CAOS PLANIFICADO (Décima Parte, Las Enseñanzas de la Experiencia Soviética)

Por Ludwig von Mises

Fundación para la Educación Económica
Martes 2 de junio de 2015


[Décima de once partes)

9. LAS ENSEÑANZAS DE LA EXPERIENCIA SOVIÉTICA

Mucha gente en todo el mundo asevera que el “experimento” soviético nos ha brindado evidencia concluyente a favor del socialismo y desmentido todas o, al menos, la mayoría de las objeciones planteadas contra aquél. Los hechos, dicen ellos, hablan por sí mismos. Ya no es permisible poner atención al espurio razonamiento apriorístico de los economistas de salón con el cual critican a los planes socialistas. Un experimento crucial ha hecho que sus falacias exploten.

Antes que todo, es necesario comprender que, en el campo de la acción humana deliberada así como en el de las relaciones sociales, no es posible hacer experimentos y nunca se han hecho experimentos. El método experimental al cual las ciencias naturales le deben todos sus logros, es inaplicable a las ciencias sociales. Las ciencias naturales están en una posición de observar en el experimento del laboratorio, a las consecuencias del cambio aislado en un sólo elemento, en el tanto en que los otros elementos permanecen invariables. Su observación experimental se refiere, en última instancia, a ciertos elementos aislables en la experiencia de los sentidos. Lo que la ciencia natural llama hechos son relaciones causales mostradas en tales experimentos. Sus teorías e hipótesis han de estar de acuerdo con esos hechos.

Pero, la experiencia con la cual las ciencias de la acción humana tienen que tratar, es esencialmente diferente. Es una experiencia histórica. Es una experiencia de un fenómeno complejo, de efectos conjuntos logrados por la cooperación de una multiplicidad de elementos. Las ciencias sociales nunca están en posición de controlar las condiciones del cambio y aislarlas la una de la otra, de la forma en que el experimentador procede a arreglar sus experimentos. Ellos nunca disfrutan de la ventaja de observar las consecuencias de un cambio en sólo un elemento, manteniendo iguales las otras condiciones. Nunca encaran los hechos en el sentido en el cual las ciencias naturales emplean este término. Cada hecho y cada experiencia con los que las ciencias sociales tienen que tratar, quedan abiertos a diversas interpretaciones. Los hechos históricos y la experiencia histórica nunca prueban o desaprueban una aseveración, en la forma en que un experimento prueba o desaprueba.

La experiencia histórica nunca comenta sobre sí misma. Necesita ser interpretada desde el punto de vista de teorías construidas sin la ayuda de observaciones experimentales. No hay necesidad de entrar en un análisis epistemológico acerca de los problemas lógicos y filosóficos involucrados. Es suficiente con referirse al hecho de que nadie -ya sea científico o lego- jamás procede de otra forma al tratar con la experiencia histórica. Cada discusión acerca de la relevancia y significado de los hechos históricos cae muy pronto en una discusión acerca de principios abstractos generales, lógicamente antecedentes a los hechos a ser dilucidados e interpretados. La referencia a la experiencia histórica nunca puede resolver problema alguno o responder cualquier pregunta. Los mismos hechos históricos y las mismas cifras estadísticas se alegan como confirmaciones de teorías contradictorias.

Si la historia pudiera probar y enseñarnos algo, sería que la propiedad privada de los medios de producción es un requisito necesario para la civilización y el bienestar material. Todas las civilizaciones, hasta el momento, se han basado en la propiedad privada. Sólo las naciones comprometidas con el principio de la propiedad privada, se han elevado por encima de la penuria y producido ciencia, arte y literatura. No hay experiencia que muestre que algún otro sistema social puede dar a la humanidad cualquiera de los logros de la civilización. No obstante, sólo poca gente considera esto como una refutación suficiente e indisputada del programa socialista.

Por el contrario, incluso hay personas que afirman todo lo contrario. Frecuentemente se asevera que el sistema de la propiedad privada está acabado, porque precisamente ha sido el sistema que los hombres aplicaron en el pasado. No importa qué tan beneficioso un sistema social pueda haber sido en el pasado, dicen ellos, también lo puede ser en el futuro; una nueva era requiere de una nueva forma de organización. La humanidad ha llegado a su madurez; sería pernicioso para ella adherirse a los principios a los que acudió en las primeras etapas de la evolución. Ciertamente este es el abandono más radical del experimentalismo. El método experimental puede afirmar: debido a que A produjo en el pasado el resultado B, también lo producirá en el futuro. Nunca debe afirmar: debido a que A produjo el resultado B en el pasado, se ha comprobado que ya no puede producirlo más.

A pesar del hecho de que la humanidad no había tenido experiencia con el modo socialista de producción, los escritores socialistas han construido varios esquemas de sistemas socialistas basados en un razonamiento apriorístico. Pero, en el momento en que alguien se atreve a analizar estos proyectos y a escrutarlos en relación con su viabilidad y su habilidad para promover el bienestar humano, los socialistas lo objetan vehementemente. Esos análisis, dicen ellos, son meramente especulaciones apriorísticas ociosas. No puede desaprobar la corrección de nuestras afirmaciones y la conveniencia de nuestros planes. No son experimentales. Uno debe probar el socialismo y los resultados hablarán por sí solos.

Lo que piden estos socialistas es un absurdo. Llevada hasta sus últimas consecuencias lógicas, su idea implica que los hombres no son libres de refutar esquema alguno mediante el razonamiento, sin importar qué tan sinsentido, contradictorio e impracticable sea lo que cualquier reformista está complacido en sugerir. De acuerdo con su punto de vista, el único método permisible para la refutación de tal plan -necesariamente abstracto y apriorístico- es probarlo mediante la reorganización de toda la sociedad de acuerdo con sus diseños. Tan pronto como un hombre dibuja el plan para un mejor orden social, todas las naciones están obligadas a probarlo y ver qué sucederá.

Incluso los socialistas más tozudos no puede dejar de admitir que hay diversos planes para la construcción de la utopía del futuro, e incompatibles entre sí. Está el modelo soviético de una socialización generalizada de todas las empresas y su total administración burocrática; está el modelo alemán del Zwangswirtschaft, hacia la adopción plena de aquello a lo cual los países anglosajones manifiestamente tienden; está el socialismo de las guildas, bajo el nombre de corporativismo, aún muy popular en algunos países católicos. Hay muchas otras variedades. Los defensores de esos esquemas, que compiten entre sí, afirman que los resultados beneficiosos que se esperan de su propio esquema, aparecerán sólo cuando todas las naciones lo hayan adoptado; niegan que el socialismo en sólo un país puede traer ya todas las bendiciones que ellos le adscriben al socialismo. Los marxistas declaran que la bendición del socialismo emergerá sólo en su “fase superior,” la cual, intuyen, aparecerá sólo después de que la clase trabajadora haya pasado “a través de largas luchas, a través de toda una serie de procesos históricos, que transformarán totalmente tanto a las circunstancias como a los hombres,” [29] La inferencia de todo esto es que uno debe realizar el socialismo y esperar quietamente por muy largo tiempo hasta que vengan los beneficios prometidos. Ninguna de las experiencias desagradables durante el período de transición, sin importar qué tan extenso sea dicho período, puede refutar la afirmación de que el socialismo es el mejor de todos los métodos concebibles de organización social. Aquél quien crea, será salvado.

Pero, ¿cuál de los muchos planes socialistas, que se contradicen entre sí, debería adoptarse? Cada secta socialista apasionadamente proclama que su propia marca es la única de socialismo genuino y que todas las otras sectas abogan por la estafa, medidas enteramente perniciosas. Luchando entre sí, las diversas facciones socialistas recurren a los mismos métodos abstractos que ellos estigmatizan como un apriorismo inútil, al ser aplicados siempre contra la corrección de sus propias afirmaciones y la conveniencia y viabilidad de sus propios esquemas. Por supuesto, no existe ningún otro método disponible. Las falacias implícitas en su sistema de razonamiento abstracto –tal como lo es el socialismo- no pueden ser aplastadas de otra forma que no sea por el razonamiento abstracto.

La objeción fundamental planteada contra la viabilidad del socialismo se refiere a la imposibilidad del cálculo económico. Se ha demostrado de manera irrefutable que una mancomunidad socialista no puede estar en posición de aplicar el cálculo económico. En donde no existen precios de mercado para los factores de producción, debido ya sea porque no se compran o no se venden, es imposible acudir al cálculo para planear la acción futura y para determinar el resultado de la acción pasada. Una administración socialista de la producción simplemente no sabría sí lo que planea y ejecuta son los medios más apropiados para lograr los objetivos buscados. Operará en la oscuridad, como si así lo fuera. Desperdiciará los factores de producción escasos, tanto materiales como humanos (mano de obra). Inevitablemente, para todos resultarán el caos y la pobreza.

Todos los socialistas previos eran demasiado estrechos de mente como para ver este punto esencial. Tampoco los primeros economistas concibieron su plena importancia. Cuando el actual escritor mostró en 1920 la imposibilidad del cálculo económico bajo el socialismo, los apologistas del socialismo se embarcaron en la búsqueda de un método de cálculo que fuera aplicable en un sistema socialista. Fracasaron totalmente en esos esfuerzos. Lo fútil de los esquemas que produjeron podía demostrarse fácilmente. Esos comunistas, quienes no se sentían plenamente intimidados por el temor a los verdugos soviéticos; por ejemplo, Trotsky, admitieron libremente que la contabilidad económica era impensable sin que hubiera relaciones de mercado [30] La quiebra intelectual de la doctrina socialista ya no puede disfrazarse más. A pesar de su popularidad sin precedentes, el socialismo estaba acabado. Ningún economista puede dejar de cuestionar su impracticabilidad. El reconocimiento de las ideas socialistas es hoy la prueba de una ignorancia completa de los problemas básicos de la economía. Los alegatos de los socialistas son tan inútiles como aquellos de los astrólogos y de los magos.

En relación con este problema esencial del socialismo; a saber, el cálculo económico, el “experimento” ruso es inútil. Los soviéticos están operando dentro de un mundo cuya mayor parte todavía se adhiere a una economía de mercado. Basan sus cálculos, con fundamento en los cuales realizan sus decisiones, en los precios establecidos en el exterior. Sin ayuda de esos precios, sus acciones no tendrían objetivo alguno y sin plan alguno. Sólo en el tanto que se refieran a ese sistema de precios extranjero, pueden estar en capacidad de calcular, mantener libros y hacer planes. En dicho sentido, uno puede estar de acuerdo con la declaración de varios autores socialistas y comunistas, de que el socialismo en uno o pocos países no es el verdadero socialismo. Por supuesto, estos autores le atribuyen un sentido muy diferente a su aseveración. Ellos quieren decir que las bendiciones plenas pueden ser logradas sólo en una comunidad socialista que abrazara a todo el mundo. Aquellos familiarizados con las enseñanzas de la economía, por el contrario, deben reconocer que el socialismo resultará en un caos pleno, precisamente si se aplicara en la mayor parte del mundo.

La segunda objeción importante elevada contra el socialismo, es que es un modo menos eficiente de producción que como lo es el capitalismo y eso afectará la productividad de la mano de obra. En consecuencia, en una mancomunidad socialista, el estándar de vida de las masas será bajo, comparado con las condiciones que prevalecen bajo el capitalismo, No hay duda que la objeción no ha sido refutada por la experiencia soviética. El único hecho cierto acerca de los asuntos rusos bajo el régimen soviético, con respecto al cual la gente está de acuerdo es: que el estándar de vida de las masas rusas es mucho más bajo que aquél de las masas en el país que se considera como el parangón del capitalismo, los Estados Unidos de América. Si consideráramos al régimen soviético como un experimento, tendríamos que decir que el experimento ha demostrado claramente la superioridad del capitalismo y la inferioridad del socialismo.

Ciertamente, los defensores del socialismo están decididos a interpretar lo bajo del estándar de vida ruso de una forma diferente. Como ven las cosas, eso no fue causado por el socialismo, sino que lo fue -a pesar del socialismo- provocado por otras agencias, Se refieren a factores diversos, como, por ejemplo, la pobreza en Rusia bajo los zares, los efectos desastrosos de las guerras, la presunta hostilidad de las naciones democráticas capitalistas, el supuesto sabotaje de los restos de la aristocracia rusa y de la burguesía y de los kulaks. No hay necesidad de entrar a examinar estos asuntos. Puesto que nosotros no afirmamos que cualquier experiencia histórica pueda probar o desaprobar una afirmación teórica, en la misma forma como un experimento crucial puede verificar o falsificar una afirmación que tiene que ver con los acontecimientos naturales. No son los críticos del socialismo sino los defensores fanáticos, quienes mantienen que el “experimento” soviético prueba algo con respecto a los efectos del socialismo. No obstante, lo que en realidad están haciendo al tratar con los hechos manifiestos e indisputados de la experiencia rusa, es dejarlos de lado mediante trucos no permisibles y silogismos falaces. Ellos niegan los hechos obvios, al comentarlos de forma que niegan su efecto y significación sobre la pregunta que tiene que responderse.

Supongamos, en aras del argumento, que su interpretación es correcta. Pero, entonces, aun así sería absurdo afirmar que el experimento soviético ha evidenciado la superioridad del socialismo. Todo lo que puede decirse es: el hecho de que el estándar de vida de las masas es bajo en Rusia, no brinda una evidencia concluyente de que el socialismo es inferior al capitalismo.

Una comparación con la experimentación en el campo de las ciencias naturales, puede aclarar el asunto. Un biólogo quiere probar una nueva comida patentada. Se la da de comer a un número de conejillos de indias. Todos pierden peso y finalmente se mueren. El experimentador cree que su declinación y muerte no fue causada por la comida patentada, sino meramente por un sufrimiento accidental con neumonía. No obstante, sería absurdo que él proclamara que su experimento había demostrado el valor nutritivo del compuesto, puesto que el resultado desfavorable ha de ser adscrito a acontecimientos accidentales, no causalmente ligados con el arreglo experimental. Lo más que él podría alegar es que el resultado del experimento no fue concluyente, que no prueba cosa alguna contra el valor nutritivo de la comida puesta a prueba. Él podía afirmar que así son las cosas, como si el experimento no se hubiera intentado del todo.

Incluso si el estándar de vida de las masas en Rusia fuera mucho más alto que aquél de los países capitalistas, aun así no sería prueba concluyente de la superioridad del socialismo. Puede admitirse que el hecho indisputado de que el estándar de vida de Rusia es más bajo que aquél del Oeste capitalista, no prueba conclusivamente la inferioridad del socialismo. Pero, se aproxima a la idiotez anunciar que la experiencia de Rusia ha demostrado la superioridad del control público de la producción.

Tampoco lo hace el hecho de que los ejércitos rusos, después de haber sufrido muchas derrotas, finalmente -con armamento manufacturado por las grandes empresas de los Estados Unidos y donados a ellos por los contribuyentes estadounidenses- pudieran ayudar a los estadounidenses en la conquista de Alemania, sean prueba de la preeminencia del comunismo. Cuando las fuerzas británicas tuvieron que sufrir un revés temporal en el Norte de África, el profesor Harold Laski, el más radical defensor del socialismo, fue rápido en anunciar el fracaso final del capitalismo. Ni siquiera fue lo suficientemente consistente como para interpretar la conquista alemana de Ucrania como el fracaso final del comunismo ruso. Tampoco se retractó de su condena al sistema británico, cuando su país emergió victorioso de la guerra, Si los acontecimientos militares han de ser considerados como prueba de la excelencia de cualquier sistema social, es más bien el sistema estadounidense, en vez del ruso, el que puede dar testimonio.

Nada de lo que haya sucedido en Rusia desde 1917 contradice alguna de las afirmaciones de los críticos del socialismo y del comunismo. Incluso si uno basa su juicio exclusivamente en los escritos de los comunistas y de sus compañeros de viaje, uno no puede describir característica alguna de las condiciones rusas que hable a favor del sistema social y político de los soviets. Todas las mejoras tecnológicas de las últimas décadas se originaron en los países capitalistas. Es verdad que los rusos han tratado de copiar algunas de esas innovaciones. Pero, también lo hicieron todos los pueblos atrasados de oriente.

Algunos comunistas están ansiosos de hacernos creer que la opresión inmisericorde de los disidentes y la abolición radical de la libertad de pensamiento, palabra y prensa, no son marcas inherentes al control público de los negocios. Son, aseveran ellos, sólo fenómenos accidentales del comunismo, su firma en un país en el cual -como era el caso de Rusia- nunca se disfrutó de libertad de pensamiento y consciencia. A pesar de ello, esos apologistas del despotismo totalitario encuentran dificultades para explicar cómo los derechos del hombre podrían ser protegidos bajo la omnipotencia gubernamental.

Las libertades de pensamiento y consciencia son una farsa en un país en donde las autoridades están en libertad para exiliar al Ártico o al desierto a cualquiera que no les agrade, y asignarle un trabajo forzado por el resto de la vida. El autócrata puede siempre tratar de justificar tales actos arbitrarios, pretendiendo que son motivados exclusivamente por condiciones de bienestar público y conveniencia económica. Sólo él es el árbitro quien decide todos los asuntos que tienen que ver con la ejecución del plan. La libertad de prensa es ilusoria, cuando el gobierno es dueño y opera todas las fábricas de papel, imprentas y casas editoriales y decide, en última instancia, qué se va a imprimir y qué no. El derecho de reunión es vano si el gobierno es dueño de todos los salones de reuniones y determina para qué propósitos deberán usarse. Y es igual con todas las otras libertades. En uno de sus intervalos lúcidos, Trotsky -por supuesto Trotsky el exiliado perseguido, no el cruel comandante del ejército rojo- vio las cosas realísticamente y declaró: “En un país en donde el único empleador es el Estado, la oposición significa una lenta muerte por hambre. El viejo principio: aquél que no trabaja, no come, ha sido remplazado por uno nuevo: aquél que no obedece no comerá.” [31] Esta confesión define el asunto.

Lo que la experiencia rusa muestra es un nivel muy bajo del estándar de vida de las masas y un despotismo dictatorial ilimitado. Los apologistas del comunismo pretenden explicar estos hechos sin respuesta como si sólo fueran accidentes; son, dicen ellos, no fruto del comunismo, sino que ocurrieron a pesar del comunismo. Pero, aún si uno fuera a aceptar estas excusas por el argumento en sí, sería un sinsentido mantener que el “experimento” soviético ha demostrado alguna cosa en favor del comunismo y del socialismo.
NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[29] Marx, Der Bürgerkrieg in Frankreich, editado por Pfemfert (Berlin, 1919), p. 54. Nota del editor: En inglés, “The Civil War in France,” p. 408.
[30] Hayek, Individualism and the Economic Order [Individualismo y Orden Económico] (Chicago University Press, 1948), págs. 89-91.
[31] Citado por Hayek, The Road to Serfdom [Camino de Servidumbre] (1944), Capítulo IX, p. 119.