EL ESTADO INEFICIENTE-TRASTABILLA ENSEÑANZA DEL INGLÉS
Por Jorge Corrales Quesada

Es bien sabido que, para que el trabajador costarricense pueda conseguir un trabajo mejor, necesita saber bien el inglés. Esa parece ser una verdad aceptada en el país. Me acuerdo que ese fue un tema que afortunadamente enfatizó el expresidente Figueres Olsen, como algo esencial para una economía que se abría al comercio internacional y a la inversión extranjera, como podríamos decir que se viene llevando a cabo -aunque ciertamente de manera muy incompleta- desde más o menos el año de 1986.

Reconozco que el estado ha hecho un esfuerzo para que los estudiantes de secundaria salgan dotados del conocimiento del idioma inglés. Por ello me complace que en el periódico La Nación del 28 de noviembre recién pasado, se indique que “En el año 2000, la cifra de jóvenes que hablaba inglés era del 10%; en 14 años hubo una mejoría del 5%, que sigue siendo baja.” El comentario de La Nación se titula “Sólo 15% de jóvenes habla inglés: Encuesta Nacional de Hogares”, lo cual significa que se ha avanzado, pero, como se verá luego, el resultado es satisfactorio a medias, pues los requisitos laborales siguen exigiendo un mayor y más extenso aprendizaje de ese idioma entre los trabajadores nacionales.

De acuerdo con la Encuesta de Hogares del 2013, que efectúa la Dirección General de Estadística y Censos, “sólo el 15% de la población entre 18 y 35 años domina ese idioma en el país…Los estudiantes se gradúan de secundaria con un nivel básico o intermedio y, pese a que logran comprender ideas generales en un texto, su vocabulario es escaso y no logran sostener una conversación.” Además, de acuerdo con el último informe del Estado de la Nación, “sólo 3% de los colegios públicos enseña niveles altos de inglés”, que muy posiblemente es el requerido por empresas que demandan trabajadores bilingües.

En una sección del comentario de referencia, se indica que “Los asesores del MEP (del idioma inglés) reconocen que los estudiantes públicos se gradúan con un nivel de principiantes en inglés, excepto en los colegios experimentales bilingües y técnicos que impartan carreras relacionadas con inglés, o los que ofrecen bachillerato internacional.” Pero sabemos que los colegios experimentales bilingües del estado son relativamente pocos en el país (17), por lo cual su impacto es menor en cuanto al conocimiento laboralmente requerido de los estudiantes.

Asimismo, los estudiantes, frustrados ante su deficiente preparación en inglés que les impide encontrar trabajo, acuden a centros de enseñanza privada del idioma (no la de colegios privados, sino ya fuera del sistema educativo formal de la secundaria), pagando costos relativamente elevados para poder subsanar sus deficiencias.

El problema es especialmente grave en zonas rurales. Ya señalamos que entre los adultos jóvenes del país, un 15% domina el idioma, pero en aquellas zonas rurales es apenas de un 5.8%. Y, para empeorar las cosas, como indica Manuel Barahona en el informe del Estado de la Nación antes citado, “Las personas no pobres tienen mayor dominio de un segundo idioma. Hay una brecha entre zonas rurales y urbanas, que se vincula con la condición socioeconómica del estudiante.” Eso es de esperar, porque los no pobres posiblemente acudan a centros educativos privados, en tanto que los relativamente más pobres son quienes acuden a los centros públicos.

No hay duda que esta es un razón más en favor de buscar sistemas educativos que descansen no en cuanto a que el único proveedor sea el estado, sino que pueda elegirse el centro que se considera apropiado por los padres y los estudiantes para adquirir las habilidades requeridas en los mercados de trabajo. La propuesta de otorgar vales o bonos (vouchers) en el campo de la educación, para ser gastado por los padres en la escuela que desean, puede ser aquí especialmente apropiada. El conocimiento del idioma inglés podría dejar de ser así una posibilidad tan sólo para “hombres, de zonas urbanas y de clase media y media alta,” como lo señala el artículo de marras.

Ya sabemos del intenso ligamen que hay entre pobreza y desocupación, por lo cual, ante una demanda no satisfecha de personal calificado en el idioma inglés por no llenar las calidades requeridas, podría estar alentando el desempleo o el trabajo en actividades menos remuneradas, ambas de las cuales -principalmente la primera- se refleja en el nivel de pobreza del país. Por ello, hacer un esfuerzo mayor por mejorar la educación en cuanto al idioma inglés, podría ser la diferencia que habría entre un futuro de mayores ingresos o uno de menores resultados, generalmente asociados con la pobreza de las familias.

Otra posible solución, propuesta de la cual supe hace unos años, fue la que formuló un distinguido empresario y educador, de crear una institución educativa privada que preparara, por ejemplo, a los estudiantes del Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), de acuerdo con las condiciones de conocimiento del idioma que demandaban las empresas privadas de parte de sus trabajadores. Por supuesto, este esquema podría ser ampliado a estudiantes no sólo del INA, sino de colegios que hoy son deficientes en cumplir con esos objetivos de educación del idioma. En aquel entonces, al estado no pareció importarle la idea de que una entidad privada pudiera mejorar un sistema estatal que no daba los resultados buscados. Tal vez ahora, cuando nos damos cuenta de lo mucho que nos cuesta a los ciudadanos en cuanto a impuestos y gravámenes de todo tipo, para tener una educación que no parece rendir los objetivos que esperamos, sino tan sólo a medias, se logre entender que el sector privado, con sus reglas de funcionamiento eficiente, podría hacerlo mejor. Y, por supuesto, con ello ampliando las posibilidades laborales de empleo para quienes más lo requieren en el país: los jóvenes rurales de menores ingresos.

Publicado el 16 de febrero del 2015.