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Tema: Ensayos en el Boletín de ANFE

  1. #1

    Ensayos en el Boletín de ANFE

    Ensayos en el Boletín de ANFE (Asociación Nacional de Fomento Económico)
    Última edición por Elisa; 23/06/2015 a las 16:50

  2. #2
    2007-01-31-CONSECUENCIAS NO PREVISTAS

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    COLUMNA LIBRE:CONSECUENCIAS NO PREVISTAS


    Boletín de ANFE, 31 de enero del 2007. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 121-123.

    Una idea clave en el pensamiento de Adam Smith es la de las consecuencias no previstas derivadas de la acción de los individuos. Recuerden su “mano invisible” en donde la acción de una persona, cuyo propósito era aumentar su bienestar, conducía, sin él proponérselo, al bienestar de toda una sociedad. Esta es un ejemplo de una consecuencia no prevista positiva. Pero también los economistas han enfatizado consecuencias no previstas negativas. Por ejemplo, cuando por ley se fija un precio inferior al que determina el mercado, la consecuencia no prevista negativa es que surja, a ese precio, una escasez del bien cuyo precio se pretende controlar.

    Al exponer un abrumador ejemplo reciente en nuestro país de la ley de las consecuencias no previstas, empiezo por felicitar a la Junta Directiva de la ARESEP, por su decisión de eliminar una serie de subsidios cruzados que, como verán, es causa de serios daños al país. Tuvieron el coraje de deshacer un camino indebidamente proseguido desde los años setentas, cuando, sin base legal alguna, la propia ARESEP autorizó subsidiar a algunos derivados de petróleo a cambio de aumentar el costo para otros.

    Al decidir el burócrata subsidiar un bien, generalmente lo hace –y no duda en proclamarlo urbi et orbi- con la mejor de las intenciones: favorecer a los consumidores que no pueden adquirirlo al precio que, sin subsidio, regiría en el mercado. Así, decidieron subsidiar el consumo del diesel, del bunker y de la gasolina para avión, pero, dado el efecto que tenía en el gasto de la economía y, por ende, en las “pobres” finanzas de RECOPE, optaron por compensar esa pérdida por los subsidios, con un aumento en los precios de otros derivados de petróleo, como fueron el asfalto, las gasolinas para vehículos y el gas licuado, entre otros. Hasta aquí todo suena muy bonito: los subsidios iban a favorecer a los más “necesitados”.

    Pero los burócratas no tomaron en cuenta la ley de las consecuencias no previstas, tal como quedó desnudado durante una comparecencia de los interesados que la ARESEP realiza cuando varía el precio de alguno de los bienes sujetos a su control.

    Los costarricenses conocemos bien el estado patético de nuestros caminos, particularmente los huecos en vías asfaltadas, cuyo mantenimiento, se ha dicho, no se efectúa debido a la limitación de recursos. Así, si el asfalto fuere más barato, se podría mejorara situación de esas carreteras. ¿Cuál fue el efecto que tuvo en el costo del asfalto la compensación de subsidios dados a otras actividades? De acuerdo con un informe presentado por una empresa constructora de carreteras, al quitarse el sobreprecio de ¢150 por litro de asfalto debido al subsidio a los otros derivados de petróleo, el costo unitario de reparación se reduciría en cerca de un 18%. ¡Se imaginan ustedes cuántas comunidades podrían mejorar sus caminos con sólo eliminar dicho subsidio cruzado! Hay esperanzas de que nuestras calles sean más decentes.

    Pero el problema es mucho más extenso. El llamado gas LPG también ha sido víctima de los subsidios cruzados. Se estima que este costo se traduce en una elevación de su precio de ¢30 por litro. Lo más grave es que este producto es usado por las familias de menores ingresos del país. Según información presentada ante la ARESEP, cerca del 30% de los hogares costarricenses utiliza el LPG para cocinar (porcentaje que obviamente sería mucho más alto con un precio menor, que está distorsionado por el traslado del subsidio dado a otros combustibles).

    Casualmente es en las provincias más pobres del país, Puntarenas y Limón, en donde se usa en mayor proporción (52% en Puntarenas y 55% en Limón), provincias que, a su vez, son aquellas en las que, en mayor proporción, se usa leña para cocinar (20% en Puntarenas y 12% en Limón). Esto se debe a que la alternativa de usar leña, el LPG, es relativamente muy cara debido a los subsidios cruzados. Esta inequidad e ineficiencia se lleva a cabo en nombre de la llamada “justicia social”. ¿Será que “eso” significa poder recargar a los más pobres del país el subsidio que se da a algunos otros? ¿Acaso “justicia social” significa empujar a la gente a usar leña para cocinar, desforestando nuestros bosques? Juzgue las consecuencias no previstas de subsidiar algunos combustibles cargando tal abuso a las espaldas de otros.

    Tampoco debemos olvidar que lujosos carros, yates, entre otros, utilizan el combustible subsidiado relativamente abaratado. ¿Qué pensará el usuario de un carro que usa gasolina, que mucho le puede haber costado y que lo necesita para trasladarse a su trabajo, de que a él se le cargue el subsidio del diesel que usa un Mercedes Diesel (entre muchas otras marcas de carros que ya proliferan en el país)? Justicia social... Bien hecho por los señores de la Junta Directiva de la ARESEP.

    Y eso que no me refiero en esta ocasión al sobreprecio doméstico, independientemente del subsidio cruzado cargado al LPG. Esto es, al precio mayor que pagamos los consumidores costarricenses con respecto al precio internacional (que no tiene nada que ver con el subsidio cruzado). Las estimaciones presentadas en la audiencia de la ARESEP señalan que dicho sobreprecio doméstico es casi de un 38% mayor que el precio internacional. ¿Se imaginan ustedes en cuánto se podría beneficiar el consumidor si se eliminara tal sobreprecio? La reducción posible por litro de LPG podría ascender a ¢56 por litro.

    Por Carlos Federico Smith

  3. #3
    2007-02-28-RETRASO FINANCIERO

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    COLUMNA LIBRE: RETRASO FINANCIERO


    Boletín de ANFE, 28 de febrero del 2007. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 124-126.

    Me imagino que muchos de nuestros lectores no han podido entender cómo es que nuestro sistema financiero muestra signos de retraso inconcebibles en el mundo financiero actual. Esto en medio de un pregón por más y más regulaciones, como forma presunta de asegurar el bienestar de los costarricenses, a la vez que esos mismos seudo-protectores se hacen los ciegos ante la presencia de obstáculos elementales al esfuerzo que por ahorrar los ciudadanos hacen diariamente. Yo tampoco he podido comprender la incapacidad de nuestras autoridades para modernizar el sistema financiero. Posiblemente es que simplonamente entienden por modernización a la introducción de más y más regulaciones que van más allá de los estándares usualmente aceptados internacionalmente, a la vez que hacen caso omiso de ciertas prácticas que, a estas alturas del desarrollo financiero, nos dejan pasmados y que, por ende, deberían de ser fácilmente erradicadas.

    En esta ocasión quiero referirme tan sólo a dos de esas prácticas que paran los pelos de punta a cualquier persona. Una de ellas es la obligación que tiene quien ahorra de acreditar un domicilio local al, por ejemplo, adquirir un certificado de depósito por medio de un puesto de la bolsa o al abrir una cuenta corriente en un banco. Puede entenderse que esa regulación sea un medio de lucha contra del lavado de dinero –tal es el argumento oficial- pero uno no cree que los lavadores son tan tontos como para no cumplir con ese requisito de tener un domicilio local, si eso es lo que les impide salirse con la suya.

    Resulta que a nosotros nos piden presentar una fotocopia de un recibo de servicios públicos –por ejemplo, de agua, teléfonos o electricidad- en que aparezcan el nombre y dirección exacta del domicilio, a fin de que sirva para acreditar que tenemos un lugar en donde vivimos en Costa Rica.

    Claro que eso es un absurdo, porque simplemente va en contra de las formas normales y usuales en que el costarricense acomoda las cosas de su vida. Por ejemplo, muchos simplemente indican en tales recibos no su dirección física, sino algo que se llama apartado postal (aparentemente los reguladores ignoran que son una forma más o menos efectiva de recibir el correo), lo cual ya no les permite certificar un domicilio. Es muy posible que esos costarricenses eligieron que sus recibos les fueran enviados a su apartado porque antes, cuando los echaban bajo el portón de las casas, muchas veces se perdían o se mojaban si era en invierno. Decidieron modernizarse, pero al hacerlo no disponen de un papelito (presuntamente oficial) en que aparezca su dirección propia.

    Hay más: muchas personas suelen cargar los servicios públicos a una tarjeta de crédito, en donde tampoco aparece el domicilio en tales recibos. ¡Desean más de este absurdo Kafkiano!: ¿Qué pasa si usted es un solterón (o un divorciado o lo que sea) y vive con sus padres, a cuyo nombre vienen los recibos de servicios públicos? Pues también queda incapacitado para acreditar adónde es que mora.

    Asimismo, es muy frecuente que haya viviendas a nombre de una sociedad anónima, a cuyo nombre llegan los recibos de servicios públicos. Con ello tampoco usted puede mostrar que vive en algún lado. ¿Y si Usted alquila una vivienda cuyos servicios son cubiertos por el propietario? Pues tampoco puede.

    En resumen: se trata de obstáculos ridículos, pues si alguien quisiera lavar dinero simplemente alquila por una mes una casa, solicita la instalación de algún servicio público, con cuyo recibo a su nombre cumple con la regulación absurda y elude el control pretendido. Son estorbos para la vida común de las personas, con las consiguientes pérdidas de tiempo y recursos.

    Veamos otro caso. En un mundo globalizado, las personas saben lo que se hace en países diferentes de Costa Rica y posiblemente más desarrollados en el campo financiero, como, por ejemplo, Estados Unidos, muchos de Europa, Panamá, México, El Caribe, en los cuales es posible abrir cuentas conjuntas entre esposos.

    Así, digamos, don Juan Pérez y su esposa doña María González pueden abrir una cuenta conjunta, como buenos maridos, de la siguiente manera. Juan Pérez o María González (o como aparece en países de habla inglesa, Juan Pérez or María González). ¿Qué es lo que pretenden marido y mujer quienes así abren una cuenta? Que cada uno de ellos pueda actuar con independencia del otro. En cierta manera es una prueba de la solidez y confianza de un hogar (si no confían entre sí, uno sólo podría sacar la plata, y en ese tanto no abrirían una cuenta como esa). Si la muerte llega a uno de ellos, esa cuenta no tiene problemas de mortual (y que alguien ajeno al matrimonio agarre una tajada), pues el sobreviviente pueda seguir como si nada con su ahorro. Así de sencillo; así de fácil; así de moderno y civilizado.

    En Costa Rica no hay tal cosa. O sólo cada uno de ellos o conjuntamente (esto es, que uno no puede actuar sin la firma del otro). Así, al final de los días de uno de ellos, el otro pobre tendrá que pasar por abogados y mortuales y todos esos enredos absolutamente innecesarios y costosos

    ¿Habrá forma de que nuestros sobre-reguladores hagan algo por facilitar la vida (y los ahorros y los acuerdos financieros) de los ciudadanos? ¿Seguirán pensando tan sólo en poner más y más obstáculos que, al fin de cuentas, como los expuestos resultan como echar agua en un canasto, pues casi de nada sirven? Claro, estas prácticas les conceden más poder, mientras que los ciudadanos, en cuyo nombre es que se introducen obstáculos como los expuestos, seguiremos pagando los costos de estos desaguisados absurdos.

    Por Carlos Federico Smith

  4. #4
    2007-03-31-LA APERTURA DEL MONOPOLIO DEL INS

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    COLUMNA LIBRE: LA APERTURA DEL MONOPOLIO DEL INS


    Boletín de ANFE, 31 de marzo del 2007. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 127-130.

    He visto con interés y, ¿por qué no decirlo?, con sumo agrado, que los días del monopolio del INS parecen estar contados. Como todo monopolio resulta ser injusto, pues restringe la libertad elemental de que dispone todo ser humano: la de poder elegir; de poder escoger libremente lo que desea hacer con su dinero. Ese monopolio, que durante años ha limitado nuestra libertad, así quedará sujeto a que el costarricense le beneficie con su patrocinio o que escoja a otro proveedor de seguros. Resulta paradójico que, a estas alturas de la historia de la humanidad, Costa Rica sea de los pocos países del mundo que aún tiene un monopolio estatal de los seguros, en donde se ha convertido a muchos ciudadanos en simples delincuentes, pues han cometido el delito (como si no hubiera ya suficiente criminalidad) de comprar algún seguro a empresas ubicadas más allá de las fronteras nacionales.

    Hubiera preferido un INS privatizado (y, antes de que alguien piense mal, no pido que se haga mediante actos corruptos), pero la alternativa presentada hace poco, de que un INS reformado sea objeto de competencia, se supone que beneficiará a los consumidores nacionales. Esta apertura al menos permitirá evaluar, con el paso de los años y bajo competencia efectiva, si los recursos escasos de que dispone el Estado se destinen a mantener una actividad aseguradora –supuestamente ahora bien provista por empresas privadas- en vez de dirigirlos a labores propias de un estado moderno, como podrían ser la seguridad, la educación y la salud de la gente.

    En primer lugar, en una sección de su artículo 119 se lee así: “El Instituto (Nacional de Seguros) contará con la garantía y las más completa cooperación del Estado y de todas sus dependencias e instituciones”. Con ello viene a la mente si el Estado garantizará todas las pólizas (como sucede con los depósitos a la vista en el campo bancario), la totalidad de la actividad del INS o sus resultados económicos. Como está redactado el proyecto, simplemente se da un sesgo en contra de la competencia, pues esa garantía es sólo para el INS (no debería serlo para nadie) y excluye al resto de empresas privadas que prestarían el servicio. Si el proyecto era para que hubiera un INS compitiendo en igualdad de condiciones con otras empresas aseguradoras, pues desde el inicio se nos está mintiendo.

    En segundo lugar, una forma de evitar que haya competidores es creando costos de entrada al mercado. Los requerimientos de capital tan elevados que se proponen en el proyecto de Ley de marras son fuertes indicadores de que, en realidad, no se desea que surja una verdadera competencia y, si acaso, que sean pocos los que den el servicio, lo cual incitará a la colusión en contra de los consumidores. Según su artículo 16, el capital requerido va de, más o menos, 8 millones de dólares a 40 millones, según sea la actividad aseguradora a que se dedique la empresa. A estos montos se le suma una suma indefinida llamada capital regulatorio requerido, que, según el artículo 17 del proyecto, “deberá reflejar el monto de capital necesario para cubrir todas las obligaciones de la entidad dentro de un horizonte de tiempo determinado…” en donde el “Consejo Nacional de Supervisión definirá reglamentariamente el requerimiento de capital regulatorio para las entidades aseguradoras y reaseguradoras. Definirá también los activos admisibles para su cobertura.”

    En tercer término, para permitir que una empresa opere, si a lo anterior se le adicionan otros requisitos como, por ejemplo, de personal (tener un defensor del asegurado, un contralor normativo, entre otros) o bien que cumpla con obligaciones onerosas, como obtener y mantener una calificación de riesgo de una calificadora reconocida por la SUGEVAL, su instalación no se va a dar y, si se diera, probablemente con una cantidad muy limitada de firmas, dando así lugar a una falta de verdadera de competencia.

    En cuarto lugar, según el Transitorio X del proyecto de Ley, al INS se le autoriza “para capitalizar las utilidades líquidas que por ley deba girar al Estado correspondientes a los cinco períodos anuales siguientes a la aprobación de esta Ley. Lo anterior a efectos de capitalizar el requerimiento de capital mínimo, de capital regulatorio, el contenido financiero de los activos del Cuerpo de Bomberos y en general para prepararse financieramente a cumplir con los requerimientos de esta Ley y afrontar las nuevas condiciones de mercado.” Esto es, al INS se le da un plazo de cinco años para cumplir con los requisitos de capital, mientras que a las empresas privadas que ingresen al mercado se les exige su inmediatez, pues de no disponer de ello no se le daría el permiso para operar. Obviamente se trata de una discriminación clara en contra de la competencia potencial, que enfrenta así mayores costos para entrar a operar.

    En síntesis, nos lo diría Shakespeare: Ser o no ser. La propuesta no posee las condiciones para decir que es una apertura con competencia. No se cumple con el principio enunciado en la presentación del proyecto de Ley: “Hoy en día, la realidad es muy distinta a la de 1924, la globalización y la política en materia comercial del país generan necesidades de aseguramiento compatibles más bien con un mercado en competencia, mercado en el que el INS con su poderío económico y técnico cumpliría sin duda un rol predominante.” Más bien, se intenta mantener un INS con poca y debilitada competencia. Una vez más no se tiene presente, en su verdadera dimensión, el valor y el interés del consumidor, sino tan sólo con cumplir con las apariencias. Este proyecto debe reformarse en la Asamblea Legislativa, de manera que en realidad surja la competencia y no sea un simple atavismo o una acción que sencillamente se toma para cumplir con algún requisito contractual internacional. Los consumidores merecemos lo mejor y no una falsa solución de libertad frente al monopolio.
    Por Carlos Federico Smith

  5. #5
    2007-04-30-EL LIBRE COMERCIO Y LAS FALACIAS QUE A VECES SE ESGRIMEN

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    COLUMNA LIBRE: EL LIBRE COMERCIO Y LAS FALACIAS QUE A VECES SE ESGRIMEN


    Boletín de ANFE, 30 de abril del 2007. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 131-134.

    En los oídos liberales resuenan (o, con mayor realismo de mi parte, deberían de resonar) aquellas palabras que Adam Smith escribió hace más de doscientos treinta años: “Rara vez deja de ser prudente en la dirección económica de un Estado la máxima que es acertada en el gobierno de una familia particular. Cuando de un país extranjero se nos puede surtir de una mercancía a un precio más cómodo que al que nosotros podemos fabricarla, será mejor comprarla que hacerla, dando por ella parte del producto de nuestra propia industria, y dejando a ésta emplearse en aquellos ramos en que saque ventaja al extranjero.” (La Riqueza de las Naciones, IV, ii). Su idea clave de que la división del trabajo está limitada por la extensión del mercado, encontró, en la ampliación que el libre comercio da al tamaño del mercado, la fuerza que permite un mayor crecimiento y una mayor riqueza de las naciones. Desde ese entonces quedó fundamentado el caso en favor del libre comercio, a pesar de las constantes críticas (muchas sanas) de que ha sido objeto. Tal vez esta sea la mayor idea generada por los economistas (Smith) para impulsar el progreso de los pueblos; idea abrazada como parte del pensamiento liberal.

    Es obvio que un tratado comercial que busca un país es algo diferente de incorporarse al libre comercio: en la primera situación, por definición, no es unilateral, mientras que, en la segunda, sí debería serlo, dado el beneficio que trae a las personas y las naciones. No conozco caso en el mundo en donde haya habido una apertura unilateral al comercio internacional, aunque hay que reconocer aproximaciones hacia tal ideal. El caso moderno de Chile parece ser uno de ellos (o el intento inglés después de la aprobación de las llamadas Corn Laws). Lo cierto es que ninguna nación se ha abierto unilateralmente de forma total al comercio, lo que es entendible en el contexto de intereses que se benefician con la existencia de un proteccionismo promotor de ganancias monopólicas, las que desaparecerían con la competencia internacional.

    Por ello, oponerse al Tratado de Libre Comercio entre nuestro país, Centro América y los Estados Unidos (TLC) con base en que nosotros deberíamos haber seguido el camino chileno, de primero abrirnos unilateralmente y luego proceder a un acuerdo comercial con los Estados Unidos, no sólo es una falacia de gran monta, sino que da alas a quienes verdaderamente se oponen al libre comercio, algunos porque simplemente no creen en él, y otros porque, por lo general, no creen en la libertad de las personas.

    Los liberales estamos en principio por la apertura unilateral al libre comercio, si bien tomar tal decisión no garantiza que con ello el país logra un acceso a los mercados internacionales. Es cierto que, con la unilateralidad mencionada, se está mejor que con el proteccionismo rampante, pero aquella política no garantiza que podamos vender eficientemente nuestros productos en otros mercados, lo que nos impide obtener las divisas necesarias para lograr importar, que es el objetivo de una economía de intercambio a fin de lograr lo que es el fin último de una economía: satisfacer los deseos y necesidades humanas, las de los consumidores.

    Al mismo tiempo, mediante el TLC logramos una ampliación del mercado, como nos lo enseñó Smith, que fomenta una división del trabajo más eficiente y más productivo, con lo cual los costarricenses veremos aumentar nuestra riqueza. Por ello, no es de extrañar que un reciente estudio de CEPAL señale que la región, al formar parte del TLC, tendría un incremento adicional de al menos el 2% anual; esto, por sí sólo, permitiría que los habitantes de la región dupliquemos nuestro ingreso per cápita en 35 años, agregado al crecimiento que se lograría si no existiera el TLC. Crecer no es nada fácil, como lo pueden atestiguar tantas naciones pobres de nuestro planeta, por lo que los costarricenses jamás podremos desperdiciar esta oportunidad que el TLC nos da de que nuestra economía pueda aún creer más.

    Chile se abrió al comercio internacional, pero no del todo, pues si bien tenía desde un principio aranceles bajos –y eso fue muy sabio- lo cierto es que los ha ido reduciendo sólo gradualmente y, sobre todo, fue en el camino cuando eliminó una serie de distorsiones que tenía y cuya equivalencia arancelaria es fácil de comprender. Después de llevar a cabo esa muy amplia apertura, se dieron cuenta de que muchos y muy importantes mercados en algún grado permanecían cerrados a sus exportaciones, lo que les motivó a diseñar una estrategia comercial basada en acuerdos bilaterales, en la cual, obviamente, Chile ya no podía disminuir mucho sus ya bajos aranceles, pero había áreas en donde si podía “ceder” -lo propio que hagan las partes en un acuerdo comercial negociado- como lo fue en inversión, derechos de propiedad, participación de capital extranjero en áreas antes circunscritas al capital doméstico, entre otras, además de eliminar su ya pocos aranceles. Así fue como tuvieron éxito en negociar acuerdos comerciales bilaterales con muchos países del mundo.

    En resumen, como es propio de estos acuerdos, tuvieron que “ceder” (no creo que de mala gana, aunque no dejó de doler a ciertos sectores proteccionistas y estatistas), a cambio de acceder a los mercados de los países con que negociaban. Chile lo ha hecho con los Estados Unidos, con Costa Rica, para que no se olviden, con Japón, con países de Europa y muchas otras naciones.
    Por ello, es una falacia decir (ah, con estos árbitros del futbol de los lunes) que Costa Rica debería haberse abierto primero, como Chile y, después, buscar acuerdos comerciales bilaterales tipo TLC, cuando precisamente, al igual que Chile, en su momento abrió su economía (ojalá lo hubiera hecho aún más) y ahora busca firmar acuerdos tipo TLC urbi et orbi.

    Igualmente es un error señalar que el TLC no debía haber introducido innecesariamente temas políticamente sensibles que complicaron las negociaciones. Claro que sería un mundo más fácil sin la negociación de esos temas sensibles: es más, lo más fácil sería lógicamente aquél en que nadie tuviera que ceder en algo, pero, les recuerdo, en esos acuerdos comerciales las partes “intercambian” protecciones vigentes; yo me abro en esto y el otro y vos te abrís en eso y aquello. En cierta manera, los socios comerciales del TLC le pidieron a Costa Rica que, a cambio de dar acceso a sus economías, el país abriera sus barreras a la competencia, y lo que alguien puede considerar como políticamente sensible en el TLC (además del arroz, cuya protección hoy favorece a cinco ricos a costa de los más pobres del país), son la apertura (parcial) del monopolio de telefonía y de seguros, que creo que, como liberales siempre opuestos a la coerción indebida de nuestra libertad de escoger, no lo vemos como algo malo o inconveniente.

    Los enemigos de la libertad se pondrán muy contentos con esta argumentación contraria al TLC que hemos venido analizando -en mucho malentendida, pero se debe a que está mal argüida- que es presuntamente liberal en su fuente, pero en realidad contraria a la libertad de escoger, lo cual es en verdad lo propio del pensamiento liberal. Tal vez si las cosas se hubieran hecho con mayor cuidado…
    Por Carlos Federico Smith

  6. #6
    2007-05-31-FALSEDAD Y OPORTUNISMO

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    COLUMNA LIBRE:FALSEDAD Y OPORTUNISMO


    Boletín de ANFE, 31 de mayo de 2007. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 135-136.

    Hace poco los presidentes de Perú, Panamá y Colombia acudieron presurosos a conversar con congresistas de los Estados Unidos, con el fin de lograr que sus países pudieran firmar un TLC con los Estados Unidos, los cuales estaban en proceso de negociación y, de acuerdo con la legislación de este país, el plazo para firmarlo se cumplía en pocos días.

    Después de un amplio cabildeo, el Congreso, dominado por los demócratas y en acuerdo con los republicanos, decidió ampliar el plazo para la firma de TLCs entre los países que estaban en proceso de negociación, concretamente Perú, Panamá y Corea del Sur, a cambio de que esos acuerdos en proceso de negociación, incorporaran cláusulas llamadas laborales y medio-ambientales, destinadas a su protección. (Además, a Colombia se le exigió que aceptara una serie de cláusulas sobre seguridad interna de ese país, la cual tenía nerviosos a destacados líderes demócratas). Obsérvese, desde ya, que el Congreso de los Estados Unidos amplió el plazo para llegar a un acuerdo sobre un TLC sólo con los países que a la fecha no lo habían concluido y que de ninguna manera dijo que aquellos ya negociados y firmados podrían reabrirse a renegociación alguna.

    En Costa Rica, un político del No, Ottón Solís, de inmediato, oportunista, salió a la palestra nacional diciendo que los Estados Unidos aceptaban renegociar los TLCs, tales como el ya firmado con Centro América y República Dominicana, el cual incluye a nuestro país. Así, bastaría con que ahora Costa Rica le pidiera a los Estados Unidos renegociar el CAFTA, para que resolviéramos todo lo que él y otros consideraban inconveniente en dicho tratado.

    A veces desafía el sentido común del ciudadano ver a ciertos políticos de pasarela distorsionar los hechos de forma tan flagrante, quienes nos creen tontos de capirote, que no podemos darnos cuenta de que, más que pelear por un interés nacional que dicen defender, lo hacen para mantener una vigencia política que se esfuma cada vez más. Así, no les importa distorsionar y falsear los hechos en la creencia de que con ello jalan agua para sus molinos. Lo cierto es que, en este momento, los costarricenses no tenemos más alternativa que aprobar o improbar lo ya acordado. Cualquier otro alegato, es falso.

    Yo sí quiero la aprobación del TLC, no sólo porque significará un aumento
    sustancial del crecimiento de nuestra economía, de al menos un 2% anual según estudios de las Naciones Unidas, lo cual permitiría que, por ese simple hecho, en 35 años los costarricenses dupliquemos nuestro ingreso, adición que alternativamente es difícil de lograr, sino también porque la propuesta que, al menos algunos aunque veladamente, han planteado frente al CAFTA, es el proyecto llamado ALBA de Hugo Cháves y acólitos zurdos, quienes ni siquiera tiene muy claro de que se trata, excepto convertirnos en peones de un estatismo retrógrado e incompatible con un mundo que avanza hacia el progreso por la vía de la globalización y el comercio internacional. Ante esto, los liberales, una vez más en la Historia, nos diferenciamos de aquellos que en España, a principios del siglo 19, se les llamó “los serviles”, quienes antes servían a los nobles y a la monarquía absoluta y hoy quieren que volvamos a servir al poder del estado por encima del de las personas. Son los Cháves y los Castros y sus compañeros de viaje quienes proclaman apoyo para los costarricenses del No, en contra de los costarricenses que Sí apoyamos la libertad de escoger y de elegir.

    Por Carlos Federico Smith

  7. #7
    2007-06-30--GRAVES DISTORSIONES EN PRECIOS DE ENERGÉTICOS

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    COLUMNA LIBRE: GRAVES DISTORSIONES EN PRECIOS DE ENERGÉTICOS


    Boletín de ANFE, 30 de junio de 2007. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 137-138.

    Recientemente la Autoridad Reguladora de los Servicios Públicos (ARESEP) tomó importantes decisiones que permitieron algún grado de racionalidad en los precios de energéticos tales como combustibles, gas licuado y algunos derivados de petróleo. Simplemente tomó una decisión de sentido común: eliminar distorsiones derivadas de subsidios cruzados en los productos arriba citados que distribuye RECOPE. Si bien la nueva política se está llevando a cabo gradualmente, en esencia elimina el subsidio que ciertas gasolinas y el gas licuado brindaban al diesel y al combustible para aviones, entre otros.

    Sin embargo, el mercado de estos derivados y concretamente, de la electricidad, los combustibles y el gas licuado, continúan distorsionados debido a políticas públicas erradas de fijación de precios, en circunstancias de prácticas monopólicas que causan un grave daño a grupos de nacionales y, en general, a todo el país, por las señalas equivocadas que se envían para la toma de decisiones y la formulación de planes individuales.
    En Costa Rica se subsidia el uso doméstico de la electricidad, a la vez que, a causa del monopolio de RECOPE, se encarece artificialmente el del gas licuado, lo cual induce a que muchas de las familias más pobres del país quemen leña para satisfacer las necesidades energéticas de sus hogares.

    RECOPE ostenta el monopolio de la importación del gas licuado y ello se traduce en que el precio doméstico al que RECOPE vende a los distribuidores de gas en el país (lo cual es determinado por la ARESEP) sea superior en más de un 35% al precio internacional –cosa que por definición varía diariamente, pero, al menos, así lo ha sido en promedio en épocas recientes.

    El truco está en que RECOPE, a ese precio monopólico del gas importado no le asigna los costos en que incurre propiamente por la operación doméstica relacionada con el gas, sino que incluye lo que a su juicio es pertinente. ARESEP le adiciona al precio de importación el costo que defina RECOPE (con algunos estira y encojes), pero de forma tal que permite ese sobreprecio doméstico muy por encima del precio internacional, que luego es simplemente trasladado a los consumidores de gas.

    Así, el consumidor nacional encuentra que, por una parte, mientras el precio que se le cobra por la electricidad está subsidiado por el sobreprecio de esa misma energía a otras actividades nacionales, por otra parte, el gas le resulta más caro que la energía eléctrica y, al mismo tiempo, para los sectores más pobres, la leña es aún más barata.

    Una decisión correcta de ARESEP que elimine esa práctica malévola derivada en última instancia del monopolio y de no definir claramente los costos por parte de RECOPE, permitiría eliminar el sesgo en contra del gas licuado que se importa, permitiendo que su costo se reduzca para los consumidores (que podría llegar tal vez hasta una rebaja de un tercio de su precio), quienes ahora enfrentarán los siguientes precios: un gas más barato comparado con la electricidad actual, lo que, a la vez, haría que la leña ya no fuera la opción que escogería, pues ya no resultaría ser relativamente tan barata.

    De esta forma, además de ayudar a cumplir los sueños de grupos interesados en la conservación de los bosques nacionales, aumentaría el ingreso real de los grupos más pobres del país, como lo han corroborado los datos sobre consumo de la Encuesta de Hogares del Instituto de Estadísticas y Censos. La decisión de eliminar el sobreprecio que cobra RECOPE está en manos de ARESEP, la cual tiene ante sí la enorme posibilidad de poner algo de orden en un mercado profundamente distorsionado, al tiempo que, de verdad, se favorece a los más pobres del país.

    Por Carlos Federico Smith

  8. #8
    2007-07-31-CLARO QUE SÍ AL TLC- 10 RAZONES PARA ELLO
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    COLUMNA LIBRE: CLARO QUE SÍ AL TLC: 10 RAZONES PARA ELLO


    Boletín de ANFE, 31 de julio del 2007. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 139-142.

    1.- El TLC va acorde con el espíritu liberal al ampliar nuestra libertad para escoger. Hay partidarios del No (conservadores, socialistas, comunistas, trotskistas, ecologistas extremos, estatistas) que se oponen por no creer en aquella forma de ver las cosas. ¿Acaso le extraña que Chávez, Ortega, Albino, Carazo, entre otros, vayan contra el TLC por ser éste una prueba más de las bondades de la economía de mercado en contraste con las perversiones de la economía estatizada?

    2.- El TLC amplía las posibilidades de crear empleo y mejores salarios, al elevar el potencial de la inversión, tanto doméstica como extranjera. Por ello se oponen al TLC los grupos sindicales estadounidenses del AFL-CIO, quienes alegan que aumentaría el empleo en nuestros países en detrimento del de su país. ¿No le extraña que ciertos grupos sindicales como la ANEP también se oponen al TLC, aunque la AFL-CIO diga que crearía más empleo aquí?

    3.- El TLC garantiza el acceso de nuestras exportaciones tanto hacia el principal socio comercial (Estados Unidos), como también a Centro América (un mercado casi tan importante) y a la República Dominicana (mercado creciente, y si no que lo digan nuestros lecheros exportadores). Hoy exportamos a Estados Unidos gracias a su Iniciativa para la Cuenca del Caribe (ICC), pero está a punto de expirar. Los del No (como Ottón Solís) creen que tal cierre no se va a dar: no ha pensado que si eso se diera, los otros países competidores, ya miembros del TLC, reclamarán que ellos deben exportar siguiendo las reglas de ese acuerdo, mientras Costa Rica lo haría sin pagar impuestos aún cuando no aprobara el TLC. ¿Acaso los del No creen que la competencia no juega en este asunto, y que, simplemente porque “me gusta Costa Rica mucho”, se nos dejará seguir jugando con reglas diferenciadas? Hay que ser un poco más serios…

    4.- El TLC es constitucional. La Constitución define las reglas de juego en una sociedad, por lo que una inconstitucionalidad del Tratado sería muy grave. Partidarios del No insistieron, con el patrocinio y apoyo explicito de la Rectoría de la Universidad de Costa Rica, que el TLC era inconstitucional, pero, para su desmayo, la Sala IV definió que tal cosa no era así.
    5.- El TLC aumenta los beneficios que nuestros consumidores obtienen con el comercio internacional. Lamentablemente, mientras la Ronda de Doha y, por ende, la Organización Mundial de Comercio (OMC) no se dirijan a una apertura mayor del comercio mundial, la única forma que el país tiene para garantizar el acceso de sus exportaciones es con TLCs (ya tenemos 4 y hay otros en camino con Europa y China). La apertura unilateral es deseable, pero en este momento es poco viable que sea aceptada por el costarricense. Esta es la razón por la que Chile primero se abrió unilateralmente y luego usó los TLCs para garantizar el acceso de sus exportaciones a los mercados extranjeros.

    6.- El TLC crea competencia para los monopolios locales y con ello reduce el costo que la sociedad debe pagar hoy en día por su existencia: una menor cantidad y calidad de los servicios. Mucha de la oposición al TLC viene de ciertos sindicatos enquistados en esos monopolios. La competencia pone en peligro privilegios tales como las SALES, que hace que ciertos sindicatos sean los únicos proveedores de servicios a empresas públicas como el ICE. Esa misma competencia se encargará de mejorar los salarios de los buenos y eficientes trabajadores de los hoy monopolios, tal y como sucedió con la eliminación de la banca estatal hace más de diez años. Los del No van a tener mucho trabajo de oposición en el futuro, al surgir la posibilidad de un TLC con Europa, pues han manifestado que en el tapete de la apertura estarán servicios que hoy son monopolio estatal, como son energía, combustibles, telecomunicaciones y seguros. ¿Acaso creen ustedes que, en un eventual TLC con China, los chinitos no nos van a pedir negociar eso mismo?

    7.- Con el TLC es de esperar un incremento en la inversión que dará lugar a un aumento en la producción nacional o Producto Interno Bruto (PIB). Esa mayor base sobre la cual cobrar tributos provocará un aumento en los ingresos fiscales, lo cual permitiría, entre otras cosas, remunerar mejor a los buenos empleados públicos, muchos de quienes son hoy empujados por Albino y la ANEP para oponerse, porque sí, al TLC.

    8.- De dos viejos liberales, el Dr. Fernando Trejos Escalante y don Alberto Di Mare, aprendimos la importancia de que el país contara con un sistema de salud de la Caja, en donde el ciudadano no muriera por falta de buen cuidado médico. Veo con complacencia que el TLC en nada impide cumplir con este objetivo de solidaridad; pese a que proponentes del No insisten en que el TLC encarecerá las medicinas, la Sala Constitucional se encargó de desmentirlos.

    9.- Si Costa Rica rechaza el TLC (lo cual no creo), enviaría una señal equivocada a un mundo que se globaliza gradualmente. ¿Con qué cara le vamos a pedir a Europa que firme un TLC con nosotros si, hipotéticamente, hemos rechazado un acuerdo con el país (Estados Unidos) y la región (Centro América) con los que realizamos la mayor parte de nuestro intercambio comercial? Obviamente, nos van a ver como el cangrejo, cada vez más p’atrás.

    10.- El TLC nos ofrece grandes oportunidades para desarrollarnos y las que tenemos que aprovechar (hoy día Costa Rica, subestimada por los del No, exporta competitivamente más de 3.500 diferentes productos). Los del NO nunca nos han dicho cuál es la alternativa que proponen al TLC. ¿Acaso es la llamada Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), promovida por Hugo Chávez y añorada por algunos en nuestro terruño, quienes coherentemente también se oponen al TLC? Sabemos que el ALBA es un ejemplo más de la insania de un proto-dictador criollo, que ya muchas veces hemos visto en América Latina. ¿Fidel Castro nos dice que no aprobemos el TLC, pero paradójicamente clama porque eliminar el boicot estadounidense a la economía cubana, para que así Cuba pueda beneficiarse del comercio internacional? Como buen comunista, lo que quiere es que nos empobrezcamos para así, consistente con su doctrina marxista, surjan contradicciones que nos lleven a repudiar una economía liberal.

    Por todo esto (y más), digo: Claro que SÍ al TLC.

    Por Carlos Federico Smith

  9. #9
    2007-08-31-EL HILO EN COMÚN QUE LOS ATA

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    COLUMNA LIBRE:EL HILO EN COMÚN QUE LOS ATA


    Boletín de ANFE, 31 de agosto del 2007. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 143-146.

    Desde hace buen rato he tratado de encontrar una explicación del porqué de la agrupación de tan diferentes participantes en el llamado No, por su oposición a la aprobación del TLC. No me quedaba claro cuál era el elemento que los unía en dicha antipatía, en especial porque conozco las diferentes procedencias ideológicas de algunos de ellos. Se me ha hecho cuesta arriba encontrar un rasero común que me faculte homogeneizar posiciones diversas y hasta antagónicas de sus integrantes. ¿Cómo amalgamar los alaridos de un párvulo de rostro tapado, creyendo que así puede liberarse de su salvajada, con los buenos modales de un caballero abogado, usual agente de empresas interesadas en que se les resuelva problemas comerciales y no en oponerse a un TLC? O, ¿qué hacer para poder emulsificar a un político obsoleto, quien cree que con aplicar términos científicos modernos a un viejo emplasto, recupera una respetabilidad intelectual que presuntamente tuvo en el pasado, con otro político lleno de caritas y gestos, que cree le podrán abrir el paso hacia un poder con el cual siempre ha soñado? ¿Será posible unir al vocablo grosero y ramplón de un líder sindical, ignorante de los principios básicos de convivencia pacífica, a aquella sencillez de una trabajadora que se opone porque considera que su negocio tiene poco futuro frente a una potencialmente avasalladora competencia internacional? Porque entre los partidarios más notorios del No hay amoríos y juntas inexplicables: por ejemplo, uno de ellos dijo, cerca de unos troskos, que él estaba a favor de una apertura unilateral al libre comercio y por ello se oponía al TLC, entre otras cosas. Por supuesto, los rojos extremistas no lo entendieron. Por ello a esos improvisados es que se les conoce como tontos útiles: siempre creen ser los más vivos, hasta que aquellos que juzga como los tontos llegan a tomar el poder… y lo primero que hacen es botarlos a un lado, con lo cual se dan cuenta de la realidad de las cosas.

    Afortunadamente Friederich Hayek escribió en 1959 un Post-Scriptum a su libro clásico La Constitución de la Libertad, al cual le puso por título: ¿Por qué no soy un Conservador? Al releerlo encontré el hilo que une ese tejido tan dispar de pensamientos agrupados alrededor del llamado No al TLC y que hoy día ata a sus más connotados actores en una muy incómoda colcha parchada. Lo que los une es que son conservadores. Su interés básico para oponerse al TLC es mantener el estado de cosas, para lo cual acuden a esa forma de verlas caracterizada por no ofrecer alternativa alguna, excepto mantener, cualquiera que sea, la situación actual. Es el No al cambio, per se.
    Está bien mantener algún grado de escepticismo, lo cual puede inclinarnos a pensar que no hay instrumento humano perfecto que venga a resolver todos nuestros problemas. Lo cierto es que la mayoría de los proponentes del Sí han sido enfáticos en que dicho tratado no es perfecto y que se caracteriza porque hay que dar cosas a cambio de otras. Pero la actitud de los conservadores del No radica en no ofrecer alternativa alguna a un simple tratado comercial, ni siquiera proponen alguna novedad. En su momento pensé que algunos camaradas que integran el movimiento por el No tal vez abogarían por un TLC con China Roja, tal como muy en sus entrañas sí lo hacen algunos europeizantes que, porque no les caen bien los “gringos imperialistas” se oponen a este TLC, pero saben que uno con Europa es inevitable, aunque no se atreven a decirlo. Lo más probable es que la negociación de un TLC con Europa vaya a ser más “difícil”; en otras palabras, que éste va a requerir más de lo que hemos tenido que ceder en el acuerdo con Estados Unidos.
    Lo que permite la unión de grupos aparentemente tan diversos –comunistas, ex-comunistas, conservadores criollos, ecólogos in extremis, trotskistas, sindicalistas extremistas, social-demócratas estatistas, políticos que buscan la redención y el perdón por daños no olvidados, universitarios en sus cómodas cátedras, entre otros- es un temor acendrado al cambio. Prefieren oponerse a cualquier evolución y al progreso; muchos de ellos se dan cuenta de que el mundo ha ido cambiando y la globalización es un hecho al cual debemos adaptarnos adecuadamente, pero escogen el inmovilismo que da el temor ante esos cambios. Ni siquiera son capaces de reconocer que un país tan pequeño como Costa Rica hoy día exporta exitosamente, sin subsidios ni privilegio alguno y compitiendo con todo el mundo, más de 3.600 distintos productos a las más diversas naciones esparcidas por todo el mundo. Y lo hace con gran éxito, causando admiración y hasta envidia de otros que no han podido lograrlo. Costa Rica ha logrado vencer el temor a exportar y de integrarse al comercio mundial.
    Los conservadores del No prefieren exhibirse como temerosos a la mutación, al cambio. Nos quieren asustar –intentan apelar a lo más profundo de nuestro cuerpo calloso- con cuanta amenaza pase por su febril imaginación: que nos van a devorar, que nos van a acabar, que nuestros cadáveres van a ser objeto de un comercio desenfrenado, que los ticos no pueden competir, cuando ya lo han hecho y, por el contrario, de no aprobarse el TLC lo que sí lograrán es impedir que los costarricenses podamos seguir haciéndolo exitosamente.
    Nos han querido engañar diciéndonos que el extranjero nos va a dejar sin oportunidades, pero el obrero y el empresario, quienes hoy participan de la exportación, constituyen el mentís más firme al sueño autoritario de que sólo si hay alguna autoridad superior que supervise todo, será posible seguir progresando. Porque eso es lo que cree el conservador. Como ejemplo, quieren que sea el actual ICE el que continúe obligándonos a elegir lo que le da la gana que tengamos en el campo de la telefonía, en vez de que se nos abran las puertas de un progreso que cunde por todo el mundo en el campo de las telecomunicaciones, progreso que sólo la competencia del mercado nos puede brindar.
    Ese temor que se nos quiere inculcar, de que el extranjero nos va a acabar, es falso. Ya hemos probado hasta la saciedad de que Sí podemos hacerlo, mostrando el error de la correlación entre el mensaje conservador en cuanto al No y una hostilidad al comercio internacional. Lo cierto es por más que de un nacional provenga tal idea anti-progreso, eso no la va a convertir en una idea inteligente: ninguna economía del mundo ha progresado aislándose del comercio internacional.
    Es el espíritu conservador el hilo que ata a los partidarios del No: esclaviza su alma, pero no la nuestra, que siempre mira al futuro con optimismo, pues lo único que pretendemos es ver cómo podemos vivir mejor y no en mantener per se el estado de cosas.

    Por Carlos Federico Smith

  10. #10
    2007-09-30-EL TLC Y EL CONSUMIDOR
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    COLUMNA LIBRE:EL TLC Y EL CONSUMIDOR


    Boletín de ANFE, 30 de setiembre del 2007. Reproducido en el libro de Carlos Federico Smith, “Políticamente Incorrecto”, 2009, p. p. 147-150.

    Recientemente el columnista de La Nación, señor Jorge Guardia, considerado por muchos como un pensador de tendencia liberal, en esencia escribió que permanecía indeciso ante la aprobación del TLC por su falta de defensa de los intereses del consumidor y por considerar que éste poco ganaría con él.

    Es un tema que creo se ha discutido bastante en la palestra, pero la columna de don Jorge pretende dar un baño frío a quienes hemos venido abogando por la aprobación del TLC. ¿Estará don Jorge en lo correcto? ¿Es su análisis del TLC el apropiado para llegar a la confusión que dice tener? En mi opinión, como economista y liberal, creo que no: No está en lo correcto y su análisis es inapropiado para ayudarnos a decidir en este referendo.

    Como introducción contaré una anécdota relevante. En una presentación de un libro del economista doctor Rigoberto Stewart, como es propio de tan distinguido académico, defendió la posición liberal del libre comercio que muchos compartimos y lo contrastó con lo que se ha denominado “acuerdos de libre comercio” (tal como el TLC), en los que no hay libre comercio a plenitud, sino un acuerdo de desgravación o apertura parcial resultante de negociaciones entre los países firmantes. En esa oportunidad se había invitado a otro distinguido economista, el doctor Alberto Trejos, para que comentara el libro de don Rigoberto. Ante los señalamientos de éste sobre los TLCs, don Alberto aclaró que él (quien, como Ministro de Comercio Exterior, había negociado el TLC), compartía muchos de los ideales de don Rigoberto sobre las virtudes del libre comercio, pero le había tocado lidiar con realidades diferentes a las de su colega. Esencialmente, ese TLC era lo posible de acordar entre muchas peticiones contrastantes y hasta hostiles de los diferentes países, si bien él hubiera deseado una mayor apertura pro-libre comercio de todas las partes; en segundo lugar, en el mundo, en esos momentos (y también hoy en día), las negociaciones de la Ronda de Doha de apertura alrededor de la Organización Mundial de Comercio, estaban paralizadas y por eso las naciones acudían a lo único disponible en pro de la apertura comercial, como eran los acuerdos de libre comercio.

    Ante la argumentación de don Alberto, don Rigoberto, como académico y caballero que es, reconoció públicamente el esfuerzo hecho por los negociadores encabezados por el Dr. Trejos y aceptó que ciertamente esa era una realidad con la cual se tenía que convivir y que consideraba que siempre era importante tener como un marco de referencia las ventajas de un libre comercio sin traba alguna.

    Por supuesto, los asistentes reconocimos el esfuerzo de estos dos economistas liberales y sobre todo su disposición a que los costarricenses nos siguiéramos beneficiando en lo posible de aquellas máximas que conocemos desde Adam Smith y David Ricardo.

    Lástima que el Sr. Guardia no asistió a esa presentación del libro de don Rigoberto, pues no hubiera cometido el fatal error en que incurre para declararse indeciso ante la aprobación o rechazo impostergable del TLC. El hecho es que este tratado contiene una serie de provisiones, que como indicaré luego, pueden no ser las ideales para quienes creemos en un verdadero libre comercio, pero que SÍ benefician notoriamente a los consumidores.

    Don Jorge me alegará en contrario (y hasta podría calificarme de ingenuo) citándome un valioso trabajo de la CEPAL, que sirve de base para que él considere que el beneficio del consumidor con el TLC es relativamente inocuo.

    Sobre esto cabe hacerle dos señalamientos. El primero es que don Jorge, al igual que quien esto escribe, somos poco conocedores de las técnicas econométricas.

    Por ello, para informarme bien, consulté a dos apreciados economistas de mi confianza académica e ideológica, como son los doctores Juan Muñoz y Ricardo Monge, ambos profusos conocedores de las técnicas econométricas, quienes me indicaron que uno de los problemas con los llamados modelos de equilibrio general, como el de la CEPAL mencionado, es que, por su grado de agregación, resultados como los expuestos no permiten indicar el grado en qué se podrán desarrollar las cosas. Así, por ejemplo, se me explicó, ningún modelo de equilibrio general podía haber predicho allá por los años ochentas, cuando Costa Rica inició su proceso de apertura, que el país se convertiría en el mayor exportador de piña a los Estados Unidos, o que llegaría a exportar más de 3.500 diferentes productos a ese mercado. Simplemente los modelos de equilibrio general no llegan a ese nivel de detalle y ello es aplicable en la estimación plena de los beneficios que los consumidores obtendríamos con un TLC como el de comentario. (De paso, tampoco es posible, de acuerdo con el economista Roemer, que esos modelos de equilibrio general incorporen las diversas demandas futuras, ni tampoco incluyan productos que hoy no se intercambian y que sí lo harían gracias a dichos acuerdos comerciales… la acción humana no forma parte de esos modelos de equilibrio general).

    En segundo lugar, el gran error en el comentario de la columna de don Jorge, es que no explica que la alternativa es entre lo que tenemos actualmente (sin TLC) en contraste con lo que ese TLC propone, para evaluar los posibles beneficios para los consumidores. Así, con el TLC tendríamos la apertura de un monopolio que hoy día impide escoger a los consumidores, como es en la telefonía celular y la Internet, así como sucede algo similar con los seguros. Hasta con el caso del arroz, en que si bien el TLC nos queda debiendo, la apertura total se dará en 20 años: Eso es mejor que la no apertura para los consumidores que hoy día tenemos y que, tanto don Jorge como yo, desearíamos que fuera desde ahora. Hay muchos productos que se desgravan y que se irán abaratando con el paso del tiempo (y que creo permitirá una reducción de la inflación si hay una política monetaria congruente), que permitirán un aumento del ingreso real de los consumidores. Porque aquí surge otro de los errores de la columna del señor Guardia: No toma en cuenta lo que los economistas llamamos el efecto ingreso.

    Si con el TLC es factible que mejoren los salarios y el empleo, así como las exportaciones que ya no estarían sujetas a la actual inseguridad alrededor de la Iniciativa para la Cuenca del Caribe, los consumidores tendríamos mayores recursos para consumir.

    Por eso sorprende la alacridad con que el ex Presidente de ANFE, señor Guardia, se declaró perplejo y titubeante ante la decisión que los costarricenses debemos tomar en el corto plazo. Era cuestión de, antes de escribir, consultar a los que podían haberlo aconsejado mejor, en lo técnico y hasta en lo político, si bien esto último no me atrevo a hacer, pero de seguro otros ya lo habrán hecho, para bien de don Jorge.

    Por Carlos Federico Smith

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