CAOS PLANIFICADO (Séptima Parte, La Liberación de los Demonios)

Por Ludwig von Mises
Fundación para la Educación Económica
Martes 2 de junio de 2015

[Séptima de once partes)

6. LA LIBERACIÓN DE LOS DEMONIOS

La historia de la humanidad es la historia de las ideas. Porque son las ideas, teorías y doctrinas las que guían la acción humana, determinan los fines últimos que los hombres pretenden lograr y la elección de los medios empleados para el logro de esos objetivos. Los acontecimientos dramáticos, que sacuden las emociones y atrapan el interés de observadores superficiales, son simplemente la consumación de cambios ideológicos. No hay cosas tan abruptas como las trasformaciones radicales en los asuntos humanos. A lo que, en términos algo engañosos, se le llama un “momento decisivo en la historia,” es la llegada a escena de fuerzas que estaban desde hace ya mucho tiempo trabajando detrás de la escena. Nuevas ideologías, que desde mucho tiempo atrás han desbancado a las antiguas, se quitan el último velo e incluso la gente más anodina se da cuenta de los cambios que con anterioridad no había notado.

En este sentido, la toma del poder de Lenin en octubre de 1917 ciertamente fue un momento decisivo. Pero, su significado es muy diferente de aquel que los comunistas le atribuyen.

La victoria soviética jugó tan sólo un papel menor en la evolución hacia el socialismo. Las políticas pro-socialistas de los países industriales de Europa Central y Occidental, fueron en ese sentido de mucha mayor consecuencia. El esquema de seguridad social de Bismarck fue un momento más novedoso en el camino hacia el socialismo, que como lo fue la expropiación de las atrasadas manufactureras rusas. Los Ferrocarriles Nacionales de Prusia había sido el único ejemplo de un negocio operado por el gobierno el cual, al menos por el momento, había evitado un fracaso financiero obvio. Los británicos desde antes de 1914 ya habían adoptado partes esenciales del sistema de seguridad social alemán. En todos los países industriales, los gobiernos se habían comprometido con políticas intervencionistas dirigidas a resultar, en última instancia, en el socialismo. Durante la guerra, la mayoría de ellas se embarcó en lo que era llamado el socialismo de guerra. El Programa Alemán de Hindenburg, que por supuesto no podía ser ejecutado completamente debido a la derrota de Alemania, no era menos radical sino mucho mejor diseñado que los muy mencionados Planes Quinquenales de Rusia.

Para los socialistas en los países predominantemente industriales de Occidente, los métodos rusos no podían ser de utilidad alguna. Para estos países, la producción de manufacturas para la exportación era indispensable. No podían adoptar el sistema ruso de autarquía económica. Rusia nunca había exportado manufacturas en cantidades que valieran la pena mencionar. Bajo el sistema soviético, ella se retiró casi completamente del mercado mundial de cereales y de materias primas. Incluso socialistas fanáticos no podían dejar de admitir que el Oeste no tenía cosa alguna que aprender de Rusia. Es obvio que los logros tecnológicos, de los que los bolcheviques se congratulaban, eran simplemente imitaciones burdas de cosas logradas en el Oeste. Lenin definía al comunismo como: “el poder soviético más la electrificación.” Ahora bien, la electrificación ciertamente no era de origen ruso, y las naciones de Occidente sobrepasan a Rusia en el campo de la electrificación, no menos que en cualquier otra rama industrial.

El significado verdadero de la revolución de Lenin puede verse en el hecho de que era, de ahí en adelante, el estallido del principio de la violencia y presión irrestrictas. Fue la negación de todos los ideales políticos que por tres mil años habían guiado a la evolución de la civilización occidental.

El estado y el gobierno son los aparatos sociales de la coerción y represión violentas. Tal aparato, como el poder de la policía, es indispensable para prevenir que los individuos y bandas anti-sociales destruyan la cooperación social. La prevención y supresión violentas de las actividades anti-sociales, benefician a toda la sociedad y a cada uno de sus miembros. A pesar de ello, sin embargo, la violencia y la opresión son males y corrompen a quienes están a cargo de su aplicación. Es necesario restringir el poder de aquellos que están en cargos públicos, para que no se conviertan en déspotas absolutos. La sociedad no puede existir sin un aparato de coerción violenta. Pero, tampoco puede existir, si los funcionarios encargados son tiranos irresponsables, libres de infligir daño a quienes les disgustan a ellos.

Es la función social de las leyes refrenar la arbitrariedad de la policía. El estado de derecho restringe la arbitrariedad de los funcionarios, tanto como sea posible. Limita estrictamente su discrecionalidad y así les asigna a los ciudadanos una esfera en la cual son libres de actuar, sin que sean frustrados por la interferencia gubernamental.

La libertad y el derecho significan siempre libertad de la interferencia policial. En la naturaleza no hay dos cosas tales como la libertad y el derecho. Existe sólo la rigidez categórica de las leyes de la naturaleza a las que el hombre debe someterse incondicionalmente, si es que, del todo, el hombre quiere lograr resultado alguno. Tampoco había libertad en las condiciones paradisíacas imaginarias, las que, de acuerdo con la cháchara fantástica de muchos escritores, precedieron al establecimiento de los lazos sociales. Cuando no hay gobierno, todo mundo está a merced de su vecino más fuerte. La libertad sólo puede lograrse dentro de un estado ya establecido, listo para impedir que un gánster asesine y robe a sus compañeros más débiles. Pero, es el estado de derecho el que, por sí solo, frena a los gobernantes para que por sí mismos no se conviertan en los peores gánsteres.

Las leyes establecen normas de acción legítima. Arreglan los procedimientos requeridos para el rechazo o la variación de las leyes existentes y para hacer nuevas leyes. De la misma forma, fijan los procedimientos advertidos para la aplicación de las leyes en los diferentes casos, el debido proceso de la ley. Establecen las cortes y los tribunales. Así, tienen la intención de evitar una situación en la cual los individuos están a merced de los gobernantes.

Los humanos mortales están sujetos al error, y los legisladores y jueces son humanos mortales. Puede suceder, una y otra vez, que las leyes válidas o su interpretación por las cortes impiden que los órganos ejecutores acuerden algunas medidas que podrían ser beneficiosas. Sin embargo, ningún daño grande puede resultar. Si los legisladores reconocen la deficiencia de las leyes válidas, las pueden cambiar. Ciertamente, es cosa mala que un criminal pueda, en alguna ocasión, evadir la pena porque hay un hueco en la ley o porque el fiscal ha denegado ciertas formalidades. Pero, es el mal menor cuando se le compara con la consecuencia de un poder discrecional ilimitado de parte del déspota “benévolo.”

Este punto es precisamente uno que los individuos anti-sociales fracasan en ver. Dicha gente condena al formalismo del debido proceso de la ley. ¿Por qué deberían frenar al gobierno para que acuda a tomar medidas beneficiosas? ¿No es fetichismo hacer supremas a las leyes y no la conveniencia? Promueven que el estado gobernado por el principio de legalidad (Rechtsstaat), sea sustituido por el estado de bienestar (Wohlfahrtsstaat). En dicho estado de bienestar, el gobierno paternalista debería ser libre de lograr todas las cosas que un gobernante iluminado considera beneficiosas para la mancomunidad. Esos “pedazos de papel” no deberían restringir a un gobernante iluminado en sus esfuerzos por promover el bienestar general. Todos los oponentes deben ser aplastados sin piedad alguna, para que no frustren la acción beneficiosa del gobierno. Nada de formalidades vacías los han de proteger más contra su pena bien merecida.

Es una costumbre llamar al punto de vista de los promotores del estado de bienestar como el punto de vista “social,” para diferenciarlo del punto de vista “individualista” y “egoísta” de quienes promueven el estado de derecho. Sin embargo, quienes impulsan al estado de bienestar son de hecho profundamente anti-sociales y fanáticos intolerantes. Ello porque su ideología tácitamente implica que el gobierno ejecutará exactamente lo que ellos consideran propiamente como lo correcto y beneficioso. Desprecian totalmente la posibilidad de que pudiera surgir el desacuerdo en relación con la pegunta de qué es lo correcto y conveniente y qué no lo es. Defienden al despotismo ilustrado, pero están convencidos de que el déspota ilustrado cumplirá con lo que es la opinión propia de aquellos, en relación con las medidas que han de ser adoptadas. Favorecen la planificación, pero lo que tienen en mente es exclusivamente su propio plan, no aquellos de otras personas. Quieren exterminar a todos los oponentes; esto es, a quienes están en desacuerdo con ellos. Son extremadamente intolerantes y no están preparados para admitir tipo alguno de discusión. Cada promotor del estado de bienestar y de la planificación es un dictador potencial. Lo que planea es privar a todos los otros hombres de sus derechos y establecer su propia irrestricta omnipotencia y la de sus amigos. Rehúsa convencer a sus conciudadanos. Prefiere “liquidarlos.” Se burla de la sociedad “burguesa” que venera a la ley y al procedimiento legal. Él propiamente venera la violencia y el derramamiento de sangre.

El conflicto irreconciliable de estas dos doctrinas, la regla de la ley versus el estado de bienestar, ha sido tema de todas las luchas que el hombre ha llevado a cabo por la libertad. Fue una evolución larga y ardua. Una y otra vez triunfaron los defensores del absolutismo. Pero, finalmente, el estado de derecho predominó en el reino de la civilización occidental. El principio de legalidad, o del gobierno limitado, tal como lo protegen las constituciones y declaraciones de derechos, es la marca característica de esta civilización. Fue la regla de la ley la que trajo los logros maravillosos del capitalismo moderno y de su -como lo dirían los marxistas consistentes- “superestructura,” la democracia. Aseguró para una población constantemente creciente que hubiera un bienestar sin precedentes. Las masas en los países capitalistas disfrutan hoy de un estándar de vida mucho más elevado que el de los ricos de eras previas.

Todos estos logros no han frenado a los promotores del despotismo y la planificación. A pesar de ello, habría sido prepóstero que en sus esfuerzos los defensores del totalitarismo revelaran plenamente las consecuencias dictatoriales inextricables. En el siglo XIX, las ideas de libertad y estado de derecho lograron tal prestigio, que parecía una locura atacarlas de frente. La opinión pública estaba convencida firmemente de que el despotismo se había acabado y que nunca podría ser restaurado. ¿Incluso el Zar de la bárbara Rusia no fue obligado a abolir la servidumbre, establecer el juicio por un tribunal de ley, otorgar una limitada libertad de prensa y respetar las leyes?

Ante esto los socialistas acudieron a un truco. Continuaron discutiendo acerca de la llegada de la dictadura del proletariado; esto es, la dictadura de las ideas propias de cada autor socialista, en sus propios círculos esotéricos. Pero, al público amplio, ellos le hablaron de manera diferente. El socialismo, afirmaron ellos, traerá la verdad y la plena libertad y democracia. Removerá todas las formas de compulsión y coerción. El estado se “desvanecerá.” En la mancomunidad socialista del futuro no habrá ni jueces y policías ni prisiones y patíbulos.

A pesar de lo anterior, los bolcheviques se quitaron la máscara. Estaban plenamente convencidos de que ya había amanecido el día de su victoria final e inquebrantable. Ya no era ni posible ni requerido que se siguiera disimulando. El sermón del derramamiento de sangre podía predicarse abiertamente. Encontró una respuesta entusiasta entre los literatos degenerados y los intelectuales de salón, quienes por muchos años ya habían delirado en torno a los escritos de Sorel y Nietzsche. Los frutos de la “traición de los intelectuales [22] se dulcificaron hasta la madurez. Los jóvenes que habían sido alimentados por las ideas de Carlyle y Ruskin ya estaban listos para tomar las riendas.

Lenin no fue el primer usurpador. Muchos tiranos le habían precedido. Pero sus predecesores estaban en conflicto con las ideas sostenidos por sus contemporáneos más eminentes. A ellos se les oponía la opinión pública, porque sus principios de gobierno diferían de los principios aceptados del derecho y legalidad. Eran menospreciados y detestados por usurpadores. Pero, la usurpación de Lenin fue vista bajo un prisma diferente. Él era el superhombre brutal cuya llegada habían anhelado los seudo-filósofos. Él era el falso salvador a quien la historia lo había elegido para traer la salvación por medio del derramamiento de sangre. ¿No era él más adepto al ortodoxo socialismo “científico” marxista? ¿Acaso no era él el hombre destinado a hacer una realidad los planes socialistas, para cuya ejecución el débil estadista de las democracias decadentes era demasiado tímido? Todas las personas bien intencionadas clamaban por el socialismo; la ciencia, por medio de las bocas de los profesores infalibles, lo recomendaban; las iglesias predicaban el socialismo cristiano; los trabajadores añoraban la abolición del sistema de salarios. Ahí estaba el hombre que llenaba todos esos deseos. Él era lo suficientemente juicioso como para saber que usted no podía hacer una torta de huevos, sin tener que quebrar algunos.

Medio siglo antes, la gente civilizada había censurado a Bismarck cuando él declaró que los problemas más grandes de la historia deben ser resueltos por la sangre y el hierro. Ahora, la mayoría de los hombres cuasi-civilizados se inclinaba ante el dictador, quien estaba preparado para derramar mucha más sangre que lo que alguna vez lo hizo Bismarck.

Este era el verdadero sentido de la revolución de Lenin. Todas las ideas tradicionales de derecho y legalidad fueron derribadas. La regla de la violencia y usurpación irrestricta había sustituido al estado de derecho. El “estrecho horizonte de la legalidad burguesa,” como Marx lo había llamado, fue abandonado. De ahí en adelante, no había leyes que limitaran por más tiempo al poder del elegido. Ellos estaban en libertad de matar ad libitum [Nota del traductor: a placer, a voluntad]. Los impulsos innatos del hombre hacia la exterminación violenta de aquellos que a él le disgustan, reprimidos por una evolución larga y tediosa, volvieron a brotar. Los demonios fueron liberados. Una nueva era, la era de los usurpadores, amanecía. Los gánsteres fueron llamados a la acción y ellos escuchaban a la Voz.

Por supuesto, ese no era el propósito de Lenin. Él no quería conceder a otras personas las prerrogativas que clamaba para sí. Él no quería asignar a otros hombres el privilegio de liquidar a sus adversarios. Tan sólo a él la historia lo había elegido y encomendado con el poder dictatorial. Era el único dictador “legítimo” porque –una voz interna se lo había dicho. Lenin no era tan brillante como para anticipar que otras personas, imbuidas con otros credos, pudieran ser lo suficientemente osadas como para pretender que ellos también eran llamados por una voz interior. A pesar de ello, en unos pocos años, dos de tales hombres, Mussolini y Hitler, se hicieron muy visibles.

Es importante darse cuenta que el fascismo y el nazismo eran dictaduras socialistas. Los comunistas, tanto los miembros registrados en los partidos comunistas como los compañeros de viaje, estigmatizaron al fascismo y al nazismo como la etapa superior y última más depravada del capitalismo. Eso va en perfecto acuerdo con su hábito de llamar a todos los partidos que no se rindieran incondicionalmente a los dictados de Moscú -incluso los social-demócratas alemanes, el partido clásico del marxismo-mercenarios del capitalismo.

Es de una consecuencia mucho mayor el que los comunistas hayan tenido éxito en cambiar la connotación semántica del término fascismo. El fascismo, como se verá luego, era una variación del socialismo italiano. No fue producto de la mente de Mussolini y sobrevivirá a la caída de Mussolini. Las políticas externas del fascismo y del nazismo, desde sus tempranos inicios, se oponían entre sí. El hecho de que los nazis y los fascistas cooperaron estrechamente después de la guerra de Etiopía, y que fueron aliados en la Segunda Guerra Mundial, no erradicó las diferencias entre estos dos ejes, no más que como lo hizo la alianza entre Rusia y los Estados Unidos para erradicar las diferencias entre el sovietismo y el sistema económico estadounidense. Tanto el fascismo como el nazismo estaban comprometidos con el principio soviético de la dictadura y la opresión violenta de los disidentes. Si uno quiere asignar al fascismo y al nazismo en la misma clase de sistemas políticos, uno debe llamar régimen dictatorial a esa clase y no debe negar asignar en la misma clase a los soviets.

En años recientes, las innovaciones semánticas del comunismo han ido aún más lejos. Ellos llaman fascista a cualquiera que les disgusta a ellos, a cada defensor del sistema de libre empresa. El bolchevismo, dicen ellos, es el único sistema realmente democrático. Todos los países y partidos no comunistas son esencialmente anti-democráticos y fascistas.

Es cierto que también algunas veces los no socialistas -los últimos vestigios de la vieja aristocracia- jugaron con la idea de una revolución aristocrática, modelada de acuerdo con el patrón de la dictadura soviética. Lenin les había abierto los ojos. ¡Qué tontos, gimieron ellos, que hemos sido! Dejamos que fuéramos engañados por lemas espurios de la burguesía liberal. Creíamos que no era permisible desviarse del principio de legalidad y aplastar sin piedad a aquellos que desafiaban nuestros derechos. ¡Qué tontos fueron esos Romanovs, al otorgarles a sus enemigos mortales los beneficios de un juicio legal justo! Si alguien eleva las sospechas de Lenin, está acabado. Lenin no duda en exterminar, sin un juicio, no sólo a cada sospechoso, sino también a toda su parentela y amigos. Pero, los zares tenían un temor supersticioso de infringir las reglas establecidas por aquellos pedazos de papel llamados leyes. Cuando Alexander Ulianov conspiró contra la vida del zar, sólo él fue ejecutado; su hermano Vladimir fue perdonado. Así, el propio Alejandro III preservó la vida de Ulyanov-Lenin, el hombre que cruelmente exterminó a su hijo, su nuera y sus hijos y con ellos a todos los otros miembros de la familia que pudo capturar. ¿No fue esa la política más estúpida y suicida?

No obstante, ninguna acción podía resultar de los ensueños de esos viejos tories [Nota del traductor: del partido conservador británico]. Era un pequeño grupo de gruñones sin poder alguno. No estaban respaldados por fuerzas ideológicas algunas y no tenían seguidores.

La idea de tal revolución aristocrática motivó al Stahlhelm alemán y a los Cagoulards franceses. [23] El Stahlhelm simplemente fue disuelto por orden de Hitler. El gobierno francés pudo fácilmente poner en prisión a los Cagoulards, antes que ellos tuvieran la oportunidad de causar daño.

El enfoque más cercano de una dictadura aristocrática es el régimen de Franco. Pero, Franco era meramente un títere de Mussolini y de Hitler, quienes querían asegurar la ayuda española para la guerra inminente contra Francia o, al menos, asegurar la neutralidad “amistosa” de España. Con sus protectores idos, él tendrá o que adoptar los métodos de gobierno de Occidente o encarar la remoción.

La dictadura y la opresión violenta de todos los disidentes en la actualidad son exclusivamente instituciones socialistas. Esto se aclara cuando le echemos una mirada más cercana al fascismo y al nazismo.
NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[22] Benda, la trahison des clercs (Paris, 1927). Nota del Editor: En inglés, The Treason of the Intellectuals [La Traición de los Intelectuales] (New York: William Morrow, 1928) y The Betrayal of the Intellectuals (Boston: Beacon Press, 1955).
[23] Stahlhelm fue una asociación de veteranos alemanes de la Primera Guerra Mundial, establecida en 1918. Los Cagoulards eran miembro de una organización secreta francesa de la extrema derecha y terrorista, la Cagoule. Fue responsable de varios asesinatos de socialistas y de anti-fascistas italianos y colaboró con los nazis y con el gobierno de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial.