LA POBREZA EXTREMA ES EXTREMADAMENTE RARA EN LOS ESTADOS UNIDOS, DICE NUEVA INVESTIGACIÓN

Por Robert VerBruggen
National Review
11 de julio del 2018



NOTA DEL TRADUCTOR: Para utilizar los ligámenes de las fuentes del artículo, entre paréntesis, con letra en roja y subrayada, si es de su interés puede verlo en https://www.nationalreview.com/2018/...-new-research/

Las sobreestimaciones parecen ser producto de datos no confiables de encuestas.

Una pelea reciente entre las Naciones Unidas y la administración Trump le devolvió el vigor al debate acerca de la “pobreza extrema” en los Estados Unidos. La ONU alegó que unos asombrosos 18.5 millones de estadounidenses estaban sumidos en esa condición; la administración Trump dijo que el verdadero número era de sólo 250.000 –menos de uno por cada 1.000 estadounidenses.

Como lo he hecho ver previamente (noted previously), el número de la ONU era absurdo, basado en una definición de pobreza extrema que nadie más utiliza. Pero, existe un debate legítimo acerca de la verdadera extensión de la pobreza extrema -típicamente definida como un ingreso en el hogar inferior a $2 por persona por día, lo que es algo así como una décima de la línea de pobreza- con estimaciones que oscilan ente unos pocos cientos de miles y unos pocos millones. Y, en una nueva investigación presentada el pasado martes 10 en el American Enterprise Institute (new research presented at the American Enterprise Institute), el economista Bruce D. Mayer y dos coautores presentaron una argumentación poderosa de que los números inferiores son los correctos.

Su propia estimación es que “como máximo una cuarta parte del uno por ciento de los hogares está viviendo con menos de $2/persona/día” -alrededor de 326.000 individuos en total- y que estos son principalmente adultos solteros, algunas veces estudiantes. De hecho, los autores no pudieron identificar familia alguna con niños, que en sus datos apareciera como extremadamente pobre.

Las afirmaciones de una pobreza extrema rampante surgieron por primera vez a la prominencia con la publicación del libro $2 a Day ($2 al día), cuyo alegato central era que el 4 por ciento de las familias estadounidenses con niños caía por debajo de ese límite –principalmente debido a que la reforma al bienestar de 1996 hizo que fuera más difícil conseguir dinero en efectivo como asistencia. No obstante, el propio libro dejó claro que había ciertas limitaciones serias a ese número. Por ejemplo, que estaba limitado a ingresos en efectivo y la estimación se reducía a la mitad cuando se tomaba en cuenta a los cupones de comida. Y, otro, que se basaba en datos de una encuesta, lo que significa que eran los propios individuos quienes reportaban sus ingresos. Es bien sabido que en esas encuestas la gente tiende a sub-reportar sus ingresos provenientes de programas de bienestar y los ingresos en efectivo fuera de libros, y que las respuestas son particularmente sospechosas cuando los individuos alegan que subsisten esencialmente sin dinero.

Como respuesta, algunos críticos trataron de corregir los datos de la encuesta (correct the survey data) para tomar en cuenta la subestimación reportada, o vieron al gasto de los hogares en vez de su ingreso (looked at households’ spending rather than their income), y arribaron a estimaciones radicalmente más bajas. Pero, ningún enfoque es totalmente satisfactorio. Es aquí en donde entra el nuevo trabajo de Meyer et al.

El equipo de Meyer ha ensamblado un conjunto impresionante de datos que empieza con la encuesta gubernamental usada en $2 a Day (la Encuesta del Ingreso y la Participación en Programas, o SIPP), pero también incluye datos administrativos de diversas agencias gubernamentales. Como resultado, en vez de tratar de estimar estadísticamente si alguien que contestó la encuesta está sub-reportando su ingreso y beneficios, Mayer et al. pueden simplemente mirar los registros estatales y federales para ver cuánto fue lo que recibió el individuo. Esto permite a los autores hacer ajustes más comprensivos y exactos a los datos de la encuesta, que cómo nadie más ha podido hacerlo. El mayor elemento de compensación es que ellos actualmente tienen datos administrativos de los cupones de alimentos sólo de once estados, de forma que las estimaciones nacionales ajustadas necesitan ser ampliadas desde ellas -pero, afortunadamente, estos estados son demográficamente similares al país como un todo.

Su cálculo estimado, basado sólo en el ingreso en efectivo reportado en la encuesta, es que el 3 por ciento de todas las familias (y cerca de un 10 por ciento de los hogares en que sólo hay un jefe de hogar) vive en pobreza extrema. Agregue los beneficios no en efectivo reportados por las propias personas y se reduce al 2.1 por ciento. Tome en cuenta el hecho de que una pequeña porción de quienes respondieron, alega que no tuvieron o tuvieron muy pocos ingresos, a pesar de que trabajaban varias horas en un empleo pagado -claramente un error- y llegamos a un 1.3 por ciento. Reclasifique a los hogares de bajos ingresos que, en realidad, tienen activos sustanciales (como $5.000 en efectivo o $25.000 en propiedades de bienes raíces) y es el 0.9 por ciento. Y, cuando usted consulta los datos administrativos para tomar en cuenta el sub-registro de ingresos y beneficios, se reduce en más de dos tercios, llegando finalmente a la estimación del 0.24 por ciento. Increíblemente, muchos de los individuos que salen de la “pobreza extrema” cuando se hacen esos ajustes, ni siquiera aparecen como si fueran pobres y, mucho menos, extremamente pobres.

Los resultados son similares cuando ellos cambian de marcha, repitiendo el análisis con base en la Encuesta Actual de la Encuesta de Anual de Suplemento Económico y Social (CPS ASEC), otra encuesta gubernamental que ellos pueden comparar con sus datos administrativos: Sólo el 0.12 por ciento de las familias está en pobreza extrema, una vez que se hacen las correcciones apropiadas. Esta es una estimación de la pobreza extrema de todo el año, mientras que las estimaciones de la SIPP se refieren a un cuatrimestre, lo cual posiblemente explica por qué es muy inferior.

Del todo esto no es el veredicto final del tema de la pobreza extrema. Como lo hacen notar los autores, nada de esto toma en cuenta a los ingresos fuera de libros, que la gente puede no reportar a quienes hacen las encuestas, y los datos administrativos de los autores están lejos de ser omnicomprensivos; ellos no han podido corregir por el sub-reporte del seguro de desempleo, los beneficios a veteranos, las indemnizaciones por accidentes a los trabajadores, la ayuda de bienestar en efectivo y el crédito impositivo por hijo. Por otra parte, no obstante, tal como las encuestas subestiman los beneficios gubernamentales, ellas también dejan de lado a las personas sin hogar, las cuales en una noche dada pueden llegar a ser cientos de miles (number in the hundreds of thousands). Los autores sugieren que, para enfrentar este par de limitaciones, un “paso siguiente” en su investigación será extraer información de fuentes adicionales de datos.

En la actividad en que se expusieron los resultados, Laura Wheaton del Urban Institute también planteó algunos temas técnicos con el análisis, incluyendo la forma en que los autores estimaron las ganancias de la gente que reportó trabajar por una paga, pero que no ganaban mucho dinero (ellos multiplicaron las horas por el salario mínimo, lo cual puede sobreestimar los ingresos de algunos que tienen trabajo propio o que son trabajadores que reciben propinas).

COMENTARIOS

Sin embargo, Meyer et al. demuestran fuera de duda, que los alegatos de “pobreza extrema” son tremendamente exagerados. Uno puede estar interesado en los pobres, sin tener que alegar que una privación tan severamente increíble es común en este país –así que, tal vez, es hora de variar nuestro enfoque de acuerdo con eso.

Robert VerBruggen, quien estudió periodismo y ciencias políticas, es subdirector administrativo de la revista National Review.