.

Evita, la popular representación teatral de 1978 que presentaba la música de Andrew Lloyd Webber, y seguida 18 años después por la adaptación cinematográfica en la que actúa Maddona (cuyo apellido se me escapa), le dio glamour a nuevas generaciones de todo el mundo con Eva. ¿Quién no ha escuchado al menos una docena de veces al sencillo que estuvo en primer lugar, “No Llores por Mí, Argentina?”

En mayo de 1919, nació con el nombre Eva Duarte, la hija fuera de matrimonio de una pobre madre trabajadora y de un ranchero mujeriego, quien pronto las abandonó. Sufriendo de pobreza y del estigma de la ilegitimidad en la Argentina rural, salió corriendo hacia Buenos Aires a la edad de 15 con sueños de convertirse en una artista. Durante la década siguiente, se ganó una vida modesta como actriz de grado B, en unas pocas películas y en la radio. Su vida sufrió un cambio aciago en enero de 1944, cuando, a la edad de 25, conoció al ministro de Trabajo de Argentina y futuro presidente, el Coronel del Ejército Juan Perón. Un año antes, el Coronel Perón fue una figura clave en el golpe militar que depuso al presidente Ramón Castillo. En octubre de 1945, Eva se convirtió en la segunda esposa del coronel.

Ella sólo viviría otros siete años, pero es difícil imaginar un período de tantos acontecimientos. Tres meses después de su matrimonio, Juan fue electo presidente de Argentina y su nueva esposa, 25 años menor, se convirtió en Primera Dama. Juntos, ellos destrozaron y erosionaron las libertades de la nación.

El régimen de Perón amplió el poder de los sindicatos, gastó profusamente en esquemas de bienestar y lanzó una guerra de clases contra los ricos. Durante poco tiempo, pareció funcionar. Argentina era uno de los países más ricos del mundo y fácilmente el más rico de Suramérica. Más amiguismo y un gobierno más grande parecía que se podían pagar, pero, tales cosas desatan tendencias y políticas en movimiento que son insostenibles. No pasó mucho tiempo sin que las deudas, los déficits y el exceso de dinero en efectivo, por encima de impuestos más elevados y una agitación laboral paralizante, lograron que el peso cayera y con él la economía. Como lo expuso Margaret Thatcher, “El problema con el socialismo es que usted eventualmente se queda sin el dinero de otras personas.”

El socialismo de la variedad fascista era exactamente lo que Perón y los Peronistas estaban construyendo, aun cuando no “maduró” a una forma de pleno pulmón, como lo fue en los tipos bajo Hitler o Mussolini o Hugo Chávez. En el corazón, era nacionalista, populista, intervencionista, demagógico y autoritario.

Incluso más ominosos que su política económica fueron los asaltos del régimen a las libertades civiles. Muchos de esos ataques fueron indirectos y envueltos en terciopelo. El carismático coronel y su devota animadora, Eva, siempre alegaron que lo que ellos hicieron fue “por el pueblo,” especialmente por los pobres descamisados o los “sin camisa.”

En su biografía, “Evita: The Real Life of Eva Perón,” [Evita],” Nicholas Fraser y Marysa Navarro citan a un abogado de la oposición, quien describió al estilo de gobierno de Juan Perón de esta manera: “Él es sutil, tramposo, encantador. Él no se aparece a la luz del día y quiebra cráneos... Él trabaja silenciosa y cínicamente. Ve usted, en estos días hay tan poco que uno pueda hacer -todo lo que él hace es en nombre de la ’democracia’ y del ‘mejoramiento social’- y, aun así, sentimos el olor de la maldad en el aire y de estar al borde del precipicio sobre el cual caminamos.”

Juan Perón disolvió al Partido Laborista que lo eligió y formó uno propio, al que llamó “Partido Peronista.” Si usted se opuso a la movida, usted estaba políticamente excomulgado, encarcelado o peor. Un legislador, quien denunció el surgimiento de la “junta totalitaria” de Perón, se halló a sí mismo atacado repetidamente en las calles de Buenos Aires por matones peronistas. “Cuando la ley hizo posible la estrategia de coerción legal, Perón hizo uso de ella; de otra forma, él acudía a amenazas terribles y a pequeñas intimidaciones,” reportan Fraser y Navarro.

Los periódicos que criticaron a los Perón fueron frecuentados por inspectores gubernamentales, quienes emitieron multas y órdenes sobre cargos infundados, tales como abuso de los trabajadores o evasión de impuestos. Uno fue del todo clausurado, simplemente por usar camiones “ruidosos” para distribuir sus ejemplares. Para 1948, el gobierno asumió el control monopólico de toda la tinta para impresión y lo usó para intimidar a los editores privados que aún existían. “Sin fanatismo,” declaró Eva, “no podemos lograr nada.” Y ella lo decía en serio.

Eva, propiamente, incluso entró en el negocio de los periódicos. En 1947, el banco central fue presionado pra aprobarle un préstamo con intereses bajos para que comprara el tabloide “Democracia.” De ahí en adelante, publicó fielmente los aburridos discursos de Juan y las conferencias tontas de Eva, acerca de cómo las amas de casa podían lidiar con los precios crecientes al hundirse el peso.

Una vez que su tabloide fue vuelto a llenar con leales a Perón, Eva estaba libre para regalarle a la nación su omnipresencia. Los biógrafos Fraser y Navarro escriben,

“Esos fueron años en que Evita estaba incesantemente en el ojo público. Ninguna ocasión -la apertura de una piscina, una fábrica, un edificio de un sindicato, una presentación de una medalla, un almuerzo con un visitante extranjero- era demasiado trivial para su presencia. Si una compañía lanzaba un nuevo producto, se requería de su patrocinio y, por tanto, de la aprobación gubernamental. Si un deportista, un jugador de futbol o un corredor de carros de carrera salía del país o regresaba, entonces, también se requería que fuera fotografiado con Evita...

El culto de Evita hacia Perón probablemente ocurrió primeramente con sus discursos para levantar su propia identidad política y reflejar su propia admiración verdadera por Perón, pero, para 1949, el culto fue institucionalizado, y Evita fue su sacerdotisa.”

Su esposo era más que cualquier otro siempre caudillo latino, balbuceaba Eva; él era el “ideal encarnado.” Su exageración era tan desvergonzada como desenfrenada. “Perón es todo,” declaró ella. “Él es el alma, el nervio, la esperanza y la realidad del pueblo argentino. Sabemos que tan sólo existe un sólo hombre aquí en nuestro movimiento, con su propia fuente de luz y ese es Perón. Nosotros nos alimentamos de esa luz,”

Extraño, no es así, que la izquierda estatista siempre proclama estar para “el pueblo,” al tiempo que les concede a unos pocos un poder político enorme, concentrado. Similarmente, la izquierda estatista a menudo ridiculiza la fe en una deidad, pero entonces demanda que se tenga fe en un mortal elegido. Hitler, Mussolini, Stalin, Pol Pot, Ceausescu, los Kims de Corea del Norte -los peores de todos- todos ellos esperaban que sus súbditos les sirvieran.

Eva se amaba tanto a sí misma como ella amaba a Juan. En un viaje de dos meses por Europa, la Primera Dama, de 29 años de edad, gastó una pequeña fortuna en lo mejor de todo, desde hoteles a carros a vestidos. A cualquier lado que fuera, ella demandaba los honores y laudos más altos que cada país ofrecía. Los diplomáticos británicos la consideraron como “una ególatra corrupta presidiendo sobre un régimen de pantomima,” según el periodista Neil Tweedie de The Telegraph.

Eva formó su propio partido político, tal como lo había hecho su esposo. Llamado el “Partido Peronista de las Mujeres,” no estaba dirigido hacia el empoderamiento de las mujeres recientemente otorgado, sino que, más bien, tenía la intención de consolidar el poder en manos de Juan y Eva. “Ser un peronista,” les dijo en su primera asamblea, “es, para una mujer, ser leal y tener confianza ciega en Perón.” La cosa no es una broma.

Mi por largo tiempo amigo argentino (y compañero de graduación en la Universidad Grove City), Eduardo Marty, presidente de la Fundación para la Responsabilidad Intelectual en Buenos Aires, me dijo, “La frase más desagradable proveniente de Eva fue una en la cual hace un paralelo del razonamiento de Karl Marx: En donde hay una necesidad, hay un derecho. Ella era una experta en manipular a los medios y a la educación.”

Si usted lo necesitaba (o que tan sólo, en realidad, usted lo quisiera y era leal a Perón), tenía un derecho para obtenerlo y Eva se lo conseguiría. Ella rutinariamente intimidaba al sector privado para que escupiera dinero en efectivo o bienes, de forma que ella pudiera redistribuir el botín. Ella dirigía el dinero público de los impuestos a sus causas favoritas y a sus amigos leales, siempre recordándoles a ellos a quién le debían fidelidad. A ella nunca le importaron los costos económicos de lo que significaba su generosidad, debido a que, después de todo, ella estaba “haciendo el bien.” Una vez dijo, “Llevar las cuentas acerca de la ayuda social es una tontería capitalista. Yo sólo uso el dinero para los pobres. No puedo detenerme a contarlo.”

Reportando acerca de su viaje europeo en 1947, la revista Time cometió el error de mencionar lo que posteriormente sería prohibido hacer en Argentina; esto es, que Eva había nacido fuera de un matrimonio. Ella se aseguró que la revista fuera prohibida durante meses.

Los socialistas aman el gasto en “infraestructura” y, en ese sentido, Juan Perón no los defraudó. Su administración hizo inversiones masivas en viviendas públicas, hospitales, escuelas, represas, caminos y en la red eléctrica. A pesar del desperdicio y corrupción que vino junto con el gasto, muchos argentinos todavía le acreditan con afecto tales “modernizaciones.” Pero, para los libertarios civiles y económicos, las mejorías en la vida argentina podían haber sido logradas mejor y más baratas sin la mano pesada del autoritarismo y, ciertamente, sin el incesante cultismo de Eva.

Año tras año, el circo de Juan y Eva actuó para grandes masas. Juan consolidaría su poder, mientras que Eva compró al electorado, tanto con dinero público como privado. Él era el cabecilla, mientras que Eva fue el empresario que glorificó todo. Demostrando que, si le roba a Pedro para pagarle a Pablo, usted puede contar con el apoyo de Pablo, ella construyó un imperio político que estaba dirigido a la reelección (de una forma u otra) en 1952 –hasta que sobrevino la tragedia.

Eva fue diagnosticada con cáncer cervical en 1950. Un año después, creyendo que ella podría reponerse, tiró el anzuelo para optar para la vicepresidencia, aunque anteriormente declinó participar en la misma planilla con su esposo en 1952. Su salud se deterioró rápidamente y, en julio de ese año, tan sólo pocas semanas después de una reelección exitosa de Juan, ella murió a la edad de 33. La “Líder Espiritual de la Nación” -un título oficial que su esposo le otorgó- se fue. En el aplastamiento de una multitud de dolientes deseos de ver el cadáver, murieron ocho personas y varios miles fueron heridos.

El drama Peronista no concluyó con la muerte de Eva. Mientras espera ser enterrada, su cuerpo desapareció y no reapareció sino hasta 16 años después, luego de una larga estancia en una cripta de Milán, Italia. Con una economía tambaleante, debido a una creciente inflación, corrupción y control estatista, Juan Perón fue derrocado en 1955. La dictadura militar que le siguió prohibió la posesión de fotografías de los Perón, así como cualquier otra mención pública de sus nombres.

Después de 18 años en el exilio, Juan Perón regresó a Argentina en 1973, logró por sí mismo que se le reeligiera como presidente por una tercera vez, pero murió el año siguiente. Su tercera esposa, Isabel, fue también su vicepresidenta. Ella llegó a ser presidente ante su muerte (y mantuvo su cargo por casi dos años, hasta que hubo un golpe militar en 1976). A los 87, Isabel, en la actualidad, todavía está viva. En 1987, la tumba de Perón fue profanada y, en un crimen aún no resuelto, sus manos fueron cortadas con una sierra. De nuevo, la cosa no es jugando.

Probablemente usted, en este momento, estaría pensando que los Perón eran raros, tanto en la vida como en la muerte –y estaría en lo correcto.

El peronismo nunca murió completamente en Argentina. El economista Nicholas Cachanosky -un nacional argentino y ahora un economista en la Universidad Estatal Metropolitana en Denver, Colorado- dice, “la figura de Evita Perón es hoy un mito religioso: Su utilización populista de los pobres permanece oculta bajo la imagen falsa pero fuerte de un político dedicado. Ella jugó un papel importante en la propaganda política que apoyó las ambiciones políticas de Juan y su ideología está incorporada, de una u otra manera, en casi todos los movimientos políticos de Argentina. Su muerte temprana contribuye a su imagen de mártir en la guerra de clases de los pobres contra los ricos.”

El legado de los Perón y del Peronismo es costoso, por lo que Argentina todavía está pagando el precio. Se le califica en el lugar No. 144 del Índice de Libertad Económica, a pesar de un reciente esfuerzo del gobierno por revertir los efectos negativos de muchas políticas peronistas. Tanto daño podría haber sido evitado si se le hubiera puesto atención a esta advertencia de F.A. Hayek, cuando él escribió el Camino de Servidumbre, en la década de 1940:

“Emprender la dirección de la vida económica de gentes con ideales y criterios muy dispares es atribuirse responsabilidades que obligan al uso de la fuerza; es asumir una posición en la que las mejores intenciones no pueden evitar que se actúe forzosamente de una manera que a algunos de los afectados parecerá altamente inmoral. Esto es cierto, aunque supongamos que el poder dominante es todo lo idealista y altruista que quepa imaginar. ¡Pero cuán escasas probabilidades hay de que sea altruista y a cuántas tentaciones estará expuesto!”

Debido a Juan y Eva Perón, décadas después de que mantuvieron el poder, yo todavía lloro por Argentina.

Lawrence W. Reed es presidente de la Foundation for Economic Education y autor de los libros Real Heroes: Incredible True Stories of Courage, Character, and Conviction y Excuse Me, Professor: Challenging the Myths of Progressivism.