2010-12-21-ESTÁ PERDIDO EL CASO A FAVOR DE LA DEMOCRACIA

--------------------------------------------------------------------------------------------

¿ESTÁ PERDIDO EL CASO A FAVOR DE LA DEMOCRACIA?


Publicado en el sitio de ASOJOD el 21 de diciembre del 2010.

La antítesis de la visión liberal de la economía es la planificación central, tal como lo conceptualizaron el fascismo y el comunismo -los “primos” ideológicos- durante el siglo veinte. En tanto que bajo la visión liberal es la libre concurrencia en los mercados la que esencialmente determina las relaciones económicas, en donde intervienen miríadas de decisiones individuales, en los órdenes económicos centralizados es algún grupo de individuos dentro del estado el que define esas relaciones. Aquí algún ente gubernamental central -usualmente un muy pequeño grupo- sustituye por las suyas a esas decisiones individuales

La otra amenaza que enfrenta el orden liberal es más sutil: proviene de lo que Sanford Ikeda llama el intervencionismo y que lo define como “la doctrina o sistema basado en el principio del uso limitado de medios políticos para enfrentar los problemas identificados con el capitalismo de laissez-faire… Debido a que el intervencionismo le asigna al gobierno poderes discrecionales para interceder dentro del proceso de mercado que van más allá de un estado mínimo, difiere del capitalismo de laissez-faire en donde el objetivo primario de un gobierno es la protección de la integridad del sistema de mercado basado en la propiedad privada.” (Sanford Ikeda, Dynamics of the Mixed Economy: Toward a Theory of Interventionism, New York: Routledge, 1997, p. p. 35 y 36.).

No hay duda de que una de las formas más evidentes de esta amenaza intervencionista lo constituye la incorporación de esa prédica constante por redistribuir los ingresos provenientes de los resultados que determina el mercado hacia otra definida por políticas gubernamentales, muy visiblemente mediante el uso de tributos sobre quienes obtienen ingresos más allá de cierto nivel, que se trasladan (asumamos que no hay costo por la intermediación gubernamental) hacia quienes obtienen ingresos inferiores a ese nivel.

Una muestra de este intervencionismo es la pretensión politiquera de lograr que esa palabrería repetitiva de que “los ricos paguen como ricos” se haga una realidad (aunque muestren la ignorancia usual de confundir riqueza con ingresos). En resumen, tratar de gravar progresivamente con impuestos a quienes tienen ingresos por encima de cierto monto predeterminado. La otra porción del esquema redistributivo los políticos lo buscan justificar con un “ayudar a los pobres” (de nuevo confundiendo riqueza con ingresos) que en resumen se traduce en un redireccionamiento de esos gravámenes hacia quienes hipotéticamente poseen ingresos inferiores a cierto nivel.

En todo caso, no parece haber duda de que las políticas redistributivas constituyen un claro caso del intervencionismo gubernamental al cual nos hemos venido refiriendo.

Este propósito redistribucionista suele ser claramente promovido durante los procesos electorales: es en las campañas políticas cuando se suelen presentar propuestas para trasladar recursos provenientes de algunas personas -hipotéticamente de ingresos relativamente más elevados- hacia otras con ingresos relativamente menores. Con base en un principio de votación al que se le considera democrático, en donde cada persona tiene un voto, puede darse un sesgo hacia la profundización del redistribucionismo.

Imaginemos, por un momento, que los electores enfrentan una votación acerca de una propuesta en la cual aquellos que tienen un ingreso superior a un nivel X predefinido, deberán pagar un gravamen de un cierto porcentaje sobre dicho exceso, mientras que aquellos que no alcanzan ese nivel X, quedan exentos del pago del impuesto y que los ingresos recaudados del primer grupo son trasladados (digamos que íntegros) hacia el segundo grupo de votantes. A primera vista los votantes de este segundo grupo votarían a favor de la propuesta, mientras que en contra lo harían los del primer grupo. Como en una democracia se supone que una persona (adulta, nacional) tiene derecho a un voto, si lo ejercieran simplemente se requeriría que el monto X que separa los grupos de ingresos sea lo suficientemente alto como para que una mayoría simple pueda decidir aprobar el proyecto redistributivo. La clave estaría en la definición de ese monto X clave.

¿Conduciría el ejercicio democrático -así simple e hipotéticamente expuesto- a una redistribución tal de los ingresos, que al final de cuentas cada votante terminaría por recibir un monto neto idéntico? En nuestro ejemplo ultra-simplificado dicho monto universal surgiría cuando se defina un monto X tal que logre una votación en su favor por un voto más que el que en comparación lograría el grupo opuesto perdidoso. Sabemos que en la realidad, por ejemplo, el estado (los burócratas, los gobernantes) se quedará con una buena tajada en esa intermediación redistributiva, por lo cual podría evitarse esa igualdad tan socialista, además de que en la política suelen participar muy diversas coaliciones que buscan lograr otros intereses distintos de la redistribución de los ingresos, pero parece que abría una tendencia hacia tal igualación de ingresos netos sobre todo si se amplía el rango de votantes, principalmente de niveles de ingresos relativamente más bajos.

Como yo he considerado por mucho tiempo que la democracia es el mejor sistema posible para cambiar de gobernantes sin que medie el derramamiento de sangre, ¿me debería ahora de entristecer este prospecto redistribucionista de una mayoría votante (conceptualmente la de un simple voto más que el resto de votantes)?
Hay un argumento que me revive la fe: las políticas redistributivas tienen un efecto negativo sobre el crecimiento económico al romper el lazo esencial que hay entre producción e ingresos en una economía. Quienes arriesgan, innovan, crean, los que tienen espíritu empresarial, se dan cuenta de que las políticas redistributivas minan los incentivos que tienen para producir (creo que Obama ya debe haberse dado cuenta de esto). Lamentablemente ello termina afectando el crecimiento de la economía. Los pobres suelen ser grandes beneficiados del crecimiento económico, como lo puede atestiguar la historia económica de los últimos trescientos años. Por ello prefieren vivir en un sistema político-económico que les brinde oportunidades para progresar y vivir mejor. Creo que ya los griegos de hoy (entre otros europeos) se han estado dando cuenta plena de cómo el distribucionismo termina provocando pobreza. Habría que esperar que en la cuna de la democracia logren pensar mejor acerca de los efectos que pueden tener sus votos; concretamente como un redistribucionismo demagógico los termina afectando Veo al ejercicio democrático convertido en un proceso de aprendizaje que les permitirá -lamentablemente a plazo- darse cuenta de que la demagogia del distribucionismo es su verdadero enemigo. Ojalá que nosotros no tengamos que aprender la lección sufriéndola en carne propia. Nada más vean lo que está pasando en gran parte de Europa y, en mucho, en los Estados Unidos de hoy.
Sé que estas reflexiones son muy burdas; muy primeras, pero vale la pena pensar.

Presentado el martes 21 de diciembre del 2010 en el sitio de ASOJOD