Y ojalá corran con suerte de que se las respondan adecuadamente. Ante eso, es esencial formulárselas a alguien que pueda brindarles el conocimiento necesario para que ustedes lleguen a conocer lo sucedido y para que, más bien, les incite a pensar más al respecto.

LAS PREGUNTAS VERDADERAS QUE USTED LE DEBERÍA HACER A SU PROFESOR DE ECONOMÍA

Por Lawrence W. Reed

Fundación para la Educación Económica
Jueves 28 de junio del 2018.


La “sabiduría convencional” puede ser convencional, pero a menudo no es sabiduría.

“A los estudiantes comúnmente se les dice que Jesús era dócil al socialismo, debido a que él favorecía compartir la riqueza. Pero, de hecho, él enseñó la responsabilidad personal, la caridad voluntaria, y hacer el bien desde el corazón, pero no desde la billetera de alguien más.”

“La única cosa nueva en el mundo,” dijo famosamente el presidente Harry Truman, “es la historia que usted no conoce.” Si bien hay un poquito de hipérbole en las palabras de Truman, la verdad en ellas también es inquietantemente común en estos días.

En mis cuatro décadas de enseñar e interactuar con estudiantes en temas de economía e historia, rutinariamente me he asombrado tanto acerca de cuánto ellos conocen, a la vez de por qué conocen tan poco acerca de las mismas materias. Permítanme escoger cuatro tópicos importantes para iluminar mi punto: el trabajo infantil durante la Revolución Industrial inglesa, la Ley de Inspección de la Carne de 1906, la Gran Depresión de la década de 1930 y las enseñanzas de Jesús en lo pertinente a la economía.

Estos tópicos rutinariamente provocan en los estudiantes conclusiones de la mayor firmeza. “Conocen” absolutamente que el lugar de nacimiento de la Revolución Industrial, la Gran Bretaña, dio lugar a condiciones de trabajo horrible y generalizado, para los niños. Ellos “conocen” que el famoso libro de Upton Sinclair, The Jungle [La Jungla] comprobó que los empacadores de carne de Chicago estaban deliberadamente dañando a sus trabajadores y envenenando a sus clientes. Ellos “saben” que un capitalismo sin restricciones ocasionó la Gran Depresión. Y están igualmente convencidos de que Jesús promovió el socialismo, porque él quería ayudar al pobre en su lucha contra el rico avaricioso.

En cada uno de estos temas, ellos “saben” que el problema percibido tenía una mejor forma de arreglarlo; esto es, la intervención correctiva de autoridades gubernamentales bondadosas. Nadie necesita cuestionarles a esas autoridades sus métodos o resultados, debido a que esas autoridades son tanto compasivas como justas.

Cuando yo brindo otra perspectiva diferente, que sugiere que el problema percibido es un pretexto para desviar la atención y que el correctivo es una cura engañosa, la respuesta más frecuente es “¡yo nunca antes supe de eso!” Los estudiantes más pensantes y exigentes se molestan y preguntan, “¿Por qué mis maestros (o profesores) no me dijeron nada de eso? Empiezan a sentir que tal vez lo que habían aprendido era menos hechos y más una agenda, más sesgo que balance. Algunos entendiblemente se enojan –no tanto por lo que sus instructores les dijeron, sino por lo que no les dijeron. Súbitamente ellos descubren una verdad imperecedera: Que la “sabiduría convencional” puede ser convencional, pero a menudo no es sabiduría.

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BRITÁNICA

En 1900, en Gran Bretaña vivían siete veces más personas que cuando la Revolución Industrial empezó alrededor de 1750. En cualquier otra época o país previos en la historia mundial, un crecimiento explosivo tal en el número de bocas por alimentar habría dado lugar a una inanición masiva. A pesar de lo expuesto, el británico promedio en 1900 vivió mucho mejor que el promedio de cinco o seis generaciones anteriores. Durante ese período, se derrumbó la mortalidad infantil y la esperanza de vida se expandió en más que lo que se había logrado en los previos dos mil años. Fue el triunfo de la empresariedad y de los mercados liberados de siglos de estatismo aplastante.

No obstante, enormes cantidades de estudiantes de colegios y de universidades obtienen una impresión muy diferente de sus libros de texto y de sus maestros. Ellos aprenden que el período “capitalista” marcó el comienzo de nuevas honduras de miseria y explotación para las clases trabajadoras y que los niños, en particular, estaban entre las víctimas más desventuradas. Es como si los padres británicos, y aquellos que por cientos de miles escogieron emigrar a Gran Bretaña desde el continente, súbita y misteriosamente amaban menos a sus hijos, que como los amaban los padres de los días pre-capitalistas.

En las mentes de muchos estudiantes, la existencia y condiciones del trabajo infantil en el siglo XIX socavan seriamente cualquier caso positivo en favor del capitalismo, si no es que lo invalidan del todo.

En la realidad, el trabajo infantil era ubicuo y rutinariamente duro durante los siglos anteriores a la Revolución Industrial. Si los niños de todos, excepto los de la realeza, tenían la suerte de vivir hasta la edad de cinco años (un número impactantemente elevado no lo logró), ellos tenían que ir a trabajar. De forma que por necesidad lo hicieron así. En ausencia del capital, las herramientas y las inversiones que se materializaron después bajo el capitalismo, los padres no podían permitirse tener los hijos ociosos en el hogar. Los niños fueron a trabajar de forma que la familia pudiera sobrevivir.

Ciertamente, hubo ejemplos infernales de crueldad en algunos lugares en donde los niños trabajaban. Esos lugares eran a menudo asilos para huérfanos administrados por el gobierno, o las primeras fábricas, en donde las agencias gubernamentales asignaban huérfanos “aprendices parroquiales,” para que trabajaran allí sin supervisión alguna. Culpar a los capitalistas y al capitalismo por lo que frecuentemente era un problema creado por el gobierno, es escandalosamente injusto. En última instancia, fue el capitalismo y su siempre creciente productividad lo que hicieron posible que los padres ganaran lo suficiente para alimentar a la familia y mantener a los niños en casa.

Ver mi ensayo “Child Labor and the British Industrial Revolution” [“Trabajo infantil y la Revolución Industrial británica”] para mayores detalles.

LA LEY DE INSPECCIÓN DE LA CARNE DE 1906

A los estudiantes se les enseña una versión altamente romántica y simplista de la historia de esta ley de la era progresista. La inspiración para su aprobación, la novela de Upton Sinclair, La Jungla, a menudo es una lectura exigida en las clases de los colegios y las universidades. El mensaje unilateral típicamente transmitía lo siguiente: capitalistas inescrupulosos rutinariamente estaban contaminando nuestra carne, y el cruzado moral Sinclair movilizó al público y presionó al gobierno a que cambiara de ser un observador pusilánime a un bienhechor heroico, que valientemente disciplinaba al mercado a fin de proteger a sus millones de víctimas.

“¡Esas son noticias para mí!” es la respuesta que obtengo cuando informo a los estudiantes acerca de lo que sus maestros nunca les dijeron:
La Jungla era una novela, no un documental. Sinclair era un propagandista sin virtualmente conocimiento personal alguno de las plantas empacadoras, no un investigador desapasionado. Él era pagado por sus compañeros socialistas, para fomentar la histeria en contra del capitalismo. Incluso el progresista Teddy Roosevelt escribió acerca de él:

“Tengo un desprecio absoluto por él. Él es histérico, desbalanceado y falso. Tres cuartas partes de las cosas que él dijo eran falsedades absolutas. Para algunas de las restantes, sólo había algo de verdad.”

A gente joven influenciable se le dice que los trabajadores caían en los tanques de la carne y que luego eran molidos en chorizos y servidos al público. A los capitalistas avariciosos eso simplemente no les importaba. Pero, no pensaría usted que, en aquel entonces, alguien habría preguntado, “¿Qué pasó con Bob? ¿No habría hoy monumentos honrando los nombres y los recuerdos de quienes fueron convertidos en hamburguesas? El hecho es que no existen, ya sean nombres ni monumentos, porque eso no sucedió.

Aún más, la inspección gubernamental de la carne no empezó con la ley de 1906. Existió antes de que el libro de Sinclair fuera publicado, lo cual movió a que miembros perspicaces del Congreso preguntaran, “si fueran ciertos los alegatos novelizados de Sinclair, entonces, ¿habrían los inspectores gubernamentales estado durmiendo en el interruptor? Si así lo fue, tal vez el gobierno es menos una solución, que una parte del problema.

Los empacadores de carne, lejos de oponerse a la ley de 1906, de hecho estaban apoyándola. ¿La razón? Les libraba de los costos de la inspección de la carne y trasladaba esos costos a los contribuyentes.

Ver mi ensayo “Of Meat and Myth” [“Acerca de la Carne y del Mito”], para los hechos.

LA GRAN DEPRESIÓN DE LA DÉCADA DE 1930

La sabiduría convencional acerca de esta era afirma que el gobierno nos salvó de una calamidad económica, causada por el capitalismo del laissez-faire. Nada podría ser más alejado de la verdad.

Desde 1924 hasta 1929, el banco central del gobierno (la Reserva Federal (Fed)) llevó las tasas de interés a mínimos históricos, por la vía de una expansión masiva del dinero y del crédito. El alza artificial resultante se hundió, cuando la Fed se revirtió y presidió sobre una contracción masiva del dinero y del crédito entre 1929 y 1933.

La presuntamente no intervencionista administración Hoover elevó los aranceles en 1930, iniciando una guerra comercial en todo el mundo. Luego, en 1932, la misma administración “no intervencionista” duplicó el impuesto sobre el ingreso. Cuando Franklin Delano Roosevelt (FDR) compitió contra Hoover en 1932, él atacó al entonces presidente por imponer “la administración de los mayores impuestos y gastos” en la historia de los Estados Unidos.

El Nuevo Trato de FDR nos salvó, ¿correcto? De nuevo, está equivocado. El propio ministro de Hacienda de FDR, Henry Morgenthau, declaró en 1939, “Hemos tratado gastando dinero. Estamos gastando más que lo que antes alguna vez hemos gastado y no funciona... Digo que, después de ocho años de esta Administración, tenemos tanto desempleo como cuando empezamos, ¡y una enorme deuda para empezar!”

Tampoco la Segunda Guerra Mundial terminó la Depresión. El desempleo cayó dramáticamente, debido a que 11 millones de hombres fueron removidos de la fuerza de trabajo y embarcados hacia Europa y el Pacífico. Pero, los estándares de vida se estancaron o cayeron durante los años de guerra. La recuperación llegó finalmente cuando FDR se había ido, el gasto gubernamental fue drásticamente recortado, las barreras arancelarias empezaron a reducirse y los impuestos sobre las ganancias de las empresas fueron recortados a la mitad.

Ver mi ensayo, “Great Myths of the Great Depression” [“Grandes Mitos acerca de la Gran Depresión], para una historia plena y no adulterada.

JESÚS ERA UN SOCIALISTA

Esta patraña surge no tanto en las clases de historia o de economía, como sí en los cursos de teología, pero alguna versión de ella se encuentra omnipresente en la comunidad educativa.

El hecho es que usted puede recorrer el Nuevo Testamento y no encontrará ni la más remota sugerencia en las palabras de Jesús, de que él endosaría la redistribución forzosa de la riqueza, la centralización del poder, el dominio político sobre la economía o cualquier otro aspecto del socialismo del mundo actual.

Cuando un hombre le pidió a Jesús que le diera una parte mayor de una herencia, Jesús le reprendió por su envidia y preguntó, “¿Quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?”

Jesús dijo que él vino para mantener la Ley Mosaica, los Diez Mandamientos, en particular. Uno de ellos advierte contra codiciar lo que pertenece a otros. Otro dice, “No robarás.” No dice, “No robarás a menos que la otra persona tiene más que lo que tú tienes o si contratas a un político para hacerlo en tu nombre.”

Jesús expulsó a los cambiadores de dinero que estaban en un lugar de adoración, pero nunca de un banco o de un mercado. Su “Parábola de los Talentos” termina recompensando al hombre que invirtió y obtuvo una ganancia y castigando al hombre que no hizo nada con su dinero. Su “Parábola de los Obreros en la Viña” defiende el derecho de un patrono de pagar un salario de mercado, para atraerse a trabajadores dispuestos a laborar.

A los estudiantes comúnmente se les dice que Jesús era dócil al socialismo, debido a que él favorecía compartir la riqueza. Pero, de hecho, él enseñó la responsabilidad personal, la caridad voluntaria, y hacer el bien desde el corazón, pero no desde la billetera de alguien más. Su parábola del “Buen Samaritano” era buena precisamente porque él le mismo le ayudó a un hombre en necesidad; si tan sólo él simplemente hubiera urgido al hombre a que presentara una solicitud en un programa gubernamental de ayuda, él hoy sería conocido como el “Samaritano Bueno para Nada.”

Usted puede conocer la verdad y la verdad os hará libre si usted lee mi ensayo “Rendering Unto Caesar: Was Jesus a Socialist?” [“Dándole al César: ¿Era Jesús un Socialista?”]

Cuando estos temas fueron abordados en sus clases, ¿escuchó usted “la otra versión” tal como se presentó aquí? Si la oyó, eso es grandioso. Sus maestros deben ser elogiados por ello. Pero, si usted no la escuchó, entonces, le sugiero que les pregunte por qué. Mejor todavía, demande un reembolso.

Reimpreso de Merion West.

Lawrence W. Reed es presidente de la Foundation for Economic Education y autor de los libros Real Heroes: Incredible True Stories of Courage, Character, and Conviction y Excuse Me, Professor: Challenging the Myths of Progressivism.