ACALLANDO A LEONARDO GARNIER
Por Jorge Corrales Quesada

Muchos habrán observado los diversos intentos por censurar la herejía de Leonardo Garnier, quien se atrevió a publicar algo titulado ”El Padre Nuestro”, en donde expresa sus opiniones acerca de la validez o lógica de tan reconocida oración cristiana.

Los intentos poco disfrazados de lincharle que he observado en distintos medios, van más allá de peticiones para que renuncie como Ministro de Educación, algo tal vez más que merecido por su afán de recomendar a amigotes para que accedieran a ciertos recursos públicos, lo cual se supone ningún funcionario público debería de hacer. Pero también exceden aquellas pretensiones de exigirle que se disculpe públicamente, principalmente ante la grey cristiana, conminación que más me huele a deseos de extremistas musulmanes de aplicar la pena de muerte, con base en la llamada Ley Sharia, a quien se atreva a blasfemar contra el profeta.

Me ha sorprendido que esas pretensiones de expiación y censura y no de una crítica sana en su contra, se hayan dado en un país que supuestamente endosa y garantiza la libertad de expresión. Se puede considerar como indeseable, innecesario, agraviante y, para algún espíritu muy religioso, hasta odioso, lo que el señor Garnier escribió. Pero precisamente lo que la libertad de expresión garantiza es que el estado no pueda censurar, silenciar, tapar la boca, limitar la expresión, de los ciudadanos, excepto que directamente cause daño u ofenda (me imagino que definido por un juez) el honor de alguna otra persona. Incluso la libertad de expresión puede limitarse en casos en que notoriamente, mediante su ejercicio, se puede poner en peligro a terceros, como es el caso harto conocido en el Derecho, de gritar “fuego” en instalaciones cerradas, como es el de un cine lleno de gente.

Pero de ello a exigirle a Leonardo que cierre su pico por ser ofensivo o pedir que lo quiten de su trabajo actual debido a lo que expresó, hay un mundo de distancia, en donde lo único que se muestra con notoriedad es una enorme intolerancia ante una opinión ajena acerca de la cual se puede diferir. ¡Que los sabios y los doctores de la ley, escribas y fariseos, los que ni saben de qué están escribiendo, todo el que quiera, que le muestren a Leonardo su error, le indiquen sus equivocaciones, le señalen un tal vez merecido desacuerdo, pero no pidan que se le impida pensar y decir lo que él piensa! Esa es la libertad de expresión en la práctica: que cualquiera pueda escribir lo que quiera, sin ofender el buen nombre de otro. Refutar con lo que no se está de acuerdo o se disiente. Aunque me disguste lo que expresa un ser humano, me desagrade, esté en desacuerdo o discrepe en su totalidad, o ya sea que la considere como perversa o errónea, la persona debe estar en libertad de expresar lo que opina sobre cualquier cosa. Tolerar no significa aceptar lo que ese otro expresa, sino que se le permita hacerlo sin más consecuencia que lo que la ley determina si se practica un daño evidente contra un tercero.

Por ello, comparto lo que una vez en 1859 escribió John Stuart Mill:

“… debería existir completa libertad de profesar y discutir, como materia de convicción ética, cualquier doctrina, aunque sea considerada inmoral…” (John Stuart Mill, Sobre la Libertad, Madrid: Aguilar, 1971, p. 27), quien luego agrega: “La libertad completa de contradecir y desaprobar nuestra opinión es la única condición que nos permite suponer su verdad en relación a fines prácticos; y un ser humano no conseguirá de ningún otro modo la seguridad racional de estar en lo cierto.” (Id, p. 32).

Pero tanto como ha incomodado mi conciencia la pretensión de castigar a Leonardo (se ha escrito que hay una moción para que se presente a juicio ante nuestra sacrosanta, culta y tolerante Asamblea Legislativa), tal vez más lo ha sido la forma en que Leonardo intentó justificar lo que hizo. Dijo que sólo se trataba de un cuento y que por ello fue que lo incluyó en la sección de “Cuentos” de su sitio personal en Internet.

Creo que uno no debe justificar sus actos tratando de encubrirlo con propósitos ajenos a los que alguien considera como justificante para perseguirlo. Debería enhiestamente haberse plantado con base en su derecho esencial a la libre expresión y no en si se trata de un ensayo que refleja su ideario o en un cuento que sólo permite decir en terceros lo que tal vez piensa. Esto último es irrelevante. Lo que en verdad está en juego es el derecho a la libertad y particularmente la de expresión.

No creo que don Leonardo haya actuado así por cobardía, aunque debe ser muy doloroso luchar contra turbas intemperantes. Tal vez lo haya hecho más por oportunismo que por cualquier otra cosa. Lo que hoy tristemente he observado es una excusa flexible que le permita salir oportunamente del intríngulis, en vez de una columna construida con valores firmes y que está dispuesta a defender sus derechos esenciales. Yo defiendo a don Leonardo, porque así defiendo mi libertad. Aunque después él se encoja de hombros y diga “no me defiendas, compadre”.

Publicado en el sitio de ASOJOD el 02 de octubre del 2012.