CAOS PLANIFICADO (Sexta Parte, La Herejía de Trotsky)

Por Ludwig von Mises

Fundación para la Educación Económica
Martes 2 de junio de 2015


[Sexta de once partes)

5. LA HEREJÍA DE TROTSKY

La doctrina dictatorial, tal como es enseñada por los rusos bolcheviques, los fascistas italianos y los nazis alemanes, implica tácitamente que no puede surgir desacuerdo alguno en relación con la pregunta de quién será el dictador. Las fuerzas místicas que dirigen el curso de los acontecimientos históricos designan al líder providencial. Toda la gente justa está obligada a someterse a los decretos insondables de la historia y a arrodillarse ante el trono del hombre del destino. Aquellos que se niegan a hacerlo así, son herejes, abyectos sinvergüenzas que deben ser “liquidados.”

En la realidad, el poder dictatorial es tomado por aquel candidato que tenga éxito en exterminar, en su momento, a todos los rivales y a quienes les ayudan. El dictador se allana el camino hacia el poder supremo, sacrificando a todos sus competidores. Él preserva su posición eminente, masacrando a todos aquellos quienes posiblemente se la podrían disputar. La historia de todos los despotismos orientales son testigos de esto, así como lo es la experiencia de la dictadura contemporánea.

Cuando Lenin murió en 1924, Stalin suplantó a su rival más peligroso, Trotsky. Trotsky se escapó, pasó varios años en el exterior en diversos países de Europa, Asia y América y finalmente fue asesinado en la Ciudad de México. Stalin permaneció siendo el gobernante absoluto de Rusia.

Trotsky fue un intelectual del tipo marxista ortodoxo. Como tal, trató de representar a su feudo personal con Stalin como un conflicto de principios. Trató de construir una doctrina de Trotsky como diferente de la doctrina de Stalin. Calificó a las políticas de Stalin como una apostasía del legado sagrado de Marx y Lenin. Stalin respondió de la misma manera. En efecto, a pesar de ello, el conflicto era de una rivalidad entre dos hombres, no uno acerca de ideas y principios antagónicos. Había un pequeño disentimiento en relación con los métodos tácticos. Pero, en todos los asuntos esenciales, Stalin y Trotsky estaban de acuerdo.

Trotsky había vivido, antes de 1917, muchos años en países extranjeros y, en cierto grado, estaba familiarizado con los principales idiomas de los pueblos occidentales. Posaba como un experto en asuntos internacionales. En realidad, no sabía nada acerca de la civilización occidental, de las ideas políticas y de las condiciones económicas. Al deambular en el exilio, se había movido casi exclusivamente dentro del círculo de sus colegas de exilio. Los únicos extranjeros con los cuales se reunió esporádicamente en cafés y en salones de clubes de Europa Occidental y Central, fueron doctrinarios radicales, quienes por sus predisposiciones marxistas estaban excluidos de la realidad. Su lectura principal eran libros y revistas marxistas. Él se burlaba de todos los otros escritos por ser de una literatura “burguesa.” Estaba totalmente inadaptado para ver los hechos desde otro ángulo distinto al marxista. Como Marx, estaba listo para interpretar cualquier huelga general y cualquier pequeña manifestación, como un signo del surgimiento de la gran revolución final.

Stalin es un georgiano pobremente educado. Él no tenía el más ligero conocimiento de cualquier lenguaje occidental. No conoce a Europa o a América. Incluso sus logros como autor marxista son cuestionables. Pero, fue precisamente el hecho de que, aunque firme partidario del comunismo, no era un indoctrinado en los dogmas marxistas, lo que le hizo superior a Trotsky. Stalin no era engañado por los postulados espurios del materialismo dialéctico. Cuando enfrentaba un problema, no buscaba una interpretación en los escritos de Marx y de Engels. Él confiaba en su sentido común. Era lo suficientemente prudente como para darse cuenta de que, la política de la revolución mundial inaugurada por Lenin y Trotsky en 1917, había fracasado completamente más allá de las fronteras de Rusia.

En Alemania, los comunistas, guiados por Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, fueron aplastados por los destacamentos del ejército regular y por voluntarios nacionalistas, en una batalla sangrienta luchada en enero de 1919, en las calles de Berlín. La toma del poder por los comunistas en la primavera de 1919 en Munich y en el motín de Hölz [20] en marzo de 1921, terminó de la misma forma, en un desastre. En Hungría, en 1919, los comunistas fueron derrotados por Horthy y Gömbös y por el ejército rumano. En Austria, fracasaron varios golpes comunistas en 1918 y 1919; un levantamiento violento en julio de 1927 fue igualmente sofocado por la policía de Viena. En Italia, en 1920, la ocupación de las fábricas fue un aborto completo. En Francia y Suiza, la propaganda comunista parecía ser muy poderosa en los primeros años que siguieron al armisticio de 1918; pero, pronto se evaporó. En Gran Bretaña, en 1926, la huelga general convocada por los sindicatos resultó ser un fracaso lamentable.

Trotsky estaba tan cegado por su ortodoxia que rehusó admitir que los métodos bolcheviques habían fracasado. Pero, Stalin se dio buena cuenta de ello. No abandonó la idea de instigar estallidos revolucionarios en todos los países del extranjero y de conquistar a todo el mundo para los soviets. Pero, se daba cuenta plena del hecho de que era necesario posponer la agresión por unos pocos años y recurrir a nuevos métodos para su ejecución. Trotsky estaba equivocado al acusar a Stalin de estrangular al movimiento comunista afuera de Rusia. Lo que en realidad hizo Stalin fue aplicar otros medios para el logro de los fines que les eran comunes a él y a todos los otros marxistas.

Como un exégeta de los dogmas marxistas, Stalin ciertamente era inferior a Trotsky. Pero, sobrepasaba en mucho a su rival como político. El bolchevismo le debe sus éxitos en la política mundial a Stalin, no a Trotsky.

En el área de las políticas domésticas, Trotsky acudió a los trucos tradicionales bien probados, que los marxistas habían siempre aplicado al criticar las medidas socialistas adoptadas por otros partidos. Lo que sea que Stalin hizo, no era un socialismo ni un comunismo verdaderos, sino, por el contrario, lo opuesto a ellos, una perversión monstruosa de los principios elevados de Marx y Lenin. Todas las características desastrosas del control público de la producción y la distribución, tal como aparecieron en Rusia, eran, en la interpretación de Trotsky, causadas por las políticas de Stalin. No eran consecuencias inevitables de los métodos comunistas. Eran fenómenos concomitantes con el estalinismo, no con el comunismo. Eran falta exclusiva de Stalin la supremacía de una burocracia absolutista, que una clase de oligarcas privilegiados disfrutara de los lujos, mientras que las masas vivían al borde de la hambruna, que un régimen terrorista ejecutara a la vieja guardia de revolucionarios y condenara a millones a hacer trabajos de esclavos en campos de concentración, que una policía secreta fuera omnipotente, que los sindicatos no tuvieran poder alguno, que las masas fueran privadas de sus derechos y libertades. Stalin no era el defensor de la sociedad igualitaria sin clases. Él era un pionero de un retorno a los peores métodos de la explotación y gobierno de clases. Una nueva clase gobernante de alrededor del 10 por ciento de la población, oprimía y explotaba sin piedad a una inmensa mayoría de trabajadores proletarios.

Trotsky tenía dificultades para explicar cómo todo esto podía ser logrado por un sólo hombre y unos pocos sicofantes. ¿Dónde están las “fuerzas productivas materiales,” tan mencionadas en el materialismo histórico marxista, que -“independientemente de las voluntades de los individuos”- determinan el curso de los acontecimientos humanos “con la inexorabilidad de una ley de la naturaleza?” ¿Cómo podía suceder que un hombre estuviera en una posición de alterar la “superestructura jurídica y política,” que es única e inexorablemente determinada por la estructura económica de la sociedad? Hasta Trotsky estaba de acuerdo en que ya no existía más la propiedad privada de los medios de producción en Rusia. En el imperio de Stalin, la producción y la distribución eran totalmente controladas por la “sociedad.” Es un dogma fundamental del marxismo que la superestructura de ese sistema debe necesariamente ser la bendición del paraíso terrenal. No hay espacio en las doctrinas marxistas para una interpretación que responsabilice a los individuos por un proceso degenerativo, que pueda convertir en un mal a la bendición del control público de las empresas. Un marxista consistente -si es que la consistencia es compatible con el marxismo- tendría que admitir que el sistema político de Stalin era la superestructura necesaria del comunismo.

Todos los puntos esenciales del programa de Trotsky estaban en perfecto acuerdo con las políticas de Stalin. Trotsky promovía la industrialización de Rusia. Fue esto lo que propusieron los Planes Quinquenales de Stalin. Trotsky favoreció la colectivización de la agricultura. Stalin estableció los koljoses [granjas colectivas] y liquidó a los kulaks [agricultores independientes]. Trotsky favoreció la organización de un ejército poderoso. Stalin lo organizó. Tampoco, cuando Trotsky aún estaba en el poder, era amigo de la democracia. Por el contrario, era partidario fanático de la opresión dictatorial de todos los “saboteadores. Es cierto, él no anticipó que el dictador lo pudiera considerar a él, Trotsky, autor de tratados marxistas y veterano de la exterminación gloriosa de los Romanov, como el saboteador más perverso. Como otros promotores de la dictadura, asumió que él mismo o alguno de sus amigos más íntimos, sería el dictador.

Trotsky era un crítico del burocratismo. Pero no sugirió algún otro método para conducir los asuntos en un sistema socialista. No existía otra alternativa a los negocios privados en busca de ganancias, más que la administración burocrática. [21]

La verdad es que Trotsky encontró sólo una falla en Stalin: que él, Stalin, era el dictador, en vez del propio Trotsky. En su lucha ambos estaban en lo correcto. Stalin estaba en lo correcto al mantener que su régimen era la incorporación de los principios socialistas. Trotsky estaba en lo correcto al aseverar que el régimen de Stalin había convertido a Rusia en un infierno.

El trotskismo no desapareció enteramente ante la muerte de Trotsky. También el boulangerismo en Francia sobrevivió durante algún tiempo ante el fin del General Boulanger. Todavía hay Carlistas en España, aunque el linaje de Don Carlos se terminó. Por supuesto, tales movimientos póstumos están condenados.

No obstante, en todos los países hay personas que, aunque propiamente fanáticas comprometidas con la idea de una planificación total; esto es, con la propiedad pública de los medios de producción, se asustan al verse confrontadas con el verdadero rostro del comunismo. Esta gente está desilusionada. Sueñan con un Jardín del Edén. Para ellos el comunismo, o el socialismo, significan una vida fácil en la riqueza y el pleno disfrute de todas las libertades y placeres. Fracasan al no darse cuenta de las contradicciones inherentes en su imagen de la sociedad comunista. Ellos se han tragado, sin crítica alguna, todas las fantasías lunáticas de Charles Fourier y todos los absurdos de Veblen.
Firmemente creen en la aseveración de Engels, en cuanto a que el socialismo será un reino de libertad sin límites. Culpan al capitalismo por todo lo que les disgusta y están plenamente convencidos de que el socialismo los liberará de todo mal. Adscriben sus propios fracasos y frustraciones a la injusticia del “insensato” sistema competitivo y esperan que el socialismo los asigne una posición eminente y un ingreso alto que por derecho les son debidos. Son las Cenicientas que anhelan un príncipe salvador que reconocerá sus méritos y virtudes. El odio ante el capitalismo y la devoción hacia el comunismo son un consuelo para ellos. Les ayuda a disfrazarse a sí mismos ante su propia inferioridad y a culpar al “sistema” por sus propias limitaciones.

Al promover la dictadura, esa gente siempre aboga por la dictadura de su propia clique. Al pedir que haya planificación, lo que tienen siempre en mente es su propio plan, no el de otros. Si no les asigna a ellos propiamente a la posición más elevada y el ingreso más alto, nunca admitirán que un régimen socialista o comunista es el verdadero y genuino socialismo o comunismo. Para ellos, la característica esencial de un comunismo verdadero y genuino es que los asuntos sean conducidos precisamente de acuerdo con su propia voluntad, y que aquellos que están en desacuerdo sean reducidos a la sumisión.

Es un hecho que la mayoría de nuestros contemporáneos está imbuida de ideas socialistas y comunistas. No obstante, eso no significa que sea unánime en sus propuestas de socialización de los medios de producción y de control público de la producción y distribución. Por el contrario. Cada camarilla socialista se opone fanáticamente a los planes de todos los otros grupos socialistas. Las diversas sectas socialistas se pelean entre sí en la forma más implacable.

Si el caso de Trotsky y el parecido de Gregor Strasser en la Alemania nazi fueran casos aislados, no habría necesidad de estar tratándolos. Pero, no son incidentes casuales. Son típicos. Sus estudios revelan las causas sicológicas tanto de la popularidad del socialismo como de su inviabilidad.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA

[20] El motín de Hölz fue un levantamiento comunista en Alemania (marzo de 1921, en Manfeldischen), dirigido por el veterano de la Primera Guerra Mundial Max Hölz (1899-1933). Como resultado, Hölz fue sentenciado a prisión perpetua, se le otorgó la amnistía en 1928 y dejó a Alemania para irse a la Unión Soviética (Pub.)
[21] Mises, Bureaucracy [Burocracia] (Yale University Press, 1944).