Por dos razones: una es que recientemente en Facebook se ha defendido por algunos pocos el proteccionismo y la otra, es que, en una declaración en un importante medio, del ministro de agricultura entrante ha declarado que “la posición que traigo al Ministerio es proteger la producción nacional,” que traduzco en dos partes un artículo de un reputado economista escrito a mediados de la década de los ochentas, en donde expone algunos de los costos a que dan lugar políticas proteccionistas impulsadas por intereses creados, para su beneficio a costas de todos los consumidores. Espero que su lectura pueda servir de algo para impedir el grave daño que se nos ocasionaría.

PROTECCIONISMO Y DESEMPLEO-PRIMERA PARTE

Por Hans F. Sennholz
Fundación para la Educación Económica
Viernes 1 de marzo de 1985


Nota del traductor: Al ser este valioso ensayo de Sennholz relativamente extenso como para ponerlo de una sola vez en Facebook, he optado por presentarlo en dos partes: la primera el día de hoy y, la segunda, mañana.

Hay una cosa inquietante en torno a los asuntos externos: que son externos. No se ajustan al mundo que admiramos, cual es el nuestro. Los asuntos externos son vistos con sospecha, sí, incluso con desdén y hasta desprecio. El proteccionismo, que propone el uso de la autoridad del gobierno y sus instrumentos de coacción para restringir el comercio con extranjeros, se basa en ese fundamento psicológico.

Todavía persiste en las mentes de muchas personas la antigua asociación del extranjero con el enemigo. A los extranjeros se les culpa de todo tipo de males, reales o imaginarios. Se les censura por ser inescrutables e impredecibles en sus relaciones comerciales, por involucrarse en una competencia despiadada, manipulando a sus socios comerciales por medio de precios demasiado altos o bajos, con trabajadores en sus fábricas con salarios y condiciones de explotación. Pero, ante todo, porque el comercio con los extranjeros es considerado como perjudicial para el comercio y la industria, siempre cambiante en su composición y su estructura, requiriendo de un reajuste doloroso.

Los proteccionistas ofrecen ganancias instantáneas por medio de la remoción de la competencia externa y protección ante los dolores del reajuste. Apelando a gente a la que no le interesa el cambio y a otros que apoyan los cambios domésticos, pero que están en contra de cambios provenientes del exterior, aquellos les prometen la paz y la ganancia gracias a legislación, regulación y uso del poder policial. Pero, a pesar de toda la oposición al cambio, el mundo es un escenario de cambios constantes. Hoy no es ayer. Propiamente nosotros cambiamos, al hacerlo nuestros pensamientos y obras. El cambio puede ser doloroso, pero siempre es necesario.
En nuestras vidas económicas encaramos cambios importantes que requieren de toda nuestra atenc
ión y ajuste. Pueden cambiar los gustos, hábitos, elecciones y preferencias de los consumidores, lo cual puede dictar que haya ajustes en la producción. El patrón global de la división del trabajo puede variar, lo cual afecta la estructura del comercio y del intercambio. Los costos de producción pueden cambiar ya sea aquí o en el extranjero, lo que puede crear ventajas o desventajas competitivas. Puede presentarse una secuencia interminable de cambios en los costos de la mano de obra, de los costos del capital, de los costos materiales, de los costos de transporte, de los costos del gobierno y de muchos otros costos.

El hombre encara cambios en el comercio y el intercambio internacional, a los que debe adaptarse. Después de todo, el comercio externo es simplemente una extensión del comercio doméstico, el cual es un corolario de los principios de la división del trabajo. La cooperación y la especialización dan lugar al mismo tipo de beneficios a todas las personas, independientemente de su raza, religión o nacionalidad. Hacen que el trabajo humano sea más productivo por medio del intercambio, en vez de la producción directa. Si es ventajoso el comercio entre personas de California, Texas, Florida y Maine, se deduce que el libre comercio entre personas de Guatemala y México, o de Canadá y Costa Rica, puede también ser ventajoso. [1]
PROTECCIONISMO, EL VIEJO Y EL NUEVO

La mayoría de los argumentos a favor de la restricción emanan de un pasado distante. Muchos son burdamente mercantilistas; favorecen a las exportaciones y se oponen a las importaciones. Los mercantilistas están preocupados sólo por un balance comercial desfavorable, el cual, creen ellos, provoca pérdida y desperdicio. En el pasado restringieron las importaciones y promovieron las exportaciones, para traer más dinero al país. Los neo-mercantilistas de nuestra época favorecen a las exportaciones, porque llevan empleos y ganancias al país y, se oponen a las importaciones, por hacer que los empleos y las ganancias se vayan hacia el exterior.

Las nociones mercantilistas, aunque directamente descartadas por la mayoría de los economistas, aún viven independientemente de las críticas que se les hagan a aquellas. Los empresarios se acuerdan de ellas cuando encuentran dificultades y llaman al gobierno, pidiéndole que les dé protección contra los competidores del extranjero. Los delegados laborales acuden al arsenal del mercantilismo, cuando se encuentran en medio de una depresión y desempleo. Y los funcionarios gubernamentales pueden estar a favor del caso mercantilista, cuando imponen restricciones u otorgan subsidios, fijan tasas, o reúnen información, para promover exportaciones y limitar importaciones. Todos ellos se abrazan a la creencia persistente de que las exportaciones son especialmente beneficiosas y encomiables y que las importaciones son ipso facto dañinas.

El recrudecimiento del mercantilismo se remonta a la primera parte de este siglo [XX] y logró su máximo durante la década de 1930. Guiado por un espíritu de nacionalismo, buscó la auto-suficiencia por medio de aranceles proteccionistas, cuotas a las importaciones y restricciones cambiarias. Difirió del viejo mercantilismo en cuanto a que recibió fuerzas y apoyo de una filosofía de nacionalismo militante y de asistencialismo económico. Estuvo asociado con una planificación central generalizada, de parte de gobiernos poderosos que se involucraban en la guerra económica y la lucha militar.

El neo-mercantilismo de las décadas de 1970 y 1980 difiere de la versión de la década de 1930, en dos aspectos importantes: carece del nacionalismo descarado de la primera mitad del siglo y de su actitud de “empobrecer” al vecino; pero, está saturado de nociones y doctrinas de pleno empleo en función de la voluntad del gobierno. Consciente de las sensibilidades internacionales, acude a restricciones más sutiles, pero que son restricciones igualmente fatales, a subsidios en vez de aranceles y cuotas. No busca promover la autarquía económica por razones nacionalistas, sino al ingreso y al empleo en industrias favorecidas. No surge de la confrontación internacional, sino de un conflicto inter-industrial, que pone a algunas industrias en contra de todas las otras.

Por ejemplo, en la industria acerera de los Estados Unidos, el capital y el trabajo conspiran juntos para restringir las importaciones, a fin de aumentar las ganancias empresariales y los beneficios laborales. Avergonzados por las bajas tasas de producción y altas tasas de desempleo, ambos le piden al gobierno que restrinja la competencia, en cualquier forma o tipo. Ambos piden ardientemente que haya legislación de salario mínimo, la cual está diseñada para poner en desventaja a otras industrias, al tiempo que pelean fuertemente contra la competencia de extranjeros. Para los sindicatos, en especial, la protección gubernamental es de importancia crucial. Después de todo, lograr aumentos sustanciales en salarios y utilidades y subsecuentemente sufrir de un desempleo abrumador, está lanzando serias dudas acerca de la racionalidad del sindicalismo.

LOS MOVIMIENTOS POR LOS DERECHOS LABORALES EN EUROPA Y LOS ESTADOS UNIDOS

El movimiento sindical en los Estados Unidos recuerda cercanamente a los movimientos por derechos de los trabajadores en los estados asistencialistas europeos. Ambos exponen la doctrina de que los trabajadores tienen un derecho inherente a un empleo, en su industria en particular, en su sitio actual y a tasas de pagos que exceden las de mercado. Para asegurarse de ese derecho, se espera que el gobierno restrinja la competencia externa en cualquier forma posible y, si fuera necesario, que subsidie tanto al trabajo como al capital. [2] En este sentido, el proteccionismo es un síntoma de gobiernos nacionales relativamente débiles, antes grupos de interés poderosos, especialmente laborales.

El proteccionismo también logra fuerza y apoyo proveniente del mandato keynesiano de que el gobierno es responsable del pleno empleo o de que debe usar sus poderes fiscales de una manera contra-cíclica. Tal uso de poderes para fines de una intervención en el mercado, puede necesitar que haya protección ante la competencia extranjera. Después de todo, las recetas keynesianas son recetas nacionales, que difieren de aquellas para los mercados mundiales y la división internacional del trabajo.

Cuando los esfuerzos keynesianos tienen éxito elevando los precios domésticos, los productores domésticos sufren en cuanto a su productividad, tanto interna como en el extranjero. Amenazados por la competencia externa, ellos pueden pedir protección por medio de restricciones a las importaciones. Cuando los esfuerzos keynesianos fracasan en lograr el pleno empleo, los planificadores keynesianos adicionalmente expresan su fe en la intervención gubernamental, al acudir a medidas proteccionistas. El fracaso del keynesianismo alimenta al proteccionismo. Muchos keynesianos se están uniendo al movimiento de derechos de los trabajadores y les están brindando un nuevo brillo a las promesas de la protección. [3]

VIEJAS NOCIONES BAJO UN NUEVO ROPAJE

Al movimiento sindical y a sus aliados keynesianos les gusta desfilar como paladines de los países menos desarrollados. Son rápidos en desembolsar ayuda externa a cualquiera y a todos los solicitantes, así como para financiar sus esquemas de empresa estatal. Pero, muchos inmediatamente marcan el límite, cuando los empleos son “exportados” en beneficio de los extranjeros. Están totalmente en contra de la movilidad del capital y del trabajo, que permite que el capital vaya hacia países menos desarrollados y el trabajo a países más productivos. [4] En todos estos asuntos, alegan a favor de restricciones que se dice dan lugar a beneficios netos para la sociedad.

El hombre a menudo se equivoca debido al interés personal. Las restricciones económicas siempre benefician a algunas personas a expensas de otras y provocan pérdidas netas a la sociedad. Los proteccionistas no miran más allá del ámbito de un involucramiento y una negociación directa. Los trabajadores estadounidenses del acero pueden fijarse tan sólo en sus propios salarios y beneficios que las restricciones al comercio se suponen que protegen. Ellos señalan al mercado de bienes y servicios que suplen, en general, a la industria del acero y, en particular, a los trabajadores acereros, y advierten de las malas consecuencias que surgen si se permite que esos mercados declinen. Ignoran completamente todas las otras consecuencias y ramificaciones de las restricciones y se rehúsan a admitir que cualquier favor otorgado a la industria del acero constituye un perjuicio para todas las demás. Al comercio internacional lo sustituye el comercio doméstico y, el acero doméstico, al acero extranjero. Se reduce la cantidad de acero ofrecida a cambio de otros bienes, lo que hace que la sociedad económica sea universalmente más pobre. Los vendedores de alimentos, ropa, vivienda, educación y todos los demás, reciben menos acero a cambio de sus bienes y servicios. Habrían estado mejor si se les hubiera permitido comerciar con los fabricantes extranjeros del acero.

El argumento a favor de la protección para lograr pleno empleo, es similar a ese argumento a favor de los beneficios netos. A los trabajadores les parece obvio que las restricciones a las importaciones agreguen a la demanda de trabajo y que las cuotas de importación al acero y a los automóviles brindan empleo a los trabajadores del acero y de los autos. Desafortunadamente, esa evidencia es, más bien, vacía y engañosa; fracasa al no tomar en cuenta otros efectos que es muy posible que surjan. Las restricciones a las importaciones son limitantes impuestas por políticos, puestas en marcha por el aparato de coerción, las cortes y las autoridades policiacas. Constituyen el uso de la fuerza bruta en contra de personas que, voluntaria y pacíficamente, están envueltas en un intercambio internacional, a fin de obligarles a que actúen de una forma que no la harían si fueran libres.

LOS MÉTODOS DE RESTRICCIÓN ESTÁN DISPONIBLES AMPLIAMENTE

Los métodos de restricción pueden variar mucho, desde exacciones monetarias hasta la confiscación directa de la propiedad privada; son altamente efectivos en fijar límites a la acción humana. Cuando se imponen restricciones al comercio, la industria protegida puede, temporalmente, disfrutar de ganancias especiales, que pueden provocar que ella se expanda y que se contrate más mano de obra o que retenga más empleo que el que tendría alternativamente. Pero, esta demanda extra de mano de obra, por ejemplo, de empleo en el acero, es echada a perder por una declinación en otro tipo de empleos, por ejemplo, en alimentos, ropa, vivienda. Después de todo, el dinero extra que se gasta en acero y en productos de acero, no puede ser gastado en otros productos, y los recursos económicos usados en producir acero, no pueden ser utilizados en producir otra cosa. Y la mano de obra que se necesita para producir acero, ya no existe más para disponer de ella en la producción de comida, ropa, vivienda, etcétera.

En este punto, los proteccionistas rápidamente objetan que siempre existe mano de obra desocupada y capital que están esperando para ser usados, provisto que el gobierno les dé una mano que les ayude, mediante la restricción de la competencia externa. Ellos apuntan al desempleo masivo en industrias básicas, como acero, autos, minería y transporte, y demandan una corrección inmediata mediante la protección.

Sin duda que el desempleo es un mal social serio, que a todos nos concierne. Es un fenómeno económico de pérdida y desperdicio que daña no sólo a los desempleados, sino también a sus colegas trabajadores, quienes, se supone, se ven forzados a apoyarlos. Con el tiempo tiende a convertirse en un asunto político, que alimenta la confrontación y el conflicto. Remediar los males del desempleo se convierte en una tarea política importante. Pero, también plantea la pregunta básica de la idoneidad de las políticas que existen para crear empleo. En particular, plantea la pregunta: ¿pueden las barreras arancelarias y otras restricciones al comercio, elevar la demanda de mano de obra y aliviar los males del desempleo?

El desempleo es un fenómeno de costos y salarios; el comercio internacional es el intercambio entre individuos separados por fronteras políticas. El primero es una manifestación de la ley de los precios, que se basa en las valoraciones de todos los miembros de la sociedad; el último tiene que ver con el alcance de la división del trabajo que el individuo está deseoso de practicar. Este alcance afecta los precios de los bienes, incluyendo el precio de la mano de obra. Mejoras en la división del trabajo generalmente elevan la productividad de la mano de obra y las tasas de salarios; un deterioro, la reduce. Cuando el gobierno impone restricciones al comercio, reduce la productividad marginal de la mano de obra y, por tanto, disminuye, los salarios. Si en esta situación los trabajadores se rehusaran a sufrir rebajas salariales, ellos están invitando al desempleo masivo. Cuando se les ve desde este punto de vista, las barreras arancelarias son instrumentos efectivos para causar desempleo.

En muchos sentidos, las restricciones a la producción y las barreras al comercio son como obstáculos naturales que impiden el esfuerzo humano y perjudican la productividad del hombre. Ambos pueden aumentar la demanda de empleos específicos. La destrucción de vivienda debido a una guerra, inundación, terremoto o fuego, aumenta la demanda de material y de empleo en la construcción. Pero, aquellos también reducen la demanda de miríadas de otros bienes, que las víctimas de esa destrucción deben ahora dejar de consumir. Similarmente, las restricciones a las importaciones de acero pueden elevar la demanda de acero doméstico, pero también reducen la demanda de otros bienes que las víctimas de la restricción; esto es, los consumidores, deben dejar de consumir. Los productores de acero y sus trabajadores pueden beneficiarse con las nuevas barreras; pero los productores y los trabajadores de todas las otras industrias, es posible que sufran pérdidas.

Muchos trabajadores le dan la bienvenida a las restricciones comerciales, en la misma forma en que ellos les dan la bienvenida a la avería y destrucción de herramientas y máquinas que ahorran mano de obra. Ellos se dan cuenta de la demanda de su tipo particular de trabajo y saben cómo incrementarla por medio de la protección y eliminación de herramientas que ahorran mano de obra. Ellos aplican lo particular a lo general y concluyen en que la protección les brinda empleo y que la destrucción crea trabajos. Desafortunadamente, fracasan en darse cuenta de que ambos, la restricción y la destrucción, reducirán la productividad marginal de la mano de obra en todo el mercado de trabajo. Si, en esta situación, los trabajadores afectados se resisten a una reducción pronta de las tasas de salarios, lo cual es posible que los sindicatos apoyen con convicción y fuerza, ellos enfrentan un desempleo masivo. Después de todo, el desempleo siempre visita a ese trabajo cuyo costo excede a su productividad.

Hans F. Sennholz (1922-2007) fue el primer estudiante de doctorado bajo Ludwig von Mises en los Estados Unidos. Dio clases de economía en el Grove City College, entre 1956 y 1992, siendo nombrado director del departamento a su arribo. Después de que se retiró, llegó a ser presidente de la Fundación para la Educación Económica, entre 1992 y 1997.