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Tema: Ensayos en el Boletín de ANFE

  1. #21
    2008-08-31-UN FLAT TAX GENERICO

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    COLUMNA LIBRE: UN “FLAT TAX” GENÉRICO


    Boletín de ANFE, 31 de agosto del 2008. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 223-227.

    En este año, ANFE, que celebra los cincuenta años de su fundación, ha hecho un enorme esfuerzo para que temas de importancia relevante para el país sean objeto de una amplia discusión ciudadana. Se supone que en una sociedad libre y abierta la opinión de los ciudadanos acerca de políticas públicas que las autoridades gubernamentales puedan estar considerando o que han propuesto ante la ciudadanía, es de enorme importancia para asegurar la gobernabilidad que se requiere en una democracia.

    Por esta razón, ANFE ha llevado a cabo diversos seminarios en que, en algunos casos, tanto gobernantes como ciudadanos discuten propuestas concretas, como también, en otros, ha servido de foro para que grupos de interés manifiesten su opinión respecto a un asunto público específico y, en todos ellos, ANFE ha manifestado su opinión desde el punto de vista que caracteriza a la institución; un punto de vista liberal clásico, de defensa de la libertad, en que un gobierno está limitado y sujeto a las leyes y que, en el campo político, está obligado, antes que nada, a escuchar la opinión del ciudadano sobre asuntos que son de su interés.

    En todo esto, los medios de comunicación desempeñan varias funciones esenciales. La primera de ellas es la de informar acerca de tales actividades y, sobre todo, en cuanto constituyan una forma por la cual la ciudadanía le expresa su parecer a los gobernantes. La segunda, en mi opinión, es tal vez la más importante: los medios son en última instancia una importante manera de educar a los ciudadanos. Esto me trae a colación cuando hace ya mucho tiempo, en mis años mozos, solía escuchar, gracias a la sugerencia de mi padre, programas de la Radio Universidad, en que uno tenía la oportunidad de escuchar a pensadores tales como aquellos grandes señores, Constantino Láscaris, Salvador Aguado, Roberto Saumells, Teodoro Olarte, Abelardo Bonilla, Luis Recasens Sichez o Guillermo Malavassi, entre otros. Ello me dio la oportunidad de aprender la validez de la expresión de aquel gran filósofo, Richard M. Weaver, quien escribió que “las ideas tienen consecuencias”.

    Pero fue gracias a aquel medio –que sigue siendo notable en lo musical, no así en la calidad de los pensadores que uno a veces escucha- que tuve ayuda en mi educación para la vida. Aprendí a amar las ideas y me di cuenta de la importancia que tenían en la conformación no sólo de mi existencia personal, sino de aquella en sociedad. Porque aquellos hombres no sólo trataban lo íntimo y propio del individuo, sino de su vida en sociedad.

    Los impuestos son una parte muy importante de la vida de la persona, tanto en lo propio, como en su relación con la sociedad. Así uno observa, con toda razón, a muchas personas oponerse a los impuestos (tanto por su naturaleza como por su magnitud) porque sus ingresos son resultado de esfuerzos, privaciones, de asumir riesgos, en que a veces es mucho lo que pierde, pero también lo que se puede ganar y de la dura labor. En síntesis, un impuesto es partir de algo que le es propio y que el gobierno va a usar de alguna forma. Qué tan bien empleados por el gobierno los perciba el ciudadano, va a definir su conducta ante los impuestos. La persona no considera justo que lo quiten lo que tanto le ha costado, si percibe que va a ser mal empleado o dilapidado o simplemente substraído.

    Cuando en el país se propone realizar un seminario acerca de una forma de imposición que puede tener enormes efectos en la forma en que se recaudan los gravámenes y que, por ende, va a tener su impacto en los recursos que el estado va a utilizar en cumplimiento de sus objetivos, es importante que el ciudadano esté bien informado, que logre conocer la profundidad y extensión de la propuestas que en cierto momento pueden ser políticamente impulsadas. Tiene derecho a conocer de qué se trata tal o cual proposición tributaria. Y aquí los medios cumplen una función esencial: diseminar la información y contribuir a la educación cívica.

    Pero, aparentemente, para algunos medios (directores o periodistas) lo que algunos puedan venir a decirle a país respecto a una propuesta como el llamado “flat tax”, que no es sino una propuesta para que el impuesto a la renta tenga una tasa tributaria baja y uniforme, no es importante si la exposición “es genérica”, pues aunque “importante, pierde un poco de fuerza para los lectores precisamente por el contexto actual de reforma tributaria en el país”.

    No sólo llama la atención el argumento expuesto para no interesarse tanto en el tema del “flat tax”, dado el “contexto actual de reforma tributaria en el país”, sino también porque, en lo que juzga el periodista, no se hace necesario dar a conocer el tema “de forma genérica”, que al saber del juzgador, posiblemente significa “en teoría” o en contraposición con algo específico o individual. Por ello, el medio inquiere en saber si el expositor “conoce y puede hablar del caso de Costa Rica”.

    ¿Cuál es el contexto actual de reforma tributaria en el país? ¿Será que, como el Presidente Arias ha echado para atrás declaraciones recientes y ahora dice que no es el momento para hablar de reformar los impuestos a fin de evitar que el gobierno se empantane como el anterior, cuando quiso variar los tributos, el medio cree que no es interesante que los ciudadanos conozcan bien –se eduquen, aprendan- de experiencias tributarias con el “flat tax”? El Ministro de Hacienda, don Guillermo Zúñiga, más inteligente, propuso recientemente que el tema se discutiera “en un clima sosegado”. Y un clima sosegado es el que se esperaría en un seminario organizado por ANFE con la participación de un especialista internacional calificado, el Dr. Dan Mitchell, del Instituto Cato de Washington, de un experto economista del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad de Costa Rica, el profesor Luis Loría, quien expondrá los hallazgos de una reciente investigación de esa entidad sobre asuntos tributarios en Costa Rica, del Director General de la Tributación Directa, el Lic. Francisco Fonseca, a quien uno puede considerar como un vocero respetable de la opinión que sobre el tema puede tener el Ministerio de Hacienda, así como la del propio Presidente de ANFE, don Jorge Corrales, quien es un economista precisamente especializado en asuntos tributarios.

    Me imagino que si al país viniera a hablar sobre el tema el autor original de la propuesta de un “flat tax”, Alvin Rabushka, quien junto con Robert Hall expuso allá por los años ochentas su idea que hoy ha sido puesta en marcha en muchos país, el medio lo descalificaría por ser poco interesante, dado que no “conoce y puede hablar sobre el caso de Costa Rica.” Rabushka (o Hall), quien ya vino a Costa Rica hace un par de años ha exponernos su propuesta, contribuyó a educar a muchos en la conveniencia de su idea para un país como Costa Rica y, en aquellos a quienes pudo no haber convencido, dio lugar a que expusieran sus interesantes críticas que deberán ser satisfechas a la hora de que alguien pueda pretender introducir un “flat tax”.

    La prensa no debe dejar de lado su función educadora. No puede menospreciar a quienes exponen ideas importantes, porque no están familiarizados con los detalles criollos de un sistema tributario que posee serios problemas que no son únicamente creación nuestra, sino resultantes de una concepción “genérica” que los originó.
    ANFE continuará realizando seminarios sobre temas de interés público. La competencia se encargará de difundir las ideas, porque precisamente los ciudadanos están interesados en saber, en conocer, en aprender, a fin de que las elecciones que comprendan aspectos de políticas públicas, sean tomadas por nosotros de la mejor manera posible.

    Por mi medio, ANFE se permite agradecer la entrevista que los periodistas Edgar Delgado de El Financiero e Israel Aragón de La República hicieron recientemente a nuestro invitado, el Dr. Dan Mitchell.

    Por Carlos Federico Smith

  2. #22
    2008-09-30- COMENTARIOS ACERCA DE LA CORRECCIÓN DEL MERCADO EN USA

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    COLUMNA LIBRE:COMENTARIOS ACERCA DE LA CORRECCIÓN DEL MERCADO BURSÁTIL EN LOS ESTADOS UNIDOS


    Boletín de ANFE, 30 de setiembre del 2008. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 228-236.

    Se podría comentar de diversas maneras lo que ha estado pasando recientemente en los mercados bursátiles –principalmente de Wall Street pero no restringido a estos- en torno a la llamada crisis de las “sub-primes”.

    Lo más importante de destacar es que lo que se ha denominado como “crisis” en realidad no es sino el ajuste que los mercados practican cuando se deben corregir situaciones que ese mismo mercado considera como inconvenientes, no rentables o simplemente perdidosas. Lo observado no es que haya una crisis como tal, sino una corrección que efectúan los mercados. Sin embargo, han surgido diversos comentarios que me han estimulado para presentar una visión tal vez algo diferente de las que suelen presentarse, algunas de ellas claramente apocalípticas.

    Así, por ejemplo, el pasado domingo 21 de setiembre, en el periódico español El País aparece una entrevista al economista Joseph Stiglitz, encabezada de la siguiente manera: “la crisis de Wall Street es para el mercado lo que la caída del muro de Berlín fue para el comunismo.” Este titular tan estrepitoso me hizo pensar una vez más que, al presentarse este tipo de circunstancias, es cuando no tarda en aparecer algún agorero que nos viene a decir que se está en presencia de la caída del capitalismo. Sólo que, en esta ocasión, irritantemente el entrevistado abandona un capítulo muy importante de la historia del pensamiento económico: el debate acerca de la imposibilidad del cálculo en la economía socialista, que se dio en los años treintas y cuarentas y que algunos siempre tenemos presente cuando se habla acerca de caídas de los sistemas económicos.

    En dicho debate, que fue dirigido por economistas austriacos defensores del mercado, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, se le mostró a economistas socialistas como Oskar Lange, Abba Lerner y Fred Taylor, cómo un orden económico que se basaba en decisiones descentralizadas era más eficiente que el alternativo orden socialista-fascista que se fundamentaba en una toma centralizada de sus decisiones económicas. Esto es, cómo el mercado libre, con su sistema de decisiones individuales descentralizadas, resulta ser más eficiente en la asignación de recursos escasos, que aquél orden económico que toma las decisiones de forma centralizada, por ejemplo, por un politburó o por un organismo de planificación centralizada, incluso en el caso de Alemania Nazi, en donde “si bien la propiedad privada no fue nacionalizada, su uso fue, más o menos, determinado por el gobierno en vez de los propietarios,” (Tal como aseveró en una ocasión Benito Mussolini: “Fuimos los primeros en afirmar que conforme la civilización asume formas más complejas, más tiene que restringirse la libertad del individuo,” según se cita en Friedrich A. Hayek, Camino de Servidumbre, San José; Universidad Autónoma de Centro América, 1986, p. 72).

    Ante ese debate, no sorprendió que la caída del Muro de Berlín fuera un porrazo eficiente del ineficiente sistema económico basado en la centralización de las decisiones. Tal resultado había sido previsto muchos años atrás por Ludwig von Mises, quien en 1922 escribió su obra Die Gemeinwirtschaft: Untersuchungen über den Sozialismus (Jena, Gustav Fischer), a la cual hoy día conocemos como Socialismo de von Mises. Poco después de la exitosa revolución rusa afirmó lo siguiente (¡y que me encanta reseñar!): “Las investigaciones precedentes han mostrado las dificultades que confronta el establecimiento de un orden socialista en la sociedad. En una comunidad socialista se carece de la posibilidad de cálculo económico: es por lo tanto imposible de determinar el costo y el resultado de una operación económica o de hacer, a partir del resultado del cálculo, la prueba de la operación. Esto en sí mismo sería suficiente para hacer del Socialismo algo impracticable. Pero, algo aparte de eso, en su camino aparece otro obstáculo insuperable. Es imposible encontrar una forma de organización que hace independiente la acción económica individual de la cooperación de otros individuos sin que quede abierta a todos los riesgos de un simple juego. Estos son los dos problemas y, sin su solución, llevar a cabo el Socialismo parece impracticable a menos que se esté en un estado completamente estacionario.” (Ludwig von Mises, Socialism, Indianapolis: Liberty Classics, 1981, p. 126).

    No se presenta un caso similar con el capitalismo, si bien desde Sorel, Gramsci, Marx. Engels, los fabianos, pasando por Sombart, entre otros, nos han hablado de su inevitable fin, pero lo cierto es que continúa siendo el orden económico que ha logrado el mayor progreso de los pueblos. Por ello, el consejo que en su entrevista Stiglitz brinda a los chinos no les va a servir por simple omisión, pues al señalar que “a nosotros nos dijisteis que imitásemos a Estados Unidos que vosotros sois el modelo. Si hubiésemos seguido vuestro ejemplo, estaríamos en el mismo lío. Vosotros tal vez podáis permitíroslo. Nosotros no,” no les indica que el mercado sigue siendo la mejor alternativa de organizar su economía para continuar progresando como hasta ahora lo han logrado.

    En mi opinión Stiglitz, con su entrevista, se convierte en un simple enterrador que se aprovecha de la oportunidad, pues aquella expresa poco más que la costumbre de los enemigos del mercado de usar cualquier circunstancia para tratar de sepultar un orden económico que, por más de doscientos años, ha mostrado mejores resultados que las opciones del socialismo y del fascismo; esto es, de la economías de decisión centralizada. Stiglitz hace buen rato que nos viene con el mismo cuento resumido en que el capitalismo es un “modo de organización económica (que) resulta insostenible”, que “ese modelo no funciona” y ahora se aprovecha de una corrección que precisamente es llevada a cabo por el mismo mercado, con la cual nos muestra que sí funciona, para ver si en esta ocasión pega su ocurrencia y se hace una realidad su deseo expresado desde hace mucho tiempo atrás.

    Stiglitz omite decirnos que lo que llama “crisis financiera” no es sino el resultado del accionar del mercado ante las malas políticas públicas proseguidas por el Banco de Reserva Federal de los Estados Unidos (FED). Se trata de una corrección que el mercado efectúa ante una “crisis” que el estado, por medio de la FED, provocó. Entre diciembre del 2000 y junio del 2004, el banco central estadounidense redujo la tasa de interés básica desde un 6.5% a un 1%, lo cual tuvo un claro efecto no previsto. Había diversas actividades económicas que no se llevaban a cabo en tanto la tasa de interés –el costo de los fondos de inversión- fuera de un 6.5%: esto es, dado el costo financiero no eran rentables. Sin embargo, al reducir la FED dicha tasa a un 1% permitió que muchas esas actividades económicas previamente indeseables a un costo de los fondos de un 6.5%, ahora sí resultaran serlo al reducirla a un 1%. De esta manera, artificialmente, se estimuló la generación de ciertas actividades económicas que la sociedad no valoraba como rentables. Pero posteriormente la misma FED, entre junio del 2004 y setiembre del 2007, alzó las tasas de interés desde aquel 1% a un 5.25% Esto presionó la viabilidad de aquellas empresas previamente estimuladas a que surgieran gracias a la rebaja manipulada de tasas.

    Así llegó la hora de que estallara la burbuja: así el mercado corregía el grave error de haber estimulado la creación de actividades ineficientes. Y eso es lo que uno desea que suceda bajo un sistema económico eficiente: que desaparezcan aquellas actividades que nunca tuvieron razón de ser, de no haber sido por la intervención gubernamental vía la FED. El sector que claramente se vio afectado de manera primordial fue el llamado mercado de hipotecas sub-prime, que son aquellas hipotecas sobre viviendas que fueron adquiridas por propietarios que no tenían garantías suficientes para adquirirlas a las tasas de interés previas más elevadas y que, al subir de nuevo dichas tasas, no pudieron hacerle frente a sus obligaciones. En su momento el gran negocio fue colocar hipotecas en dicho mercado sub-prime, incluso sin ver si los prestamistas eran capaces de enfrentar los riesgos de fluctuaciones en sus obligaciones.

    Aquí de nuevo se observó la mano visible del estado por medio de dos empresas que colocaron con manga ancha dichas hipotecas, como fueron Fannie Mae y Freddy Mac, que, en conjunto, garantizaron casi la mitad del mercado hipotecario estimado en 12 trillones de dólares. Fannie Mae fue una creación estatal posterior a la Gran Depresión de los treintas y Freddy Mac fue fundada por el Congreso estadounidense en 1970. Cuando a mediados del 2007 se inició la crisis en el sector de las hipotecas sub-prime, la mitad de las hipotecas de viviendas eran propiedad o habían sido garantizadas por Fannie Mae o Freddy Mac. Lo interesante es que estas dos firmas “privadas” formaban parte de lo que se denomina “empresas tuteladas por el gobierno (ETG)”, o, en inglés, “government sponsored enterprises (GSE)” y tan sólo el año pasado habían financiado a 4 de cada 5 hipotecas. Con ese patrocinio gubernamental muchos inversionistas privados invirtieron en ellas, puesto que consideraban que esas dos firmas jamás quebrarían pues el gobierno no lo iba a permitir. Los hechos posteriores comprobaron ello: el gobierno las intervino, pero no quebraron.

    Pero en torno a Fannie Mae y Freddy Mac hay dos cosas interesantes que reseñar: la primera de ellas es que fueron fuente de financiamiento para importantes políticos demócratas del Congreso de los Estados Unidos, notablemente el Senador Christopher Dodd, presidente del Comité Bancario del Senado Norteamericano, quien se estima recibió donaciones (legales, pero donaciones al fin y al cabo) por $133.900 desde 1989. El candidato demócrata Barack Obama es tercero en la lista de receptores de fondos (en el medio está el excandidato presidencial demócrata John Kerry con $111.000) quien se informa recibió $105.849. En segundo lugar, tanto Fannie Mae como Freddy Mac, en tanto “instituciones tuteladas por el estado”, eran objeto de una fuerte supervisión estatal, en especial por el importante Comité Bancario del Senado Norteamericano que preside el senador Dodd. Aún así, la conducta de estas dos firmas “tuteladas por el gobierno” fue sumamente arriesgada en la concesión y manejo de las hipotecas, que incluso fue objeto de la crítica de ciertos sectores afines al mercado a fin de que se les sometiera a mejores controles.

    Algunos pensarán que algo similar a lo expuesto en cuanto al manejo de las tasas de interés por la FED podría suceder en Costa Rica, en donde el estado –el Banco Central- artificiosamente provocó una baja de las tasas de interés, pues la llamada básica pasó de un 10.75% en enero del 2007 a un 4.25% en abril del 2008. A partir de esa fecha y hasta hoy la ha aumentado hasta un 9.25%. Es similar a lo que sucedió en los Estados Unidos, pero allá ya los mercados lo están corrigiendo; aquí se imaginarán ustedes lo que podemos esperar.

    Entre las recomendaciones que pide Stiglitz está la de apuntalar los regímenes regulatorios de Estados Unidos. Puede ser que haya gente que olvida que cualquier régimen regulatorio tiene costos que impone sobre la economía en tanto que hay otras personas que pueden pensar que la solución al problema regulatorio (y en general a todo tipo de problema de naturaleza pública) radica en que se coloque a la “gente apropiada” (algo así como santos en la administración pública) a que vigile los actos económicos. Pero el problema de la regulación es algo mucho más complejo y, en las circunstancias de este comentario, particularmente en el sistema financiero.

    Así, la creencia de que la solución al problema radica en disponer de las leyes adecuadas quedó en entredicho cuando, por ejemplo, las llamadas leyes Sarbanes-Oxley, aprobadas apresuradamente en el 2002 pero que se esperaba por sus proponentes estatistas que fueran a “ordenar” un mercado financiero desordenado, si bien extendieron el control que practica la SEC (Securities & Exchange Commission) sobre mercados como Wall Street, no mejoró el marco regulatorio, sino que impuso costos, pero, sobre todo, dio lugar a que se buscaran nuevos instrumentos financieros que los evitaran.

    El problema que debe enfrentarse cuando simplemente se que en estos momentos sugiere se aumenten los controles fue señalado atinadamente por un articulista, al indicar que “regular para el resultado más malo posible, en el medio de una tormenta, raramente es una política sensata.” Sin embargo, la experiencia mundial podría ofrecer una oportunidad de reforma regulatoria en los Estados Unidos, en que se sustituyendo su maraña actual, en donde permanentemente se percibe un ojo gubernamental que mira todas y cada una de las actividades privadas, por un esquema como el de Basilea II, que se sustenta en algo sensato: regular con base en riesgos.

    En una reciente entrevista al economista liberal Xavier Sala i Martín, señala que la normativa de Basilea, diseñada en principio para impedir moderación a los bancos en el otorgamiento de los créditos (al exigir que la cantidad de créditos concedidos fuera sólo una pequeña proporción del capital del banco), se la brincaron los bancos mediante el diseño de nuevos instrumentos. Esto es, el problema no es tanto con la necesidad de regular con base en riesgos (que es la esencia de la normativa de Basilea), sino que surgieron nuevos instrumentos que permitieron brincársela a los regulados. Esto es, el problema parece estar en la implementación y efectiva observancia de las reglas. Lo que los bancos hicieron fue crear un fondo de inversión que estaba separado de los bancos (a este fondo se le llama “conducido”) y que les permitió acudir a los mercados monetarios para pedir un crédito con el cual comprar los paquetes de hipotecas que estaban en manos de ese banco. Esto permitió que, ante la normativa regulatorio de Basilea, el banco apareciera con una baja o nula proporción del crédito concedido con respecto al capital, que, a su vez, permitía que el banco volviera a conceder créditos. Fue con la creación de estas instituciones paralelas (los “conducidos”) que cada vez pudieron endeudarse más y más, conduciéndolos a problemas serios cuando estalló la burbuja de las hipotecas.

    Finalmente deseo hacer un comentario breve acerca de la propuesta del Presidente Bush para salir de la “crisis” y que fue derrotada, en una primera instancia, en una votación de la Cámara de Representantes. Mi preocupación fundamental con ella radica en que no es sino una forma de evitar que el mercado castigue las malas decisiones tomadas por las empresas financieras involucradas en las negociaciones con las hipotecas sub-prime. Simplemente con 700 billones de dólares (700.000 millones de dólares) se comprarían los activos de aquellas entidades financieras que tengan hipotecas como garantía, hipotecas que están en problemas por tener un valor de mercado muy bajo. Al adquirirlas el gobierno por encima de ese valor “muy bajo” usarían esos recursos para capitalizar al ente financiero, al sustituir esos activos de un calor contable alto en comparación con el valor de mercado bajo.

    La propuesta alternativa es que sea el mercado el que adquiera esas hipotecas de valor bajo y lo cual permitiría recapitalizar los bancos pero al valor que los mercados definen, no el que el gobierno determina. Esto es, el gobierno daría un subsidio; el mercado, no. Si el problema radica en que no hay suficiente crédito en los mercados como para adquirir esas hipotecas, podría ser aceptable en la conducción bancaria que se brinde un aseguramiento de parte del estado, pero a un costo que se trasladaría a las empresas financieras involucradas y no al ciudadano que paga los impuestos. El tema es candente y a la fecha en que esto se escribe aún en proceso de resolución, pero sí me parece que dependiendo de la forma en que se enfrente el problema, así se va a definir el futuro del sistema económico de los Estados Unidos y posiblemente de muchas economías que hoy conocemos como de mercado.

    Aprovecho para narrarles una historia personal. A fines del año 2000, poco antes de que la FED iniciara la reducción en las tasas de interés que la llevó de un 6.5% a un 1% y que les describí previamente, un colega, el Dr. Larry Willmore, me invitó a que diera una charla profesional ante un grupo asesor de las Naciones Unidas. En el jardín de su casa, en un suburbio de Nueva York, White Plains, mientras almorzábamos al aire libre, Larry me comentó su preocupación por el boom que se estaba dando en el área de la vivienda, pues observaba cómo, incluso a los intereses relativamente altos (ligados a la tasa inicialmente alta de un 6.5%), las personas se estaban endeudando fuertemente para adquirir incluso una segunda vivienda. Me dijo, en ese entonces, que si la FED proseguía una política de tasas de interés bajas, como ya en ese entonces se vislumbraba, el endeudamiento hipotecario por adquisición de viviendas iba a aumentar y que luego, cuando de nuevo volvieran las tasas a subir, vendría una estrepitosa caída. Bueno, su impresión tardó años en cumplirse, pero pudo, en ese momento, percibir un clásico ciclo austriaco provocado por el Banco Central. A diferencia de Larry, todos los reguladores y controladores y vigilantes y comisarios públicos encargados de las entidades reguladoras del sector financiero nunca se dieron cuenta ni advirtieron del problema con las sub-primes. Y todavía algunos se atreven a pedir que la solución a la “crisis” radique en ampliar el sistema regulatorio.

    Por Carlos Federico Smith

  3. #23
    2008-10-31-APUNTES PARA UNA EXPOSICION SOBRE DOLARIZACION

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    APUNTES PARA UNA EXPOSICION SOBRE DOLARIZACION*


    Por Jorge Corrales Quesada

    Me imagino que los organizadores de este seminario habría pensando en invitar a don Jorge Corrales porque no les iba a cobrar nada, Cierto, pero como dice el dicho entre los economistas, no existe tal cosa como un almuerzo gratis. Voy a aprovecharme que en esta ocasión hay reunida una gran cantidad de personas, para hacerles una invitación.

    Como tal vez algunos sabrán, este año la Asociación Nacional de Fomento Económico –la ANFE- cumple 50 años de haber sido fundada. Por este motivo hemos organizado –vayan tomando apuntes de esto- el próximo martes 28 de octubre de 8 a 3 de la tarde un seminario que lleva como título “Amenazas a la libertad y la democracia en América Latina”. Se realizará en el Country Club y –la mejor noticia- es totalmente gratis, incluyendo el almuerzo.

    En dicha ocasión expondrán dos destacados intelectuales extranjeros, los señores Plinio Apuleyo Mendoza y Carlos Sabino. El primero lo hará durante el almuerzo y expondrá sobre el mismo nombre del seminario. Para quienes no han oído hablar de don Plinio Apuleyo, es un colombiano quien reside en España, es politólogo de la Universidad de la Sorbona de París. En 1979 obtuvo el Premio Plaza y Janés con el libro “Años de Fuga.” Coautor con Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa de “El Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano,” luego ampliado como “El Regreso del Idiota,” en el cual desnuda las prácticas ilusas de los populistas en América Latina.

    Por su parte, el Doctor Carlos Sabino es un sociólogo y economista argentino, hoy profesor de esas materias y de historia en la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Asimismo, fue profesor de economía en la Universidad Central de Venezuela. Entre sus publicaciones destacan “De Cómo un Estado Rico Nos Llevó a la Pobreza,” “El Fracaso del Intervencionismo: Apertura y Libre Mercado en América Latina,” y “Todos Nos Equivocamos,” en que narra su evolución personal desde el intervencionismo y el estatismo hacia la libertad.

    Otro expositor de ese seminario es el Dr. Oscar Álvarez Araya, representante en Costa Rica de la Red Latinoamericana del Movimiento Mundial para la Democracia y autor de los libros “Pensamiento Humanista Centroamericano,” “Pensamientos de Fin de Siglo,” entre muchos otros.

    Asimismo, expondrá el Dr. Jaime Gutiérrez Góngora, autor de los libros, “Cómo las Democracias Pierden la Paz,” Libertad de Prensa y Seguridad Nacional,” y próximos a salir “Palabras Adulteradas: Violencia, Paz, Defensa y Fuerza,” y “La Solitaria Lucha de Churchill por la Paz,” además de columnista en medios de prensa nacionales y extranjeros. Don Jaime ha sido galardonado con el Premio a la Libertad que ANFE otorgó en este año 2008.

    También expondrá el conocido abogado, economista y columnista del Periódico La Nación, Dr. Jorge Guardia, ex Presidente de ANFE, cuyo tema es “Ausencia de Libertad en la Políticas de Costa Rica”, así como este servidor, quien expondrá sobre “ANFE: 50 años en defensa de la libertad”.

    Nada más les ruego que hagan su reservación (o la de alguno o algunos amigos que quieran invitar) lo más pronto posible pues el cupo es limitado a los teléfonos de ANFE –apunten- 2253 4460, 2224 7350, 2253 4497 o 8376 1947. Nos sentiremos honrados la presencia de Ustedes.

    Ahora sí. Hablemos algunas cosas sobre dolarización. Tengo presentes tres fuentes que en su momento señalaron su preocupación por el grado de dolarización de la economía costarricense: una es el Fitch Ratings del 2006; otra es un informe del 2003 sobre Costa Rica del Fondo Monetario Internacional, el cual señala que el 60% del crédito al sector privado estaba dolarizado, indicando una importante vulnerabilidad de la economía y, en tercer lugar, el Country Report de Costa Rica del 2006 del Fondo Monetario, que indica que “la dolarización de los depósitos y el crédito en el sector financiero son aún altos (aunque dice que parece que se han nivelado).”

    En esas diferentes instancias el FMI pedía a las autoridades económicas nacionales que tomaran acciones para des-dolarizar nuestra economía. Casi a finales del 2006, las autoridades del Banco Central intentaron lograrlo, sustentadas en la política cambiaria escogida de bandas, pero el hecho de que el tipo de cambio se pegó al piso de la banda cambiaria, hizo muy poco por estimular la des-dolarización buscada.

    Por el contrario, ante claras presiones en el mercado por una revaluación del colón, aumentó su demanda, en mucho por la expectativa de tener una ganancia de capital con esa apreciación esperada del colón. Al fin y al cabo, eso no era lo que el Fondo Monetario anhelaba, pues ellos, al igual que las autoridades del Banco Central, dizque para recuperar sus posibilidades de ejercer política monetaria, lo que pretendían era que el tipo de cambio buscara naturalmente un equilibrio entre oferta y demanda, pero que oscilara dentro de una banda cambiaria. Así pretendían controlar la inflación, mediante lo que se ha denominado horriblemente como “inflation targeting”.

    Pero, al ir adquiriendo el Banco Central todas las reservas que ingresaban al país para evitar una revalorización del colón, dio lugar a que la ciudadanía actuara en contra de la des-dolarización que quería el Banco Central. Como sabemos, el tipo de cambio rebotó y en medio de una serie de experimentos con formas o regímenes cambiarios, hemos terminado como al principio: una simple mini devaluación del colón, porque, si bien nos dicen que vivimos bajo un régimen cambiario de bandas, lo cierto es que el tipo de cambio viene pegado desde hace un buen tiempo al límite superior de la banda, límite que se ajusta diariamente en seis centavos.

    ¿Y qué ha pasado con la dolarización o des-dolarización que pretendían el Banco Central y el Fondo Monetario? Pues todo ha ido volviendo a como estábamos al principio; los ciudadanos (testarudos que somos, nos dirá algún burócrata) se han vuelto a dolarizar.

    Veamos los datos siguientes que nos permiten algún grado de comparación en el tiempo de un indicador de la dolarización en Costa Rica. Me refiero a la liquidez en moneda extranjera como proporción de la liquidez total en el Sistema Bancario Nacional (en sencillo: básicamente qué estamos haciendo con nuestros depósitos en los bancos del país; si los tenemos en dólares o en colones). ¿Recuerdan las fechas de aquellos tres reportes sobre dolarización en Costa Rica? Uno del Fondo en el 2003; el segundo de Fitch Ratings de octubre del 2006 y el tercero también del Fondo publicado en noviembre del 2006 y en el cual los datos correspondientes son para enero del 2006.

    Bueno, veamos las siguientes cifras sobre la proporción de la liquidez en moneda extranjera del Sistema Bancario Nacional en las fechas –aproximadas-a esos tres informes. Para el 2003 tomo la mitad de ese año: en junio fue de un 45.7%. En la misma fecha en que Fitch publicó su informe, en octubre del 2006, la proporción era de un 49.4% y en el caso del tercer informe (el segundo del Fondo), en enero del 2006 la proporción correspondiente fue de un 50.7% y en el momento en que se editó el informe –noviembre del 2006- fue de un 48.8%.

    Lo más interesante es que las medidas des-dolarizadoras del Banco Central se empezaron a tomar a finales de ese último año (diciembre 2006), cuando la proporción era de un 46.9%. Déjenme informarles que la proporción a setiembre del 2008 había ascendido a un 45.7%, luego de que en el período en que supuestamente el Banco Central tenía en pie las políticas para la des-dolarización, llegó a su nivel más bajo en marzo del 2008, de un 39.1%.

    Todo esto lo que nos indica es que paulatinamente nos hemos vuelto a dolarizar y no es sino un indicio del fracaso de la política de des-dolarización que el Banco Central ha intentado mediante sus políticas cambiarias y, agrego, indica la desconfianza que hay en el país acerca del Banco Central.

    ¿Cómo iba a ser otro el resultado? Hemos tenido un aumento significativo de la inflación en los últimos tiempos, incluso por encima de aquella permanentemente incómoda de alrededor de un 10% durante las últimas dos décadas, que ha erosionado el valor de nuestra moneda. Simplemente los ciudadanos hemos ido gradualmente buscando una moneda que no nos haga perder el valor al grado en que lo ha hecho el colón y que ha significado enormes costos para protegernos de esa pérdida.

    Esa inflación, recientemente incrementado en mucho por la errática política cambiaria, no parece que podrá ser dominada con el paso del tiempo, pues el déficit monstruoso del Banco Central y la emisión que ello conlleva de nuevo generarán presiones inflacionarias. Llevamos casi 30 años de inflación sostenida. Debo aclarar algo sobre ese déficit del Banco Central: si bien este año ha disminuido, se ha debido fundamentalmente a dos razones. La primera, que el Banco ha mantenido una política artificial de bajas tasas de interés, con el cual ha reducido el costo de sus pérdidas y, la otra, que ha estado vendiendo reservas de dólares a un precio más alto del que las compró; esto es, ha tenido ganancias por la venta de las divisas. Pero que el déficit a largo plazo del Banco Central va a seguir siendo enorme, no tengan duda de ello, lo cual significa que, a largo plazo e independiente de vaivenes momentáneos, la tasa de inflación elevada va a perdurar

    Más recientemente el Banco Central, mediante el uso de reservas monetarias internacionales, ha venido manteniendo artificialmente un tipo de cambio, pues con ello trata de evitar una mayor devaluación del colón y la inflación que suele acompañarla. De abril a la fecha el Banco Central ha perdido más de $1.100 millones de dólares y hoy muchos nos preguntamos, con toda razón, ¿hasta cuándo el Banco Central podrá sostener ese juego, en especial cuando uno observa como nuestros ciudadanos vuelven a dolarizarse, tal como lo acabamos de ver en las cifras que les presenté?

    El caso a favor de la dolarización, en mi opinión, sigue siendo igualmente fuerte a como lo fue hace seis meses o un año y no voy a repetir todos los argumentos que en su favor he expuesto en diversas ocasiones. Hoy en día, ante las circunstancias que hemos visto se desenvuelve la economía mundial y, particularmente, la estadounidense, algunas personas, creo que con toda razón para hacerlo, han dicho que dolarizar sería un problema. Ante esto me permito formular tres comentarios. Primero, los costarricenses siguen prefiriendo el dólar a la moneda nacional. Los datos que expuse antes lo confirman. Simplemente podrían ver a la dolarización como un mal menor comparado con verse forzados a usar el colón como moneda de curso legal. En segundo lugar, si no nos pareciera el dólar como moneda, deberíamos estar en libertad de escoger aquella que nos parezca, pero la cual hemos escogido asumiendo los riesgos que eso puede implicar y no como resultado de una imposición legal, que nos impide protegernos por una moneda que no parece brindarnos la seguridad que requerimos. Y, tercero, que aún en estos tiempos procelosos en la economía mundial, el dólar sigue aumentando su precio con respecto a otras monedas, lo cual puede ser un indicador de confianza relativa a mayor plazo o bien una expectativa de que, si se permite que los mercados en la economía estadounidense puedan hacer lo que deben hacer, de nuevo la economía de ese país volverá a crecer. La clave está en la mayor o menor flexibilidad en el ajuste y me parece que una economía con el curso forzoso de una moneda llamada colón, ofrece muy poca flexibilidad para ajustarnos y para protegernos. Por ello, aún es la hora de dolarizarnos.
    Muchas gracias por su amable atención y espero verlos en el seminario de ANFE.

    *Palabras pronunciadas en un Seminario sobre Dolarización organizado por ANFE y que se realizó el 20 de octubre del 2008.

  4. #24
    2008-10-31-DISCURSO DEL PRESIDENTE ANFE EN SEMINARIO

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    COLUMNA LIBRE: ANFE: 50 AÑOS FOMENTANDO LA LIBERTAD


    DISCURSO DE JORGE CORRALES QUESADA, PRESIDENTE DE ANFE EN EL SEMINARIO “AMENAZAS A LA LIBERTAD Y LA DEMOCRACIA EN AMERICA LATINA”, EL 28 DE OCTUBRE DEL 2008
    Boletín de ANFE, octubre del 2008. Reproducido el 30 de noviembre del 2008 en Acta Académica de la Universidad Autónoma de Centro América.

    Son muchas las cosas que pasan por mi mente y acerca de las cuales debería de referirme en ocasión de celebrar el 50 aniversario de la fundación de ANFE. Opté por presentar mi visión personal de cuál ha sido la lucha de ANFE en defensa de la libertad durante este lapso, pero sin hacer una narración de su historia. Esa indispensable labor ya la realizó Cecilia Valverde, nuestra apreciada anfista, quien lo hizo en un artículo titulado “ANFE. Algunos aspectos sobre su origen y su lucha,” en un libro que la Academia de Centro América publicó en el 2002 y que lleva por nombre Ensayos en Honor a Alberto Di Mare, nuestro querido ex Presidente de ANFE y, en mi opinión, el pensador liberal más destacado del siglo recién pasado. De paso, la Academia de Centro América fue gestada por una mayoría de anfistas allá en el año 69 y tenía como propósito realizar investigaciones de tipo económico para las cuales la ANFE no estaba especialmente diseñada.

    Cuando ANFE se fundó a finales de 1958, yo apenas tenía 13 años. Es cierto que, desde ese entonces, tenía un enorme interés por los temas políticos, sociales y económicos, razón por la cual me llamó la atención el que en dicho momento esa entidad viera la luz, pues leía en los periódicos las opiniones que ANFE empezaba a formular en torno a una serie de temas de gran importancia nacional.

    En esos inicios yo no era un anfista y tal vez ni siquiera un liberal, pero lo que tal vez más me impresionó fueron los calificativos que rápidamente le endilgó el establishment político estatista, en su intento usual de descalificar todo aquello que amenaza el status quo en el cual moran y suelen defender, aunque sin decirlo claramente y menos aún aceptarlo. Un suplemento periodístico de tono humorístico abundaba en su interpretación de las siglas ANFE: Asociación Nacional de Frenéticos Especiales, pero otras personas, más ideologizadas, no tardaron en calificar a sus miembros como retrógrados, cavernícolas, servidores del imperialismo yankee, entre muchos otros epítetos de igual valía. Pero, la verdad es que ANFE se convirtió en una pesadilla para muchos de quienes asumían, arrogantemente, que sus ideas eran inmutables, progresistas, de avanzada y, sobre todo, invencibles ante la crítica.

    Me he puesto a pensar un poco acerca de aquel momento histórico y, antes de exponer algunas de las razones por las cuales ANFE surgió a la vida, debo mencionar, como mi forma de agradecimiento, los nombres de aquellas personas, amigos entre ellos e incluso también lo eran entre sí sus esposas, quienes por primera vez se reunieron a principios de 1958 con la idea de forjar la asociación: Fernando Trejos Escalante, Walter Dittel Mora, Rodolfo Gurdián Montealegre, Carlos Lachner Guier, Mario González Feo, Gorgonio Herrero Serrano, Fernando Ortuño Sobrado y Claudio Alpízar Vargas. Con posterioridad ellos, como parte de un grupo de 78 personas, en agosto de ese año crearon formalmente la Asociación Nacional de Fomento Económico, luego conocida sencillamente como la ANFE.

    El panorama económico en los momentos de la fundación de ANFE era, por decirlo de la forma más gentil, deprimente. No sólo se tenía una herencia intelectual bastante proclive a la intervención del estado en los asuntos económicos, principalmente, sino que, también, las propuestas para incrementar ese intervencionismo brotaban constantemente y desde las más diversas fuentes.

    La ideología de fascistas y socialistas, en boga en los años treintas y cuarentas, ya habían dejado su huella en muchas instituciones del país y constituía un serio obstáculo para las posibilidades de progresar económicamente a finales de los años cincuentas. En ese entonces existía una ley abrumadora de control de precios, un dañino control de los alquileres, una fuerte regulación de los intereses activos y pasivos, una herencia de viejos monopolios, como en el campo de los seguros y otros incluso más recientes como de las cuentas bancarias, telefonía y electricidad. Se escuchaban prédicas en favor de instituir políticas de planificación central –diferente de la evidente necesidad de que el estado planifique su accionar-, había un oneroso y corrupto control de mercados de productos básicos, al igual que una legislación laboral restrictiva que, disfrazadamente, obstaculizaba el bienestar de los trabajadores. Incluso, en esos momentos, de hecho se preconizaba una ampliación del proteccionismo doméstico a través del llamado Mercado Común Centroamericano, alrededor de cuya virtud de ampliar el comercio, se pretendía definir empresas “estratégicas”, que, en síntesis, eran aquellas que los políticos y los estados apreciaban por el poder que les brindaba para intervenir en las economías.

    En esa época no sólo era popular la noción de un activismo estatal en la economía y que era aceptada por la intelectualidad del momento (interviniendo, para dar unos ejemplos, en el régimen cambiario y en los mercados de crédito, así como en la naturaleza de la educación, en general, y universitaria en lo particular), sino que, también, inducía a una dependencia de los sectores privados que se veían motivados a entrar en simbiosis fascistoides con el estado, pues esa era la forma de tener “éxito” y hasta de sobrevivir desde el punto de vista económico. Si a esto agregamos que se observaba una actitud casi general de indisposición hacia la inversión extranjera, era evidente que en ese marco las posibilidades de crecimiento del país eran muy bajas.

    Por otra parte, la situación internacional tampoco ayudaba mucho desde el punto de vista de la libertad, particularmente en el campo económico. En América Latina era muy influyente la CEPAL, organismo de las Naciones Unidas, que claramente favorecía un modelo proteccionista y de sustitución de importaciones, en el cual predomina el papel profundamente activista del estado. La CEPAL fue gestora de las teorías de la dependencia en boga en esos años.

    Ese activismo cepalino se vio fortalecido, pocos años después, por las políticas derivadas de la Alianza para el Progreso, patrocinada por el gobierno de los Estados Unidos y la cual hacía descansar nuestras posibilidades de progreso claramente en los hombros de un papá estado. Nos encontrábamos en una era de ensimismamiento con el socialismo, el nacionalismo, el proteccionismo, el populismo, permeados por un sentimiento fascista que agrandaba al estado, pero, sobre todo, se gestaba un grave peligro para la libertad: todo tendía a sustituir la responsabilidad de cada persona de allegarse por sí misma su bienestar y el de su familia, por una dependencia casi total en el bienestar que podía emanar de un estado que era cada vez más envolvente.

    Durante sus primeros 15 años ANFE realizó una tarea titánica en diversos medios en defensa de la libertad. Empezaré, antes de mencionar algunas de las luchas que desarrolló, indicando que era frecuente ver el nombre de ANFE encabezando la toma de posiciones sobre diversos acontecimientos que amenazaban la vigencia de la libertad y el sistema derecho en que se sustentaba la relación estado-ciudadano. ANFE tenía una columna diaria en un importante medio de prensa, pero también era frecuente que sus planteamientos aparecieran simultáneamente en otros medios escritos. A menudo pagaba páginas enteras en los periódicos para defender la libertad, principalmente en el campo económico. Pero también se le escuchaba en la radio y hasta llegó a tener un programa de televisión que en cierto momento dirigió aquel recordado pensador costarricense por opción, el Dr. Constantino Láscariz, a quienes muchos ciudadanos les prestaban una enorme atención. Diría que este fue un período de enorme actividad anfista y que, como veremos luego, dio grandes frutos. No omito manifestar su publicación de diversos libros y folletos, así como editar una revista propia, en todos los cuales aparecían muy claras las propuestas liberales de ANFE. También no debo dejar de mencionar que llevó a cabo numerosas reuniones públicas, hoy conocidos como seminarios, en donde se promovía la discusión seria de temas de importancia nacional.

    Creo que vale la pena señalar algunas de las más importantes luchas que ANFE dio en ese período, algunas con notorio éxito, mientras que en otras se fracasó, si bien sus posiciones eran, en ese entonces tanto como ahora, las correctas y siempre en defensa clara y firme del principio de la libertad.

    Una batalla muy importante que ANFE dio fue a favor de la eliminación del monopolio estatal de los depósitos en cuenta corriente de los bancos. Era una tarea titánica, pues ANFE le llegaba al meollo de un problema que era el epítome de la inconveniente concentración y fusión del poder político con el económico. Esa lucha, que se dio a finales de los años sesentas y no cristalizó sino casi hasta veinte años después, sirvió de base para que gradualmente se introdujera algún grado de competencia al monopolio bancario estatal. Valió la pena porque sembró la base ideológica para luchar contra un sistema corrupto en el cual la banca -única y estatal- estaba a disposición de los políticos de turno, sin que el ciudadano tuviera posibilidades de elegir aquel lugar en donde pudiera adquirir recursos financieros que le permitieran llevar a cabo sus negocios. Ese pasar por los bancos monopolizadores del estado, tenía un costo para el empresario, que no sólo era elevado, pero también, si no se era uno los privilegiados que tenían acceso al crédito, le conducía a una tenebrosa servidumbre política que, afortunadamente, ya es historia del pasado.

    También ANFE luchó fuertemente contra los monopolios, no sólo públicos, sino privados, como en su momento fue el caso de la Dos Pinos y de Lacsa o la Liga de la Caña, aunque los éxitos aquí tal vez fueron pocos. ANFE tuvo el privilegio de luchar por la apertura del monopolio de la educación superior, que incluso impedía brindar dicho servicio a otras empresas del estado distintas de la Universidad de Costa Rica. El extremo llegaba a un grado tal que ese monopolio logró cerrar un bar vecino llamado Taberna Universitaria, por el hecho de que había agregado el adjetivo “Universitaria” a su nombre Taberna. La palabra “universitaria/universidad” era un monopolio en manos del estado.
    Fue con la creación de la Universidad Autónoma de Centro América, por gente muy ligada a la ANFE, cuando verdaderamente se rompió ese absurdo monopolio estatal en 1975. También se tuvo algún grado de éxito en la lucha por romper el monopolio de la Fábrica Nacional de Licores, si bien no en su prédica por privatizarla. Asimismo, la ANFE se opuso fuertemente, incluso por medios legales ante el tribunal constitucional, pero sin fortuna, a la creación del monopolio estatal de combustibles derivados de petróleo, conocido como RECOPE, el cual aún hoy en día le sigue causando daños al pueblo.

    Por otra parte, casi desde su origen ANFE luchó por la competencia en los seguros. El Instituto Nacional de Seguros fue un monopolio estatal creado en 1923 y en estos momentos la esperanza de poder escoger libremente en ese campo aún pende de una aprobación tortuosa que ha tenido el llamado Acuerdo de Libre Comercio entre Centroamérica y los Estados Unidos (conocido como CAFTA). Tal vez en estos días podamos celebrar este paso positivo en nuestro ejercicio de la libertad. Algo similar sucede con el monopolio de las telecomunicaciones, que formó parte del monopolio del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) creado en 1948, creado únicamente para monopolizar (con otros pocos productores menores) la producción de electricidad, pero que en 1963 también pasó a tener el monopolio de las telecomunicaciones. Gracias al CAFTA aún esperamos que esta actividad, al igual que la de seguros, pueda gozar de un régimen de competencia, pero eso aún no sucede con la producción de energía eléctrica, pues continúa siendo monopolizada y apenas se posee una ligera pero a la fecha frenada participación privada en dicha producción.

    ANFE se ha opuesto siempre a los aumentos de impuestos, llamados paquetes, pues estos suelen ser el camino fácil de un estado dispendioso que muy rara vez hace un esfuerzo por poner orden en su gasto. Asimismo ANFE siempre ha luchado por moderar ese usualmente desaforado gasto gubernamental, oponiéndose principalmente a la creación de subsidios que no se ameritan y que usualmente se otorgan más bien para beneficiar a algún grupo de privilegio, aunque lo paga todo un pueblo.

    Igualmente ANFE ha estado presente en luchas por introducir alguna forma de racionalidad, en función de un legítimo interés público, a las estructuras formales del gobierno, que en nuestro medio se caracterizan por la más diversa gama de instituciones estatales, en un número que hasta a veces se hace difícil de definir. Igual de memorable es la lucha que ANFE dio por eliminar prácticas monetarias inconvenientes de carácter proteccionista, como sucedió con el caso de los llamados recargos cambiarios y con los controles de cambio, prácticas que, en su momento, el Banco Central llevó a cabo. ANFE siempre ha abogado por un estricto control monetario a fin de evitar los diversos episodios inflacionarios que tan dolorosamente hemos sufrido en nuestra historia.

    Hay muchas, pero muchas, otras prácticas y políticas estatales contra las cuales ANFE ha luchado a través de los años, pero no puedo reseñarlas todas, porque esto casi sería de nunca acabar. Sí puedo decirles que siempre lo ha hecho con gran madurez intelectual, con claridad y con honestidad, en donde invariablemente ha estado presente el principio de que la libertad es el único sustento de una vida civilizada y de progreso humano.

    A finales de los años setentas ANFE empezó un proceso de declinación que aún a esta fecha tiene sus efectos. Después de un período, que me atrevo a llamar “glorioso,” el cual toma casi dos décadas y en donde ANFE expresó con pleno convencimiento y amplia difusión sus posiciones sobre los temas más importantes que se debatían en el país, debate en que, sin cortapisas, ejerció una enorme influencia, la institución inició un período de decadencia, al menos comparativamente, el cual, en mi opinión, todavía se manifiesta hoy en día.

    He tratado de buscar explicaciones acerca del porqué de dicha declinación y me atrevo a formular algunas que les voy a transmitir.

    Una, me parece, es el relativo éxito que se venía observando de casi todo el proceso de cuestionamiento del estatismo que ANFE había formulado. A pesar de que muchas de las batallas no rindieron los frutos esperados en un primer momento sino hasta muchos años después, se vislumbró la posibilidad de que hubiera una evolución positiva hacia una mayor libertad, principalmente en los campos económico y educativo. Tengo la impresión de que, para ese entonces, ANFE se había convertido en una institución a la cual se le respetaba en sus opiniones a la hora de que el aparato institucional evaluara la toma de decisiones públicas. Al irse amortiguando el peso del estado en la economía, a ANFE se le considero como de menor importancia en su razón de ser, pues las ataduras estatales eran, al menos en apariencia, más flojas.

    Por ello, no comparto la impresión de que en esos momentos de declinación relativa de ANFE se daba una “disminución del optimismo y un aumento del pesimismo”. Todo lo contrario, las grandes amenazas intelectuales a las posiciones de ANFE, tal como lo fue el contenido de la propuesta estatista impulsada por un sector del predominante Partido Liberación Nacional, a la cual se le conoce como Patio de Agua, se habían visto desprestigiadas (en mucho por la demoledora crítica que le formulara la misma ANFE) y si bien luego un candidato liberal muy cercano a la ANFE había perdido las elecciones presidenciales a inicios de esa década, no se le percibía como que fuera una consecuencia de las posiciones públicas de la institución, sino más bien como el producto de un divisionismo político malévolo y corrupto, que truncó las aspiraciones de que se pudiera tener un gobierno “liberal” cercano al ideario anfista.

    Al surgir un sentimiento de que la lucha por la libertad había ganado muchas batallas (claro, bastante lejos de las necesarias) el apoyo requerido para mantener con vigor a una institución como la ANFE, declinó relativamente. Muchas personas perdieron el interés en ANFE y ello incidió incluso en su membresía y su patrocinio y, como resultado, en sus ingresos.

    Otro factor que creo intervino en que se generara este período de declinación de ANFE fue que en el país empezaron a surgir muchas y diversas asociaciones privadas que anteriormente no existían; asimismo, las existentes empezaron a mostrar una mayor beligerancia. La proliferación de las asociaciones empresariales llamadas cámaras, las cuales, por su naturaleza, defienden el interés concreto de sus agremiados -y lo que sucedió nos lo explica claramente la teoría de la elección pública o Public Choice- hacía que la existencia de ANFE fuera mucho menos necesaria que antes, no sólo por los acontecimientos a que acabo de referirme al inicio de esta sección, sino sobre todo porque, en ocasiones, las posiciones de ANFE, de defensa de una libertad para todos y no de algún interés gremial específico, fueron mal vistas por quienes buscaban el logro de privilegios otorgados por el estado. Un ejemplo de esto fue uno de los resultados que, en su momento, se derivó de la posición que ANFE sostuvo sobre el tema del proteccionismo, el cual iba en contra de intereses particulares, los que, si bien eran respetables, se oponían a la libertad económica y a su derivado, el libre comercio que ANFE siempre había predicado. Tal fue el caso del alejamiento de ANFE de sectores azucareros y, en general, del industrial.

    Aprovecho este momento para recordar un principio básico del pensamiento liberal y lo hago en el mejor sentido Smithiano: es entendible la conducta humana que empuja a la persona a buscar el interés propio. Por ello, una empresa buscará obtener el máximo de ganancias, aunque signifique la desaparición de la competencia. Esa tendencia individual que se presenta en los mercados puede ser refrenada en lograr su éxito tan sólo si hay un marco de competencia en que se desenvuelva el capitalismo. Yo suelo decir: “Estoy en contra de todos los monopolios, excepto del mío,” como una forma para indicar esta proclividad propia de los humanos. Es la competencia la que permite que se dé una lucha desenfrenada de las empresas por servir a las personas (consumidores). Esta hace que, si bien el poder que puede tener una empresa permanece, la competencia lo refrena, lo limita. Por eso necesitamos que haya un marco de libertad en que los competidores pueden entrar o salir de él, según sea su conveniencia, pues eso nos beneficia a todos. El problema se da cuando las empresas logran utilizar al estado para que diseñe reglas en su favor. De esta manera aumentan su poder, pues el estado está detrás de ellas. Esta es la razón por la cual creemos en la libre empresa, pero en un marco de competencia; porque ésta nos beneficia a todos al limitar o refrenar el poder que alguien podría tener sobre todos y cada uno de nosotros.

    Al surgir esas otras posibilidades de reflejar los intereses específicos gremiales, aquella institución que defendía y promovía el marco de libertad indispensable para que floreciera una empresa privada pujante, pasó a un segundo lugar. Lo cierto es que, si bien hay todo derecho para defender el interés propio, es necesario que alguna entidad pueda defender los principios generales que nos deben cobijar y proteger a todos, dejando de lado el interés gremial o sectorial.

    Asimismo, debo señalar otro factor que, en mi opinión, incidió en la decadencia relativa de ANFE y que vivió su cenit con la caída del Muro de Berlín. Me refiero a lo que se ha denominado el fin de la guerra fría entre el socialismo comunista y las democracias occidentales de mercado, orientadas a sistemas económicos de decisión descentralizada. ANFE obviamente era contraria a la visión comunista. Bajo la influencia de intelectuales economistas de la llamada escuela Austriaca, tales como Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, quienes habían visitado a la asociación y quienes siempre enfatizaron la imposibilidad del cálculo en la economía socialista y, por ende, de su inviabilidad como un sistema económico eficiente que algún día habría de sucumbir ante el triunfo del capitalismo, la lucha de ANFE en contra del socialismo comunista casi desapareció. La Historia le dio la razón, pero eso puede haber influido en que la importancia de la lucha de ANFE se viera como de una menor importancia.

    De la misma manera, creo que ANFE en esa época se vio afectada por el cierre del apoyo que importantes medios de comunicación le habían brindado a través de los años.

    Cuando les conté que ANFE publicaba una columna diaria en un medio periodístico clave del país, no exageraba; incluso en ocasiones la institución se expresaba en varios medios al mismo tiempo. El apoyo, que por más de treinta años se le dio, desapareció por la necesidad de contar con el espacio que entonces tenía su columna para generar ingresos a la firma. Debo indicar que había encuestas que señalaban que la columna de ANFE era incluso más leída que el editorial de ese medio. Son totalmente entendibles las razones que mediaron para dicha decisión por parte de una empresa privada. Pero, a veces pienso si cosas como estas no son las que dan pie al dictum de Lenin: “Por las cuerdas para ahorcar a los capitalistas, no os preocupéis; ellos se encargarán de vendérnoslas”. El golpe que dicha decisión le dio a las posibilidades de influencia de ANFE fue, en mi opinión, demoledor. Por ello, aprovecho para agradecer profundamente el apoyo que hoy nos dan dos medios escritos para divulgar nuestro ideario de libertad; me refiero a los periódicos La Extra y el Financiero.

    Muchas otras razones, incluso hasta de esa naturaleza personal tan compleja y variada, permiten entender el decaimiento en que se vio sumido ANFE, pero ya he hablado lo suficiente sobre lo pasado, por lo que prefiero proseguir brindando algunos comentarios acerca de la forma en que hemos actuado recientemente, en un afán de revitalizar a nuestra querida institución, y así poder encarar los serios y preocupantes desafíos que en la actualidad enfrenta nuestra preciada libertad.

    Les mencionaré algunas pocas cosas que hemos hecho recientemente, pues el informe debidamente detallado espero presentarlo el próximo mes en la Asamblea de Asociados de ANFE. Baste, por el momento, señalar que hemos entrado en una profunda alianza con la Fundación Friedrich Naumann para la Libertad, lo cual nos ha permitido llevar a cabo un sinnúmero de actividades, tales como seminarios, foros, columnas periodísticas y pronunciamientos públicos, en los que siempre hemos tenido como meta la apertura a la competencia y el respeto a los derechos de propiedad de los actores privados en la economía, como es el caso de la exploración petrolera, del gas licuado, de la producción privada de electricidad. De igual manera, mediante ellos siempre hemos buscado mejorar las opciones de la gente a través de una mejor educación, en donde se haga uso del potencial privado para brindarla de mejor forma. También hemos sido insistentes en la necesidad de reformar un errático sistema cambiario que ha provocado no sólo una limitación a la voluntad de escoger por parte del ciudadano, sino también una alta inflación, la cual ha causado un serio daño principalmente a los hogares más pobres del país. Asimismo hemos sido proponentes de un sistema tributario moderno (el llamado “flat tax”) con el cual se eliminarían onerosas aberraciones que hoy en día dan lugar a que sean sólo algunos quienes paguen impuestos, sin dejar de lado el tema de la racionalidad en el gasto público. Todo esto lo que indica es que el potencial nuestro es enorme y que tan sólo requiere de un mayor dinamismo en su capacidad de exponerlo ante la ciudadanía.

    Pero, para lograrlo, ANFE necesita tener mayor holgura en sus finanzas, las que, si bien gracias al programa de benefactores que introducimos (y a quienes aprovecho para agradecer su apoyo), hoy nos tiene en posibilidad de respirar del ahogo en que nos encontrábamos. Pero aún no hay suficientes recursos para llevar a cabo la labor necesaria, con algún grado de decoro y con posibilidades de tener éxito. Mucho de esto pasa por aumentar el número de asociados y creo que parte de la acción futura de ANFE, con su ayuda, debe ir en este sentido.

    Quiero, para terminar y en ocasión de este seminario, decirles que nosotros, quienes vinimos a la vida intelectual hace 50 años y que continuamos inclaudicables en esta lucha, tenemos muy presentes las palabras que el Presidente Ronald Reagan pronunció acerca de la libertad hace varios años y que, si bien las refirió a los Estados Unidos, son igualmente válidas para nosotros, pues hoy motivan nuestro actuar: “La libertad nunca está más lejos de extinguirse que en lo que lo hace una generación. Nosotros no se la pasamos a nuestros hijos por medio de la sangre de nuestras venas. Debe lucharse por ella, protegida y pasada a ellos para que hagan lo mismo; si así no lo hacemos, algún día pasaremos nuestro atardecer contándoles a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos cómo alguna vez fueron los Estados Unidos (Costa Rica), en donde los hombres fueron libres.” Asegurarnos de ello ha sido la razón de ser de la labor de ANFE en estos 50 años y que en esta ocasión celebramos. Ni más ni menos, se trata de una tarea reservada a los humanos y no sólo a los dioses, la de salvaguardar y fomentar la vigencia de la libertad en nuestro país.

    Celebrar otros 50 años de vida gloriosa en defensa de la libertad, ante tantas amenazas que contra ella se vislumbran en un horizonte relativamente cercano, va a depender fundamentalmente de cada uno de nosotros. Estoy seguro que, tal como hasta hoy lo hemos hecho, unidos podremos lograrlo. No son vanas las palabras que el estadista irlandés John Philpot Curran nos legó en 1790: “La condición bajo la cual Dios le dio la libertad al hombre es su eterna vigilancia”. Tan sólo en nuestras manos está cumplir con esa condición. ANFE es un regazo para depositar esas manos. Así honraremos el esfuerzo que hace 50 años empezaron nuestros antecesores. Y que, ojalá, orgullosos todos nuestros hijos celebren el centenario de la fundación de ANFE.

    Muchas gracias por su amable y gentil atención.

  5. #25
    2008-11-30-EL CICLO AUSTRIACO DE LA ECONOMIA

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    COLUMNA LIBRE: EL CICLO AUSTRIACO DE LA ECONOMÍA

    Boletín de ANFE, 30 de noviembre del 2008. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 237-255.
    Tengo presente que, en ocasiones, los temas económicos no son fáciles de tratar. Sin embargo, en esta oportunidad creo que es importante escribir acerca de los ciclos económicos, concretamente la interpretación que de ellos hacen los economistas llamados austriacos, por ser tema de gran actualidad dada la fuerte contracción que a la fecha experimenta la economía mundial.
    Como el tema puede ser muy complejo para algunos lectores y, a la vez, puede ser del interés de personas profesionalmente familiarizadas con temas económico-financieros, hay algunos párrafos que he incluido entre paréntesis cuadrados. Si bien estos párrafos son técnicamente útiles, pueden ser omitidos por el lector sin demeritar sustancialmente su comprensión de este ensayo.
    Empiezo por hacer algunas definiciones que ayudarán al lector. La primera, ¿qué es un ciclo económico o ciclo de los negocios? Es una oscilación que presenta la actividad económica en el curso del tiempo, caracterizado por un período de expansión o alza, que culmina en una cima o pico, el cual es seguido de una baja o contracción, que culmina en un valle. A esta segunda parte de baja del ciclo se le conoce también como recesión. La recesión suele definirse como el descenso durante dos trimestres seguidos del Producto Interno Bruto (PIB) de una economía. Otras consideran una forma práctica de definir una recesión: si el PIB real cae menos de un 10% desde el punto más alto del ciclo (cima o pico) hasta el punto más bajo (valle). Si el cambio es mayor a un 10%, a esa recesión se le llama depresión.
    Segunda definición: ¿Qué es eso de austriaco? La escuela de economía austriaca la conforma un grupo de economistas encabezado por Carl Menger, quien fuera profesor de economía en la Universidad de Viena a fines del siglo XIX. Otros miembros destacados han sido Eugen Böhm-Bawerk, Friedrich von Wieser, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek y otros consideran que Joseph Schumpeter es parte de ella. Hoy la “escuela austriaca” se encuentra presente en numerosos centros académicos, principalmente de los Estados Unidos. Una exposición básica acerca de esta escuela puede leerse en Mark Skousen, Vienna & Chicago: Friends or Foes?, Washington D. C.: Regnery Publishing, p. p. 24-50.
    Con esta introducción pretendo explicar, de la manera más sencilla, cuál es la interpretación del ciclo económico que hicieron los economistas austriacos, principalmente Friedrich A. Hayek, en su libro Prices and Production, Londres; George Rutledge, 1931, y, más actualmente, Roger W. Garrison, en su obra Time and Money: The Macroeconomics of Capital Structure, New York: Routledge, 2001 y Steven Horwitz, autor del libro Microfoundations and Macroeconomics: An Austrian Perspective, New York: Routledge, 2000.
    Antes de referirme a dicha interpretación, cito el aporte del economista sueco Knuth Wicksell, quien, si bien no se le considera propiamente como “miembro” de la escuela austriaca, le dio un gran impulso con su explicación de la diferencia que hay entre la tasa de interés nominal y la tasa de interés natural, que analizaré luego. La principal obra en la cual se trata este tema es Interest and Prices: A Study of the Causes Regulating the Value of Money, (1898), New York: Augustus M. Kelley, 1962. Como todo en economía, en cualquier formulación teórica existe el aporte de numerosos economistas, pero por razones evidentes (tales como no ser ésta una historia del pensamiento económico), me baso esencialmente en los trabajos de Hayek, Mises, Wicksell y, en la actualidad, Garrison y Horwitz, antes citados.
    Para explicar el ciclo austriaco de los negocios, parto de ciertas simplificaciones. En primer lugar, la economía está compuesta por dos sectores, uno de bienes de consumo y otro de bienes de capital. Realmente existen muy diversos sectores, pero esta división tan “gruesa” la hago para simplificar el análisis, pues lo que interesa es destacar que hay un sector de la economía que se dedica a producir bienes que están muy cerca del consumidor final (lo he llamado sector de bienes de consumo) y otro alejado de ese consumidor final, y que he denominado de bienes de capital.

    En segundo lugar, el sector de bienes de consumo está compuesto (de nuevo simplificadamente) por dos mercados, uno en el que se intercambian los diversos bienes y servicios y, otro, el mercado de trabajo usado para producir los diferentes bienes y servicios. Algo similar sucede con el mercado de bienes de capital (maquinarias, equipos, herramientas, etcétera), el cual está integrado por dos mercados, uno en que se venden y compran esos bienes de capital y, otro, el de trabajo que se usa para producir esos bienes de capital.
    En tercer lugar, existe un mercado de fondos prestables, que no es sino el mercado en el cual se intercambian los recursos para ser invertidos. Este relaciona la oferta de fondos por ser prestados a las diferentes tasas de interés con la demanda que de esos fondos ejercen los inversionistas para invertirlos en producir bienes a las distintas tasas de interés.
    Finalmente, se asume que hay una Curva de Posibilidades de Producción (CPP), que no sólo nos indica los límites básicos de la escasez económica, en cuanto a que, para producir más de un bien, necesariamente se requiere reducir la producción de algún otro bien, sino que también nos permite señalar que, dados los recursos productivos existentes en una economía, los individuos sólo podrán asignarlos al consumo o al ahorro; esto es, su ingreso sólo puede ser consumido o ahorrado. Como el ahorro es lo mismo que la inversión, la también CPP muestra las combinaciones máximas posibles de consumo e inversión en una economía en un momento dado, a partir de los recursos productivos que existen en ese momento en una economía dada.
    A partir de estos supuestos, analicemos dos situaciones. Una primera, en la cual aumenta la oferta de ahorros (fondos prestables) por parte de los individuos, en contraste con una segunda, en la que esos fondos prestables aumentan, pero por una decisión del Banco Central de aumentar el crédito.
    En el primer caso, suponga que los individuos reducen su consumo; esto es, aumentan su ahorro. En otras palabras, los individuos prefieren dejar de consumir ahora para poder consumir más en el futuro, gracias al ahorro que efectúan. Al aumentar los fondos que se prestan para realizar inversiones, habrá una reducción en la tasa de interés.
    Para aclarar el concepto de “tasa de interés”, imaginemos que no existen los bancos. Aquel precio que los individuos cobran por prestar sus ahorros es la “tasa natural de interés”. Esta refleja la preferencia en el tiempo de los ahorrantes; es decir, el precio que cobran por preferir consumir después (ahorrar ahora) en vez de consumir ahora. Por otra parte, si incorporamos en el esquema a los bancos, lo que se llama “tasa de interés de mercado” es aquella tasa que los bancos cobran por prestar dinero.
    [Así lo describe más técnicamente Horwitz: “el equilibrio monetario también tiene implicaciones para la tasa de interés; específicamente para aquella distinción Wickselliana entre la tasa de interés de mercado y la tasa natural de interés. Se define a la tasa de interés de mercado como la tasa que los bancos actualmente cobran en el mercado de fondos prestables. En contraste, la tasa natural de interés corresponde a la preferencia en el tiempo de los ahorrantes y de quienes piden prestado, tal como se expresa en sus ofertas y demandas subyacentes de fondos prestables.” (Steven Horwitz, Op. Cit., p. p. 73-74.)]
    La diferencia entre la tasa de interés de mercado y la tasa natural de interés que Wicksell expuso es crucial para entender el ciclo económico desde la perspectiva austriaca.
    Volvamos al primer ejemplo, en que los individuos aumentan su oferta de ahorros (o sea, disminuyen sus preferencias en el tiempo, que es lo mismo que disminuir su consumo actual al preferir consumir más en el futuro). En este caso, como se indicó previamente, se reduce la tasa de interés, lo cual provoca que aumente la inversión que los inversionistas desean llevar a cabo, pues su costo de pedir prestado se redujo, con lo cual se hacen rentables proyectos que previamente no lo eran. Ahora sí los puedan efectuar. Lo interesante es que, a la nueva tasa de mercado de equilibrio, aumentaron tanto el ahorro como la inversión, de manera que “se dio un genuino incremento de la capacidad productiva de la economía, (lo cual) constituye un crecimiento económico genuino.” (Roger W. Garrison, “The Austrian Theory of the Business Cycle,” en David Glasner, Business Cycles and Depressions: An Encyclopedia, New York: Garland Publishing, 1996), compilado por Richard M. Ebeling, A Summary of The Austrian Theory, e-book del Ludwig von Mises Institute).
    Mientras el crecimiento económico previamente descrito es de carácter sostenible, la siguiente alternativa de aumentar la oferta de fondos prestables mediante una expansión crediticia del Banco Central no lo va a ser y, por el contrario, terminará por hacer crisis.
    Para explicar esto, suponga que el Banco Central aumenta el crédito en la economía. No es el caso en que los individuos deciden ser más ahorrativos, sino una decisión tomada por el Banco Central de aumentar el crédito mediante un aumento de la oferta monetaria. Aquí, al bajar también la tasa de interés de mercado, se da un incremento en la inversión, pero no existe un aumento correspondiente en la oferta de ahorros. Es decir, a la nueva menor tasa de interés de mercado, se presenta un bache entre el ahorro y la inversión, la cual es ahora mayor que antes. Este incremento en la inversión, estimulado por un aumento artificial en el crédito, no es sostenible a la luz del ahorro de los individuos que hay en la economía y que, en este segundo caso, no ha variado
    En términos de las tasas de interés Wicksellianas, en este segundo caso lo que sucede es que, como resultado de la expansión crediticia del Banco Central, la tasa de interés de mercado es inferior a la tasa natural de interés (que es la que define el nivel de ahorros de los individuos). Existe un exceso de inversión que no se podrá sostener. El alza del ciclo terminará en una caída. El proceso de expansión crediticia del Banco Central termina por generar inflación, pues, al invertir más los empresarios, dada la baja tasa de interés de mercado, demandarán más recursos productivos para invertir y, como por definición, estos eran fijos en ese momento (recordar el concepto de la Curva de Posibilidades de Producción), se elevan los precios de los bienes y servicios. Obviamente, también se elevará la tasa de interés nominal en el mercado, pues ella está definida en función de la tasa de inflación (esto es, a grosso modo la tasa nominal es la tasa real más la tasa de inflación).
    Ahora bien, falta exponer cómo es que el modelo austriaco explica la baja (recesión) del ciclo, en la cual tiene lugar un descenso en la actividad económica a partir de un momento máximo o cima o pico.

    Para ese fin explico la diferencia entre precios absolutos y precios relativos. Suponga que hay dos bienes, uno de capital A y otro de consumo B. El precio absoluto del bien de capital es el precio PA que ese bien tiene en sí mismo y el precio absoluto del bien de consumo es el precio PB de ese bien. Se habla de precios relativos cuando el precio de un bien se refiere en términos del otro; por ejemplo, el precio del bien de capital en términos del precio del bien de consumo PA / PB o, bien, el precio del bien de consumo en términos del precio del bien de capital PB / PA.
    Por ejemplo si el precio de A es ¢100 y el precio de B es ¢200, el precio absoluto de A sería esos ¢100 y el precio absoluto de B sería de ¢200, pero el precio relativo de A en términos de B sería de ¢100 / ¢200; esto es, 1 /2 y el precio relativo de B en términos de A sería de ¢200 / ¢100; es decir, 2 / 1.
    Para los economistas conocidos como monetaristas, como Milton Friedman o Irving Fisher, por ejemplo, doblar la cantidad de dinero en circulación (todo lo demás constante) provoca que se dupliquen los precios absolutos de A y de B, que pasarían a ser, en el caso de A, de ¢200 y, en el de B, de ¢400, pero los precios relativos de A en términos de B quedarían iguales; esto es, ¢200 / ¢400 es el mismo 1 / 2 que se tenía antes (y el precio relativo de B en términos de A también quedaría igual que antes: ¢400 / ¢200, esto es, 2 / 1).
    De acuerdo con los monetaristas, en este caso la inflación se duplicaría y nada más, porque al no variar los precios relativos de los bienes, que son los que definen la estructura de precios de esa economía, no va a cambiar la asignación de recursos productivos que en ella se da. Para los economistas monetaristas el único efecto de un aumento en la oferta de dinero es la inflación (que aumentó un 100%), pero no hay cambio alguno en la estructura de la producción.
    Los economistas austriacos en esto piensan diferente de los monetaristas, porque señalan que un aumento de la cantidad de dinero en circulación, además de generar inflación, ocasiona una variación en la estructura de la producción al variar los precios relativos de los bienes en la economía. Así, para los austriacos, el dinero no es neutral en la actividad económica real, mientras que, para los monetaristas, sí lo es.
    Aclarados estos conceptos, explicaré cómo, de acuerdo con el análisis de los austriacos, un alza del ciclo económico se puede convertir en una caída; esto es, como de un crecimiento económico se puede pasar a un decrecimiento (lo que algunos llaman pasar del “boom” al “bust” del ciclo económico).
    Repasemos el caso en el que se daba un aumento en el ahorro de las personas. Recordemos que se presenta un descenso en la demanda de bienes de consumo. Eso provoca una disminución de la demanda de trabajadores en el sector productor de bienes de consumo. También, al aumentar el ahorro, se incrementa la oferta de fondos disponibles para invertir (oferta de fondos prestables), lo cual da lugar a un descenso en la tasa de interés natural y en la tasa de interés de mercado. Ante esta reducción en las tasas de interés, se eleva la inversión en el sector productor de bienes de capital, dando lugar a un aumento en la demanda de trabajo en ese sector. Así, surge una migración de trabajadores del sector de bienes de consumo hacia el sector de bienes de capital. El aumento en la inversión es, por tanto, sostenible y así, en el próximo período, es de esperar que se dé un aumento en la producción y que no surja una caída, de acuerdo con el ciclo económico.
    La situación es muy diferente en el caso en que el Banco Central expande el crédito en la economía mediante un aumento en la oferta de dinero en circulación. Ahora el incremento en los fondos prestables no se debe a que la gente decidió ahorrar más, sino por la intervención del estado a través del Banco Central. Al expandir el Banco su oferta de dinero, se eleva el dinero disponible para prestar, lo cual ocasiona que caiga la tasa de interés de mercado a la cual prestan los bancos comerciales, pero no sucede algo similar con la tasa natural de interés, pues las personas continúan manteniendo sus preferencias iniciales en el tiempo: esto es, mantienen su nivel de consumo o, lo que es lo mismo, conservan su nivel de ahorro.
    Al bajar la tasa de interés, aumenta la inversión, pues hay nuevos proyectos que a esa menor tasa de interés ahora resultan ser rentables, tal como se explicó antes. Al aumentar el Banco Central la cantidad de dinero y, por ende, el crédito, la tasa natural de interés será mayor que la artificialmente disminuida tasa de interés de mercado, pero recuérdese que la tasa natural de interés es la que iguala al ahorro deseado con la inversión que se desea llevar a cabo. Así, el Banco Central estimula el crecimiento vía un aumento en la inversión que no es sostenible y que eventualmente será seguido por una caída en la economía y en la inversión, a fin de que ésta vuelva a alinearse con el ahorro que realmente desea generar esa economía.
    Para explicar la caída en el ciclo económico de acuerdo con la visión austriaca, es necesario entender al proceso productivo como conformado por una serie de etapas de producción en función de su relación de proximidad con los consumidores.
    En términos sencillos, hay diversas etapas de producción de acuerdo a qué tan alejadas están de la etapa final de la producción; esto, de aquélla en que se producen los bienes finales de consumo. Como ejemplo, las etapas de producción de investigación y desarrollo o la extracción de materias primas están muy alejadas de la producción de bienes de consumo, mientras que etapas como el mercadeo o las operaciones de mayorista o minorista están relativamente más cerca de esa producción de bienes finales de consumo. Lo importante es que, entre más distante está esa producción de un bien de la del bien final, más sensible es dicha inversión a la tasa de interés, de acuerdo con las reglas del descuento a valor presente. Esto porque la actividad económica es un proceso a través del tiempo y la tasa de interés es la que permite definir el valor en el tiempo de la producción de un bien.
    [Por definición, la inversión en aquel bien “más alejado” requiere de más tiempo y como la tasa de interés es el factor que se utiliza para descontar los flujos netos resultantes, una baja en la tasa de interés hace relativamente más atractiva la inversión en aquellos proyectos de mayor plazo para la recuperación de la inversión; esto es, los hace relativamente más rentables. Como dice Steven Horwitz, “...dos temas cargados de factor tiempo son importantes. Primero, porque la ejecución de un plan (tal como una inversión) requiere de tiempo para obtener los insumos necesarios, así como también requiere de tiempo para que los insumos se combinen para conformar el producto. Segundo, durante todo este tiempo, quien así planea debe subsistir mientras espera que esté listo el producto” (Steven Horwitz, Microfoundations and Macroeconomics: An Austrian Perspective, New York: Routledge, 2000, p. 44). El paréntesis dentro de la cita es mío. En síntesis, el proceso de producción requiere de tiempo y la tasa de interés es la que permite valorar el costo de ese tiempo, al permitir traer la inversión a un valor presente y, entre más alejada esté la producción de este bien de aquella del bien final de consumo, mayor impacto tendrá un cambio en la tasa de interés con que se descuenta el valor en el tiempo].
    Lord Robbins también nos permite aclarar esto, pues señala, de forma muy sencilla, que “entre mayor sea la vida del instrumento de capital o entre mayor sea su distancia del consumo, más se afecta su valor con un cambio en la tasa de interés. Entre menor sea su vida o sea menor su distancia del consumo, menos se verá afectado. El valor de la harina en la panadería difícilmente se ve afectado por un abaratamiento del costo de pedir prestado. El valor de las minas, bosques, casa y equipo fabril pesado se ve enormemente afectado.” (Lionel Robbins, The Great Depression, Londres: Macmillan, 1934, p. p. 36-37.)
    Todo esto se ha expuesto para enfatizar un tema muy importante en la teoría del capital desde el punto de vista austriaco: la tasa de interés es la que gobierna el patrón de la asignación de recursos productivos en el tiempo.
    En el primer caso analizado, de un aumento en la preferencia de los consumidores por el ahorro, se dará un equilibrio en la asignación de los recursos productivos de manera tal que sea consistente con las preferencias que, por hipótesis, han variado en cuanto al consumo en el tiempo; esto es, hacia un menor consumo actual y un mayor consumo en el futuro.
    Al preferir la gente aumentar su ahorro deseado, significa que ahora prefieren un patrón de consumo diferente en el tiempo: en vez de consumir ahora, prefieren consumir más en el futuro. A su vez, al bajar la tasa de interés por este aumento en los fondos prestables, favorece una mayor inversión en contraste con el consumo actual. Pero, de acuerdo con lo que se explicó pocos párrafos atrás, la baja en la tasa de interés hace que se prefiera invertir más en proyectos de bienes de capital más alejados del consumo y relativamente menos en aquellos bienes que se producen en etapas menos remotas del consumo final. Estas son variaciones necesarias en la estructura de la producción, de manera que se dé un cambio de la producción desde etapas más cercanas al consumo final hacia aquéllas más alejadas, en conformidad con el cambio que se dio en las preferencias en el tiempo del consumo de las personas, quienes por hipótesis, ahora prefieren consumir menos y más en el futuro. Por eso, se ha dicho que este aumento en la inversión es sostenible y que no se presentará una baja en el ciclo económico.
    En contraste, veamos ahora cómo un aumento del crédito por la expansión monetaria del Banco Central provocará una incompatibilidad entre las preferencias en el tiempo de las personas y la estructura de la producción, lo dará lugar a que eventualmente se presente una crisis o caída del ciclo económico.
    Para entender esto, debemos tener presente que una expansión de la cantidad de dinero por parte del Banco Central no aumenta la cantidad de recursos reales que existen en una economía en un momento dado (tierra, trabajo, maquinaria y equipo, y similares). Sobre esto ver explicación previa de la Curva de Posibilidades de Producción.
    Al expandir el Banco Central la oferta de dinero y provocar una baja en la tasa de interés de mercado, aumenta la inversión; esto es, la demanda de bienes de capital. En general, aumenta la demanda de recursos productivos usados para fabricar los bienes de capital. De esta alza en la demanda de recursos productivos destaco el incremento en la demanda de trabajadores para el sector de la producción de bienes de capital. Así, sus salarios van a aumentar comparados con los que se pagan en el sector de bienes de consumo y, por ende, provoca un traslado de trabajadores desde este último sector hacia el de bienes de capital.
    Veamos ahora lo que sucederá en el sector productor de bienes de consumo. Al reducirse en él la oferta de trabajo por la salida de trabajadores hacia el sector de bienes de capital, hay una presión para que se eleve el salario de los trabajadores en el sector de bienes de consumo, lo cual encarece el costo de producción y, por tanto, disminuye la oferta de esos bienes. Esta reducción ocasiona un aumento en los precios de estos bienes, lo que obliga a que los individuos consuman menos de ellos y a que ahorren más.

    Por su parte, los trabajadores en el sector de bienes de capital, al ver aumentados sus salarios, desean elevar su consumo, lo cual fortalece el incremento en los precios de los bienes finales producidos por el sector de bienes de consumo. Estamos en presencia de una inflación, de un crecimiento generalizado del nivel de precios.
    Pero, como aumentan los precios de los bienes de consumo, se estimula que surja un aumento de su producción y a que se eleve la demanda de recursos productivos para dicho sector y, en concreto, de mano de obra. Como los recursos son fijos en la economía, esta nueva demanda de trabajadores en el sector productor de bienes finales tan sólo puede ser satisfecha mediante una extracción de trabajadores del sector productor de bienes de capital. Esto es, hay demandas en conflicto sobre la mano de obra. Como se dice por ahí, “están peleando por los recursos productivos”. Ante esto, los empresarios inversionistas no podrán continuar con las inversiones que se habían propuesto llevar a cabo, pues han aumentado los costos de los recursos productivos que han empezado a escasear.
    El conflicto se presenta, entonces, porque los patrones de gasto de quienes perciben ingresos (esto es, de los factores de producción) no son compatibles con las decisiones de producción que generó esos mismos ingresos. Para los economistas austriacos, esta divergencia entre el patrón de consumo y el patrón de ingresos afectará la tasa de interés en la economía, pues la menor tasa de interés de mercado inducida por la política monetaria expansiva del Banco Central, ahora será afectada al alza por la lucha de los inversionistas por obtener los recursos productivos necesarios para poder llevar a cabo sus proyectos de inversión. Esto es, la menor tasa de interés nominal inducida por el Banco Central concluye en una mayor tasa real de interés en la economía que frenará los propósitos de inversión adicional.
    [Como señala Garrison, “En resumen, la expansión del crédito pone en movimiento un proceso de restructuración del capital que es incompatible con las preferencias que no han variado y por lo tanto, termina en desventura. Los cambios relativos dentro de la estructura del capital fueron apropiadamente llamados “inversión desafortunada” (malinvestment en inglés) por Mises.” (Roger W. Garrison, Op. Cit., p. 72)]
    Por ello es que el alza observada durante el ciclo es insostenible en el caso expuesto: los cambios que se dan en la estructura de la producción, en función del tiempo y cercanía con la producción de bienes de consumo, son contradictorios y por ello ese período de alza es seguido de un período de reducción de la actividad económica. El “boom” es seguido de un “bust”, eventualmente provocado por la escasez de recursos productivos y por una demanda elevada y continua de consumo actual. La caída del ciclo (“bust”) es simplemente el reconocimiento que hace el mercado de la insostenibilidad del alza (“boom”); esto conduce a que haya una liquidación y una restructuración del capital de forma tal que las actividades productivas vuelvan a estar en conformidad con las preferencias del consumo.
    [Garrison expresa claramente esta situación al indicar que “Inevitablemente la insostenibilidad del proceso productivo se manifiesta a sí mismo como el abandono o reducción de algunos proyectos productivos. El desempleo de la fuerza de trabajo y de otros recursos que en consecuencia se da, inciden directamente sobre los ingresos y los gastos en la economía. El período de un nivel de producción insosteniblemente alto llega a su fin al caer la economía en la dirección de la limitación de recursos indicada por la Curva de Posibilidades de Producción.” (Roger W. Garrison, Op. Cit., 73)].
    La explicación austriaca brinda lecciones importantes para la política económica, entre las cuales podemos destacar dos de ellas; una, tener una política monetaria estricta que no induzca a expansiones crediticias mediante la reducción de las tasas de interés y, la segunda, que el sistema bancario no sea centralizado, en el sentido de que existan requisitos de reserva uniformes para todos los bancos en una economía. Un sistema bancario centralizado y de reserva fraccional (en que el banco comercial debe mantener tan sólo una fracción de sus depósitos como reserva) estimula a que retiros de dinero de un banco se transmitan hacia otros bancos, provocando la caída sistemática de las entidades bancarias. Una de las más interesantes derivaciones de política a partir de la interpretación austriaca del ciclo económico es que una decisión del Banco Central para detener el proceso recesivo de la economía mediante una expansión del crédito, lo único que genera es un nuevo ciclo económico pero no conduce a que la economía salga de la recesión. Más bien provoca la formación de un nuevo ciclo económico, posiblemente más profundo en cuanto a las necesidades de su corrección y en sus efectos sobre la producción y el empleo.
    Los economistas austriacos son concientes de que la recuperación de la economía desde un valle recesivo del ciclo económico toma tiempo. Al respecto indican que el capital no se reasigna fácil y rápidamente desde un sector que debe reestructurarse (el sector de bienes de capital) hacia las nuevas actividades en crecimiento (en el sector de bienes de consumo), ello porque esencialmente el capital es heterogéneo; es decir, no es fácilmente sustituible sino que más bien presenta características de complementariedad en su utilización. Esta especificidad en la naturaleza del capital no permite que haya una fácil transferencia de una actividad de negocios hacia otra. También si en la economía se presentan problemas de inflexibilidad a la baja en los salarios, la caída dará lugar a que aumente el desempleo. Tomará tiempo durante la recuperación para que dicho desempleo pueda reducirse a través de la absorción de la mano de obra por el ahora relativamente creciente sector de bienes de consumo. De hecho, el proceso de trasladar obreros y bienes de capital desde las actividades abandonadas del sector productor de bienes de capital hacia el de bienes de consumo es lento, pues estas últimas nuevas actividades no solo deben iniciarse, sino que también hay incertidumbre de parte de los empresarios sobre sus posibilidades de éxito.
    [“Skousen señala que “Como la expansión, la recesión no dura por siempre. La etapa final se logra cuando el mercado de bienes de capital ha colapsado y los precios han cesado de caer. Al mismo tiempo, la demanda del consumidor que ha declinado en respuesta a un ingreso en descenso, también ha logrado una etapa de estabilidad. Históricamente el mercado de capitales se recupera siendo seguido por una estabilización en el gasto del consumidor.” (Mark Skousen, The Structure of Production, New York: New York University Press, 1990, p. 315). Hayek hace notar que “Es un hecho bien sabido que en una recesión la recuperación de la demanda es generalmente un efecto en vez de una causa del resurgimiento de las partes más altas del flujo productivo (sector de bienes de capital) –actividades que son generadas por un ahorro en busca de ser invertido y por la necesidad de rehacer renovaciones y reemplazos que habían sido pospuestos.” El paréntesis es mío. (Friedrich A. Hayek, “The Keynes Centenary: The Austrian Critique,” en The Economist, 287, No. 7293, 11 de junio de 1983, p. 46).]
    [Asimismo, Estey indica que “Teóricamente debería darse una transferencia continua de obreros y de capital no específico de las actividades productoras de bienes de capital que se han abandonado hacia aquella productora de bienes de consumo. Los procesos de producción más reducidos (que los de las actividades productoras de bienes de capital) aún tendrán que empezar desde el principio. Los bienes aún tienen que pasar a través de las etapas necesarias de su producción. Además, al irse logrando etapas sucesivas en el paso de los bienes hacia el consumidor, es posible que tan sólo gradualmente se absorba el trabajo y el capital no específico liberados de los procesos más alejados e indirectos. Es más, este retraso se ve incrementado por la incertidumbre de los productores respecto a cuáles métodos son más apropiados en el proceso productivo ahora más reducido, en el cual se necesita una menor cantidad de capital y una mayor cantidad de mano de obra. En resumen, los trabajadores y los recursos móviles son liberados más rápidamente de los procesos productivos que requieren más tiempo (sector de los bienes de capital) que en lo que pueden ser absorbidos por los procesos que requieren un tiempo menor (sector de bienes de consumo) y la consecuencia es un volumen creciente de desempleo… El intento de restaurar los niveles normales de consumo provoca un factor adicional que disturba –esto es, la deflación y una caída en los precios- que aumenta el tiempo que dura la depresión y que se agrega a los obstáculos que enfrenta la recuperación.” (James A. Estey, Business Cycles, segunda edición, New York: Prentice Hall, 1950, p. 241).]
    Finalmente deseo hacer comentar acerca de la impresión de que los austriacos y concretamente Hayek (así como Lord Robbins) abogaron por no hacer nada durante la recesión en el ciclo de los negocios. Se ha dicho que promovieron una actitud destruccionista en el contexto de la baja del ciclo económico, siguiendo una visión Schumpeteriana [del economista Joseph A. Schumpeter, a quien, como indiqué anteriormente, algunos lo incluyen dentro de la escuela austriaca], el cual señaló que “El impulso fundamental que define y mantiene en movimiento a la máquina capitalista proviene de nuevos consumidores, nuevos bienes, los nuevos métodos de producción o de transporte, los nuevos mercados, las nuevas formas de organización industrial que crean las nuevas empresas capitalistas… Este proceso de Destrucción Creativa es el hecho esencial acerca del capitalismo. Es aquello en que consiste el capitalismo y en lo que debe vivir cualquier interés capitalista…” (Joseph A. Schumpeter, Capitalism, Socialism and Democracy, New York: Harper, 1975, p. p. 82-83).
    De hecho la norma que Hayek propuso no era la de ser pasivo ante una contracción de la economía y dejar que se diera una serie de quiebras originadas por un incremento en la demanda de dinero o por una disminución de su oferta, sino propuso lograr la estabilización del ingreso nominal; esto es, de la “actividad económica”. Tal como los economistas austriacos (por supuesto que Hayek entre ellos) explican la caída en el ciclo económico y la necesidad de una recesión que corrija la asignación de recursos provocada por la expansión crediticia del Banco Central, no significa que se acepte una caída de la actividad económica a causa de una reducción de la oferta monetaria. Hayek señaló que la obligación de un Banco Central era la de “compensar tanto como fuera posible los efectos de cambios en la demanda de activos líquidos sobre la cantidad total del medio circulante.” En dos palabras, debería compensar los aumentos en la demanda de dinero mediante incrementos en la oferta monetaria. (Friedrich A. Hayek, Monetary Nationalism and International Stability, Londres: Longmans, Green, 1937, p. 84).
    [Tal como indica Lawrence White, “Las teoría de Hayek acerca del ciclo de los negocios le condujo a la conclusión de que el precio de equilibrio intertemporal es mejor mantenido en una economía monetaria mediante una constancia del ‘flujo monetario total;’ o, en términos Fisherianos, del stock de dinero multiplicado por su velocidad de circulación, MV. Hayek era claro acerca de sus recomendaciones sobre políticas: el stock de dinero M debería variar para compensar cambios en la velocidad de circulación del dinero V, pero debería mantenerse constante en ausencia de variaciones en V. De acuerdo con ello, lamentó la reducción de M debido al retiro del público de reservas monetarias de los bancos (tal como había sucedido en 1929-33), señalando Hayek (Ibídem, p. 82) a esa “más que perniciosa característica de nuestro sistema actual: específicamente que un movimiento hacia tipos más líquidos de dinero causa un descenso efectivo en la oferta total de dinero y viceversa.” Lawrence H. White, Did Hayek and Robbins Deepen the Great Depression? en Journal of Money, Credit and Banking, Vol. 40, No, 4, junio del 2008, p. 755.]
    Al igual que en su momento argumentaron los monetaristas (Ver Friedman & Schwartz, Op. Cit., p. 4), los austriacos, y concretamente Hayek, al igual que Robbins, no proponen abandonar la expansión monetaria en una recesión, sino hacer compensar cualquier variación (aumento) de la demanda de dinero. Hayek no proponía un “destruccionismo” a la Schumpeter, sino conducir la oferta de dinero sin expandir artificialmente el crédito mediante un aumento de la oferta monetaria, pues eso solo da lugar a que surja un nuevo ciclo. Lo importante para Hayek era mantener estable el nivel nominal de ingreso y gasto de la economía.
    Concluyo incitando a una reflexión del amigo lector con un comentario que se transforma en una pregunta: La reciente crisis de la economía norteamericana puede tener su origen en la política expansionista de la oferta monetaria que prosiguió el Banco de Reserva Federal, a fin de aumentar el crédito a través de una reducción de la tasa de interés. Así, en el 2000-2001, bajo el mandato de Alan Greenspan, la FED redujo la tasa de interés casi a cero a raíz de la caída de la burbuja de las llamadas punto com. Esto puede haber estimulado que se invirtiera en proyectos de inversión no deseables, como las llamadas hipotecas sub-prime, que han provocado la subsecuente crisis que estamos viviendo. Me pregunto, ¿acaso nuestro Banco Central no siguió una política expansionista similar cuando, a fin de evitar la entrada la entrada de dólares en momentos en que en la economía nacional abundaban estos y apuntaban hacia una revaluación del colón, llevó la tasa básica de interés, en enero del 2008, a un 4.25% y que un año antes habían sido cercanas a un 12% y sin que hubiera cambiado el panorama inflacionario de la economía? ¿Tendremos nuestro propio ciclo austriaco aunado al que proviene de los Estados Unidos? Ahí se lo dejo para que lo pensemos.

    Por Carlos Federico Smith

  6. #26
    2008-12-31-OBJECIONES AL CICLO AUSTRIACO DE LA ECONOMÍA

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    COLUMNA LIBRE: OBJECIONES AL CICLO AUSTRIACO DE LA ECONOMÍA


    Boletín de ANFE, 31 de diciembre del 2008. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 256-266.

    Quiero comentar acerca de algunas objeciones formuladas a la visión austriaca del ciclo de los negocios, pues es conveniente, como buenos liberales, atender las observaciones que de buena fe se plantean en torno a una apreciación que se pueda tener sobre una realidad infinitamente compleja. Así es como avanza la teoría; así es como evoluciona la ciencia y para ello es primordial hacerlo en el marco de la libertad de pensamiento. En éste, al igual que en la Columna Libre del mes anterior, algunas partes complejas para el lector no familiarizado con temas económico-financieros se incorporan entre corchetes o paréntesis cuadrados. Su omisión de lectura no demerita el propósito de este ensayo.

    Resumo lo que se denomina como el ciclo austriaco de los negocios, a sabiendas de que la explicación austriaca es mucho más profunda de lo que expreso (incluso de lo expuesto en mi Columna Libre anterior). Al expandir el crédito el Banco Central se produce una reducción de la tasa de interés de mercado, lo cual estimula un crecimiento de la inversión. Sin embargo, a esta nueva tasa de interés surge una divergencia entre una mayor inversión deseada en la economía y el ahorro que en esa economía se decide formar. Ese incremento en la inversión inducido por la menor tasa de interés no es sostenible dado que el ahorro de la economía no ha variado; esto significa que el crecimiento del ciclo económico terminará por experimentar una caída, pues, al invertir más los empresarios como resultado de la baja artificial en la tasa de interés, demandarán más recursos productivos de los disponibles en la economía, provocando un incremento de los precios de los bienes y servicios.
    Para los economistas austriacos este aumento de la cantidad de dinero en circulación, medio que el Banco Central usa para expandir el crédito, ocasiona un incremento en los precios absolutos y también variaciones en los precios relativos, lo cual tiene un efecto sobre la estructura de la producción.

    Para entender lo que sucede luego, recuérdese el énfasis que los austriacos hacen sobre una estructura de la producción caracterizada por una gama de bienes producidos a una relativamente mayor o menor distancia (en el tiempo) de aquellos bienes de consumo. Por ejemplo, la producción de bienes de capital o de materias primas o los proyectos de diseño y la construcción de equipos están muy lejos de los bienes finales de consumo. Al contrario, actividades económicas como el comercio minorista o mayorista y el transporte final, se hayan muy cerca de la actividad terminal de consumo. Tener presente el concepto de estructura de la producción es importante para responder a objeciones formuladas a la apreciación austriaca sobre el ciclo económico.

    Al expandir el crédito el Banco Central, ocasiona una caída en la tasa de interés de mercado, pero la tasa natural de interés –la que define la formación de ahorros de las personas- no ha variado y, por tanto, significa que no decidirán ahorrar más para financiar la expansión de la inversión mencionada.

    Al bajar la tasa de interés de mercado hay un estímulo para llevar a cabo proyectos que anteriormente, a la tasa previa de interés de mercado, no eran rentables. Ahora sí resultan serlo. Pero, entre más distante sea la producción de otros bienes de la de bienes de consumo, mayor será el estímulo para invertir en los primeros, pues lo importante es el rendimiento de la inversión a través del tiempo y la tasa de interés de mercado, que permite comparar costos presentes con la inversión inicial, ahora se ha reducido artificialmente por la acción del Banco Central. Esta medida favorece relativamente más a los proyectos intensivos en capital y que estén más alejados en el tiempo de la producción de bienes destinados al consumo final.

    El problema está en que hay una discordancia entre la nueva estructura de la producción, ahora estimulada por la menor tasa de interés de mercado, y la preferencia hacia el consumo (ahorro) de las personas, la cual no ha variado por la decisión del Banco Central. Esta inconsistencia termina en una crisis.

    La expansión monetaria del Banco Central provoca un aumento en la demanda de bienes de capital y con ella se incrementa la demanda de factores productivos usados en su producción, específicamente del factor trabajo, por lo que sus salarios en el sector productor de bienes de capital aumentarán en comparación con aquellos pagados en el sector de bienes de consumo. Habrá una emigración de trabajadores de este último sector hacia el primero. Pero, al bajar la oferta de trabajadores en el sector de bienes de consumo, aumentan sus salarios y, por ende, en el costo de los bienes, lo cual provoca que el consumo de esos bienes se reduzca y, por lo tanto, que aumente el ahorro.

    Por su parte, los mayores salarios en el sector de bienes de capital provocan que aumente la demanda de bienes finales y, por tanto, de los precios.

    Al elevarse los precios de los bienes finales, se busca aumentar su producción lo que requiere mayor demanda de trabajadores, que sólo puede provenir de quienes laboran en el sector de bienes de capital. Ante estas demandas en conflicto por el factor trabajo, los inversionistas, estimulados por la decisión del Banco Central de expandir el crédito, no podrán continuar con las inversiones que se habían propuesto llevar a cabo. El alza del ciclo se hace insostenible y se presenta una caída de la actividad económica, hasta que haya una reestructuración de la producción que sea compatible con las preferencias de consumo (y ahorro) de la economía.

    En un artículo publicado en la revista Slate, el 12 de marzo de 1998, Paul Krugman se refiere a la teoría austriaca del ciclo económico como “la teoría de la goma o la resaca” (hangover, en inglés), al señalar que es “la idea de que las caídas son el precio que pagamos por las alzas, que el sufrimiento que una economía experimenta durante una recesión es el castigo debido por los excesos de la expansión previa.” En opinión de Krugman, “las recesiones no son consecuencias necesarias de las alzas”, y que las primeras deberían ser combatidas mediante una “liberalidad en vez de una austeridad”, pues el liquidacionismo (dejar que las empresas ineficientes se liquiden a fin de liberar los recursos productivos que se usarían en nuevas empresas) tuvo que ver mucho con que la Gran Depresión durara mayor tiempo del necesario.

    No hay duda de que Krugman -usual en él- intenta denigrar el planteamiento que sobre los ciclos han formulado los economistas austriacos, pues el que un alza en el ciclo sea proseguida por una caída suele formar parte de diversas teorías sobre el ciclo, como es el caso tanto de la neoclásica como de la monetarista.

    [Así por ejemplo, refiriéndose a Friedman, escribe Brian Doherty, “el dinero nuevo en la economía le da a los empresarios la impresión equivocada de que hay una demanda mayor de su producto concreto, conduciéndolos a incrementar su producción y emplear más gente. Este es el empuje inicial que hace de la inflación una droga irresistible para los políticos. Pero, después de un rato, la gente se da cuenta de que no existía un incremento real de la demanda de su producto en relación con todos los otros productos; la aparente demanda extra era realmente el resultado de más dinero en las manos de la gente.” (Brian Doherty, The Life and Times of Milton Friedman: Remembering the 20th Century’s Most Influential Libertarian, Reasonline, marzo del 2007, en www.reason.com/news/show/118494.html).]

    [“La comparación de las viejas teorías austriacas con las nuevas clásicas se facilita mejor permitiendo que la Teoría del Equilibrio del Ciclo de los Negocios (TECN) se refiera a aquéllas en las cuales (a) los individuos hacen el mejor uso de la información que tengan disponible y (b) una deficiencia de información temporalmente disfraza las intervenciones de la autoridad monetaria. Tal como expuso Robert Lucas (1981), Robert Barro (1981) y otros, la TECN así desarrollada explica los ciclos económicos en términos de las acciones de los participantes en el mercado, confrontados con lo que se ha llegado a conocer como un problema de extracción de las señales. Las dificultades para interpretar las señales de precios durante una expansión monetaria también yacen en la raíz de la Teoría Austriaca del Ciclo de los Negocios (TACN), tal como la introdujo Ludwig von Mises (1953) y desarrollada por Friedrich Hayek (1967)… Si los modelos TECN fueran tomados al pie de la letra, las diferencias substantivas entre estos modelos y la teoría austriaca serían fáciles de identificar. En sus formulaciones básicas (por ejemplo, Barro, 1981, p. p. 80-83 y Hayek, 1967, p. p. 69-100), la respuesta inicial de los participantes en el mercado toman la forma de un aumento en los servicios laborales en respuesta a precios de la producción nominalmente elevados (en el modelo TECN); y de una restructuración de un capital inherentemente insostenible, en respuesta a una tasa de interés artificialmente reducida (en el TACN). La respuesta subsecuente toma la forma de una reversión al nivel inicial de los servicios laborales (en el modelo TECN) y de una liquidación, que toma tiempo, del capital mal-invertido (en el TACN). Si estas diferencias fueran las que esencialmente separaran al TECN del TACN, entonces las dos teorías podrían verse correctamente como variaciones sobre un mismo tema.” (Roger W. Garrison, Review of Austrian Economics, Vol. No. 1, 1991, p. p. 93 y 94).]

    Dice una de las objeciones de Krugman a la concepción austriaca del ciclo de los negocios: “He aquí el problema: en un asunto de simple aritmética, el gasto total de la economía es necesariamente igual al ingreso total (cada venta es también una compra y viceversa). De manera que, si la gente decide gastar menos en bienes de inversión, ¿no significa eso que deben estar decidiendo gastar más en bienes de consumo –implicando eso que una caída en la inversión debe siempre ser acompañada por un alza correspondiente en el consumo? Y si así lo fuera, ¿debería darse un aumento en el desempleo?” (Krugman, Op. Cit.).

    Hay un error en esta apreciación de Krugman, pues no hay razón para pensar que, ante una caída en la inversión, se vaya a dar un aumento en la producción de bienes de consumo. Lo que sí sucede es que el gasto en los bienes de consumo bien puede haber aumentado, pero no su producción. Se presenta un aumento en los precios de los bienes de consumo, pero no en la producción de ellos. También hay otra posibilidad que Krugman no considera y es que la caída en la inversión puede no haber provocado un traslado hacia el gasto en bienes de consumo, si esa caída es acompañada por una contracción de la cantidad de dinero (del crédito) por parte del Banco Central, el cual decide revertir la reducción previa de la tasa de interés. Con esta reversión desaparece el estímulo para invertir inicialmente provocado sin que tenga alguna incidencia de un traslado hacia el consumo.

    Krugman señala a los austriacos y dice que “nadie ha podido explicar por qué las malas inversiones del pasado requieren que haya desocupación de los buenos trabajadores de la actualidad”. (Krugman, Op. Cit.). Esto lo explican los austriacos con base en su premisa de la complementaridad en el uso de los bienes de capital. Tal como se explicó en el boletín anterior, “esencialmente el capital es heterogéneo; es decir, no es fácilmente sustituible sino que más bien presenta características de complementariedad en su utilización. Esta especificidad en la naturaleza del capital no permite que haya una fácil transferencia de una actividad de negocios hacia otra.”

    Esto es, la decisión del Banco Central de reducir las tasas de interés de mercado provocó que se invirtiera una cantidad significativa de recursos que se encuentran amarrados en proyectos intensivos en capital y con una larga duración para que maduren.

    Al darse una caída en el ciclo, los “buenos trabajadores” quedan sin ocupación porque no hay suficiente capital con el cual trabajar, dado que éste se dirigió inicialmente -y de manera artificial por la baja de la tasa de interés que hizo el Banco Central- hacia la producción de bienes más alejados del consumo, tal como explicáramos anteriormente. Pero ante la caída éstas inversiones a largo plazo no pueden completarse, dada la insuficiencia de ahorro generado en la economía para satisfacer sus requerimientos de capital. Lo que Krugman omite es que, cualquier proceso de reajuste en la estructura productiva toma tiempo y durante éste la demanda de mano de obra es baja, lo cual se refleja en desempleo. No sólo es difícil suponer que en la economía se tiene una flexibilidad instantánea total a la baja en los salarios, de manera que pueda absorber la misma oferta de trabajo, sino que también hay que tomar en cuenta que no existe una movilidad de mano de obra casi infinita, tal que permita realizar el ajuste sin haya un desempleo temporal. El reajuste en la estructura de la producción toma tiempo y durante éste, lamentablemente, se presenta la desocupación.

    Una crítica a la teoría austriaca del ciclo de negocios esta vez no proviene de Krugman, sino de Gordon Tullock y de Bryan Kaplan (ver Gordon Tullock, Why the Austrians are Wrong About Depressions, The Review of Austrian Economics, Vol. 2, No. 1, 1987) y Bryan Kaplan, Why I Am Not An Austrian Economist, http://www.gmu.edu/departments/econo...an/whyaust.htm).

    Kaplan dice expone “la objeción {a la interpretación austriaca del ciclo de los negocios}: Dado que las tasas de interés son artificial e inusualmente bajas {por la política expansionista del Banco Central}, ¿por qué el empresario basaría sus cálculos de rentabilidad en el supuesto de que las tasas de interés prevalecerían indefinidamente? No, lo que sucedería es que los empresarios se darían cuenta de que las tasas de interés sólo son temporalmente bajas, y tomarían esto en cuenta.” (Bryan Kaplan, Op. Cit.; los textos entre llaves son míos; el texto en cursiva es del autor).

    [Por su parte. Tullock señala que “Uno pensaría que los hombres de negocios pueden ser inducidos al error en las dos primeras rondas del ciclo de Rothbard y no anticipar que la tasa de interés luego aumentará. Parece poco factible que continúen siendo incapaces de figurarse esto. Normalmente, Rothbard y los otros austriacos exponen que los empresarios son bien informados y hacen juicios correctos. Como mínimo uno asumiría que un empresario bien informado sobre asuntos importantes que tengan que ver con los negocios leerían a Mises y a Rothbard y, por tanto, anticiparían la acción del gobierno.” (Gordon Tullock, Op. Cit., p. 73)].

    En resumen, ambos críticos de la teoría austriaca del ciclo de los negocios arguyen que los empresarios son lo suficientemente listos como para no ser engañados por la política crediticia expansiva y engañosa del Banco Central, de bajar las tasas de interés del mercado cuando no es el resultado del libre mercado. “Si esta crítica fuera cierta, la teoría austriaca del ciclo de los negocios está equivocada en cuanto a su conclusión de qué es lo que causa el ciclo de alza y luego de baja.” (Bryan J. Stanley, Why Don’t Entrepreneurs Outsmart the Business Cycle? Ludwig von Mises

    Institute, Artículo Diario del 28 de agosto del 2007).

    Estas críticas se ven plausibles a simple vista, pero lo cierto es que los empresarios son individuos que se ven afectados por esas distorsiones en las señales que perciben el mercado, pues se les dificulta distinguir cuando, por ejemplo, hay una variación real en los precios relativos y cuando se trata de un simple incremento inflacionario de la generalidad de los precios. Tal como dice Stanley, “el meollo del asunto es que la intervención del Banco Central causa confusión y aumenta el riesgo en las tomas de decisiones en comparación con lo que sería en un medio ambiente de libre mercado.

    Tal como dice la teoría Austriaca del Ciclo de los Negocios, ocasiona que los empresarios cometan racimos de errores.” (Stanley, Ibídem).

    Garrison explica diversas razones por las cuales estos argumentos en contra de la teoría austriaca de los negocios no son plausibles. En primer lugar, señala que para algunos empresarios (no todos) podría haber una buena oportunidad de negocios si se realiza la inversión ante la baja inducida de la tasa de interés, aún cuando supieran que, en cierto momento, terminaría por provocar grandes pérdidas generalizadas al revertirse la expansión del ciclo. “Puede ser rentable mal-asignar los recursos productivos en respuesta a un precio distorsionado, siempre y cuando los recursos sean vendidos antes de la caída del ciclo. Discutir que la expectativa de dicha caída eventual prevendría la materialización del alza es análogo a discutir que una expectativa similar con respecto a una cadena {en inglés, chain letter; algo similar sería con el llamado esquema de Ponzi, tan de moda actualmente) evitaría que se iniciara dicha cadena. (Roger W. Garrison, Hayekian Trade Cycle Theory: A Reappraisal, Cato Journal, Vol. 6, No. 2, Otoño de 1986, p. 446. El texto entre llaves es mío).

    En segundo lugar, señala Garrison, aún si todos los participantes en el mercado conocieran el ciclo de alza seguido de una crisis, no tienen forma de corregir exactamente las distorsiones monetarias inducidas por el Banco Central. Siguiendo conceptos desarrollados por Hayek (Friedrich A. Hayek, “The Use of Knowledge in Society, Individualism and Economic Order, Chicago: The University of Chicago Press, 1945, p. p. 77-91), el empresario que participa en un mercado no posee un conocimiento de la realidad tal que le permita separar lo real de lo nominal; lo que él observa son los precios nominales y su manipulación, en este caso por el Banco Central con la tasa de interés, le induce al error. Uno puede esperar que el empresario tenga conocimiento de circunstancias particulares en un momento y lugar concretos, pero no de un conocimiento de cómo es que funciona un sistema económico; esto es, un conocimiento de la estructura de producción de la economía. Por ello, son inducidos a comportarse como si conocieran la estructura de la economía en función de los precios que observan en el mercado, pero no es de esperar que, con el conocimiento efectivo que tengan de la estructura de la economía, estén en capacidad de corregir aquellas distorsiones de los precios inducidas por las políticas monetarias.

    Tal vez para entender con mayor claridad este punto, convenga referirse a un buen ejemplo que presenta Garrison, basado en Hayek. Para éste, “debemos mirar al sistema de precios como un mecanismo para comunicar la información si es que queremos entender su función real… El hecho más importante acerca de este sistema es la economía de conocimiento con el cual opera o de qué tan poco necesitan los participantes individuales para poder tomar la decisión correcta. En forma abreviada, por un tipo de símbolo, tan sólo se pasa la información más esencial y tan sólo a aquellos a quienes les interesa.” (Friedrich A. Hayek, “The Use of Knowledge in Society,” en Chiaki Nishiyama y Kurt Luebe, editores, The Essence of Hayek, Stanford: The Hoover Institution, 1984, p. 219).

    Garrison agrega, “Aquí la analogía entre un sistema de precios y una red de comunicaciones puede ser llevada más allá: Saber que una señal está siendo interferida no es lo mismo que saber cómo es una señal sin interferencia. Durante una expansión monetaria, por ejemplo, el precio del mineral de hiero puede aumentar en un 8 por ciento. Este aumento del 8 por ciento puede consistir de un incremento del 2 por ciento en el precio real del mineral de hierro (debido a cambios coincidentes en los factores reales subyacentes) además de un incremento del 6 por ciento inducido por la emisión monetaria. O bien puede resultar de alguna otra combinación de cambios reales y de cambios inducidos por la expansión monetaria cuyas sumas algebraicas sea de un 8 por ciento. Posiblemente el supuesto más plausible que los participantes en el mercado pueden hacer es que no ha habido cambios en los factores reales subyacentes desde que se inició la expansión monetaria. Una actividad económica que se base en este supuesto es análoga a hacer una ‘estimación’ con base en la más reciente señal no interferida. Después de un período prolongado de manipulación monetaria, la economía bien podría encontrarse a sí misma considerablemente fuera de curso. Los reajustes que sobrevendrían se conformarían ampliamente –si no es que hasta en los pequeños detalles- con aquellos que Hayek originalmente previó {que las señales de precios falsificadas por la manipulación monetaria creaban las bases para la descoordinación económica}.” (Roger W.

    Garrison, Hayekian Trade Cycle Theory: A Reappraisal, Op. Cit., p. p. 446- 447. El texto entre llaves es mío).

    Como tercer contra-argumento, Garrison indica que, ante una medida tal como la tomada por el Banco Central de reducir arbitrariamente la tasa de interés, cada uno de los participantes en el mercado tiene una visión distinta acerca de cuál es la parte real y cual la monetaria de la variación en el precio observado. Esto hace que la conducta de los individuos con base en esas distintas percepciones se traduzca en una descoordinación de la actividad económica. (Roger W Garrison, Ibídem, p. 447).

    Espero que estos comentarios ayuden en la comprensión de la visión de los economistas austriacos acerca del ciclo económico.

    Por Carlos Federico Smith

  7. #27
    2009-01-31-CONTRAPUNTO AL EDITORIAL UN GRAN PLAN NACIONAL

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    CONTRAPUNTO AL EDITORIAL “UN GRAN PLAN NACIONAL”


    Por Jorge Corrales Quesada

    Diversos comentarios podría hacer a dicho editorial, pero el espacio exige concentrarme en la propuesta de “intensificar el desarrollo de obra pública”, en donde las municipalidades tendrían un papel relevante.

    El estado cumple una función social de proveer al país de la infraestructura necesaria, pero mediante concesiones al sector privado, en que el costo se sufrague por el usuario y no por la colectividad como un todo. No debe confundirse este papel a largo plazo con el posible empleo en infraestructura pública para compensar un nivel insuficiente de empleo, el cual es más inmediato.

    Este esfuerzo debe ser por una vez y no crear una nueva estructura burocrática a largo plazo; por eso es atinada la idea de hacer contratos temporales. Segundo: es necesario concentrarse en actividades que usan mano de obra intensivamente, en contraste con, por ejemplo, represas, puertos o similares, que son capital-intensivas. Tercero: el proyecto debe ser para la fuerza laboral desempleada resultado de la recesión; no debe darse incentivos que estimulen la entrada al país de excedentes de mano de obra externa, atraídas por seguros de desempleo o por un empleo indiscriminado en infraestructura.

    Propongo concentrarse en dar mantenimiento a las hoy abandonadas vías urbanas y caminos rurales, que depende de gobiernos municipales, mejor capacitados para emplear mano de obra local temporalmente desocupada. Bajo fuerte vigilancia de las comunidades, el esfuerzo sería intenso este año (en que sería mayor el impacto en el desempleo) y continuaría de forma reducida pero que frene el deterioro hoy observado en tales vías.

    Asimismo, propongo estimular el empleo productivo en el sector privado con una reducción de sus costos tributarios para que pueda invertir más, al igual que aumentar la flexibilidad del mercado laboral para mantener y hasta incrementar los puestos de trabajo.

  8. #28
    2009-01-31-SOMOS AHORA TODOS KEYNESIANOS

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    COLUMNA LIBRE: ¿SOMOS AHORA TODOS KEYNESIANOS?


    Boletín de ANFE, 31 de enero del 2009. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 267-291.

    Pues, yo no. Por muchas razones. Empezaré por comentar las propuestas que, en momentos de la Gran Depresión, formuló John Maynard Keynes acerca de algo primordial en el pensamiento liberal: su creencia en el libre comercio. Los aficionados al pensamiento económico tenemos muy claro que, mediante el intercambio voluntario de bienes o servicios, los individuos que lo practican ganan (al menos no pierden) efectuando la transacción. Esa premisa fundamental de la economía –las ganancias del intercambio comercial- parte de la división del trabajo y de la especialización que conlleva en producir ciertos bienes. Importa señalar que conceptualmente este claro beneficio individual es fácilmente extendible tanto a las familias, las comunidades, los pueblos como a las naciones.

    Keynes fue, en un momento dado, un claro convencido de las bondades derivadas del libre comercio internacional. Inicio mi análisis citando una referencia suya que aparece en el libro de Douglas A. Irwin, Against the Tide: An intellectual history of free trade (Princeton, New Jersey: Princeton University Press, 1996) –libro en que ampliamente me baso para presentar mis argumentos sobre el tema (las referencias aquí indicadas de opiniones de Keynes sobre comercio internacional las he obtenido de citas incluidas en este libro de Irwin).

    La primera cita de 1923 muestra a un Keynes como claro proponente del libre comercio. Dice,

    “En tanto la decisión dependa de nosotros, debemos adherirnos al Libre Comercio en su interpretación más amplia, como a un dogma inflexible al cual no se le admite excepción alguna. Debemos adherirnos a ello aún cuando no recibamos reciprocidad de tratamiento y aún en aquellos casos raros en los cuales, infringiéndolo, podemos de hecho obtener una ventaja económica directa. Debemos adherirnos al Libre Comercio como un principio de moral internacional y no meramente como una doctrina de ventaja económica.” (John Maynard Keynes, The Collected Writings of John Maynard Keynes, editado por Elizabeth Johnson y Donald Moggridge, Londres: Macmillan for the Royal Economic Society, 1971-1989 [y de ahora en adelante referido sólo como Collected] y en Irwin, Op. Cit., p. 187).

    A este viejo liberal le emocionan esas palabras del Keynes de 1923, pero, pocos años después, se alejaría gradualmente de ese “fundamentalismo liberal” que algunos malquieren.

    En 1928 escribió:
    “El caso en favor del libre comercio debe sustentarse en el futuro y no en los principios abstractos del laissez-faire, que ahora pocos aceptan, sino en la experiencia propiamente dicha y en las ventajas de dicha política.” (Collected, XIX, 729-730 y en Irwin, Op. Cit., p. 190).

    Ahora dice ser pragmático y, en el caso del libre comercio, está a favor de él no por razones abstractas sino prácticas y en cuanto resulte ser ventajoso.

    En 1930, en medio de un desempleo elevado en Inglaterra, Keynes propuso usar aranceles a las importaciones para aumentar el empleo total al no haber una utilización plena de la mano de obra. Así lo indica en su obra Un Tratado sobre el Dinero (A Treatise on Money y de ahora en adelante tan sólo Tratado) y citado en Collected, VI, 162-69 y en Irwin, Op. Cit., p. 190.

    Una devaluación de la libra frente al oro podría corregir un tipo de cambio mal ajustado y restaurar el equilibrio en la balanza de pagos; sin embargo, Keynes consideró que el Banco de Inglaterra no aceptaría devaluar la libra, caso en que optaría por seguir una política monetaria deflacionaria, a fin de lograr el ajuste requerido. Sin embargo, la presión sindical impediría una política que redujera los salarios nominales, de manera que la restricción monetaria sólo lograría reducir los precios y no los costos laborales, lo cual provocaría pérdidas en los negocios y un aumento del desempleo. Ante esta creencia de Keynes sobre el rumbo que seguiría en esa época el Banco de Inglaterra, expuso en el Tratado que

    “creía que las resistencias a una deflación severa del ingreso… siempre han sido muy fuertes. Pero en el mundo moderno de sindicatos organizados y de electorados proletarios son abrumadoramente fuertes.” (Collected, VI, 164 y en Irwin, Op. Cit., p. 191).
    Por eso Keynes propuso utilizar aranceles para estimular la demanda interna que permitiera disminuir el desempleo:

    “He llegado al punto de vista de que también hay campo para aplicar algún método útil que establezca precios diferenciados entre bienes domésticos y bienes importados.” (Collected, VI, 169 y en Irwin, Op. Cit., p. 192)

    A inicios de la Gran Depresión, en 1930, Keynes formuló diversas propuestas para aumentar la producción y el empleo y, de nuevo, consideró que el Banco de Inglaterra no devaluaría, que los sindicatos impedirían una caída de los salarios nominales, que no era fiscalmente posible subsidiar la inversión privada, que aumentos en la productividad eran lentos en darse, que una expansión monetaria coordinada de los principales bancos centrales no era posible por razones institucionales, lo cual dejaba sólo dos opciones viables de política económica: una, dar incentivos a la inversión doméstica y , la otra, poner un arancel que aliviara la recesión, si bien no la endosó.

    Ya en julio de 1930 y viendo que la recesión se profundizaba y que el gobierno no tomaba medida alguna, Keynes, aunque receloso, habló de poner aranceles. Así, escribió que,

    “Con renuencia me fui convenciendo de que se deberían introducir algunas medidas proteccionistas.” (Collected, XX, p. 378 y en Irwin, Op. Cit., p. 193).
    En 1931 Keynes señaló tres medidas concretas para reactivar la economía y bajar la desocupación: (1) devaluar, pero eso minaría la confianza en los mercados financieros de Londres; (2) reducir los salarios, pero ello

    “con seguridad conduciría a la injusticia social y a la resistencia violenta… Por estas razones una política de contracción, que fuera lo suficientemente drástica como para servir de algo, podría ser sumamente impráctica.” (Collected, IX, p. 235 y en Irwin, Op. Cit., p. 195).

    Y (3) introducir aranceles, pues propuso:

    “un impuesto a la importación del 15% a todos los bienes manufacturados y semi-manufacturados sin excepción, en tanto que se exoneraría del gravamen a las materias primas… En tanto conduce a la sustitución de bienes previamente importados por producción doméstica, incrementará el empleo de este país.” (Collected, IX, p. 231 y 237 y en Irwin, Op. Cit., p. 195).

    Si bien Keynes consideró que imponer aranceles no era la mejor medida para estimular la producción y disminuir el empleo, la apoyó como una manera práctica de recuperar la economía.

    A fines de 1931 Keynes consideró que el caso en favor del libre comercio era minado por la ausencia de flexibilidad en los salarios a la baja, tal que permitiera el ajuste requerido. Por ello, escribió que
    “Si bien el libre comercio combinado con una gran movilidad de las tasas de salarios es una posición intelectual respetable… presenta un problema de justicia en cuanto a que muchos tipos de ingresos monetarios (salarios) están protegidos por contratos y no pueden variarse.” (Collected, XX p. 490 y 496 y en Irwin, Op. Cit., p. 195)

    Y, ante la crítica de que con su propuesta lograba sólo barajar el empleo desde un sector de la economía hacia otro, sin aumentar el empleo total de la economía, arguyó que

    “Cuando un librecambista señala que un arancel no puede incrementar el empleo sino que tan sólo lo desvía de una industria hacia otra, tácitamente está suponiendo que un hombre que pierde su empleo en un lado va a reducir el salario que está dispuesto a aceptar hasta que encuentre empleo en otro rumbo… en las circunstancias actuales (eso) es un completo sin sentido.” (Collected, XX, p. 117 y en Irwin, Op. Cit., p. 196).

    Para Keynes el libre comercio era recomendable cuando la economía estaba en condiciones de pleno empleo o poseía la flexibilidad del caso para el ajuste necesario, pero en situación de desempleo no era la política correcta, pues en ese caso la opción era entre producir algo o producir nada.

    En esos momentos muchos economistas se opusieron a la tesis de Keynes acerca del arancel (entre ellos, Lord Robbins. William Beveridge, T. E. Gregory, Arnold Plant y John R. Hicks), y abogaron en favor del libre comercio, pero los hechos hicieron que el debate se cortara, pues el supuesto de Keynes de que Inglaterra no devaluaría –que era mejor alternativa que erigir aranceles- dejó de cumplirse en setiembre de 1931.
    Ante ello, Keynes escribió que

    “Hasta hace poco estaba urgiendo a los Liberales y a otros acerca de la importancia de aceptar un arancel general como medio de mitigar los efectos del desequilibrio obvio entre los costos monetarios domésticos y del exterior… (ahora) han dejado de ser urgentes las propuestas para una protección elevada.” (Collected, IX, p. 243 y 245 y en Irwin Op. Cit., p. 198).

    Su pleno apoyo al mercantilismo se encuentra en el Capítulo 23 de su obra clásica La Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero (The General Theory of Employment, Interest and Money), que, en resumen, cuestiona la capacidad
    conceptual del laissez-faire de lograr un equilibrio con pleno empleo; específicamente, que la tasa de interés y el nivel de inversión se ajustaban a un nivel óptimo en cuanto al empleo y la producción. Sin embargo, su planteamiento en favor de aranceles continuaba siendo adecuado para circunstancias especiales, si bien no como un caso general. Se podría decir que, hasta ese momento, Keynes continuaba apreciando los beneficios derivados del comercio internacional y su propuesta para introducir un arancel era más bien resultado de una enorme preocupación y de un intento por restaurar el equilibrio de la economía y de promover su recuperación, más que por alguna razón fundamental por la cual los mercados libres fracasaban en restaurar dicho equilibrio.

    Sin embargo, Keynes mostró algo más además de la conveniencia del arancel para salir de la crisis, pues su planteamiento acerca de la inamovilidad de los factores y la inflexibilidad a la baja de sus precios, así como una insuficiencia de la demanda agregada, cuestionaron la posibilidad de lograr una situación de equilibrio con pleno empleo, tal como hasta entonces era el criterio casi generalizado de los economistas.
    Como expresa Irwin,

    “Keynes irrecuperablemente estableció la idea de que los aranceles y otras
    restricciones a las importaciones eran opciones razonables a la cuales acudir en el arsenal de políticas destinadas a mantener el pleno empleo de la actividad económica.” (Irwin, Op. Cit., p. 201)

    El economista John R. Hicks escribió en 1951 que.
    “El libre comercio ya no es aceptado más por los economistas, aún como un ideal, en la forma en que solía serlo… la preponderancia de la opinión económica ya no es más tan segura como lo era del lado del libre comercio.” “El hecho principal que ocasionó que tanta opinión liberal en Inglaterra perdiera su fe en el libre comercio, fue la impotencia del viejo liberalismo ante el desempleo masivo y la posibilidad de usar las restricciones a las importaciones como un elemento en un programa activo para luchar contra la desocupación… Fue esto, tan solamente, lo que condujo a Keynes a abandonar su creencia previa en el libre comercio.” (John R. Hicks, “Free Trade and Modern Economics,” en Essays on World Economics, Oxford: Clarendon Press, 1959, p. 41-42 y 48 y en Irwin, Op. Cit., p. 202).

    Con el paso del tiempo el argumento expresado por Keynes a favor de restricciones a las importaciones fue relegado a un conjunto de circunstancias muy restringidas, en las cuales sí podría tener algún grado de preferencia frente a otras opciones mejores.
    Por ello interesa destacar que, tal como se expuso anteriormente, Keynes a inicios de los años 30s propuso utilitariamente imponer un arancel ante la supuesta oposición inglesa a devaluar, pero en la actualidad tal oposición a esa política ha variado, pues analíticamente se prefiere la flexibilidad en los tipos de cambio a la introducción de aranceles como forma de obtener el ajuste externo requerido. Baste citar los trabajos de Sidney Alexander (“Devaluation versus Import Restrictions as an Instrument for Improving the Foreign Trade Balance,” IMF Staff Papers, abril de 1951) en donde muestra que una devaluación es más eficiente que un arancel, pues la primera política varía tanto los gastos domésticos como los externos hacia la producción doméstica de bienes, mientras que la segunda tan sólo trasladaría la demanda doméstica hacia la producción doméstica.

    También está la obra de Friedman (Milton Friedman, “The Case for Flexible Exchange Rates,” en Essays on Positive Economics, Chicago: The University of Chicago Press, 1953), quien asevera que

    “En principio, los controles directos sobre las importaciones, las exportaciones y los movimientos de capitales podrían lograr los mismos efectos sobre el comercio y la balanza de pagos que las variaciones en los tipos de cambio o en los precios e ingresos internos… Es claro, sin embargo, que los cambios en las importaciones y las exportaciones y en las transacciones de capital que se requieren no pueden ser predichas; el hecho de que cada nueva crisis cambiaria en un país como Inglaterra fuera vista como un rayo que cae del cielo, es una evidencia amplia de esta proposición. Aún si fuera posible predecirlas, el control directo de las importaciones, exportaciones y transacciones de capital por técnicas diferentes a las del sistema de precios, necesariamente significa extender tal control a muchos asuntos internos e interferir con la eficiencia de la distribución y la producción de bienes…” (Friedman, Op. Cit., p. p. 168-169).

    También está el trabajo de James Meade (“The Case for Variable Exchange Rates,” en Three Banks Review, setiembre de 1955), en el cual explicó cómo de los tres principales objetivos de política económica –estabilidad de los precios internos, estabilidad de los tipos de cambio y libre comercio- tan sólo dos eran posibles de lograr simultáneamente y que esos tres no se podían lograr a la misma vez. De esta manera, “si se dejaba depreciar la moneda doméstica en los mercados cambiarios externos, se podría mantener estables los precios internos y el libre comercio.” (Irwin, Op. Cit., p. 204).

    No fue sino hasta finales de los 60s cuando se cuestionó el análisis Keynesiano de desempleo e inflación, en lo que se conoce como el debate acerca de la curva de Phillips. Aquí han sido esenciales los trabajos de los Premios Nobel Edmund Phelps y Milton Friedman, quienes muestran cómo, aún suponiendo que los salarios sean inflexibles a la baja en el corto plazo, una política expansionista del gobierno no podrá reducir permanentemente el desempleo. Por lo tanto, en el largo plazo una política arancelaria proteccionista no podrá aliviar la desocupación, que tenderá a llegar a lo que se denomina la tasa natural de desempleo, que viene determinada por las condiciones reales de la economía, que influyen en la oferta y la demanda del factor trabajo. Es posible reducir el desempleo, pero reduciendo obstáculos en el mercado laboral, tales como grado de sindicalización, mejorando el nivel de educación del obrero, ampliando el acceso al mercado de la fuerza de trabajo femenina, eliminando leyes sobre salarios mínimos y similares, y no con medidas monetarias expansivas, que sólo podrán influir en la desocupación en el corto plazo.

    Es ocasión apropiada para presentar algunas impresiones acerca de Keynes de su amigo personal Friedrich A Hayek, quienes en el marco de la amistad mantuvieron profundas diferencias en cuanto al enfoque macroeconómico que cada uno sostuvo, pues nos permiten mostrar algo acerca de la personalidad de Keynes, pues a veces es difícil entenderlo, dado que, conociendo qué es lo que piensa en un momento dado, luego, ante la crítica, responde haber variado su opinión previa. De eso presento una cita bien conocida (aunque disputada por algunos) de Keynes, quien aseveró que,
    “Cuando los hechos cambian, yo cambio mi pensamiento. ¿Qué es lo que Usted hace, Señor? (Citado en The Economist del 18 de diciembre de 1999, p. 47).

    Tal vez con ella es posible entender lo que sucedió cuando Hayek criticó el Tratado sobre el Dinero que Keynes escribió en los años 30s. En su análisis de este libro -por lo general favorable- Hayek cuestiona fuertemente el punto fundamental de Keynes, de que había una dependencia directa del nivel empleo con la demanda agregada. Sin embargo, ante dicha crítica lo único que Keynes le respondió fue que dicha obra (el Tratado) ya no reflejaba su pensamiento. “Keynes me dijo: ‘Oh, no se preocupe; ya no creo en nada de eso.” (Friedrich A. Hayek, Hayek on Hayek: An autobiographical dialogue, editado por Stephen Kresge y Leif Wenar, Chicago: The University of Chicago Press, 1994, p. 90).

    Para entender las divergencias, Hayek, ante una pregunta de W. W. Barkley, respondió que:
    PREGUNTA: “¿Podría decir algo acerca de sus diferencias con los economistas Keynesianos?”
    RESPUESTA: “Keynes, en contra de sus intenciones, había estimulado el desarrollo de la macroeconomía. Yo estaba convencido no sólo que sus conclusiones particulares estaban equivocadas sino todo el fundamento de la macroeconomía, de manera que deseaba demostrar que debíamos regresar a la microeconomía. El enfoque macroeconómico provino de los científicos naturales, de que uno podía deducir cualquier cosa para medir las magnitudes de los efectos de agregados y promedios. Eso me llegó fascinar mucho… El otro tema era un problema abierto: ¿A qué es lo que realmente se parece la economía cuando uno la reconoce como el prototipo de una nueva forma de ciencia de los fenómenos complejos, que ya no puede emplear el modelo simple de la mecánica en la física, pero que tiene que lidiar con lo que yo describí como ‘simples predicciones de patrones’, ciertas predicciones limitadas? Eso era mucho más fascinante como problema intelectual.” (Friedrich A. Hayek, Ibíd., p. 96).

    Así responde Hayek a otra pregunta de Barkley,
    PREGUNTA: “Por lo menos ahora se toma seriamente la cuestión de los agregados Keynesianos y Usted terminó siendo como el hombre que hace cincuenta años lo cuestionó por primera vez.

    RESPUESTA: “Es por la desilusión con Keynes que la atención se ha vuelto hacia mí. Y el simple hecho de un desempleo combinado al mismo tiempo con inflación que súbitamente desilusionó a la gente.” ((Friedrich A. Hayek, Ibíd., p. 96).
    Hayek también respondió la siguiente pregunta en una entrevista de Jack High del Departamento de Economía de la Universidad de California en Los Angeles:

    PREGUNTA: “John Hicks escribió acerca de Usted y quiero citarlo: ‘Cuando se llegue a escribir la historia definitiva del análisis económico de los años 30s, un actor principal en el drama –fue un gran drama- lo será el Profesor Hayek. Hubo un momento en que las nuevas teorías de Hayek fueron las rivales de las nuevas teorías de Keynes.’ ¿Por qué piensa Usted que sus teorías fueron derrotadas por las de Keynes?

    RESPUESTA: “Esto tiene dos partes. Una es que mientras Keynes fue objeto de disputa en tanto vivió –mucha en efecto- después de su muerte fue elevado a la santidad. En parte porque el propio Keynes siempre estaba muy dispuesto a cambiar sus opiniones, sus pupilos desarrollaron una ortodoxia: A Usted se le permitía pertenecer a la ortodoxia o no.

    Casi al mismo tiempo, yo me desacredité ante la mayoría de mis compañeros economistas por escribir El Camino a la Servidumbre (The Road to Serfdom), el cual a muchos no les gusta. Pero no sólo declinó mi influencia teórica, sino que les llegué a disgustar a la mayoría de los departamentos de entidades educativas, tanto que aún hoy así lo siento. En un alto grado los economistas tendieron a tratarme como a alguien de fuera del círculo, quien se ha desacreditado a sí mismo escribiendo un libro como El Camino a la Servidumbre, el cual ahora se ha convertido en su totalidad en ciencia política…

    Parte de la justificación, sabe Usted, fue que después de eso en economía tan sólo hice algunos trabajos incidentales. Creo que hay un aspecto adicional. Yo nunca simpaticé con la macroeconomía o la econometría. Estas se convirtieron en la gran moda durante ese período, gracias a la influencia de Keynes. Eso es claro en el caso de la macroeconomía. Pero el propio Keynes nunca pensó altamente acerca de la econometría, sino todo lo contrario. Sin embargo, su énfasis en los agregados, en el ingreso agregado, en la demanda agregada, estimularon tanto el trabajo en macroeconomía como en econometría. De manera que, muy en contra de sus propios deseos, se convirtió en el líder espiritual de este desarrollo hacia la matemática econométrica de la economía. Ahora, yo siempre he expresado mis dudas acerca de esto y eso no me hizo muy popular entre la generación reinante de economistas. Se pensó de mi como un anticuado que no simpatizaba con las ideas modernas, ese tipo de cosas.” (Friedrich A. Hayek, Op. Cit., p. 143 y 144).

    A la luz de lo expuesto, Ustedes podrán haber dado cuenta de algunas de las razones por las cuales, sin dejar de admirar los aportes intelectuales de Keynes, no es correcto aseverar que “ahora todos seamos Keynesianos”.

    Para continuar esta exposición, me referiré a la impresión de que los “liberales” (me imagino que alguien como yo, pues la gama de “liberales” es sumamente amplia) nos oponemos al uso de la política fiscal como instrumento para paliar los efectos de una recesión. Al respecto, una vez más, expongo conceptos desarrollados sobre esto por Hayek, que brindan alguna luz a quienes se adhieren a aquella apreciación acerca de los liberales.

    Empiezo por una cita de Roger W. Garrison, la cual nos permite comprender que, en muchos aspectos del análisis del ciclo, había una coincidencia entre la visión que tenían los economistas austriacos y aquélla de Keynes. Pero antes debo señalar que la divergencia principal entre estos radica en que, mientras los primeros enfatizan que la causa de la caída del crecimiento de los ingresos (en inglés, “bust”) se debe a que, como resultado de una baja artificial de la tasa de interés por parte del Banco Central, colocándola por debajo de la tasa natural de interés, se llevaron a cabo inversiones no rentables (en inglés “mal-investments”), las cuales después no van a ser sostenibles, pues el aumento necesario en los fondos de inversión no surge de aumentos en los ahorros de la economía (esto lo expuse en la Columna Libre del Boletín de ANFE de noviembre del 2008, que puede ser leído en www.anfe.or.cr/bol/bol_2008_11_1.htm), para Keynes, por su parte, la inflexión en el ciclo se debe esencialmente a una decisión de la comunidad de negocios de involucrarse menos en proyectos de inversión (las alzas y las caídas de los “espíritus animales” que decía Keynes).

    Ahora sí, tal como señala Garrison, después de que el alza (“boom”) en el ciclo cedió
    su lugar a una caída (“bust”),

    “…cambios que se auto-revierten en la estructura del capital, ceden su lugar a una caída en espiral tanto de los ingresos como del gasto, la cual se agrava a sí misma cada vez más. Este incremento en la preferencia por la liquidez… no debe ligarse a algún rasgo sicológico profundamente enraizado en la humanidad, sino más bien debe entendérsele como una aversión al riesgo a la luz de una crisis generalizada en la economía. Esta espiral hacia abajo, que es el foco principal del Keynesianismo convencionalmente interpretado, fue descrita por Hayek como ‘deflación secundaria’ –en reconocimiento de que el problema primario era otro: la mala asignación inter-temporal de recursos o, para usar el término que emplea Mises, la mala inversión (‘malinvestment’).” (Roger W. Garrison, Time and Money: The Macroeconomics of Capital Structure, New York: Routledge, 2001, p. 75; el paréntesis es mío).

    El pensamiento austriaco (Hayek, Mises) sirve de puente entre la visión clásica de una economía que logra un crecimiento sostenido con pleno empleo hacia una en la cual una política macroeconómica (enfatizan la decisión del Banco Central de reducir artificialmente la tasa de interés nominal por debajo de la tasa de preferencia en el tiempo que define el nivel de ahorro) hace que la economía se caracterice por una situación de equilibrio con un desempleo generalizado; esto es, una depresión, causada por una pérdida de confianza de los negocios o por colapsos del sistema bancario. Lo interesante es que ahora el caso Keynesiano se convierte en uno particular de la economía austriaca, pues ésta es más general en cuanto a que, en una situación en que no hay un política disruptiva (del Banco Central), se logra el caso clásico de equilibrio con pleno empleo, en tanto que, a la vez, con posterioridad a darse una situación del ciclo de los negocios de un alza seguida por una caída, es factible que la economía se encuentre en el caso expuesto por Keynes (de desempleo
    generalizado).

    Continúa Garrison:

    “En tanto que la política monetaria es la mejor solución para un problema secundario (en que la demanda de dinero se ha incrementado), la política fiscal es la mejor segunda solución (second-best solution) para el problema primario. El problema primario, manifestado a sí mismo como un colapso en la demanda de inversión, es el pesimismo de los negocios… La mejor solución (first-best solution) sería simplemente una que volteara el pesimismo empresarial hacia un optimismo sobre los negocios… El optimismo recuperado, el cual se auto-reforzaría, enviaría a la economía en una espiral hacia arriba, hacia un nivel de demanda agregada que validaría la tasa de salarios existente. La peor solución es el laissez-faire, que permitiría que la tasa de salarios se adaptara a las condiciones deterioradas y que haría que la economía tuviera que esperar una depreciación del capital para iniciar la espiral hacia arriba… Limitados a adoptar una segunda mejor solución, los formuladores de políticas se orientan a recrear el nivel de gasto que correspondería a aquellas condiciones ya idas en donde prevalecía el optimismo. La demanda de inversión pública sustituye a la deficiente demanda de inversión privada… La espiral creciente resultante en los ingresos y gastos de consumo… produce (un aumento)… en la oferta de fondos prestables. Este incremento en la inversión… es acompañado por los cambios correspondientes en todas las otras magnitudes macroeconómicas, de manera que la economía regresa a sus condiciones iniciales…” (Roger W. Garrison, Op. Cit., p. 155 y 156; los paréntesis son míos.)

    En presencia de una deflación secundaria, los economistas austriacos no eliminan la posibilidad de utilizar la política fiscal, sin embargo, manifiestan su advertencia acerca de posibles efectos que deben ser tomados en consideración. Esencialmente, enfatizan el efecto que podría tener una política de gasto gubernamental que compense la ausencia de inversión privada sobre la tasa de crecimiento de la economía, en contraste con una situación en donde el equilibrio se logra simplemente
    por un aumento de la inversión privada.

    Antes de intentar un comentario acerca de este posible impacto, el cual lo haré aquí con posterioridad, es importante referirse en este momento a la acusación hecha de que los economistas austriacos, concretamente Hayek y Robbins, han sido “liquidacionistas”, en el sentido de que proponen no hacer nada ante una recesión y dejar que el ajuste requerido se lleve a cabo sin seguir políticas monetarias o fiscales que, en su momento, podría haber propuesto Keynes. Esto es, el laissez-faire a que se refirió el economista austriaco Roger Garrison en la cita inmediata anterior.

    Los liquidacionistas supuestamente veían a la Gran Depresión como el precio necesario de pagar por las políticas expansionistas proseguidas durante la década previa, en donde, después de las quiebras (liquidaciones) de los negocios, resurgiría, como ave fénix, el capitalismo con una nueva estructura productiva en la cual ya no existirían las previamente denominadas inversiones no productivas (“malinvestments”). Como consideró Joseph Schumpeter, el capitalismo avanzaba gracias a un proceso de destrucción creativa. (Este tema lo traté con mayor amplitud en la Columna Libre del Boletín de ANFE de diciembre del 2008, en www.anfe.or.cr/bol/bol_2008_12_1.htm).

    Esta crítica a los economistas austriacos la plantea, por ejemplo, el reconocido economista Bradford DeLong, quien señaló que,

    “Al adoptar tales políticas ‘liquidacionistas’, la Reserva Federal simplemente estaba siguiendo las recomendaciones brindadas por la teoría económica de las depresiones, que de hecho era común antes de la Revolución Keynesiana y que era sostenida por economistas como Friedrich Hayek, Lionel Robbins y Joseph Schumpeter.” (J.
    Bradford DeLong, Liquidation Cycles and the Great Depression, Harvard University and the National Bureau of Economic Research, 1991 y citado en Lawrence H. White, “Did Hayek and Robbins Deepen the Great Depression?,” Journal of Money, Credit and Banking, Vol. 40, No. 4, junio del 2008, p. 752. White es el Profesor F. A. Hayek de Historia Económica de la Universidad de Saint Louis-Missouri).

    No sólo se considera que Schumpeter no forma parte de los llamados economistas austriacos (aunque algunos así lo ven), sino que también ni Hayek ni Robbins se opusieron a la utilización de medidas anticíclicas, tal como lo asume DeLong, al decir en un comentario en línea, sin fecha, que esos austriacos consideraban que
    “…en el largo plazo la Gran Depresión resultaría haber sido una ‘buena medicina’ para la economía y que los proponentes de políticas de estímulo eran enemigos miopes del bienestar público.” (J. Bradford DeLong, Friedrich A. von Hayek, www.jbradford.delong.net/Economists/hayek.html y en Lawrence H. White, Op. Cit., p. 753).

    Hayek mantenía como recomendación de política económica mantener el ingreso nominal, de manera que la cantidad de dinero en circulación debería de ajustarse de acuerdo con los cambios en la velocidad de circulación del dinero; esto es, acoplarse ante variaciones en la demanda de dinero, de forma que se mantuviera la constancia en los ingresos y, por tanto, postulaba que no variara la cantidad de dinero si no se daba una variación en la velocidad de circulación.

    En términos de la ecuación cuantitativa MV = PQ, en donde el ingreso monetario Y es igual a PQ, para que Y no varíe –se reduzca durante una recesión- si la demanda de dinero aumenta (es decir, si disminuye la velocidad de circulación del dinero V) fenómeno que, en opinión de Keynes y de Friedman era posible que se diera en una recesión, la propuesta de Hayek era la de aumentar M, de manera que compensara esa baja en V.

    De acuerdo con White (Op. Cit., p. 755), Hayek
    “lamentó la disminución en la cantidad de dinero en circulación M debido al retiro que hizo el público de dinero de reserva de los bancos (tal como había ocurrido en 1929-33), refiriéndose Hayek [en Friedrich A. Hayek, A Monetary Nationalism and International Stability, London: Longmans, Green, 1937, p. 82] a ‘esa característica más perniciosa de nuestro sistema presente: esto es, que un movimiento hacia tipos de dinero más líquidos causa un descenso real en la oferta de dinero y viceversa”… declaró (Friedrich A Hayek, Ibíd., p. 84) que el deber de un banco central yacía en ‘compensar tanto como fuera posible los efectos de cambios en la demanda de activos líquidos sobre la cantidad total de medio circulante.” (El detalle entre paréntesis cuadrados es mío).
    Así Hayek propuso para este caso de recesión secundaria utilizar una política monetaria expansionista compensatoria del aumento en la demanda de dinero, si bien posteriormente lamentó no haber insistido más en dicha recomendación. Comentó que
    “Soy el último en negar – o más bien hoy soy el último en negar- que en estas circunstancias, son apropiadas contra-medidas monetarias, intentos deliberados de mantener el flujo monetario. Probablemente debo agregar una explicación: Tengo que admitir que asumí una actitud diferente hace cuarenta años, a inicios de la Gran Depresión. En esa época creía que un proceso de deflación de cierta duración corta podría quebrar la rigidez de los salarios que yo pensé era incompatible con una economía que funcionara. Tal vez debería en ese entonces haber entendido que esa posibilidad ya no existía más… Ya no sostendré más, tal como lo hice en los años 30s, por esa razón, y tan sólo por esa razón, que era deseable un breve período de deflación. Hoy día creo que la deflación no tiene función alguna que valga la pena y que no hay justificación para apoyar o permitir un proceso deflacionario.” (Friedrich
    A. Hayek, A Discussion with Friedrich A. von Hayek, Washington D. C.: American Enterprise Institute, 1975, p. 5 y en White, Op. Cit., p. p. 764-765).

    Si bien Hayek y Robbins, en vez de permanecer pasivos, arguyeron en favor de aumentar la cantidad de dinero en circulación para compensar los aumentos en la demanda de dinero para mantener constante el nivel de ingresos, lo cierto es que, como dice White, hay un grano de verdad en los planteamientos de DeLong (y también de Friedman, quien en su momento formuló dicha crítica; ver la referencia que de él hace Gene Epstein, “Mr. Market [Interview with Milton Friedman],”

    Hoover Institution Digest, No. 1, 1999, en www.hooverdigest.org/991/epstein.html) de que

    “Hayek y Robbins por sí mismos fracasaron en impulsar esta receta a inicios de los años treintas, cuando importaba al máximo.” (Lawrence White, Op. Cit., p. 754).

    Alguien podría preguntar acerca de la actitud de estos oponentes austriacos al Keynesianismo de emplear la política fiscal a fin de salir de la recesión (la recesión secundaria). Sobre esto White presenta una cita que me permito transcribir:

    “En lo que se refiere a la política fiscal, la teoría austriaca del ciclo de los negocios se mantuvo en silencio. Hayek y Robbins se opusieron a los programas públicos para crear empleo, pero lo hicieron porque creían que los programas dirigirían erróneamente los recursos escasos, no porque el programa fuera financiado mediante endeudamiento del sector público.” (Lawrence White, Op. Cit., p. p. 754-755).

    Volviendo a los posibles efectos sobre el ingreso que mencionaba en este comentario tres páginas atrás, de acuerdo con Roger Garrison, al emplearse el gasto público en inversión en sustitución de una insuficiente inversión privada, valorar si el efecto será positivo o negativo en mucho va a depender de lo que denomina la “dependencia en la visión que se tenga.” Así, Garrison indica que

    “Hayek (en Collectivist Economic Planning: Critical Studies on the Possibilities of Socialism, Clifton, New Jersey: Augustus M. Kelley, 1975 y originalmente escrito en 1933), siguiendo a Mises (en Socialism: An Economic and Sociological Analysis, New Haven: Yale University Press, 1951 y originalmente escrito en 1922) se refirió a los problemas fundamentales para la asignación de recursos por parte del sector público. El estado no puede calcular los costos y beneficios tal como lo hace el mercado. Hayek, por tanto, esperaría que la economía que llegó a un equilibrio mediante una política de gasto público diseñado creciera más lentamente. Keynes (en La Teoría General, p. 164), quien mira al estado como estando “en una posición en que puede calcular la eficiencia marginal de los bienes de capital a largo plazo y con base en la ventaja social general,” esperaría que la economía con un pleno empleo diseñado por la política gubernamental, creciera más rápidamente…

    Sin embargo, en el largo plazo la actuación de la economía puede verse afectada por la misma naturaleza de la mezcla fiscal… Los cambios en la estrategia gubernamental para acomodar un déficit crónicamente grande puede tener efectos dramáticos sobre las condiciones del mercado –sobre las tasas de interés, tasas de inflación y tipos de cambio. Estas son las condiciones críticas del mercado a las cuales los empresarios del sector privado se tienen que adaptar. Tener que averiguar qué estrategia específica se adoptará en la realidad –o qué combinación de ellas- agrega a los ‘desconocidos y a los imposibles de conocer’ y eso tiene su efecto propio sobre la comunidad de negocios. Con prospectos inciertos de alzas en las tasas de interés, de un empeoramiento de la inflación y de mercados de exportación debilitados, los empresarios del sector privado pueden estar dudosos de comprometerse a sí mismos con proyectos de inversión… En efecto, aún cuando no tenga fundamento la creencia de Keynes de que el gasto en inversión es inherentemente inestable y que el pleno empleo se da tan sólo por accidente, la puesta en práctica de la política de estabilización Keynesiana –el arreglo fiscal y la deuda concomitante y las incertidumbres relacionadas con esa deuda- bien puede hacer que la economía exhiba la inestabilidad y la lentitud características de la visión Keynesiana.” (Roger W. Garrison, Op. Cit., p. p. 156-157).

    La opinión expresada en el párrafo previo debe, como mínimo, servirnos para una inyección de mesura en cuanto a las múltiples propuestas de gasto gubernamental que hoy en día uno escucha como medio para compensar una presuntamente insuficiente demanda agregada privada. Pero, al mismo tiempo, debe ser útil para que el lector se dé cuenta de los costos que podría tener un intento de sustituir una supuestamente insuficiente inversión privada por una actividad pública compensatoria. No sólo esto introduce el tema de la menor eficiencia con que la actividad pública puede asignar los recursos productivos escasos, en comparación a como lo hace la actividad privada, sino que también es igualmente importante la limitación de la libertad que usualmente conlleva la actividad pública.

    Según Keynes,
    “en un sistema descentralizado los ahorrantes y los inversionistas son dos grupos diferentes de gente, hecho que repetidamente reporta en la Teoría General. Esta fragmentación de las decisiones de ahorro e inversión en la economía hace que surja un riesgo para los prestamistas, que podría ser evitado por una reforma institucional apropiada… [Para Keynes] mientras que el ahorro voluntario bajo el laissez-faire puede ser refrenado por la necesidad de pagar interés, es ‘posible que el ahorro comunal sea mantenido a un nivel que permitiría el crecimiento del capital hasta un punto en donde cesa de ser escaso por medio de una agencia del Estado’ (John M. Keynes, The General Theory, p. 376). En otras palabras, si la decisión de ahorrar puede ser centralizada, la tasa de interés (implícita) puede ser empujada por debajo de su nivel inferior, creado en gran parte por el riesgo del prestamista quien a su vez depende del riesgo sobre el proyecto en que incurre quien le pide prestado y que caracteriza las decisiones de ahorro e inversión.” (Roger W. Garrison, Op. Cit., p. 178).

    En un sistema capitalista los empresarios actúan en función de sus cálculos de costos y beneficios privados y no de los costos y beneficios sociales, por lo que posiblemente propuestas como la expuesta de Keynes van a afectar las decisiones de inversión que consideren llevar a cabo, lo cual significa, ni más ni menos, que se elevará la incertidumbre en la economía. Por ello Keynes debió afirmar que
    “Espero ver al Estado, que está en una posición en que puede calcular la eficiencia marginal de los bienes de capital con una visión de largo plazo y en base de la ventaja social general, que tome una mayor responsabilidad para organizar directamente la inversión.” (John M. Keynes, The General Theory, Op. Cit., p. 164 y en Roger W. Garrison, Op. Cit., p. 180).

    Si para el lector esta cita no es suficiente para tener una idea del totalitarismo a que conduce la propuesta Keynesiana, lo reitero con la siguiente cita:
    “Yo concibo, por lo tanto, que alguna forma de socialización comprensiva de la inversión probará ser el único medio de asegurar una aproximación al pleno empleo.” (John M. Keynes, The General Theory, Op. Cit., p. 378 y en Roger W. Garrison, Op. Cit., p. 180).

    Podemos así estar claros en cuanto a que Keynes pretendía un orden socialista de burócratas supuestamente omnisapientes, quienes sustituirían a los empresarios en sus decisiones de inversión. Esta preferencia Keynesiana simplemente parte de una comparación sin sentido entre un capitalismo “como es en la realidad” (según Keynes) con un socialismo “que nunca ha existido”.

    Termino este ensayo mencionando que en la portada de la revista Time del 31 de diciembre de 1965 aparece una foto de Keynes con una supuesta cita de Friedman, la cual dice: “Ahora todos somos Keynesianos” y que se ha reproducido aquí en días recién pasados. Friedman posteriormente aclaró que su cita había sido obtenida fuera de contexto y que lo que dijo fue que

    “En un sentido, ahora todos somos Keynesianos, en otro ya nadie es Keynesiano. Todos nosotros usamos el lenguaje y el aparataje Keynesiano, pero nadie de nosotros acepta más las conclusiones Keynesianas iniciales.” (Milton Friedman, “Why Economists Disagree,” Dollars and Deficits, New York: Prentice Hall, 1968, p. 15 y en Mark Skousen, “Milton Friedman, Ex-Keynesian,” The Freeman, July, 1968).
    Lo correcto es interpretar a Friedman como Keynesiano en el sentido de que, al igual que en el modelo que desarrolla Keynes en su Teoría General, el suyo –el modelo monetarista- no incluye un análisis de la estructura de capital, tal como sí lo considera el modelo austriaco. En todo caso, Friedman, para aclarar las cosas, expuso que,
    “He sido conducido a rechazar (el Keynesianismo)… porque creo que ha sido contradicho por la experiencia.” (Milton Friedman, “Keynes’s Political Legacy,” en John Burton, ed., Keynes General Theory; Fifty Years On, London: Institute of Economic Affairs, 1986, p. 48 y en Skousen, Op. Cit.)

    A su vez Nixon, en enero de 1971, expuso su versión de la célebre frase cuando dijo: “Ahora soy Keynesiano,” al justificar un presupuesto “de pleno empleo” que contenía un financiamiento deficitario para reducir el desempleo. No olvidemos que Nixon introdujo una extensa política de controles de precios y salarios para contener las presiones inflacionarias. Nixon bien puede compartir con Keynes la apreciación de que el mercado esencialmente no resuelve el problema de coordinación.

    Me permito dedicar estas reflexiones sobre el famoso dictum “Ahora todos somos Keynesianos” al columnista licenciado Jorge Guardia, quien la popularizó hace algunos meses en el periódico La Nación e incluso volvió a repetirla a principios de este año en otra columna. Estoy seguro de que con su lectura apreciará el sentido de una política económica apropiada para una situación de recesión, la cual está muy alejada de los alcances del pensamiento Keynesiano, en especial después de que, con el paso de los años, lo que más ha estimulado es el uso del estado para sustituir lo que bien podría lograr un sector privado. Por ello he pensado que, si se quiere aplicar política fiscal ante la crisis, sea principalmente mediante una reducción de los impuestos, de manera tal que permita a las personas recuperar su poder adquisitivo y, principalmente, para que se vea estimulado a invertir, que es lo que hace falta en este marco de desconfianza, en mucho originado por malas políticas gubernamentales seguidas en los Estados Unidos, tanto por la Reserva Federal, como por las cuasi-estatales Fannie Mae y Freddie Mac.

    Por supuesto, esta reducción no debe ser temporal, sin que se le perciba como permanente, de largo plazo, por los agentes económicos, pues de no ser así simplemente pasaría tal como sucedió con el reciente experimento Keynesiano de los Estados Unidos a mediados del 2008, por el cual se dio un reembolso a los contribuyentes con el fin de alentar su consumo, dada una presuntamente insuficiente demanda agregada. Pero, ¡pobre función consumo Keynesiana!, el consumo no aumentó, pues las personas percibieron este aumento de su ingreso como algo temporal y que, al no formar parte de un incremento en la función de consumo permanente (tal como lo expuso históricamente Friedman), simplemente ahorraron esa alza temporal de sus rentas.

    Por Carlos Federico Smith

  9. #29
    2009-02-28-LA CRISIS ACTUAL Y EL LIBRE COMERCIO


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    COLUMNA LIBRE:LA CRISIS ACTUAL Y EL LIBRE COMERCIO



    Boletín de ANFE, 28 de febrero del 2009. También fue publicado en el sitio en español del Cato Institute, el 19 de junio del 2009. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 292-296.

    Por supuesto que no podían faltar algunos agoreros, principalmente domésticos, que nos dijeran que, ante la actual crisis económica mundial, estaban contados los días del libre comercio.

    Sin embargo, al menos la evidencia, hasta el momento, es que los gobernantes de la mayoría de las naciones no parecen promover un regreso a la autarquía que aún anhelan los proteccionistas de toda índole. Pero sí se han dado algunos intentos por introducir políticas comerciales que limiten al actual régimen comercial básicamente sustentado en la libertad de intercambio.

    Un caso interesante de esto fue la propuesta que inicialmente consideró el Congreso de los Estados Unidos, en el marco del plan especial de ampliación de gasto gubernamental por $800 billones que la nueva administración Obama impulsó para salir de la recesión actual. Inicialmente se introdujo una cláusula llamada de “contenido nacional”, mediante la cual los recursos contenidos en dicho proyecto de ley para obras de infraestructura (una suma récord en la economía estadounidense) sólo podrían emplearse en proyectos que emplearan hierro, acero y otros bienes manufacturados en los Estados Unidos.

    Afortunadamente aún existe el acuerdo comercial llamado NAFTA (por sus siglas en inglés, North American Free Trade Agreement), de una zona de amplio libre comercio entre los Estados Unidos, Canadá y México, que excluye este tipo de políticas proteccionistas. En consonancia con la medida propuesta por el Congreso estadounidense, tanto Canadá como México advirtieron de que dicha medida presupuestaria era violatoria del NAFTA y que más bien podría estimular a que esos dos países impulsaran medidas compensatorias. En dos palabras, hablaron de la posibilidad de represalias comerciales. Al mismo tiempo, uno de los principales socios comerciales de los Estados Unidos, China, país crucial en el esfuerzo multinacional de coordinación de políticas económicas para enfrentar la recesión actual, de inmediato señaló que esas medidas ponían en serio peligro el futuro del comercio mundial, que, en un lenguaje que todos entendemos, significa que, de aprobarse, no dudarían en tomar represalias restrictivas del comercio entre ambas naciones. Similar fue la reacción de la Comunidad Económica Europea, siempre advirtiendo de los riesgos que involucraba esa práctica contraria al sistema de libre intercambio conformado gradualmente a partir de la Segunda Guerra Mundial.

    Para que haya una ley en el Congreso de los Estados Unidos se requiere de la aprobación, en primer lugar, de su Asamblea Legislativa o Casa de Representantes y, luego, del Senado. Y, en caso de que ambos proyectos difieran, se debe formular un proyecto de ley nuevo que ponga de acuerdo a ambas versiones. Esta versión conjunta es luego votada y así el proyecto se puede convertir en una ley. Fue en este proceso y en medio de la amenazadora reacción posible de los otros participantes en el comercio mundial, que se diluyó la norma de “contenido nacional” y el mundo se salvó de una tragedia económica mayor que la que actualmente vive.

    Algo similar ha sucedido en Europa, en donde algunos países han tratado de introducir legislación que le permita a algunas de sus industrias recibir apoyo gubernamental directo, que no es sino una nueva versión del proteccionismo. El abanderado de esta pretensión, por variar, ha sido Francia, con algún respaldo alemán y de algunas de las antiguas economías comunistas del centro de Europa. Sin embargo, hasta la fecha, ha primado la posición librecambista que se opone a cualquier nueva imposición proteccionista, introducida bajo el prurito de asegurar el empleo doméstico de cada uno de los países.

    He enfatizado que esta ha sido la posición “hasta hoy”, pero es de esperar que, en tanto la recesión se mantenga, habrá nuevos y diversos intentos por tratar, a través de prácticas proteccionistas, de que el desempleo de los países proteccionistas disminuya a cambio de su aumento en los países con los cuales intercambian (lo que se llama en inglés políticas de “beggar-thy-neighbor”, que me atrevo a traducir como “pasarles los muertos a los otros”; esto es, políticas diseñadas para mejorar la riqueza propia a costas de aquélla de otros). El punto clave que ha frenado este intento de introducir el proteccionismo es la posibilidad de que los países afectados en sus exportaciones restringidas por dicha práctica, impongan medidas compensatorias que a su vez restrinjan las importaciones que ellos efectúan de los países que originalmente introdujeron esas medidas proteccionistas. Es la amenaza de represalias lo que se ha convertido en un freno a la estulticia.

    Digo estupidez (estulticia) con todo el énfasis, porque ya la humanidad experimentó la introducción de restricciones al libre comercio como política dirigida a revertir la recesión económica durante la llamada Gran Depresión de los años treintas, cuyo nefasto efecto sobre las economías del mundo ha sido ampliamente documentado. Si algo bueno puede darse en estos momentos es hacer ver estos resultados a algunos proteccionistas criollos, quienes ya han rodado la especie de que es conveniente, en el marco de la recesión, reintroducir aranceles que estimulen la producción doméstica a costas de la importada.

    Fue el presidente Hoover quien en 1929 propuso una ley que aumentaría la protección a los sectores agrícolas, como forma de “ayudar” a los agricultores. Sin embargo, conforme avanzaba el debate en el Congreso de los Estados Unidos (allá, tal como aquí, también funciona aquello de que en la Asamblea Legislativa las cosas se saben cómo comienzan, pero no cómo terminan), se fue ampliando la protección a toda la economía estadounidense e incluso hasta menos de la que inicialmente se propuso para el sector agrícola. La tarifa arancelaria general aumentó de un 40.1% a un 53.2%, aunque hubo bienes, tales como el trigo duro importado de Canadá, que aumentó en un 40% o los instrumentos científicos de vidrio, que pasaron de un 65% a un 85%. En general esta ley, firmada el 17 de junio de 1930 en medio de la profunda recesión, aplicó tarifas a niveles récord a más de 20.000 bienes importados.

    Es interesante reseñar que, entre los muchos llamados al presidente Hoover para que vetara la ley, 1.028 economistas de los más diversos Departamentos de Economía de las Universidades de Estados Unidos publicaron un llamado oponiéndose a la promulgación de esta ley de aumento de aranceles y de restricciones al libre comercio conocida como Smoot-Hawley. Años después uno de los organizadores del escrito, el connotado economista Frank Fetter, escribió que “Las Escuelas de Economía, que varios años después se encontrarían inmersas en una fuerte división acerca de la política monetaria, el financiamiento del déficit y el problema ocasionado por las grandes empresas, prácticamente eran una sola en su creencia de que la Ley Smoot-Hawley era una pieza de legislación perversa.” [Citado en The Economist, 18 de diciembre del 2008].

    Como resultado de la vigencia de dicha Ley, más de 60 países ejercieron represalias restringiendo sus importaciones desde Estados Unidos. El impacto sobre el comercio mundial fue devastador: en 1933 las exportaciones totales fueron sólo una tercera parte de las de 1929. Aunada a la recesión en el crecimiento de la producción estadounidense, en ese período la restricción en el comercio no sólo se originó por barreras arancelarias proteccionistas, sino también por prácticas de adquisiciones preferenciales desde ciertos países o regiones, cuotas de importación, monopolios estatales para el comercio internacional, etcétera, además de la sustitución de acuerdos comerciales bilaterales en vez del antiguo sistema multilateral basado en la “cláusula de la nación más favorecida”. La lección es clara: ceder a las presiones proteccionistas condujo a una disminución notable de la actividad exportadora y comercial en general, agravando significativamente la crisis que ya se vivía.

    Por el contrario, ha sido una grata sorpresa ver cómo se ha elevado la voz en el país en favor de reducir los aranceles en los momentos actuales, como medio para aumentar el ingreso real de los grupos de menores ingresos, en el marco del llamado Plan Escudo impulsado por el gobierno de Costa Rica. Así, el economista Bernal Jiménez Monge, quien en el pasado más bien había abogado en favor del proteccionismo, propuso en un reciente programa de radio que se bajaran los altos aranceles que se tenían para ciertos productos alimenticios, tales como pollo, cerdo, granos básicos (arroz, maíz y frijoles) y, aunque no lo mencionó, pero también entraría en esa misma categoría, el azúcar. En esta ocasión, tomo partido por la sugerencia de don Bernal.
    Por Carlos Federico Smith

  10. #30
    2009-03-31-LA CRISIS ACTUAL Y LA POLÍTICA IMPOSITIVA

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    COLUMNA LIBRE: LA CRISIS ACTUAL Y LA POLÍTICA IMPOSITIVA


    Boletín de ANFE, 31 de marzo del 2009. También fue publicado en el sitio en español del Cato Institute, el 02 de julio del 2009. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 297-302.

    Hay una gran preocupación acerca de las implicaciones fiscales de las decisiones presupuestarias tomadas por la administración Obama como medidas para lograr salir de la actual crisis económica. Si bien la parte fiscal comprende básicamente tres partes fundamentales y relacionadas entre sí, como son los impuestos, el gasto público y la deuda pública, además de que tienen efectos sobre otras y diversas variables macroeconómicas, como lo pueden ser el tipo de cambio, la estructura de las tasas de interés, entre muchas otras, en esta ocasión me referiré a algunos aspectos de los planteamientos tributarios formulados, así como a la experiencia impositiva durante la Gran Recesión de los años treinta, debido a la lección que se puede derivar de ella.
    El último paquete fiscal aprobado por el Congreso de los Estados Unidos en realidad es algo confuso en cuanto a la política impositiva; esto es, en lo referente a reducciones o aumentos de diversos impuestos, pues incluye algunas notables decisiones que se plantean como si fueran reducciones en los gravámenes, pero, en realidad, constituyen nuevos subsidios a grupos –independientemente de su merecimiento- en vez de reducciones tributarias efectivas. Ejemplo de esto es el anuncio de que en los próximos días se dará una presunta devolución de impuestos bajo el programa llamado Making Work Pay tax credit, mediante el cual el Ministerio de Hacienda de los Estados Unidos daría $500 a cada trabajador o $1.000 a cada familia trabajadora, todo por un monto total estimado de $116 billones de dólares, que forma parte del llamado estímulo tributario que el Presidente Obama ha impulsado recientemente.

    Pero en realidad no es que esta “devolución de impuestos” significa en verdad una reducción de los gravámenes por este monto, puesto que muchos de quienes recibirían la devolución (“rebate”) no pagan impuestos sobre la renta, al estar sus ingresos por debajo de los montos imponibles. Por ello se ha mencionado que la mayor parte de esa “devolución” no es sino un nuevo programa de subsidios, que podrían justificarse como alimento keynesiano que impulse la demanda agregada, pero que no satisface el criterio de reducción impositiva.

    También debo manifestar ciertas dudas acerca de la posible eficiencia de dicha política para estimular una supuestamente insuficiente demanda agregada. El profesor Milton Friedman expuso su teoría de la función consumo, la cual, a diferencia de la función de consumo keynesiana que depende del ingreso medido del momento, está en función de las expectativas de ingresos pero a un plazo mucho mayor que el de plazo inmediato que formulara Keynes. Así, de acuerdo con Friedman, variaciones de corto plazo, transitorias, en los ingresos no tienen efecto significativo sobre el consumo; simplemente, lo que hace es variar el ahorro. Una baja en los impuestos que se considera como transitoria, por ejemplo, se reflejaría más que en un aumento en consumo, en un alza del ahorro. Para Friedman el determinante del consumo lo es el ingreso permanente, definido por los activos físicos y humanos que poseen los consumidores y que influyen en su capacidad para obtener ingresos a lo largo del tiempo.

    De acuerdo con esta idea, es de esperar que, en tanto la “devolución” de impuestos, según la propuesta del presidente Obama, sea percibida por sus receptores como un ingreso transitorio, el efecto sobre el gasto total será relativamente pequeño, y más bien se reflejará en un incremento de los ahorros individuales. En efecto, ya hace más de medio año, durante la administración Bush, se intentó una devolución tributaria similar y el resultado fue que no se elevó significativamente el gasto total en la economía, tal como era el objetivo de dicha devolución. Estos resultados se ajustaron a la predicción friedmaniana sobre la naturaleza de la función de consumo.

    Tampoco el paquete actual del presidente Obama parece contener importantes reducciones tributarias orientadas a compensar lo que Hayek y Mises denominaron como “recesión secundaria”, en la cual el sector privado inversionista, plagado de incertidumbre y dudas sobre la posible recuperación de sus inversiones, se abstiene de llevarlas a cabo en tanto perdure dicha incertidumbre generalizada. No hay, por ejemplo, una propuesta que reduzca los muy elevados impuestos sobre las utilidades de las empresas en los Estados Unidos. En efecto, entre los países que conforman la llamada Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD), la tasa máxima de impuestos a los ingresos de las empresas en los Estados Unidos es la segunda entre ellos (un 40%, mientras que el deshonroso primer lugar lo posee Japón con un 40.7%), y está un 13% por encima del promedio de los países de la OECD, según lo señala el libro de Chris Edwards y Daniel J. Mitchell, Global Tax Revolution: The rise of tax competition and the battle to defend it (Washington D. C.: Cato Institute, 2008), p. 45.

    Tampoco el paquete de Obama contempla reducciones de otros gravámenes que actualmente podrían constituir un freno para la inversión privada, como podría ser el elevado impuesto sobre las ganancias de capital. Parece que, de lo poco bueno que desde el punto de vista tributario contiene el último paquete de Obama, es que, por el momento, no echará para atrás algunas reformas tributarias llevadas a cabo por la administración Bush, que efectivamente se pueden considerar como favorables para el crecimiento económico.

    La experiencia tributaria sucedida en los Estados Unidos durante la Gran Depresión de los años treinta, que se ha señalado como uno de los factores que prolongó la recesión e impidió una pronta recuperación, podría ser útil tenerla presente. En lo más profundo de aquélla, en 1932, el Presidente Hoover aprobó el mayor aumento de impuestos en su país en un período que no fuera de guerra. En el caso del impuesto personal sobre los ingresos, la tasa marginal más elevada pasó de un 25% a un 63% (les apuesto que a ritmo del estereotípico “que los ricos paguen como ricos y los pobres paguen como pobres”), mientras que el correspondiente a las empresas se elevó de un 12% a un 14%. Pocos años después y aún en medio de la recesión, el Presidente Franklin D. Roosevelt aumentó más estos gravámenes (en 1936 la tasa máxima del impuesto personal sobre la renta fue incrementada hasta un 79%).
    Entre 1933 y 1940 los programas del llamado New Deal de Roosevelt se triplicaron desde $1.6 billones a $5.3 billones, debido a aumentos no sólo de los ya mencionados del impuesto a la renta, sino también a la herencia, específicos de consumo, a “holdings” de empresas, sobre “utilidades excesivas”, entre otros. Deseo mencionar que, en el caso de impuestos específicos, aumentaron los gravámenes a las bebidas alcohólicas, a los cigarrillos, la margarina (les apuesto que para proteger a los lecheros productores de mantequilla), jugos de frutas, fósforos, dulces, goma de mascar, refrescos no alcohólicos, llamadas telefónicas, naipes, llantas (incluyendo las de sillas de ruedas), entradas a los cines, electricidad, radios, entre muchos otros.

    Como señala Jim Powell (How FDR’s New Deal Harmed Millions of Poor People, Instituto Cato, 29 de diciembre del 2003), “Un reporte del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos reconoce que estos impuestos específicos ‘a menudo recayeron desproporcionadamente sobre los menos solventes’”.

    Además de los gravámenes específicos referidos, se duplicó el impuesto a la propiedad, se volvió a poner un gravamen sobre los regalos que hacían las personas y, uno muy interesante, un impuesto del 2% a los cheques bancarios, que, por supuesto alentó a que hubiera un traslado desde el dinero bancario hacia el efectivo, contribuyendo a disminuir la oferta monetaria en circulación, si bien posiblemente en un grado menor a lo que fue la absurda política monetaria restrictiva seguida por el Banco de Reserva Federal durante este episodio, pero que, en todo caso, contribuyó en algo a que se profundizara la recesión.

    Al igual que en los Estados Unidos, en Costa Rica es necesario estimular la asunción de riesgos por parte de la empresa privada, a fin de que lleve a cabo la inversión necesaria para aprovechar la recuperación esperable de la economía mundial. El empresario nacional está sumido en la incertidumbre proveniente tanto de la situación económica mundial como de las circunstancias nacionales, principalmente derivadas de una política monetaria y cambiaria que incluso ha estimulado una fuerte dolarización de la economía, como forma de protegerse ante dicha incertidumbre. Dentro del llamado Plan Escudo se había mencionado que habría medidas fiscales que estimularan la inversión privada, a fin de que generara empleos (a diferencia de una generación de empleo relativamente improductiva en el sector público) y que permitiera preparar nuestra estructura productiva para el período de recuperación. Sin embargo, la propuesta tributaria lógica hasta el momento ha sido casi nula: un ligero aumento en la deducción tributaria posible para efectos del impuesto sobre la renta de las empresas por la depreciación de los activos. Esto no va a tener efecto alguno en cuanto a estimular la asunción de mayores riesgos por parte de las personas privadas y más bien conforma una promesa incumplida que más bien alimentará la incertidumbre del inversionista.

    Es conveniente que nuestras autoridades repasen un poco las erróneas políticas tributarias seguidas por los Estados Unidos durante la Gran Depresión de los años treinta y decidan, de una vez por todas, si es que de verdad quieren alimentar la recuperación y generar empleo en el sector privado, mediante una rebaja de los impuestos tal estimule la asunción de riesgos en nuestra economía. Sin embargo, para nuestra consternación lo contrario parece asomarse en el horizonte. De acuerdo con lo informado por el periodista Mario Bermúdez en el periódico El Financiero del 3 de abril, “la caída en los ingresos tributarios ya motivó una estrategia de emergencia (la negrita está en el original), en la cual destacan los dos proyectos enviados a la Asamblea Legislativa, autorizaciones temporales para financiar con ingresos extraordinarios el gasto corriente, y para aumentar el endeudamiento interno en dólares.” Esto lo ha anunciado el Ministro de Hacienda, quien posiblemente con esto nos está avisando una salida del cargo actual para lanzarse como candidato a una diputación por la provincia de Heredia. Es bastante extraña dicha estrategia: “aquí propongo más impuestos para que voten por mí”. Por lo que podría anunciarnos una buena dosis de demagogia tipo que “quienes más tienen que paguen más impuestos”, dejando de lado las actuales circunstancias penosas en que transcurre nuestra economía.

    En contraste con lo que expuso Keynes como medida anti-recesiva –una disminución de los impuestos- quienes, tal vez sin decirlo explícitamente ahora se declaran keynesianos, están proponiendo hacer lo contrario: aumentar los impuestos. Con ello, tal como sucedió con la Gran Depresión de los treinta en los Estados Unidos, lograrán profundizar y evitar una pronta recuperación de la economía. Quedan advertidos de su potencialmente grave error. Ojalá que la ambición política no nuble los buenos sentidos que se han empleado en el pasado reciente.

    Por Carlos Federico Smith

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