COMENTARIO A PROPÓSITO DE UN ARTÍCULO DE ESTEBAN MORA
Por Jorge Corrales Quesada
Revista Paquidermo, 16 de marzo del 2015
http://www.revistapaquidermo.com/archives/11525

Debido a lo extenso de mi comentario, lo he dividido en dos partes. He aquí la primera de ellas; la segunda, saldrá mañana.

PRIMERA PARTE:

Gracias a un amigo, me llegó una copia de un artículo de Esteban Mora publicado en la Revista Paquidermo del 14 de febrero del 2015, el cual lleva por título “Smith y Spencer en Costa Rica”. Lo analizaré en dos partes: la primera de ellas, en cuanto a su relación con la evolución del pensamiento de esos autores y, la segunda, de la derivación que el autor Mora hace de ese pensamiento liberal clásico (minarquista, laissezferiano, libertario, como lo llama de distintos modos el señor Mora).

ACLARANDO LAS IDEAS DE SMITH, SAY Y SPENCER
Con dicho titular pensé que el comentario de Mora se refería a alguna reunión espiritista que se realizaría pronto en nuestro país; ante todo me interesó porque sería de espíritus liberales. Pero no era algo así. Me equivoqué plenamente por iluso: lo que aquel autor pretendía demostrar era que, a partir de una limitada e inexacta referencia a esos autores, Herbert Spencer define ideológicamente a los partidos políticos costarricenses -Movimiento Libertario, Liberación Nacional, Unidad Social Cristiana y parte de Acción Ciudadana- como liberales oponentes de la intervención del estado, “lo sepan o no”, como asevera saberlo el señor Mora, haciendo gala de una capacidad de introspección rara vez vista, incluso en la psiquiatría de la política.

Aclaremos un par de cosas que el señor Mora asevera en su comentario. En primer lugar, intenta diferenciar a Adam Smith de Jean Baptiste Say, en cuanto a que el primero “habla de la ‘mano invisible’ y (del) ‘laissez faire’’’, aunque, si bien dice Mora, es muy distinto al término “laissez faire” que se conoce hoy, supuestamente porque “Smith propone gasto público en educación, infraestructura, etc (de ahí que [Smith] hable de impuestos).” En el texto de Mora en ningún momento se define cuál es hoy la naturaleza del “laissez faire”, en contraste con aquélla del pasado, lo cual nos hubiera dado base para entender la diferencia radical, si es que la hay y que él pretende utilizar como factor diferenciante, con el debido rigor al pensamiento en torno al papel del estado que Smith y Say poseen.

A pesar de tal falta de categorización, tratando de sugerir una diferencia real entre Smith y Say, Mora expone lo siguiente: “Say considera el mercado no como una construcción social, sino como algo natural.” Esto es, para Mora, Say toma al mercado como un fenómeno espontáneo, natural, y no una construcción social, lo cual implica que para Smith, en el contraste que Mora postula, la mano invisible y el laissez-faire de Smith serían una “construcción social” y no “algo natural”.

Pero veamos qué es lo que Smith considera como “la mano invisible”, mencionada por Mora:

“…como cualquier individuo particularmente procura poner todo el empeño en emplear su capital para sostener la industria doméstica, así como en elegir y dirigir aquel ramo que ha de dejar productos de más valor, cada uno de por sí viene a esforzarse, sin intentarlo directamente, en conseguir el máximo de renta anual de la sociedad en común. Ninguno por lo general se propone originariamente promover el interés público, y acaso ni aún conoce cómo lo fomenta cuando no abriga tal propósito. Cuando prefiere la industria doméstica a la extranjera, sólo medita su propia seguridad, y cuando dirige la primera de forma que su producto sea del mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste y en otros muchos casos es conducido, como por una mano invisible, a promover in fin que nunca tuvo parte en su intención.” (A. Smith, La Riqueza de las Naciones, Tomo II, San José, Costa Rica: Universidad Autónoma de Centro América, 1986, p. 191).

Es importante destacar que, tal como lo indica Hayek, Smith no considera que el mercado habría de surgir como un resultado natural, sino que debe ser visto en el marco de instituciones producto de la evolución, que no fueron diseñadas por individuo alguno, sin que surgieron como un proceso de búsqueda para asegurar “la vida, libertad y propiedad”. Es en tal sentido que se puede decir que Adam Smith no considera que los mercados sean resultado de una construcción social deliberada, sino de la evolución no diseñada por individuo alguno a través de la acción -de la prueba y el error- de los individuos en sociedad. Perfectamente puede calificarse la posición de Smith como que el mercado es resultante de una construcción social no planeada, no producto del diseño de persona alguna, sino de la acción de los individuos que generan un orden espontáneo; sin una mente que dirigiera tal proceso creativo, sino que, tal como lo expresó Adam Ferguson,

“Como los vientos que no sabemos de dónde vienen, y que soplan hacia cualquier lado, las formas de la sociedad son derivadas de un origen distante y obscuro; surgen mucho antes de la fecha de la filosofía, de los instintos y no de las especulaciones del hombre. Las multitudes de humanos son dirigidas en sus negocios y sus consideraciones por las circunstancias en que se encuentran; y rara vez son desviados de camino para seguir el plan de un único planificador. Cada paso y cada movimiento de la multitud, incluso en aquello que se le llamó la edad de la ilustración, son llevados a cabo con igual ceguera; y las naciones se encuentran con creaciones que son ciertamente el resultado de la acción humana, y no de la ejecución de algún diseño humano.” (A. Ferguson, An Essay on the History of Civil Society, London: T. Cadell, 1782, p. 206.)

En palabras de Smith, podemos entender, entonces, que es un error lo que menciona Mora en cuanto a que aquél no considera al mercado como una construcción social, pues se trata de una construcción social que no es producto del diseño deliberado, con un propósito, de individuo alguno, sino de sus acciones en busca de un mejor vivir:

“El esfuerzo natural de cada individuo por mejorar su propia condición, cuando se experimenta ejercitándose a sí misma con libertad y seguridad, es un principio tan poderoso que, por sí mismo y sin asistencia, no sólo es capaz de llevar a la sociedad hacia la riqueza y la prosperidad, sino de remontar un ciento de obstrucciones impertinentes, mediante las cuales la estupidez de las leyes humanas muy a menudo estorban sus operaciones…” (A. Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, Vol. I, Indianapolis: Liberty Classics, 1981, p. 540).

Esto le permite aseverar a un estudioso de Adam Smith, el profesor James R. Otteson, que

“La fuerza del modelo de Smith es que permite mostrar cómo los mecanismos de un sistema no planeado como éste, pueden producir cualquier cosa que sea buena sin necesidad de dicho plan. La argumentación de que puede producir virtud en los individuos sin que fuera ese su propósito, es “la mano invisible” de la Riqueza de las Naciones operando en su Teoría de los Sentimientos Morales.” (J. R. Otteson, Adam Smith’s Marketplace of Life, Cambridge: Cambridge University Press, 2002, p. 127).

Problema similar sucede con la expresión “laissez faire” que emplea Mora en su comentario, al señalar que Smith “habla del ‘laissez faire’”. Es cierto que, en opinión de algunos, Adam Smith ha sido considerado como padre de la economía laissezferiana, pero es indispensable, en el contexto en que Mora analiza el punto, resaltar que Smith no puede haber “hablado” de laissez faire, pues dicha expresión se ha considerado como aplicable a la absoluta no intervención estatal en el mercado. Aparentemente esa frase la pronunció un francés, un señor Le Gendre, a finales del siglo 17, como una petición de un grupo ciudadanos ante funcionarios de gobierno, a fin de que no se les impidiera llevar a cabo sus actividades de comercio, pero posiblemente tal súplica no se refería a que el gobierno se esfumara (como Marx lo predijo) o que desapareciera de la economía, como algún anarco-capitalista lo puede haber sugerido con posterioridad.

Por ello, es apropiado señalar que Smith tenía muy claro el papel que podía desempeñar el estado en su sistema de mercado. Mucho más diáfano que como lo indica Mora, al escribir que Smith proponía “gasto público en educación, infraestructura, etc”. Para Smith el estado tenía tres funciones esenciales que cumplir: (1) asegurar la defensa nacional ante el extranjero; (2) administrar y hacer vigentes las reglas internas de justicia, particularmente para resolver conflictos entre partes y (3) llevar a cabo ciertas obras públicas, caminos, escuelas públicas y otros, en tanto los individuos no quisieran llevarlos a cabo por no ser rentables (sobre este punto 3, ver A. Smith, Op. Cit., p. 723). O sea, el etcétera (etc) que Mora coloca en su texto, omite el importante papel del estado de asegurar la defensa nacional (ejército), así como la administración de la justicia, que implica la defensa del derecho a la propiedad, al igual que la resolución de conflictos entre individuos en torno a contratos libremente firmados por las partes.

Por otra parte, profundicemos un poquito más en la afirmación de don Esteban, cuando escribe que “Say considera el mercado no como una construcción social, sino como algo natural”. En realidad no pude encontrar referencias en mis numerosos libros de anarco-capitalistas o libertarios (como sea que se les llame), acerca del pensamiento de Jean Baptiste Say, en cuanto a las funciones del estado, si bien en mis textos de economía se le refiere como crítico de la teoría del valor y ante todo como proponente de lo que se conoce como la “ley de Say”. Esta última se puede resumir en la idea de que, en el agregado económico, “la oferta crea su propia demanda”, con lo cual se señala que en una economía nunca podrá darse un exceso generalizado de la oferta sobre la demanda. De paso, en criterio de algunos, este aporte de la “ley de Say”, junto con la idea Smithiana de la mano invisible, han sido sustento para la idea de que el capitalismo tiende naturalmente hacia el pleno empleo, si es que lo dejan funcionar sin intervención gubernamental (¿les suena esto último parecido a la idea del laissez faire?).

Pero, entonces se tendría que valorar si la intervención gubernamental que propone Smith es mucha mayor, más amplia, más profunda, que la que propone Say en su esquema. Esto es, que Smith es más intervencionista que Say o a la inversa. En tal búsqueda es relevante un párrafo muy interesante que encontré en un libro de Evelyn L. Forget, estudiosa de Say, en donde expone que

“…Say se daba cuenta profunda de la idea de un orden espontáneo canónicamente representado por la mano invisible de Smith. Él [Say] simplemente limitó su uso al mercado y en vez de ello construyó su sociedad basado en las ideas que le habían llegado de parte de los fisiócratas y, más directamente, de la idéologie. Estas fuentes específicamente francesas incorporan la idea de que el orden social es consecuencia de una buena legislación y, aún más importante, de la buena educación destinada a subordinar al bien social el comportamiento individual auto-interesado, mediante la enseñanza a la gente acerca de cuáles eran sus intereses verdaderos, que, en más que menos casos, no son armoniosos. Por lo tanto, la diferencia clave entre los análisis económicos de Smith y Say, yace en el papel mucho más expandido que Say le brinda al legislador.” (E. L. Forget, The Social Economics of Jean-Baptiste Say: Markets and Virtue, New York: Routledge, 1999, p.p. 107-108).

Esto obviamente va en sentido contrario de lo que inicialmente expuso Mora: en resumen, de que Say era menos estatista que su admirado Smith. Mora tendría que examinar su historia del pensamiento económico para comprobar que Adam Smith era más estatista que Say. También es apropiado destacar que Say, de acuerdo con lo dicho por Forget, simplemente limitó el uso del concepto del orden espontáneo -mano invisible- de Smith al mercado. Pero dicha noción en el pensamiento Smithiano va mucho más allá, como nos lo explica Otteson, refiriéndose al libro antecesor de la Riqueza de las Naciones, la Teoría de los Sentimientos Morales (TMS), en cuanto que esta obra se podría considerar como referida a un mercado de la moral:

“La descripción la moralidad en el libro de Smith, TMS, despliega una similitud estructural con su descripción del mercado de bienes y servicios y por lo tanto se adhiere al modelo general de un mercado. Tal como en el económico, el mercado de la moral es impulsado por una motivación única, en este caso el deseo de una simpatía mutua de sentimientos…. [D]ebido a que nunca tenemos conocimiento completo de las motivaciones de otra persona, y debido a que no conocemos todas las circunstancias que rodean las acciones de otra persona, desarrollamos una herramienta que ayuda a compensar nuestro conocimiento limitado –el espectador imparcial. Al preguntarnos a nosotros mismos cómo un espectador imparcial juzgaría el acto o motivación en cuestión, hacemos posible para todos nosotros llegar a un acuerdo o consenso acerca del juicio. En ambos mercados [el de bienes y servicios y el de la moral] las reglas y regulaciones que se desarrollan lo hacen ‘naturalmente’, en el sentido de que Smith considera que surgen sin un plan centralizado o la interferencia autoritaria, y son puestas en vigencia voluntariamente por la gente, quienes son parte en los mercados debido a que así hacerlo va en sus propios intereses –una mutua simpatía y una mejor condición de vida.” (J. R. Otteson, Adam Smith’s Marketplace of Life, Op. Cit., p. p. 285-286).

Pero en su artículo, Mora hace un salto incomprensible e increíble, pues después de señalar que Say es más laissezferiano que Smith, sin comprobarlo de manera alguna, señala que “de ahí que Spencer sea más cercano a lo que conocemos hoy por laissez faire”. ¿Cómo puede deducir tal relación, no sólo sin efectuar comprobación alguna, sino, como hemos demostrado, incluso la historia del pensamiento económico comparativo entre Smith y Say podría ir a contrapelo de la aseveración de Mora? Pero también Mora dice que hoy por laissez faire, se entiende a “la destrucción completa del sector público, ni una sola obra de ningún tipo realizada por el Estado, ninguna forma de redistribución de la riqueza y ninguna forma de impuesto.”

Con esto, Mora acaba de redefinir al pensamiento político, al decirnos que laissez faire hoy significa la eliminación del estado (ni siquiera propuso el idealismo marxista del desvanecimiento mortal del estado); esto es, me imagino que laissez faire para Mora debe de ser sinónimo de anarquía. Yo no he leído en lado alguno que el laissez faire se refiere a tal cosa, pues, aunque es cierto que suelen criticar fuertemente ciertos papeles que desempeña el estado moderno, no observo a los partidarios del laissez faire clamar por su total eliminación. No los he visto proclamar al estado como innecesario, el cual, en un extremo, podría decirse que actúa como protector de los derechos de propiedad, que usualmente consideran que el estado tiene un papel en la defensa ante el enemigo externo e incluso que en caso de externalidades, como bienes públicos, bien podría ser conveniente que tenga un rol que desempeñar.

De ahí en adelante, muchos de los que se oponen a intervenciones innecesarias del estado lo hacen porque suelen tener un costo que en muchas ocasiones se omite en la formulación de políticas (tal como se habla de fracaso del mercado, es más que lícito hablar de fallas del mercado), sino también porque suelen reflejarse en privilegios para ciertos grupos, como es el bien conocido caso de búsqueda de rentas. Pero en esencia, todos suelen oponerse porque consideran que un sistema de libertad, con la intervención mínima del estado, es conducente al mayor progreso de los seres humanos, así como que faculta la obtención del máximo bienestar, según lo definan los mismos individuos.

Hay una enorme gama entre laissezferianos o libertarios o liberales clásicos acerca de los roles adecuados para el estado en la economía. Por ejemplo, Hayek señala que

“Todos los gobiernos modernos han adoptado medidas protectoras de los indigentes, los desafortunados y los imposibilitados y han prestado atención a las cuestiones sanitarias y a los problemas de la enseñanza. No hay razones para suponer que con el incremento de la riqueza no aumenten también tales actividades de puros servicios. Existen necesidades comunes que sólo pueden satisfacerse mediante la acción colectiva y que, por lo tanto, han de ser en dicha forma atendidas sin que por ello implique restringir la libertad individual… Poco cabe oponer a que el poder público intervenga e incluso tome la iniciativa en áreas tales como la seguridad social y la educación o a que subvencione temporalmente determinadas experiencias. El problema no lo suscitan tanto los fines perseguidos como los métodos empleados por la autoridad.” (F. A. Hayek, Los Fundamentos de la Libertad, Madrid: Unión Editorial, 1975, p. 286).

Otro ejemplo: Milton Friedman, laissezferiano, libertario o liberal clásico, como lo llamaría Mora, propone en su libro Capitalism and Freedom, que el estado conserve el monopolio de la emisión monetaria (a lo cual, de paso, se opone Hayek, quien arguye en favor de la desnacionalización de la moneda, la cual podría ser libremente emitida por actores privados).

Si una cosa puede caracterizar a la generalidad de los distintos pensadores liberales clásicos, laissezferianos o libertarios es que, con excepción extrema del ácrata, todos proponen la existencia de un gobierno usualmente limitado a ciertas tareas específicas, que varían según las preferencias o análisis del escritor. Es cierto que se consideran usualmente como “minimalistas” en cuanto al tamaño del gobierno, pero no hay una definición que separe -que claramente seccione- al gobierno mínimo de alguno de ellos del gobierno no-mínimo de otros. Eso sí, todos suelen estar muy atentos a que dicha intervención del estado tenga una razón de ser muy concreta y que su puesta en práctica no cause más daño que beneficio para el bienestar y el progreso de los individuos, en un orden esencialmente basado en la libertad.

Antes de que este discurrir “académico” le sirva a Mora para aterrizar en un análisis de la política actual de Costa Rica, y decirnos que los partidos Liberación Nacional, Unidad Social Cristiana, Movimiento Libertario (por citar a los relativamente más “grandes”, me imagino) y sectores del Partido Acción Ciudadana, “parecen tener como norte o por lo menos tienden precisamente hacia esta definición spencereana de no-intervención del Estado en la economía, lo sepan o no,” es necesario que nos refiramos brevemente a su mención de Herbert Spencer.

Mora no puede explicar de manera lógica cuál es más “destructivo del estado entre Smith y Say, para llegar a su errada inferencia de que Say es más laissezferiano destructor del estado que Smith. Pero, además, señala que Herbert Spencer, filósofo liberal posterior a Smith y a Say, es “más cercano a lo que conocemos hoy por laissez faire: la destrucción completa del sector público, ni una sola obra de ningún tipo realizada por el Estado, ninguna forma de redistribución de la riqueza y ninguna forma de impuesto”. Es decir, en la gradación de Mora, Spencer va más allá de Say y, por ende, aún más que Smith, como para decirnos que es el más minimalista estatal de los tres. Pero no la comprueba, sino que tan sólo habla de ella.

He tratado de entender ¿por qué Mora coloca a Spencer como quien transporta la antorcha del ya ni sé que es- liberalismo clásico, libertarianismo o algo parecido, presuntamente desde manos de Say, ignorando a tantos otros que han enriquecido esa secuencia y que aún la enriquecen (como Nozick, buen Spenceriano y como un ‘por ejemplo’)?
En su presentación tan confusa, probablemente no conoce que tal vez se refiere al primer Spencer, como autor de su tercer libro, The Man versus the State, publicado en 1884, quien, en dos de sus ensayos previos “Over-Legislation”, escrito en 1853, y “Representative Government”, en 1857, pero en especial su segundo libro, Social Statics, fue capaz de escribir, en palabras de Albert Jay Nock, que

“…estableció e hizo claro el principio fundamental de que la sociedad debería de organizarse sobre la base de la cooperación voluntaria, no basada en la cooperación compulsiva, o bajo tal amenaza. En otras palabras, estableció el principio del individualismo ante el estatismo… Contempló la reducción del poder del estado sobre el individuo como un mínimo absoluto, y el ascenso del poder social a su máximo, en contrario del principio del estatismo, que contempla el preciso opuesto. Spencer mantenía que la intervención del estado sobre los individuos debería de confinarse a aquellos crímenes contra las personas o la propiedad que sean reconocidos como tales, lo que los filósofos escoceses llamaban ‘el sentido común de la humanidad’; en hacer cumplir las obligaciones de los contratos y en hacer que la justicia no tuviera costo y que fuera fácilmente asequible. Más allá de esto, el estado no debía de meterse; no debería de introducir restricción adicional sobre el individuo.” (A. J. Nock, Introduction a Herbert Spencer, The Man versus the State, Indianapolis: Liberty Classics, 1981, p. p. xxiii-xxiv.”

Un segundo Spencer traería problemas al legado ideológico que Mora asume, pues al final de su vida, “suavizó sus posiciones”, como cuando, según lo expone Tibor R, Machan,

“…en los últimos años de su vida, Spencer no sólo perdió su estatura, sino que también mucho de su optimismo, vigor y confianza, de manera tal que omitió en la segunda edición de Social Statics [la primera en 1851 y la segunda en 1892] su capítulo crucial ‘The Right to Ignore the State’, y cambió algunos de sus principios libertarios. El más dramático fue su aparente abandono de la universalidad de sus teorías sociales y políticas. Pudo declarar al final de su vida que ‘la bondad de estas o aquellas instituciones es puramente relativa a la naturaleza de los hombre que viven bajo ellas.’” (T. R. Machan. Introduction a Herbert Spencer, The Principles of Ethics, Vol. I, Indianapolis: Liberty Classics, 1978, p. p. 11-12.)

¿Cuál fue el Spencer que heredó la primacía del libertarianismo? La brevedad y ligereza del comentario de Mora no nos la define: simplemente de su glosa no podemos saberlo.

A pesar de ello, si asumimos la corrección del legado intelectual que hace Mora, debemos en la próxima parte referirnos a la presunta herencia ideológica de Spencer a la actual política nacional… si es que viene de Spencer y si es que en realidad es Spencer relevante, aunque este último cuestionamiento es cubierto por Mora, diciéndonos que puede ser que, aunque en verdad Spencer define la política de ciertos grupos políticos, las mentes limitadas pueden no saberlo. Claro, él sí lo sabe, aunque no lo prueba; sólo lo enuncia dogmáticamente, como veremos luego.

CONTINUARÁ MAÑANA.