CAOS PLANIFICADO (Novena Parte, El Nazismo)

Por Ludwig von Mises

Fundación para la Educación Económica
Martes 2 de junio de 2015


[Novena de once partes)

8. EL NAZISMO

La filosofía de los nazis, el Partido Nacionalsocialista Obrero de Alemania, es la manifestación más consistente y pura del espíritu anticapitalista y socialista de nuestra era. Sus ideas esenciales no son de origen alemán o “ario,” ni tampoco son peculiares de los alemanes de la actualidad. En el árbol genealógico de la doctrina nazi, latinos tales como Sismondi y Georges Sorel, y anglosajones tales como Carlyle, Ruskin y Houston Stewart Chamberlain, eran más conspicuos que cualquier alemán. Incluso, el atuendo ideológico mejor conocido del nazismo, la fábula de la superioridad de la raza de los arios, no tenía una procedencia alemana; su autor fue un francés, Gobineau. Alemanes descendientes de judíos, como Lassalle, Lasson, Stahl y Walter Rathenau, contribuyeron más a los principios del nazismo, que hombres tales como Sombart, Spann y Ferdinand Fried. El eslogan con el cual los nazis condensaron su filosofía económica; esto es, Gemeinnutz geht vor Eigennutz (el bien común está por encima de la utilidad privada) es, de la misma manera, una idea que subyace en el Nuevo Trato estadounidense y en la administración soviética de los asuntos económicos. Implica que las empresas que buscan obtener ganancias dañan los intereses vitales de la inmensa mayoría, y que es el deber sagrado del gobierno popular prevenir que emerjan utilidades por medio del control de la producción y la distribución.

El único ingrediente específicamente alemán del nazismo fue su lucha hacia la conquista de su Lebensraum [Nota del traductor: “espacio vital”]. Y esto, también, fue resultado de su aceptación de las ideas que guiaban las políticas de los partidos políticos más influyentes de todos las demás naciones. Estos partidos proclamaban la igualdad del ingreso como el elemento principal. Los nazis hicieron lo mismo. Lo que caracteriza a los nazis es el hecho de que ellos no están preparados para someterse a un estado de cosas en donde los alemanes están condenados por siempre a estar “aprisionados,” como ellos lo dicen, en un área pequeña y sobrepoblada, en la cual la productividad del trabajo deba ser más baja que aquella de los países comparativamente despoblados, mejor dotados con recursos naturales y bienes de capital. Ellos apuntan a una distribución más justa de los recursos naturales de la tierra. Como una nación “que carece,” ellos miran la fortuna de las naciones más ricas con los mismos sentimientos con que mucha gente en los países de occidente mira a los ingresos más altos de algunos de sus compatriotas. Los “progresistas” en los países anglosajones afirman que “no vale la pena disponer de la libertad” para aquellos que son agraviados por la pequeñez comparativa de sus ingresos. Los nazis dicen lo mismo con respecto a las relaciones internacionales. En su opinión, la única libertad que importa es la Nahrungsfreiheit (esto es, la libertad para importar comida). Su objetivo es adquirir un territorio tan amplio y rico en recursos naturales, que pudieran vivir por sí solos en una auto-suficiencia económica, con un estándar de vida no inferior al aquel de cualquiera otra nación. Se consideran a sí mismos como revolucionarios luchando por sus derechos naturales inalienables, contra los intereses creados de un grupo de naciones reaccionarias.

Es fácil para los economistas refutar las falacias involucradas en las doctrinas nazis. Pero, aquellos que desprecian a la economía como “ortodoxa y reaccionaria,” y que apoyan fanáticamente a credos espurios de socialismo y nacionalismo económico, no tenían idea de cómo refutarlos. Para el nazismo no era nada más que la aplicación lógica de sus propios principios a las condiciones particulares de una Alemania comparativamente sobrepoblada.

Durante más de setenta años, los profesores alemanes de ciencia política, historia, derecho, geografía y filosofía ansiosamente imbuyeron a sus discípulos con un odio histérico al capitalismo y predicaron la guerra de “liberación” ante el Occidente capitalista. Los alemanes “socialista de la cátedra,” muy admirados en todos los países del exterior, fueron los pioneros de las dos Guerras Mundiales. Con el cambio de siglo, la inmensa mayoría de alemanes ya era radical partidaria del socialismo y de un nacionalismo agresivo. Desde ese entonces, estaban firmemente comprometidos con los principios del nazismo. De lo que se carecía y que fue agregado posteriormente, era tan sólo de un término nuevo que significara tal doctrina.

Cuando las políticas soviéticas de exterminio masivo de todos los disidentes y de la implacable violencia removieron las inhibiciones contra el asesinato en masa, que aún inquietaban a algunos alemanes, nada podía ya por más tiempo detener el avance del nazismo. Rápidamente los nazis adoptaron los métodos soviéticos. Importaron de Rusia: el sistema de partido único y la pre-eminencia de ese partido en la vida política; la posición primordial asignada a la policía secreta; los campos de concentración; la ejecución administrativa o el encarcelamiento de todos los opositores; el exterminio de las familias de los sospechosos y de los exiliados; los métodos de propaganda; la organización de partidos afiliados en el exterior y su uso para luchar contra sus gobiernos domésticos y el espionaje y el sabotaje; el uso del servicio diplomático y consular para fomentar la revolución y muchas otras cosas además de esas. En ningún lado hubo discípulos más dóciles de Lenin, Trotsky y Stalin, que como lo fueron los nazis.

Hitler no fue el fundador del nazismo; él fue su producto. Era, como la mayoría de sus colaboradores, un gánster sádico. Era inculto e ignorante; habría fracasado hasta en los grados inferiores del colegio. Nunca tuvo un empleo honesto. Es una fábula que habría sido un empapelador. Su carrera militar en la Primera Guerra Mundial fue más bien mediocre. La Cruz de Hierro de Primera Clase se le otorgó con posterioridad a la guerra, como recompensa por sus actividades como agente político. Era un maníaco obsesionado por la megalomanía. No obstante, profesores preparados alimentaron su arrogancia. Werner Sombart, quien una vez proclamó que su vida ‘había sido dedicada a luchar por las ideas de Marx, [26] Sombart, a quien la Asociación de Economistas Estadounidenses lo había elegido para otorgarle la membresía honoraria, así como muchas universidades no alemanas para darle títulos honorarios, declararon cándidamente que el Führertum significa una revelación permanente y que el Führer recibía sus órdenes directamente de Dios, el supremo Führer del Universo.

El plan nazi era más integral y, por tanto, más pernicioso que aquél de los marxistas. Se encaminó a abolir el laissez-faire no sólo en la producción de bienes materiales, sino también en la producción de hombres. El Führer era no sólo el administrador general de todas las industrias; era también el administrador general de la granja de crianza que intentaba nutrir una raza superior de hombres y eliminar a la población inferior. Un esquema grandioso de eugenesia fue puesto en práctica, según principios “científicos.”

Es en vano que los defensores de la eugenesia protesten que ellos no buscaban lo que los nazis ejecutaron. La eugenesia se dirige a poner a algunos hombres, respaldados por el poder policíaco, en control completo de la reproducción humana. Sugería que los métodos aplicados a los animales domésticos fueran aplicados a los hombres. Eso precisamente es lo que los nazis trataron de hacer. La única objeción que un eugenista consistente puede plantear es que su propio plan difiere de aquél de los académicos nazis y que él desea crear otro tipo de hombre distinto de aquel de los nazis. Al igual que cualquier defensor de la planificación económica, se propone la ejecución tan sólo de su propio plan, así cualquier defensor de la planificación eugenésica se propone ejecutar su propio plan y quiere por sí mismo actuar como el reproductor del ganado humano.

Los eugenistas pretenden que lo que ellos quieren es eliminar a individuos criminales. Pero, la clasificación de un hombre como criminal depende de las leyes prevalecientes en el país y varía de acuerdo con el cambio en las ideologías sociales y políticas. John Huss, Giordano Bruno y Galileo Galilei eran criminales desde el punto de vista de las leyes que aplicaron sus jueces. Cuando Stalin le robó al Banco del Estado Ruso varios millones de rublos, él cometió un crimen. En la actualidad es una ofensa estar en desacuerdo con Stalin. En la Alemania nazi las relaciones sexuales entre “arios” y los miembros de una raza “inferior,” eran un crimen. ¿A quién quieren los economistas eliminar, a Bruto o a César? Ambos violaron las leyes de su país. Si los eugenistas del siglo XVIII hubieran impedido que los alcohólicos tuvieran hijos, su planificación habría eliminado a Beethoven.

Debe enfatizarse de nuevo: no hay tal cosa como un debería científico. Qué hombres son superiores y cuáles inferiores puede ser sólo decidido por juicios de valor personales, no sujetos a la Verificación o la falsificación. Los eugenistas se engañan ellos mismos al asumir que serán propiamente los llamados a decidir qué cualidades del stock humano han de ser conservadas. Son demasiado aburridos como para tomar en cuenta la posibilidad de que otra gente pueda hacer su elección de acuerdo con sus propios juicios de valor. [28] A los ojos del nazi, el asesino brutal, “la bestia de cabello rubio,” es el espécimen más perfecto de la humanidad.

Los asesinatos en masa perpetrados en los campos de horror nazis son demasiado espantosos como para que puedan ser adecuadamente descritos con palabras. Pero, eran la aplicación lógica y consistente de las doctrinas y políticas que desfilaban como ciencia aplicada y comprobadas por algunos hombres, los cuales en el sector de las ciencias naturales habían demostrado agudeza y habilidad técnica en la investigación del laboratorio.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[26]
Sombart, Das Lebenswerk von Karl Marx (Jena, 1909), p. 3.
[27] Sombart, A New Social Philosophy, traducción y edición de K. F. Geiser (Princeton University Press, 1937), p. 194.
[28] La crítica devastadora a la eugenesia por H.S. Jennings, The Biological Basis of Human Nature (New York, 1930), pp. 223-252.