Como es lo usual en los comentarios del economista y profesor Pedro Schwartz, este artículo, que con sumo gusto traduzco para ustedes, hace un claro análisis de la esencial del comercio internacional y particularmente de los efectos posibles ante la puesta en marcha por el presidente Trump de aumentos en los aranceles y que muy posiblemente darán lugar a represalias por otros países. Ante la ominosa situación en la economía global, es conveniente leerlo para tener claros sus posibles efectos, así como de las posibles soluciones ante esas decisiones erradas.

LAS REPRESALIAS COMERCIALES SON UN ERROR

Por Pedro Schwartz
Un Economista Mira a Europa
Library of Economics and Liberty
2 de julio del 2018


Cuando los bienes no cruzan las fronteras, los soldados lo harán. ─atribuido a Frédéric Bastiat. [1]

Hubo una época cuando entendí mejor las razones para el proteccionismo que los argumentos en favor del libre comercio. Luego escuché a mi supervisor de doctorado, Lord Lionel Robbins, decir en clase que la teoría de costos comparativos del libre comercio internacional, era el pons asinorum de la economía, tal como la Quinta Propuesta de Euclides en el Libro I fue el puente para el conocimiento de la geometría, que los burros rehúsan cruzar. Esto condujo a un debate consigo mismo acerca de los pros y contras del libre comercio. Deberían haberme visto caminando de arriba a abajo por la columnata del Museo Británico, hasta que resolví mis dudas y crucé el puente. La protección era un camino para que los políticos corruptos favorecieran a sus clientes; los países no necesitaban del proteccionismo para industrializarse y, en el balance, a los pobres les iba mejor cuando a los grupos de interés no se les daba poderes sobre el comercio internacional. Por el contrario, el libre comercio era pare de la libertad individual, un poder para el crecimiento y una puerta de escape de la pobreza. Finalmente yo había llegado a una posición que me convencía plenamente. Mi estudio ulterior de historia económica y de economía política reforzó estas nuevas creencias.

El tema del libre comercio está siendo planteado de nuevo ante las medidas anti-comercio que están siendo puestas en práctica por el presidente Donald Trump. El presidente está preocupado por el tamaño del déficit comercial de los Estados Unidos, al igual que sus votantes. Él atribuye a prácticas injustas los precios artificialmente bajos de algunas de las importaciones que ingresan a los Estados Unidos, en especial de China, pero también de Canadá, México y la Unión Europea. Él teme que la competencia extranjera está lanzando a muchos trabajadores de cuello azul hacia el desempleo y que está disminuyendo el progreso de la clase media. Como primer paso, él dio una bofetada con un arancel del 20% a los paneles solares del exterior, salvando así a productores ineficientes a costas de dañar a empresas de avanzada. Y ahora ha incrementado de varias formas los aranceles sobre las importaciones de acero y aluminio, y puede hacer cosa similar con los carros chinos y europeos. Esto está conduciendo a los gobiernos de los países que exportan hacia los Estados Unidos, a que tomen o amenacen con represalias en forma de tarifas y cuotas a bienes estadounidenses. [2] La reunión del G7 en junio se sumió en el caos, al rehusarse el presidente Trump a firmar una declaración conjunta sobre el comercio, que se oponía a sus medidas proteccionistas.

Yo abordaré tres preguntas en este ensayo no convencional: una, si tales represalias lograrán que los Estados Unidos cambien su política comercial restrictiva (mi respuesta es no); segunda, si tales represalias dañarán a las naciones que las están tomando (mi respuesta es sí); y, entonces, si estamos nosotros corriendo el peligro de reducir el comercio mundial (de nuevo, mi respuesta es sí). Mi tesis es que tomar represalias es un error; que no haya represalias es mejor; el libre comercio unilateral es lo mejor.

EL COMERCIO COMO COOPERACIÓN

Permítanme empezar con algunos puntos elementales.

  • Las personas comercian porque son diferentes: ellas tienen distintos gustos, recursos y habilidades. Esta es la razón por la cual las personas buscan los bienes y servicios que otros ofrecen.
  • Un intercambio voluntario de bienes y servicios sucede tan sólo si ambos lados ganan, pero no necesitan ganar en el mismo monto.
  • El comercio dentro de un país y el comercio a través de las fronteras es sustancialmente la misma cosa. Efecto, no son países los que comercian, sólo la gente y las empresas lo hacen, donde quiera que puedan estar ubicadas.
  • La percepción equivocada de que los intercambios internacionales son especiales, se debe a que toman lugar entre individuos y empresas en diferentes zonas monetarias y tributarias.
  • El valor monetario de los flujos de bienes y servicios a través de fronteras se resume en un documento contable llamado la balanza de pagos.

  • Una balanza de pagos con un déficit no es un problema en sí. Es un síntoma, pero los síntomas pueden ser muy molestos.

  • Puede haber perdedores con la competencia internacional, al igual que los puede haber con la competencia a lo interno del país. Pero, el efecto neto de la competencia en ambos casos es aumentar el ingreso y la riqueza nacional. [3]
  • En resumen, la competencia es una forma de cooperación social.

COMPRANDO EN DONDE ES MÁS BARATO


Adam Smith en La Riqueza de las Naciones (1776) escribió que la gente tenía una tendencia innata a hacer “trueques, cambios e intercambios.” Algunos de sus discípulos, principalmente David Ricardo (1817), cavaron un poco más hondo y, al discutir acerca del comercio entre las naciones, advirtieron de las diferencias en gustos, recursos y habilidades, para explicar por qué la gente se especializaba e intercambiaba bienes, cuando todos ellos podían ser producidos en casa. Los economistas clásicos, desde David Hume a John Stuart Mill, empezaron a mostrar la ventaja que se obtenía cuando se intercambiaba con gente de otras naciones, bajo el supuesto de que gente racional comerciarían tan sólo si ellos (y su nación) ganaban con ello. En el curso de la discusión acerca de las ganancias del comercio, ellos dieron un segundo paso: tratar y explicar qué bienes eran intercambiados y en qué cantidades. En resumen, los clásicos investigaron dos cuestiones: (1) los beneficios (o el bienestar, diríamos hoy) del comercio y (2) la cantidad de flujos del comercio.

Adam Smith, en lo que tiene que ver con la ventaja obtenida por el comercio, no fue tan completo como Ricardo (1817). Él simplemente dijo que las naciones, como el jefe de una familia, tratarían de comprar en donde fuera más barato. Él respaldó su argumento con una reductIo ad absurdum: se podría producir uvas en Escocia en invernaderos y se podría hacer buen vino con ellas, pero a un costo muy superior al de Bordeaux. [4]

COSTO COMPARATIVO O DE OPORTUNIDAD

David Ricardo vio lo que faltaba en el análisis de Smith: él mostró que, a menudo, podría ser racional que un país comprara en el extranjero ¡lo que podría ser suplido más barato en casa! Así era en el caso de Portugal, cuando compraba tela en Inglaterra con un gasto mayor que si la hiciera localmente, si ello permitía que Portugal concentrara todos sus recursos en la producción de un vino mucho más barato que el que los ingleses podían hacer. Aún si Portugal fuera más eficiente en la producción de ambos, vino y telas, estaría en capacidad de obtener más telas si se concentrara en la producción de vino y comerciara parte de su vino para obtener telas británicas. El país más productivo estaría mejor si se especializara en el bien en el cual era comparativamente más eficiente que en el otro bien, aunque fuera eficiente en ambos.

Paul Samuelson ilustró este importante teorema con el ejemplo casero de un intercambio entre él y su secretaria: él era mejor en taquigrafía y en economía, pero muchísimo mejor en economía, de forma que él se especializaría en economía y tal vez contratara dos secretarias. El costo de oportunidad de mecanografiar sus propias cartas era prohibitivo en términos de su producción como un economista.
Ricardo mostró así que dos países comerciarían entre sí, incluso si uno de ellos era menos productivo en todas las líneas que el otro. Esto explica por qué naciones pobres, ineficientes, pueden, aun así, encontrar cosas que vender a los países avanzados. [5]

COMPARTIENDO LAS GANANCIAS DEL COMERCIO

Lo que estaba implícito en Ricardo es que los consumidores, en todos los países que intercambian, obtendrían beneficios de la mayor disponibilidad mundial de vino y telas, o de lo que fuera. Pero, incluso desde el punto de vista de los productores en el comercio internacional, ambos lados ganan, aunque no siempre igualmente. El joven John Stuart Mill (1828) explicó que el país con el deseo más fuerte por el bien del otro, terminaría con una porción menor de la ganancia. Así que, si los ingleses fueran fuertes bebedores, ellos tenderían a enviar más telas a Portugal por cada barril... [6]

Ya sea que se compartieran igualmente o no, las ganancias del libre comercio eran claramente y sin ambigüedad positivas para ambas naciones y para el mundo como un todo: la especialización internacional siempre resultará en una producción mundial incrementada de ambos, telas y vino. El libre comercio promueve el crecimiento y es una bendición para el pobre. Una política proteccionista hará al mundo menos productivo y, en especial, reducirá el bienestar de los productores en las economías en desarrollo menos eficientes.

Abrir las fronteras al comercio internacional obliga en ambos países a cambios en la estructura económica de la producción. La única forma de estudiar este efecto es dinámicamente.

¿QUIÉN PIERDE?

Al principio, los trabajadores en los textiles de Portugal serán desempleados e igualmente lo serán los productores de vino en Inglaterra. Los trabajadores desplazados tendrán que aceptar salarios y pensiones menores o buscar empleo en otra industria e incluso moverse hacia otro estado, al menos temporalmente. La competencia internacional, tal como lo hace la nacional, obliga a una mayor especialización y a menores costos, y hace que la economía crezca.

Esto es lo que sucedió con la industria del automovilismo en Detroit: tuvo que ser salvada con fondos públicos para endulzar, con una amortización de la deuda, el recorte de los salarios, una reducción de los derechos de pensión y una reducción de los privilegios sindicales. Una parte sustancial de la población tuvo que abandonar la ciudad y buscar empleo en otros estados. Todo esto también afectó a los productores de autos en los estados sureños, en donde no hay sindicatos. [7]

Joseph Schumpeter llamó a este tipo de fenómeno “destrucción creativa”: el progreso, tecnológico y comercial, resulta en cambios obligados del lado de la producción en la economía y al cierre de actividades insostenibles. Para exponerlo de otra forma, la competencia internacional rompe los monopolios y los oligopolios domésticos, incluyendo a los sindicatos protegidos por una legislación. La mayor productividad resultante crea nuevos empleos y genera salarios más altos para aquellos que encuentran empleo bajo la nueva administración. El argumento en contra del libre comercio puede también ser usado en contra de la penetración de la inteligencia artificial y los robots. Imponer aranceles sobre bienes y servicios extranjeros es otra forma de tratar de detener el progreso.

Aun así, alguna gente efectivamente pierde, conduciendo a muchos a querer que su sociedad progrese en formas más amables o más inclusivas, que mediante la competencia. Pero, ¿será posible para los Estados Unidos permanecer en la cima de la innovación, empresariedad y productividad, a la vez que se bloquea a la competencia, extranjera o nacional? La Unión Europea parece haberse rendido a correr esta carrera.

También, como lo apunta Barbara Dluhosch (2018), tales actitudes proteccionistas son una invitación para que los intereses especiales se junten, con el objetivo de obtener rentas. Este tipo evidente de búsqueda de rentas es menos dañino que el tipo más hipócrita, que tiende a esconderse detrás de falsos pretextos: así el presidente Trump ha anunciado que él está “tomando acciones para proteger la seguridad nacional de los Estados Unidos,” proveniente de los efectos de una sobreoferta mundial de acero y de aluminio. Él no podía justificar estas medidas por una necesidad de reducir el desempleo, pues hoy la gente sin trabajo asciende a un 3.8% de la población de los Estados Unidos. Sus asesores han de haberle dicho que el artículo XIX de la Organización Mundial de Comercio limitaría esas medidas a un período de cuatro años, dar lugar a peticiones de compensación y estar expuesto a la represalia. Así es que él se volcó hacia el artículo XXI b), el cual permite que un estado adopte todas las medidas necesarias para proteger “sus intereses de seguridad esenciales, en relación con: (i) material de fisión; (ii) armas, municiones y materiales de guerra [...]; y (iii) en épocas de guerra y grave tensión internacional.” ¿De qué forma las importaciones de acero y aluminio baratos ponen en peligro la seguridad de los Estados Unidos? No lo entiendo.

Otra vieja leyenda es que la protección promueve el crecimiento y, por tanto, los creyentes en el libre comercio hacen más difícil que se dé la industrialización. Esto se conoce como el “argumento de la industria naciente.” [8] Uno de los “hechos” aceptados de la historia económica es que los Estados Unidos, el Imperio Alemán y Francia, pudieron alcanzar a Inglaterra en el siglo XIX, debido a que aquellos promovieron su industrialización mediante la protección. Sin embargo, el arancel de Bismarck de 1879 sobre “el hierro y el whisky” fue una clara rendición a los intereses de los grandes industriales y a los Junkers del Este de Prusia. El giro hacia la protección por los franceses en 1881 y los aranceles de los Estados Unidos en 1864 y 1890, cambiaron el ordenamiento de los sectores industriales, pero no incrementaron la producción total. Y no necesito decir cosa alguna acerca de los efectos desastrosos en todo el mundo por la tarifa Smoot-Hawley de 1930. [9]
La historia está repleta de ejemplos del fracaso del proteccionismo estadounidense.

LOS DÉFICITS EN LA BALANZA DE PAGOS COMO UN SÍNTOMA

Es una creencia muy apreciada por economistas formados a medias, que los aranceles y las cuotas pueden arreglar un déficit en la balanza de pagos, al encarecer las importaciones y abaratar las exportaciones. La gente se olvida que la balanza de pagos es tan sólo un documento contable, que le dirá que un país está comprando más (o menos) del exterior que lo que está vendiendo, pero no cuál es la causa el desbalance.

Un déficit duradero en la balanza de pagos puede decirle a usted una cantidad de cosas. Una es que el gasto nacional es mayor que el ahorro e inversión nacional y que el gasto doméstico tiene que ser ampliado pidiendo prestado del exterior. Esto puede ser bueno o malo. En un país extranjero subdesarrollado la inversión directa de capital externo puede no ser inmediata y plenamente pagado con exportaciones, pero ayuda al crecimiento. En las economías avanzadas, unos permanentes déficits en la balanza de pagos se deben principalmente a los ahorros negativos del déficit federal. Por tanto, los aranceles no corregirán tal déficit –un presupuesto balanceado sí lo hará. Tan sólo por el hecho de que el Tesoro de los Estados Unidos es el banquero del mundo, se puede explicar la enorme cantidad de bonos que mantiene el resto. Este es un resultado feliz para los consumidores estadounidenses y para los capitalistas, pues ellos obtienen los bienes extranjeros, tanto finales como intermedios, a cambio de piezas de papel llamadas billetes de dólares o bonos. Sin embargo, esto puede hacer que la vida se haga difícil para las empresas y trabajadores locales, quienes tienen que enfrentar importaciones más abundantes.

Otra advertencia brindada por un déficit permanente de la balanza de pagos, es que tendrá un efecto sobre el intercambio de monedas. Si el tipo de cambio es fijo, tal como lo es dentro de la zona del euro, el país tendrá que usar sus reservas para impedir que la moneda se devalúa y, en el proceso, sus reservas se podrían acabar. Eso es lo que sucedió en Grecia después de la crisis del 2010, cuando desapareció el dinero en efectivo. Si es una moneda que fluctúa, entonces, se depreciará ante los déficits presupuestarios esperados, tal como hoy está sucediendo con el peso argentino. Una depreciación sustancial es equivalente a un gran recorte en las tenencias monetarias de la gente.

En resumen, déficits permanentes en la balanza de pagos y súbitas devaluaciones excesivas deberían conducir al gobierno a realizar reformas sustanciales en las estructuras de presupuestos populistas y en una excesiva regulación, especialmente en el mercado laboral. Maniobras tales como esa del presidente Trump son cosméticas y, al final de cuentas, dañinas.

LOS EFECTOS DE UNA GUERRA COMERCIAL

Así que la protección no reparará el déficit exterior. Serán otros los efectos de la protección (y de la represalia). Hará que las importaciones sean más caras y hará que aumenten los precios de los sustitutos. Asimismo, hará más caras a las exportaciones, en el tanto en que un arancel a las importaciones sea una tarifa sobre los bienes intermedios importados, usados por los exportadores.

Las consecuencias de las políticas comerciales del presidente Trump ya se sienten, tanto directa como indirectamente debido a la represalia de terceros. Es claro que las medidas proteccionistas de Trump apuntan a una caída en la riqueza mundial, empezando con la de los propios Estados Unidos, ceteris paribus. El ciclo ha sido de un movimiento al alza durante algún tiempo, por el momento, y los incrementos en los costos e inversiones corporativas debido a la acción y reacción pueden, en última instancia, resultar en el giro hacia una recesión. Habrá grandes aumentos en los costos para las empresas industriales de los Estados Unidos y en las naciones que tomen represalias. La incertidumbre ocasionada por una retórica belicosa con certeza que afectará la inversión, en especial en empresas internacionales. En resumen, el proteccionismo y la consiguiente guerra comercial sólo concluirán en pequeñas correcciones de los déficits de la balanza de pagos, mediante una reducción del comercio. [10]

En cuanto a la posibilidad de una “victoria,” un área económica grande, como los Estados Unidos, sentirá menos intensamente la reducción impuesta a las importaciones, en comparación con una pequeña, tal como Bélgica o un país del Báltico. [11] Por tanto, las represalias contra la nueva política del presidente Trump tienen una probabilidad elevada de fracasar, cuando el objetivo es penalizar a una economía tan grande como la de los Estados Unidos.

SER ABOFETEADO PARA DESPUÉS SER ESCUPIDO EN LA CARA

La mayoría de la gente ignora el bien establecido análisis del comercio internacional, que he presentado en los párrafos previos. La actitud general es, usted gana si exporta, usted pierde cuando importa. En vez de ver el incremento en el comercio total de bienes, servicios, conocimiento y libertad, como lo mejor para su pueblo y su nación, ellas sienten que ganan cuando imponen un monopolio sobre otras naciones, por medio del ejercicio del poder.

Yo creo que he brindado buenos argumentos para probar que las maniobras proteccionistas de Trump causarán un daño al pueblo estadounidense. Pero, estos argumentos son igualmente aplicables a las represalias. Al lanzar una guerra comercial o activamente responder ante un movimiento ofensivo, a fin de lograr la victoria usted debe estar preparado para sufrir. En tal caso, la menos mala (o la segunda mejor) estrategia de represalia sería no hacer nada y simplemente descansar en la previsible reducción de las exportaciones de los Estados Unidos, debido al aumento en los precios de los Estados Unidos, como consecuencia del mayor grado de protección. Si usted considera al mundo de los negocios como la imposición del poder, el suyo es el mundo del presidente Trump y de las naciones que toman represalias. Si usted mira al comercio internacional como una cooperación no diseñada por medio de la competencia, la estrategia inteligente es dejar que la nación rival, hambrienta de poder, tropiece a sí misma debido al uso descerebrado de su propia fuerza, en la tradición del ju-jitsu de defensa propia sin armas.

EL LIBRE COMERCIO UNILATERAL

Para mí, la mejor medida sería profundizar en vez de hacer algo. Lo que propongo va en el espíritu del lento y lejos de ser fácil establecimiento del libre comercio total y unilateral del Reino Unido de 1824 hasta 1860. [12] Imagínese la posible maniobra de Gran Bretaña como un ejemplo después de haber dejado la Unión Europea al final de dos años de negociaciones fallidas. Un “Brexit Duro” permitiría a la Gran Bretaña que unilateral y totalmente libere sus importaciones y derogue las barreras no arancelarias a los servicios. Esto por supuesto que beneficiaría enormemente a los consumidores británicos. Pero, también reduciría de modo generalizado los costos de producción del Reino Unido. En el tanto que, al mismo tiempo, el aluminio y el acero estadounidenses necesariamente aumentarían su precio e igualmente el de los carros de los Estados Unidos, es muy posible que la medida proteccionista del presidente Trump no tendría efecto sobre el comercio británico.

Hablando en términos más amplios, la mejor respuesta contra el proteccionismo estadounidense, sería rebajar los costos de producción de las exportaciones de las otras naciones. Para lograr esto, China, Canadá, México y la Unión Europea deberían unilateralmente liberar sus importaciones de todos los aranceles, disminuir plenamente las barreras no arancelarias o revocar la regulación sobre los servicios, en especial a los servicios financieros. Tales medidas no requieren de un convenio o de acuerdos internacionales: las naciones las pueden poner en práctica unilateralmente. Más sobre este aspecto; si la mayoría de las naciones afectadas por el presidente Trump eligen el camino de la represalia, aquellos que no lo hacen se verán aún más favorecidas. Esa es la razón por la cual Frau Merkel está rogando a todas las naciones europeas que se unan en las represalias y que no menoscaben los poderes comerciales conferidos a la Comisión en Bruselas.
Mi conclusión es que el libre comercio es la mejor represalia. Pero, si tal movida resultara ser políticamente imposible, siempre existe la posibilidad de tener un perfil bajo y no hacer nada. Dixi et salvavi animam meam [Dijo, y me salvó la vida].



NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[1] Los radicales británicos que querían “paz y libre comercio” y deploraron la creación y extensión de los Imperios, fueron sobrepasados por renuentes imperialistas como Gladstone y por imperialistas dispuestos como Disraeli y Bismarck. El nadir del liberalismo fue el Congreso de Berlín de 1885, el cual empezó la “disputa por África y Asia.” La riqueza creada por los comerciantes, manufactureros e inventores durante la primera parte del siglo XIX, fue usada por los Estados para armarse a sí mismos ante lo que sería la Primera Guerra Mundial.

[2] Ver, entre muchos otros, el análisis de M. Conthe (2018).

[3] Costinot y Rodriguez-Clare (2018, página 21) resumen las estimaciones actuales de diversos autores, acerca de las ganancias por el comercio logradas por los estadounidenses, entre un 2% y un 8% del PIB: tales ganancias pueden parecer pequeñas, pero no son “nada despreciables.” No olviden que los Estados Unidos son una economía muy grande, básicamente auto-suficiente. Ver la nota 9 abajo.

[4] En lo que tiene que ver con los flujos del comercio, Elmslie (2018) ha mostrado que Smith entendió, y formuló en partes, lo que hoy llamamos “la teoría de la gravedad del comercio internacional.” Aquí entendemos a la gravedad en el sentido de Newton, no en el sentido de un comportamiento sereno. Tinbergen (1962) finalmente modeló esta explicación poderosa de los flujos comerciales con base en el costo, al decir que los flujos comerciales tendían a ser directamente proporcionales a la proximidad y al tamaño de los dos mercados y en proporción inversa a las barreras institucionales entre ellas, puestas por las autoridades celosas de la prosperidad de sus vecinos. De hecho, es observable un “efecto frontera”: de forma que el efecto frontera negativo entre Canadá y los Estados Unidos se ha calculado en un 44%, en comparación con el comercio dentro de cada país. Adam Smith mencionó que este efecto era menor entre más grandes fueran los mercados respectivos.

[5] No transitaré en el camino de teorías posteriores que explican los modelos comerciales Ricardianos, prediciendo que los países se especializarán en la exportación de bienes en los que usan más intensivamente los recursos con los que están dotados más abundantemente: esto es lo que predice el teorema de Hecksher-Ohlin (1919, 1933). No obstante, Dluhosch (2018) explica que, en el mundo actual, descansar simplemente en la abundancia de recursos puede no ser lo más sabio, debido a que tal dotación puede perder sus posibilidades debido a la innovación o a nuevos mercados: súbitamente, la innovación del gas y del petróleo proveniente de esquistos puede debilitar su ventaja de recursos tradicional.

[6] Tampoco me referiré a teorías más recientes acerca del comercio que llaman la atención a cambios en los términos de intercambio o al comercio en condiciones de competencia imperfecta.

[7] Un efecto negativo del comercio internacional, estudiado por Stolper y Samuelson (1941), es que traslada la producción con mano de obra poco calificada hacia el exterior. Este teorema está estrechamente relacionado con el “teorema de igualación de los factores.” Personas con la mentalidad de Trump quieren corregir este efecto con medidas proteccionistas, que ponen un freno a la importación de productos de trabajadores con mano de obra poco calificada y que desplazan a los trabajadores domésticos. Dluhosch (2016 y 2018) señala que las nuevas tecnologías de información y de comunicaciones (TIC) amenazan asimismo a los trabajadores altamente calificados, pero que también estas TICs incrementan en mucho la productividad en general, que el efecto neto puede ser positivo para todo tipo de trabajadores. Este razonamiento es similar a la conclusión de Ricardo para el mundo entero, como un todo.

[8] El argumento de la industria naciente se basa en la creencia de que la competencia imperfecta socava el argumento en favor del libre comercio. Ver la Conferencia Harry Johnson de Bhagwati en 1992. Es curioso que los países en desarrollo rechacen el libre comercio, debido a que sus industrias incipientes no pueden competir con los rendimientos a escala de las industrias de naciones más avanzadas, mientras que los países avanzados quieren nivelar el escenario del comercio mundial, sesgado por las condiciones laborales injustas del Tercer Mundo. El resultado es que ahora todos los países se quejan del dumping de sus socios comerciales. Incluso oligopolios como la OPEP muestran ser efímeros a la luz del progreso tecnológico y de la ideología acerca del clima.

[9] Para cualquiera que pueda dudar de lo que digo, un estudio fácil de leer acerca de la investigación actual acerca de los cuentos de hadas del proteccionismo, puede encontrarse en Scott Lincicome (2017), en el Policy Analysis, del Cato Institute No. 819.

[10] F. Pacicca (2018).

[11] Costinot y Rodriguez-Clare (2018, p.p. 11-12) comparan el peso del comercio internacional en la economía de los Estados Unidos, con aquel de Bélgica: Los Estados Unidos un 8%; Bélgica por encima con un 32%.

[12] El lento rechazo del viejo régimen proteccionista empezó en 1823, con el permiso de los Gobiernos Británicos para firmar tratados de reciprocidad con naciones extranjeras. Procedió con el permiso para que mecánicos se asentaran en el exterior y para que los trabajadores pudieran formar sindicatos. Fue efectivamente desmantelado con la derogación de las Leyes del Maíz en 1846 por Robert Peel; y finalmente lo logró Gladstone en 1860, que se reflejó en el Tratado Comercial Cobden-Chevalier con Francia. Terminó en 1932, cuando se impuso un arancel del 10% sobre las importaciones, exceptuando a las importaciones provenientes del Imperio (Preferencia Imperial).



Pedro Schwartz es el profesor “Rafael del Pino” de investigación económica de la Universidad Camilo José en Madrid. Miembro de la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas en Madrid, es un contribuyente frecuente de los medios Europeos en finanzas y la escena social actuales. Actualmente sirve como Presidente de la Sociedad Mont Pelerin.