CAOS PLANIFICADO (Undécima y Última Parte, La Supuesta Inevitabilidad del Socialismo)

Por Ludwig von Mises

Fundación para la Educación Económica
Martes 3 de junio de 2015


[Undécima de once partes)

10. LA SUPUESTA INEVITABILIDAD DEL SOCIALISMO

Mucha gente cree que la llegada del totalitarismo es inevitable. La “onda del futuro,” dicen ellos, “transporta a la humanidad inexorablemente hacia un sistema bajo el cual todos los asuntos humanos son administrados por dictadores omnipotentes. Es inútil luchar contra los decretos insondables de la historia.”

La verdad es que la mayoría de la gente carece de la habilidad intelectual y coraje para resistir un movimiento popular, no importa qué tan pernicioso y mal concebido sea. En una ocasión, Bismarck se lamentó acerca de la carencia de lo que él llamaba el coraje civil; esto es, valentía al tratar los asuntos cívicos, por parte de sus compatriotas. Pero, tampoco ciudadanos de otros países desplegaron un mayor coraje y sensatez cuando encararon la amenaza de la dictadura comunista. Ya sea que silenciosamente cedieron o que tímidamente elevaron algunas objeciones triviales.

Uno no lucha contra el socialismo criticando algunas características accidentales de sus esquemas. Al atacar la posición de muchos socialistas acercan del divorcio y el control de la natalidad, o sus ideas acerca del arte y la literatura, uno no refuta al socialismo. No es suficiente con desaprobar las aseveraciones marxistas de que la teoría de la relatividad o la filosofía de Bergson o el psicoanálisis, son aguardiente “burgués.” Aquellos que encuentran errores en el bolchevismo y el nazismo tan sólo por sus inclinaciones anti-cristianas, implícitamente endosan todo el resto de esos esquemas sangrientos.

Por otra parte, es simple estupidez alabar los regímenes totalitarios por logros aparentes que no tienen relación alguna con sus principios políticos y económicos. Es cuestionable si eran correctas o no las observaciones de que en la Italia fascista los ferrocarriles llegaban siempre a tiempo y que estaba descendiendo la población de bichos en las camas de hoteles de segunda clase; pero, en todo caso, no es de importancia para el problema del fascismo. Los compañeros de viaje se encuentran embelesados con películas rusas, música rusa y caviar ruso. Pero, en otros países vivían músicos más grandes y, bajo otros sistemas sociales, también en otros países se producían buenas películas y, ciertamente, no es mérito del Generalísimo Stalin que el gusto del caviar sea tan delicioso. Tampoco la belleza de las bailarinas rusas de ballet o la construcción de una gran planta generadora de electricidad en el río Dnieper, son una expiación del asesinato masivo de los kulaks.

Los lectores de revistas fotográficas y los aficionados al cine añoran lo pintoresco. Los concursos operáticas de los fascistas y los nazis y los desfiles de batallones femeninos del ejército rojo iban tras sus corazones. Es más divertido escuchar los discursos por la radio de un dictador, que estudiar los tratados de economía. Los empresarios y los tecnólogos, quienes abren el camino hacia la mejora económica, trabajan en aislamiento; su trabajo no es adecuado para ser visualizado en la pantalla. Pero los dictadores, resueltos a extender la muerte y la destrucción, espectacularmente aparecen ante la vista del público. Vestidos con garbo militar, a los ojos de los aficionados al cine, ellos eclipsan al incoloro burgués policía vestido de civil.

Los problemas de la organización económica de la sociedad no son apropiados para el lenguaje liviano de las fiestas de coctel que están de moda. Tampoco pueden ser tratados adecuadamente por demagogos arengando las asambleas de la masa. Esas son cosas serias. Requieren de un estudio concienzudo. No pueden ser tomadas a la ligera.

La propaganda socialista nunca encontró una oposición decidida. La crítica devastadora mediante la cual los economistas explotaron la inutilidad e inviabilidad de los esquemas y doctrinas socialistas, no llegó hasta los formuladores de la opinión pública. Las universidades estaban principalmente dominadas por pedantes socialistas o intervencionistas, no sólo en Europa continental, en donde aquellas eran propiedad de y operadas por los gobiernos, sino también en países anglosajones. Los políticos y los estadistas, ansiosos de no perder popularidad, eran tibios en cuanto a su defensa de la libertad. La política de apaciguamiento, muy criticada al aplicarse al caso de los nazis y los fascistas, fue practicada universalmente durante muchas décadas con respecto todas las otras marcas de socialismo. Fue este derrotismo lo que hizo que la generación en ascenso creyera que la victoria del socialismo era inevitable.

No es cierto que las masas están pidiendo vehementemente el socialismo y que no hay medios para resistirlas. Las masas favorecen al socialismo porque confían en la propaganda socialista de los intelectuales. Los intelectuales, no el populacho, están moldeando la opinión pública. Es una excusa pobre la de que los intelectuales deben rendirse ante las masas. Propiamente, ellos han generado las ideas socialistas y con ellas han indoctrinado a las masas. Ningún proletario o hijo de un proletario ha contribuido a la elaboración de los programas intervencionistas y socialistas. Todos sus autores eran de procedencia burguesa. Los escritos esotéricos del materialismo dialéctico de Hegel, el padre tanto del marxismo como del nacionalismo agresivo alemán, los libros de Georges Sorel, de Gentile y de Spengler, no eran leídos por el hombre promedio; aquellos no movieron directamente a las masas. Fueron los intelectuales quienes las popularizaron.

Los líderes intelectuales de los pueblos han producido y propagado las falacias que están a punto de destruir la libertad y la civilización occidental. Sólo los intelectuales son responsable de los asesinatos en masa, que son la marca característica de nuestro siglo. Sólo ellos pueden revertir la tendencia y pavimentar el camino para una resurrección de la libertad.

No son las míticas “fuerza productivas materiales,” sino la razón y las ideas las que determinan el curso de los asuntos humanos. Lo que se necesita para detener la tendencia hacia el socialismo y el despotismo, es el sentido común y el coraje moral.

Ludwig von Mises (1881-1973) enseñó en Viena y Nueva York y sirvió como consejero cercano de la Fundación para la Educación Económica. Es considerado como el principal teórico de la Escuela Austriaca de siglo XX.