Sumamente apropiado para estos momentos en que es bueno que unos y otros que participan de la política electoral, como políticos o como electores, tengan presente el derecho de cada uno de tener la religión que le da la gana, en donde el gobierno -el instrumento del socialista- no nos imponga lo que tengamos que creer.

EL ORIGEN DE LA TOLERANCIA RELIGIOSA

Por Wendy McElroy
Fundación para la Educación Económica
Lunes 1 de junio de 1998



La Libertad de Comercio es la Verdadera Fuente de la Tolerancia Religiosa


En 1773, el filósofo acreditado por abrir la puerta a la Ilustración Francesa, François Marie Arouet de Voltaire, publicó Letters Concerning the English Nation [Cartas Filosóficas, también conocido como Cartas Inglesas]. Fue un trabajo cardinal. Aun cuando fue escrito en francés, las 24 cartas fueron primeramente publicadas desde Londres en una traducción al inglés; el material fue considerado como políticamente demasiado peligroso para el autor o para cualquier impresor francés que hubiera querido que el trabajo apareciera en Francia. [1]

Voltaire no era un extraño a controversias como esa. Algunos años antes, después de haber sido golpeado por mercenarios de un aristócrata a quien había ofendido, Voltaire había sido arrojado a la Bastilla (por segunda vez). Fue liberado después de prometer que permanecería al menos a 50 leguas de París. Voltaire se atrevió a ir tan lejos como Inglaterra, en donde permaneció durante aproximadamente dos y medio años. El resultado de la estancia fue las Cartas sobre religion y política inglesa, escritas como si quisiera explicar la sociedad inglesa a un amigo allá en Francia. Finalmente aparecieron en Francia en 1734, como Lettres philosophiques o Philosophical Letters.

La Quinta Carta, “Sobre la religión anglicana,” empezó con la observación, “Este es el país de las sectas. Un inglés, como hombre libre, va al Cielo por el camino que más le acomoda.” Esta afirmación tuvo profundas implicaciones para cualquier ciudadano de Francia –una nación que casi se había destruido a sí misma, para establecer el catolicismo como única religión que se practicaba.

En el párrafo siguiente, Voltaire persiguió un tema que contribuyó fuertemente al peligro de publicar su trabajo en Francia: él examinó los fundamentos intelectuales e institucionales de la tolerancia inglesa de la religión. Refiriéndose a la consolidada Iglesia de Inglaterra, él reconoció que la política favorecía fuertemente el prejuicio en vez de la tolerancia. Escribió, “No se puede tener empleo, ni en Inglaterra ni en Irlanda, sin figurar en el número de los fieles anglicanos.” [2] Tal exclusión política difícilmente promovía la buena voluntad religiosa.

Tampoco la prédica religiosa de la iglesia dominante condujo a la nación hacia la tolerancia. De acuerdo con Voltaire, el clero anglicano fomentó “todo lo que pudo entre sus fieles un santo celo contra los inconformistas.” Incluso en décadas recientes “la furia de las sectas... no fue más allá de romper a veces los cristales de las capillas heréticas.”

Entonces, ¿qué fue lo que explicó la tolerancia religiosa extrema en las calles de Londres, en comparación con aquella en las calles de París?
LA PAZ DEL COMERCIO

En la Sexta Carta, “Sobre los Presbiterianos,” Voltaire adscribió la “paz” en la cual “ellos [los ingleses] vivieron bastante bien juntos” a un mecanismo que era una expresión pura del libre mercado –el Mercado de Valores de Londres. En el pasaje más famoso de las Cartas Filosóficas, Voltaire observó, “Entrad en la Bolsa de Londres, ese lugar más respetable que muchas cortes; allí veréis reunidos a los diputados de todas las naciones para la utilidad de los hombres. Allí el judío, el mahometano y el cristiano tratan el uno con el otro como si fuesen de la misma religión, y no dan el nombre de infieles más que a los que hacen bancarrota.”

Legal e históricamente, Inglaterra no era un bastión de la tolerancia religiosa: las leyes contra los inconforme y los ateos estaban todavía en vigencia. Aún así, en Inglaterra, no en Francia, había un aire de tolerancia en las calles que existía muy apartado de la ley. Aun cuando ambos países tenían aristocracias, Inglaterra no estaba sobrecargada por la inflexible estructura de clases que paralizaba la movilidad social y económica en Francia. Tal como escribió Voltaire en su Novena Carta, “Sobre el Gobierno,” “No oiréis aquí [Inglaterra] hablar de alta, media y baja justicia, ni del derecho a cazar en las tierras de un ciudadano, el cual no tiene libertad para tirar ni un tiro en su propio campo.”

Una clave para la diferencia entre Inglaterra y Francia yace en el sistema inglés del comercio y a la comparativamente alta estima en la cual los ingleses mantenían a sus comerciantes. (Esto no significa menospreciar las diferencias sustanciales entre los gobiernos inglés y francés -en especial los constitucionales- acerca de las cuales Voltaire profundizó). En Francia, los aristócratas y las otras élites de la sociedad veían a aquellos comerciantes con un desprecio puro. En su Décima Carta, Sobre el Comercio,” Voltaire comentó detalladamente acerca de la actitud francesa: “El negociante oye hablar tan a menudo con desprecio de su profesión que es lo suficientemente tonto como para enrojecer de ella.” Sin embargo, en Inglaterra esto da “justo orgullo a un mercader inglés”, y que se compare, “no sin cierta razón, a un ciudadano romano.” De hecho, los hijos más jóvenes de la nobleza a menudo participaron del comercio o lo tomaron como una profesión. Esta diferencia en actitud fue un factor importante para explicar el surgimiento extraordinario de la clase media inglesa, derivando su riqueza del comercio. De hecho, los franceses a menudo menospreciaron a Inglaterra como una nación de comerciantes. Voltaire pensó que eso fue un cumplido, observando que, si los ingleses fueron capaces de vender ellos mismos, eso probaba que ellos valían algo.

El comercio, o el establecimiento de tiendas, establecieron una arena en la cual la gente trató entre sí tan sólo para lograr un beneficio económico y, de esta manera, ignoraron factores extraños, tales como las prácticas religiosas de la otra parte. En el piso del Mercado de Valores de Londres desaparecieron las diferencias religiosas en el ruido del trasfondo, al competir la gente por lo que había a fin de obtener ganancias de unos a otros. El interés económico propio de cristianos y judíos sobrepasaba el prejuicio que, de otra manera, amargaría las relaciones personales entre ambos. Intersectaban y cooperaban hasta un punto de interés en común: “el presbiteriano se fía del anabaptista, y el anglicano recibe la promesa del cuáquero,” escribió Voltaire en “Sobre los Presbiterianos.”

VOLTAIRE VERSUS MARX

Irónicamente, Voltaire precisamente eligió para su alabanza el mismo aspecto del comercio -la Bolsa de Valores de Londres- que más tarde Karl Marx condenaría. Ambos vieron al mercado como impersonal o, en términos marxistas más negativos, como deshumanizador. Para Marx, las personas en el mercado dejaban de ser individuos que expresaban su humanidad y se convertían en unidades intercambiables que compraban y vendían. Para Voltaire, la naturaleza impersonal del comercio era una cosa buena. Permitía a la gente dejar de lado los factores humanos divisivos que históricamente habían perturbado a la sociedad, tales como diferencias de religión y de clase. El mismo hecho de que un cristiano que deseaba beneficiarse de un judío, y viceversa, debiera ignorar las características personales de la otra parte y tratarla con civilidad, fue lo que recomendó a Voltaire el Mercado de Valores de Londres.

En esto, la voz de Voltaire nos recuerda a Adam Smith en su trabajo más popular, La Riqueza de las Naciones. Smith describió cómo todos en una sociedad civilizada de mercado dependen de la cooperación de multitudes, aun cuando sus amigos pueden ser no más de una docena o algo parecido. Un mercado requiere de la participación de tropeles de gente, con la mayoría de la cual uno nunca se encuentra. Sería una torpeza de hombre alguno esperar que multitud de extraños le beneficiaran por simple benevolencia o debido a que a aquellos uno les cae bien. La cooperación del carnicero o del vinatero, dijo Smith, estaba asegurada por su simple interés propio. Así, aquellos que entraban al mercado no necesitaban la aprobación o el favor de aquellos con los cuales intercambiaba. Tan sólo necesitaban pagar sus facturas.

La tolerancia creada por el Mercado de Valores de Londres se extendía mucho más allá de sus puertas. Después de llevar a cabo negocios entre sí, el cristiano y el judío se iban por caminos diferentes. Como lo expuso Voltaire, “A la salida de esas pacíficas y libres asambleas, los unos se van a la sinagoga y los otros a beber....” Al final, “todos están contentos.”

Las Cartas Filosóficas -el tributo de Voltaire a la clase media inglesa, a su comercio y a su sociedad- tuvieron un enorme impacto en la escena intelectual europea. Llamando al trabajo “una declaración de guerra y un mapa de campaña,” Will y Ariel Durant comentaron: “Rousseau dijo de estas cartas que ellas jugaron un lugar destacado en el despertar de su mente; debe haber existido miles de jóvenes franceses que tuvieron una deuda similar con ese libro. Lafayette dijo que ellas le hicieron republicano a la edad de nueve. [Heinrich] Heine pensó que ‘no era necesario que el censor condenara a este libro; habría sido leído sin eso.’” [3]

LA REACCIÓN FRANCESA

A pesar de ello, los censores franceses parecían estar ansiosos por condenarlo. El impresor fue apresado en la Bastilla. Se emitió una lettre de cachet [en francés, orden real] para el arresto inmediato del elusivo Voltaire. Por orden legislativa, todas las copias conocidas del trabajo fueron confiscadas y quemadas enfrente del Palacio de Justicia. Gracias a la intercesión de amigos poderosos, se retiró la lettre de cachet, de nuevo ante la promesa de que él permanecería de manera segura afuera de los límites de París. De esta forma, la iglesia y el estado francés respondían al saludo de Voltaire a la tolerancia.

Pero, los temas de la Cartas Filosóficas resonaron profundamente en las conciencias de Europa durante muchas décadas por venir. Uno de sus temas era que la libertad -especialmente la libertad de comercio- era la verdadera fuente de la tolerancia religiosa y de una sociedad civil pacífica. La visión era pocos menos que revolucionaria, debido a que revertía el argumento y las políticas aceptadas acerca de cómo crear una sociedad armoniosa. Tradicionalmente, Francia (junto con la mayoría de las otras naciones europeas) intentaba imponer un sistema de valores homogéneo sobre sus pueblos para asegurar la paz y la armonía, el pegamento social que mantenía unido al tejido social. Esto se pensó que era particularmente cierto en el caso de los valores religiosos.

Este no era un argumento moral, sino uno práctico: una sociedad colapsaría en una violencia abierta sin la cohesión brindada por valores en común. Así, aquellos con autoridad necesitaban planificar centralmente y rigurosamente aplicar los valores que deberían ser enseñados y practicados por las masas. Después de todo, si a la gente se le permitiera escoger sus propios valores religiosos, si los valores se convirtieran en una mercancía abierta a la competencia, inevitablemente se presentaría el caos y el conflicto civil.

Voltaire afirmó que precisamente lo opuesto era lo cierto. El proceso de imponer valores homogéneos sólo conducía al conflicto y a las guerras religiosas. El resultado era una sociedad intelectualmente estancada y moralmente corrupta, debido a que la duda o la disensión eran reprimidas. La diversidad y la libertad eran los que creaban una sociedad floreciente y pacífica. Voltaire concluyó su carta más citada, “Sobre los presbiterianos,” haciendo la observación de que, “Si no hubiese en Inglaterra más que una religión, sería de temer el despotismo; si hubiese dos, se cortarían mutuamente el cuello; pero, como hay treinta, viven en paz y felices.”

Tal vez, una razón por la cual las Cartas Filosóficas de Voltaire crearon tal reacción violenta del leviatán francés, fue que la lógica del libro, si se lleva más allá de la religión, golpearía a cualquier gobierno que intentara imponer valores o prácticas en común sobre la gente. De hecho, el argumento de Voltaire contra la homogeneidad continúa teniendo profundas implicaciones sobre las políticas centralizadas de todos los gobiernos. Aquellos ciudadanos que rechazan la homogeneidad impuesta en cuanto a la religión, pueden verse impulsados a cuestionar la sabiduría de muchas otras instituciones gubernamentales, incluyendo las escuelas públicas, que, muy a menudo, son justificadas por la necesidad declarada de que haya valores en común. La libertad de los individuos de decidir por sí mismos asuntos de valor, fácilmente les podría impulsar a demandar el derecho de vivir de acuerdo con esos valores y de enseñárselos a sus hijos. De esta forma, se desenredaría el sistema de control centralizado.

NOTAS

[1] El número de cartas incluidas varía ligeramente de edición en edición. La aquí utilizada como fuente para este artículo, Philosophical Letters, trad. Ernest Dilworth (New York: Macmillan Publishing Company, 1961), contiene 25.
[2] Entre las barreras políticas para los no-anglicanos estaban la Ley de Pruebas [Text Act] de 1673, que requiere que, quienes obtienen cargos públicos, reciban el sacramente de la Iglesia de Inglaterra.
[3] Will & Ariel Durant en The Story of Civilization: Part IX, The Age of Voltaire (New York: Simon & Schuster, 1965), p. 370.

Wendy McElroy es una feminista individualista y libertaria quien ha escrito o editado cerca de una docena de libros y cientos de artículos y ensayos. Ha publicado en lugares diversos que van desde Penn State a Penthouse, desde la Fundación para la Educación Económica hasta Marie Claire. Fundadora de ifeminists.com, su correo electrónico es wendymcelroy.com